Los betabloqueadores son una clase de fármacos que se utilizan comúnmente en el manejo de diversas condiciones cardiovasculares, incluyendo el infarto agudo al miocardio. Los ensayos clínicos han evidenciado un beneficio modesto a corto plazo cuando se inician betabloqueadores, como el metoprolol, durante las primeras veinticuatro horas tras el evento isquémico, siempre y cuando no existan contraindicaciones en el paciente. Este beneficio se traduce principalmente en la reducción de la mortalidad y la prevención de complicaciones adicionales durante la fase aguda del infarto.
El mecanismo de acción de los betabloqueadores implica la inhibición de los receptores beta-adrenérgicos, lo que conduce a una disminución de la frecuencia cardíaca, la contractilidad y la presión arterial. Esta respuesta reduce la demanda de oxígeno del miocardio y, en consecuencia, puede disminuir el tamaño del infarto y la posibilidad de arritmias, favoreciendo así la recuperación del corazón.
Sin embargo, es fundamental reconocer que el uso de betabloqueadores no está exento de riesgos. En particular, el betabloqueo agresivo puede resultar en un aumento del riesgo de choque cardiogénico, especialmente en pacientes con insuficiencia cardíaca o aquellos que presentan evidencia de un estado de bajo rendimiento cardíaco. En estos casos, la reducción de la función cardíaca debido a un bloqueo beta excesivo puede agravar el estado clínico del paciente, llevando a un deterioro significativo y complicaciones adicionales.
Por lo tanto, es crucial que el inicio de la terapia con betabloqueadores en el contexto de un infarto agudo al miocardio sea cuidadosamente evaluado. En pacientes que presentan signos de insuficiencia cardiaca, un mayor riesgo de choque cardiogénico o cualquier otra contraindicación relativa al uso de estos medicamentos, se recomienda evitar el betabloqueo temprano. Esta estrategia es esencial para prevenir el deterioro del estado hemodinámico y asegurar una atención adecuada y segura.
En contraste, el ensayo CAPRICORN ha demostrado que el carvedilol, un betabloqueador con propiedades adicionales como la actividad alfa-bloqueante, puede ser beneficioso si se inicia después de la fase aguda del infarto, particularmente en aquellos con infarto de miocardio extenso. En este estudio, se comenzó el tratamiento con una dosis baja de 6,25 miligramos dos veces al día, con un posterior aumento a 25 miligramos dos veces al día según la tolerancia del paciente. Los resultados sugieren que, una vez superada la fase aguda y con la adecuada estabilización del paciente, el carvedilol puede contribuir a una mejoría en la función cardíaca y la reducción de eventos adversos a largo plazo.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2024. McGraw Hill.
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Originally posted on 20 de septiembre de 2024 @ 3:50 PM