William T. G. Morton, un odontólogo de Boston, fue una figura clave en la historia de la anestesia y la cirugía sin dolor. Aunque inicialmente no fue el descubridor de la anestesia, comprendió de manera profunda el potencial práctico de la idea de Horace Wells y contribuyó decisivamente al desarrollo de la anestesia moderna. Cuando Wells intentó demostrar el uso del óxido nitroso para lograr anestesia durante una extracción dental en 1845, el experimento fracasó públicamente, dejando la idea de la anestesia inhalatoria desacreditada ante la comunidad médica. Sin embargo, Morton, que había sido testigo del intento fallido, reconoció que el concepto era viable y que el fracaso no era una señal del fracaso de la idea en sí, sino de la falta de experiencia y control en la aplicación del gas.
El potencial práctico de la anestesia inhalatoria no se perdió en Morton. Aunque el uso del óxido nitroso por parte de Wells parecía prometedor, Morton no estaba completamente convencido de la fiabilidad del gas como anestésico en procedimientos quirúrgicos más complejos. El óxido nitroso, a pesar de sus efectos analgésicos evidentes, no ofrecía un control total sobre la inconsciencia del paciente, lo que generaba dudas sobre su aplicación en cirugías mayores. A medida que se involucraba más en el estudio de la anestesia, Morton, en colaboración con su colega Charles T. Jackson, un médico que trabajaba en el campo de la química, comenzó a explorar otro compuesto que, según Jackson, podría ser más efectivo que el óxido nitroso para inducir un estado de inconsciencia profundo y controlado. Este compuesto era el éter sulfúrico.
Aprovechando el consejo de Jackson, Morton comenzó a estudiar las propiedades del éter y a investigar cómo podría ser utilizado para inducir anestesia. El éter, aunque ya se conocía en la medicina como un agente que causaba efectos sedantes, no se había explorado en profundidad como anestésico en cirugía. Morton, por lo tanto, se dedicó a perfeccionar su técnica de administración inhalatoria para controlar la cantidad de éter que se administraba al paciente y asegurar que este entrara en un estado de inconsciencia durante la intervención quirúrgica. Además de la administración del éter, también trabajó en otros aspectos técnicos, como el tiempo de exposición y el control del flujo de aire, para evitar efectos adversos como la asfixia o el despertar prematuro del paciente durante la cirugía.
En el otoño de 1846, después de meses de investigación y experimentación, Morton sintió que estaba listo para demostrar su descubrimiento al mundo médico. Con el apoyo de John Collins Warren, un renombrado cirujano de Harvard, Morton solicitó realizar una demostración pública en el Massachusetts General Hospital, uno de los hospitales más prestigiosos del país en ese momento. El 16 de octubre de 1846, el anfiteatro quirúrgico estaba lleno de médicos, estudiantes y público expectante, que aguardaba la demostración de lo que prometía ser un avance revolucionario en la medicina.
La atmósfera era tensa cuando Morton administró el éter al paciente, un hombre de 20 años, y esperó a que entrara en un estado de inconsciencia. En cuanto el paciente quedó dormido, Warren comenzó la intervención, realizando una incisión de 7,5 centímetros para extirpar un tumor del cuello del paciente. Durante los 25 minutos que duró la operación, los espectadores observaron con asombro cómo la cirugía se desarrollaba sin que el paciente experimentara dolor, a pesar de que no estaba bajo los efectos de un anestésico local ni de cualquier otra forma de control del dolor. El paciente permaneció completamente inmóvil y, lo más sorprendente, sin manifestar dolor ni molestias en ningún momento del procedimiento. Este evento marcó un hito histórico en la medicina, pues por primera vez se estaba llevando a cabo una operación quirúrgica sin causar sufrimiento al paciente.
Tras finalizar la operación, el cirujano John Collins Warren pronunció con lentitud las palabras que quedarían grabadas en la historia médica: «Caballeros, esto no es una patraña.» La cirugía había sido realizada de manera exitosa, sin que el paciente sintiera dolor alguno, lo que validaba el potencial de la anestesia inhalatoria con éter como un medio seguro y efectivo para realizar intervenciones quirúrgicas. A pesar de la incredulidad inicial, la noticia se difundió rápidamente. En cuestión de meses, el uso de éter sulfúrico como anestésico inhalatorio se extendió a hospitales de todo el mundo, marcando el comienzo de una nueva era en la historia de la cirugía y la medicina.
Este episodio histórico también subrayó la importancia de la colaboración interdisciplinaria. Morton, un odontólogo, no solo se dedicó a perfeccionar la técnica de administración del anestésico, sino que se benefició del trabajo de Jackson, un químico, para desarrollar un método más fiable de anestesia. Mientras que el trabajo de Wells contribuyó a iniciar la búsqueda de un anestésico efectivo, fue Morton quien perfeccionó la aplicación clínica de este concepto, desarrollando un sistema que permitía a los cirujanos realizar operaciones complejas sin causar dolor a sus pacientes.
El uso del éter no fue solo un avance técnico, sino también un cambio de paradigma en la forma en que se concebía la cirugía. Antes de este descubrimiento, las operaciones quirúrgicas eran vistas como procedimientos extremadamente arriesgados, no solo por los peligros inherentes a las intervenciones en sí, sino también por el sufrimiento indescriptible que provocaban. La capacidad de realizar una cirugía sin dolor abrió nuevas posibilidades para la cirugía moderna, permitiendo que los cirujanos pudieran realizar procedimientos más complejos y delicados sin que el miedo al dolor fuera una barrera para el paciente.
La demostración exitosa de Morton no solo consolidó su contribución al avance de la anestesia, sino que también marcó un cambio decisivo en la medicina de la época, iniciando la era de la cirugía sin dolor y transformando la práctica médica para siempre. A partir de ese momento, la anestesia inhalatoria se convirtió en un estándar en los hospitales de todo el mundo, y el éter, seguido por el cloroformo, fueron utilizados ampliamente en intervenciones quirúrgicas, lo que permitió a los cirujanos realizar operaciones más precisas y menos traumáticas para los pacientes.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Townsend, C. M., Beauchamp, R. D., Evers, B. M., & Mattox, K. L. (2022). Sabiston. Tratado de cirugía. Fundamentos biológicos de la práctica quirúrgica moderna (21.ª ed.). Elsevier España.
- Brunicardi F, & Andersen D.K., & Billiar T.R., & Dunn D.L., & Kao L.S., & Hunter J.G., & Matthews J.B., & Pollock R.E.(2020), Schwartz. Principios de Cirugía, (11e.). McGraw-Hill Education.
Originally posted on 2 de diciembre de 2024 @ 11:42 PM