La larva migrans cutánea es una condición causada principalmente por las larvas de ciertos parásitos intestinales de perros y gatos, específicamente por los gusanos conocidos como Ancylostoma braziliense y Ancylostoma caninum. Estos helmintos, que usualmente infectan a los animales domésticos, pueden penetrar la piel humana accidentalmente, aunque no logran desarrollarse completamente dentro del cuerpo humano, ya que no es el huésped adecuado para completar su ciclo biológico. Como resultado, su presencia se limita a la piel, donde las larvas migran a lo largo de las capas superficiales, produciendo una lesión característica que se manifiesta como una erupción serpiginosa, debido a su desplazamiento bajo la epidermis.
Además de estos parásitos, otros gusanos similares que afectan a animales también pueden generar cuadros clínicos semejantes, aunque en menor frecuencia. Entre estos se incluyen algunas especies que causan enfermedades como la gnathostomiasis y la estrongiloidiasis, que también pueden provocar lesiones cutáneas migratorias en humanos.
Esta infección es especialmente prevalente en regiones de clima cálido y húmedo, como en el sureste de los Estados Unidos, zonas donde las condiciones ambientales favorecen la supervivencia y la proliferación de los parásitos en el suelo. Los niños son el grupo más afectado, posiblemente debido a una mayor exposición al suelo contaminado durante sus actividades recreativas.
Manifestaciones clínicas
Las lesiones cutáneas que caracterizan a esta afección comienzan como pápulas eritematosas que provocan una picazón intensa, y suelen localizarse con mayor frecuencia en las extremidades, especialmente en las manos o los pies. Estas pápulas iniciales evolucionan en pocos días, dando lugar a la formación de trayectos serpiginosos visibles en la piel. Estos surcos reflejan el recorrido subcutáneo del parásito a medida que se desplaza, pudiendo avanzar varios milímetros cada día. En muchos casos, pueden observarse múltiples trayectos simultáneamente, lo que indica la presencia de más de una larva migrando en la piel.
El proceso inflamatorio y migratorio puede prolongarse durante semanas, y las lesiones cutáneas suelen cambiar su aspecto con el tiempo. A medida que avanzan, pueden desarrollarse vesículas, que son pequeñas ampollas llenas de líquido, o presentar costras debido al rascado o a la acumulación de material. También es frecuente que las lesiones se infecten secundariamente por bacterias, lo que complica aún más el cuadro clínico.
Aunque la afectación se limita principalmente a la piel, es importante destacar que los síntomas sistémicos, como fiebre o malestar general, son poco comunes. De igual manera, la presencia de eosinofilia en sangre —un aumento en el número de eosinófilos, que son un tipo de glóbulo blanco asociado a reacciones alérgicas o parasitarias— no suele observarse en la mayoría de los pacientes.
El diagnóstico clínico se fundamenta en la observación cuidadosa de las lesiones típicas y la historia del paciente, ya que las características morfológicas y el patrón de migración del parásito son suficientemente sugestivos. Por esta razón, la realización de una biopsia cutánea no se considera necesaria en la mayoría de los casos, ya que la identificación histológica puede ser difícil y no aporta información adicional significativa para confirmar el diagnóstico.
Tratamiento
En ausencia de intervención terapéutica, las larvas responsables de la infección finalmente mueren de manera espontánea y son absorbidas por el organismo, lo que conduce a la resolución natural de las lesiones cutáneas. En los casos leves, donde las manifestaciones clínicas son limitadas y el malestar es mínimo, el tratamiento médico puede no ser necesario, ya que el curso de la enfermedad tiende a ser autolimitado.
Sin embargo, para acelerar la recuperación y aliviar los síntomas, existen opciones terapéuticas tanto tópicas como sistémicas. Una de las alternativas tópicas más utilizadas es la suspensión acuosa de tiabendazol al 10%, que debe aplicarse directamente sobre las áreas afectadas tres veces al día durante un período mínimo de cinco días. Este medicamento actúa interfiriendo con el metabolismo del parásito, facilitando su eliminación.
En casos más extensos o cuando se prefiere un abordaje sistémico, los tratamientos orales resultan eficaces. El albendazol, administrado en dosis de 400 miligramos una o dos veces al día durante un ciclo de tres a cinco días, ha demostrado ser útil para erradicar la infección. Asimismo, la ivermectina, administrada en una dosis única de 200 microgramos por kilogramo de peso corporal, representa otra opción terapéutica efectiva, facilitando la eliminación de las larvas migrantes y reduciendo la duración y la severidad de los síntomas.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.
- Kincaid L et al. Management of imported cutaneous larva migrans: a case series and mini-review. Travel Med Infect Dis. 2015;13:382. [PMID: 26243366]