Los trastornos por consumo de sustancias constituyen una categoría diagnóstica que describe una condición médica crónica y tratable, caracterizada por un patrón problemático de uso de sustancias que conlleva deterioro o malestar clínicamente significativo. En versiones anteriores de los manuales diagnósticos, se utilizaban los términos «dependencia» y «abuso» para describir distintas manifestaciones del consumo problemático de sustancias. En particular, el término “dependencia” se empleaba para referirse a una forma grave de adicción que incluía una tríada de características: (1) dependencia psicológica, es decir, la presencia de un deseo intenso o compulsivo por consumir la sustancia, así como la conducta orientada a obtenerla; (2) dependencia fisiológica, manifestada por la aparición de síntomas de abstinencia cuando se interrumpe el consumo; y (3) tolerancia, entendida como la necesidad de incrementar progresivamente la dosis para alcanzar los efectos deseados.
Sin embargo, con la publicación del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, quinta edición (DSM-5), estos términos fueron eliminados en favor de una nueva nomenclatura unificada: “trastorno por consumo de sustancias”, la cual abarca un espectro de gravedad que va desde leve hasta severo. Este cambio se debió, entre otras razones, al reconocimiento de que una persona puede tener un problema grave e incluso potencialmente mortal con una sustancia, sin necesariamente cumplir los criterios clásicos de dependencia, como la tolerancia o la abstinencia. Por lo tanto, la clasificación actual permite una mejor comprensión de la complejidad clínica del trastorno, así como una mayor flexibilidad para su diagnóstico y tratamiento.
Es fundamental comprender que el trastorno por consumo de sustancias no es una falla moral ni una debilidad de carácter, sino una enfermedad médica crónica que requiere un enfoque terapéutico integral. Este enfoque incluye la intervención profesional, el acompañamiento psicosocial y, en muchos casos, el tratamiento farmacológico. La terapia asistida con medicamentos —también conocida como tratamiento con medicación— representa un componente esencial en el manejo de este trastorno, ya que puede reducir los síntomas de abstinencia, disminuir el riesgo de recaída y mejorar la adherencia a los programas de rehabilitación.
Asimismo, es imprescindible que tanto los profesionales de la salud como los sistemas sanitarios trabajen activamente para eliminar el estigma y los prejuicios asociados a esta condición. La discriminación y los juicios morales hacia las personas con trastornos por consumo de sustancias no solo son injustos, sino que también constituyen barreras importantes para que los pacientes busquen y reciban la atención adecuada. Por ello, se promueve un enfoque clínico basado en la empatía, la evidencia científica y el respeto por la dignidad del paciente.
Existe un cuerpo creciente de evidencia científica que indica la presencia de un síndrome de deterioro neuropsicológico en muchos individuos que han sido usuarios crónicos —o lo siguen siendo— de sustancias psicoactivas. Se postula que el uso prolongado de drogas produce daños en los sitios receptores de neurotransmisores en el cerebro, lo que genera un desequilibrio neuroquímico significativo. Este desequilibrio puede manifestarse a través de una serie de síntomas que imitan o se superponen con los de diversos trastornos psiquiátricos, dificultando el diagnóstico preciso y el abordaje terapéutico adecuado.
Uno de los mecanismos implicados en este fenómeno es el denominado kindling, o sensibilización neuronal progresiva. Este proceso consiste en la estimulación repetida del cerebro, que va disminuyendo el umbral necesario para provocar respuestas neuroeléctricas focales. Con el tiempo, esta hiperreactividad cerebral puede hacer que el individuo experimente síntomas clínicos —como alteraciones del estado de ánimo, ataques de pánico, episodios psicóticos e incluso actividad convulsiva— sin necesidad de un estímulo externo o consumo reciente de la sustancia que originalmente los desencadenaba. Tanto los estimulantes como los depresores del sistema nervioso central han demostrado tener la capacidad de inducir este fenómeno de kindling, lo que contribuye a la aparición de efectos clínicos espontáneos e independientes del consumo actual.
Este desequilibrio neurobiológico también tiene repercusiones conductuales y sociales. Las personas afectadas suelen presentar cambios frecuentes de empleo, dificultades persistentes en sus relaciones de pareja y una conducta general errática. Este patrón se observa con particular frecuencia en pacientes con trastorno por estrés postraumático, quienes, en un intento de automedicación, recurren al uso de múltiples sustancias psicoactivas para manejar sus síntomas emocionales. Además, estudios por tomografía computarizada han evidenciado atrofia cerebral en consumidores crónicos de diversas sustancias, hallazgo que probablemente está relacionado con los síntomas neuropsiquiátricos y conductuales previamente descritos.
Desde la perspectiva clínica, el reconocimiento temprano de este síndrome de deterioro asociado al consumo de sustancias es fundamental. Permite establecer programas terapéuticos realistas y centrados principalmente en el manejo sintomático, ya que en muchos casos no es posible una reversión completa del daño neurológico subyacente. Este abordaje debe ser multidimensional y personalizado, considerando tanto los factores biológicos como psicosociales implicados.
El profesional de la salud enfrenta tres desafíos principales en el contexto de los trastornos por consumo de sustancias. En primer lugar, está la prescripción prudente de fármacos con potencial adictivo, como los sedantes, estimulantes o analgésicos opioides, especialmente en pacientes vulnerables. En segundo lugar, se encuentra el tratamiento de individuos que ya han hecho un uso indebido de sustancias, siendo el alcohol la más comúnmente implicada. Finalmente, se debe considerar la identificación del consumo ilícito de drogas en pacientes que se presentan con síntomas psiquiátricos, donde el origen tóxico puede estar enmascarado por cuadros clínicos complejos.
La detección del consumo de sustancias mediante análisis toxicológicos presenta diversas limitaciones. La utilidad del análisis de orina varía significativamente según el tipo de droga y las circunstancias clínicas. Además, existen resultados falsos positivos provocados por medicamentos legítimos —como la fenitoína que puede simular la presencia de barbitúricos, o la fenilpropanolamina que puede parecer anfetamina— y también por ciertos alimentos, como las semillas de amapola (en el caso de opioides) o el té de hojas de coca (en relación con la cocaína). También pueden ocurrir manipulaciones del examen, tanto in vivo (por ejemplo, mediante la ingesta de grandes volúmenes de líquidos para diluir la muestra) como in vitro (alteraciones de la muestra recolectada), por lo que es esencial verificar la gravedad específica de la orina como control de calidad.
Como alternativa o complemento, el análisis capilar ofrece ventajas importantes, ya que permite detectar patrones de consumo a lo largo del tiempo, incluyendo la secuencia en que las drogas han sido utilizadas. La sensibilidad y confiabilidad de este método se consideran adecuadas, y su implementación puede aportar información valiosa, especialmente en contextos forenses o en programas de seguimiento prolongado.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Ignaszewski MJ. The epidemiology of drug abuse. J Clin Pharmacol. 2021;61(Suppl 2):S10. [PMID: 34396554]