El fantasma que curaba
En la penumbra de la noche, cuando el silencio se apoderaba del antiguo hospital, algo extraordinario comenzó a suceder. Los pacientes, con sus almas exhaustas y sus cuerpos quebrantados, podían sentir una presencia inusual en las frías y desoladas salas. Susurros de historias olvidadas, de curaciones milagrosas y de compasión infinita llenaban el aire.
Era el alma de un médico, el Dr. Alexander, cuya vida se había dedicado a cuidar de aquellos que sufrían. En vida, sus ojos brillaban con un amor inquebrantable por la medicina y por sus pacientes. Trabajaba incansablemente, brindando consuelo y esperanza incluso en los momentos más oscuros.
Tras su partida de este mundo, el espíritu del Dr. Alexander no encontró paz. En su alma, ardía la pasión por seguir ayudando a los desahuciados y enfermos. Y así, su presencia se manifestó como un fantasma benevolente en las noches silenciosas del hospital.
Aparecía como una figura etérea, con su bata blanca ondeando suavemente como un halo de luz en la oscuridad. Sus pasos eran silenciosos pero llenos de propósito. Se acercaba a las camas de los pacientes más necesitados, aquellos cuyas esperanzas se desvanecían.
Cuando su mano etérea tocaba la frente del enfermo, una sensación de paz y alivio se apoderaba de ellos. Susurros de ánimo y consuelo llenaban sus oídos. En un abrir y cerrar de ojos, sus dolores se calmaban, sus fiebres desaparecían y sus almas se elevaban.
Los pacientes comenzaron a compartir historias de sus encuentros con el fantasma del Dr. Alexander. Los enfermos más graves y desahuciados se convertían en milagros vivientes. Los médicos y el personal del hospital, al principio incrédulos, comenzaron a sentir la presencia sanadora que habitaba en las sombras.
El espíritu del Dr. Alexander se convirtió en una leyenda, una fuente de inspiración para todos los que cruzaban las puertas del hospital. Su amor incondicional por la medicina y su deseo de aliviar el sufrimiento humano trascendieron la muerte misma.
El antiguo hospital se transformó en un lugar de esperanza y curación, donde el alma generosa del médico seguía velando por los desahuciados. En cada rincón oscuro y en cada sala silenciosa, su presencia recordaba a todos que el amor y la compasión pueden trascender la vida y la muerte, y que el cuidado de los demás es un legado eterno que nunca se desvanece.
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