La congelación es una lesión tisular que ocurre cuando los tejidos corporales se exponen a temperaturas extremadamente bajas, lo que provoca la formación de cristales de hielo dentro de las células y en el espacio extracelular. Esta cristalización interrumpe la estructura celular y daña la integridad de las membranas, causando daño directo a los tejidos. Sin embargo, la mayoría del daño tisular severo no se produce únicamente durante el proceso de congelación, sino que se agrava significativamente cuando la circulación sanguínea retorna al área afectada, un fenómeno conocido como reperfusión. Esta restauración del flujo sanguíneo puede desencadenar una serie de respuestas inflamatorias y oxidativas que intensifican la destrucción celular y prolongan el deterioro del tejido.
En los casos más leves, la congelación afecta principalmente las capas superficiales, como la piel y el tejido subcutáneo, manifestándose clínicamente con sensaciones de entumecimiento, hormigueo, picazón y palidez en la zona afectada. A medida que la lesión progresa y la severidad aumenta, estructuras más profundas, incluyendo músculos y nervios, se ven comprometidas. La piel adquiere un aspecto blanco o amarillento, pierde su elasticidad característica y se vuelve rígida, dificultando el movimiento. Además, pueden desarrollarse signos inflamatorios y vasculares como edema y la formación de ampollas con contenido hemorrágico. Si el daño continúa sin resolución, el tejido puede sufrir necrosis y avanzar hacia la gangrena, lo que representa una pérdida irreversible del tejido afectado. Entre los síntomas neurológicos se encuentran las parestesias, que son sensaciones anormales de adormecimiento o cosquilleo, y rigidez articular que limita la movilidad. En conjunto, estas manifestaciones reflejan un proceso patológico complejo en el que la congelación y la reperfusión contribuyen de manera crítica a la extensión y severidad de la lesión.
Tratamiento
Tratamiento inmediato de la congelación
El manejo inicial de una persona con congelación debe comenzar por una evaluación cuidadosa y un tratamiento adecuado de cualquier condición sistémica asociada, incluyendo la hipotermia generalizada, así como otras lesiones o enfermedades concurrentes. Es fundamental tratar al paciente de manera integral, pues la congelación puede estar acompañada de problemas que comprometan la salud general.
Uno de los aspectos esenciales en esta etapa es el control del dolor. Se recomienda administrar analgésicos sistémicos desde el principio, especialmente en los casos donde el tejido no esté congelado, para aliviar el malestar y facilitar la atención. Además, es importante mantener una hidratación adecuada, ya que esto ayuda a prevenir la hipovolemia (disminución del volumen sanguíneo), mejora la circulación y favorece la perfusión de los tejidos dañados, lo cual es crucial para la recuperación.
1. Recalentamiento
El paso fundamental en el tratamiento de la congelación es el recalentamiento del tejido afectado. Este debe realizarse de forma rápida, pero controlada, utilizando temperaturas apenas superiores a la temperatura corporal normal. Un recalentamiento eficaz puede reducir significativamente la necrosis tisular (muerte del tejido) y revertir la formación de cristales de hielo dentro de las células, lo que a su vez mejora el pronóstico.
Sin embargo, si existe la posibilidad de que la zona congelada se congele nuevamente, no debe intentarse descongelar, ya que esto puede agravar el daño. En cuanto a la movilización de la extremidad afectada, lo ideal es que no se utilice, pero si es necesario para el traslado del paciente, debe protegerse con acolchado y una férula para evitar daños adicionales.
El método preferido para el recalentamiento es la inmersión en un baño de agua tibia en movimiento, con una temperatura controlada entre 37 y 39 grados Celsius. Esta técnica debe mantenerse por aproximadamente treinta minutos, hasta que la zona recobre una textura suave y flexible al tacto. Esta temperatura se siente agradable al tacto y no produce quemaduras. En ausencia de agua tibia, se debe optar por el descongelamiento pasivo, permitiendo que la parte afectada se reaquezca en un ambiente cálido de manera natural. No se recomienda usar calor seco porque es difícil de controlar y puede ocasionar quemaduras accidentales.
Es importante señalar que durante el proceso de descongelación pueden aparecer molestias como dolor punzante o sensación de ardor, que son esperados. Una vez que el tejido ha sido completamente recalentado y ha vuelto a la temperatura normal, se debe retirar la fuente externa de calor para evitar daños secundarios. Durante esta etapa inicial, no se deben realizar ejercicios, fricciones ni masajes en la zona afectada, pues estas acciones pueden empeorar la lesión.
El paciente debe permanecer en reposo absoluto, con la extremidad afectada elevada y sin cubrir, manteniendo una temperatura ambiente adecuada. No deben aplicarse vendajes apretados, yesos o apósitos oclusivos que puedan comprometer la circulación. En cuanto a las ampollas, si bien deben mantenerse intactas para proteger la piel subyacente, deben ser vigiladas de cerca por si muestran signos de infección.
2. Medidas antiinfecciosas y cuidado de heridas
La congelación predispone a la piel y los tejidos a infecciones bacterianas, así como al riesgo de tétanos. Por ello, es fundamental revisar y actualizar el estado de vacunación antitetánica del paciente. Para reducir la posibilidad de infección, el cuidado de las heridas debe realizarse bajo condiciones de asepsia estricta.
El tratamiento tópico puede incluir la aplicación de cremas o geles que contengan aloe vera o pomadas antibióticas, siempre sobre el tejido que ya ha sido recalentado, antes de colocar los apósitos. Los vendajes deben ser estériles, no adherentes, y aplicados de forma holgada para evitar presionar los tejidos vulnerables. Además, es importante colocar almohadillas protectoras en todas las áreas donde pueda haber presión para prevenir lesiones adicionales.
Finalmente, el uso de antibióticos sistémicos no debe hacerse de forma empírica, es decir, sin evidencia clara de infección, para evitar el uso innecesario y prevenir resistencias bacterianas.
Opciones de tratamiento médico y quirúrgico
En situaciones donde el acceso a especialistas es limitado, especialmente en áreas remotas, la telemedicina puede jugar un papel crucial. A través de esta tecnología, expertos pueden ofrecer orientación temprana y precisa sobre el manejo inicial de pacientes con congelación, lo que contribuye a mejorar los resultados y reducir complicaciones.
Durante el proceso de recuperación, se recomienda el uso de antiinflamatorios no esteroideos (AINE) —siempre que no existan contraindicaciones para su uso— para aliviar el dolor y la inflamación. Estos medicamentos deben mantenerse hasta que las heridas por congelación hayan sanado o hasta que se realice algún procedimiento quirúrgico, si es necesario.
Un aspecto fundamental que los profesionales deben vigilar es la aparición de un síndrome compartimental. Este es un cuadro grave que ocurre cuando la presión dentro de un compartimento muscular aumenta de tal manera que compromete la circulación sanguínea y la función nerviosa, poniendo en riesgo la viabilidad del tejido. En estos casos, puede ser necesaria una fasciotomía, que es una intervención quirúrgica destinada a aliviar la presión.
Cuando se forma una escara, que es una capa de tejido muerto que se seca y endurece sobre la piel lesionada, y no hay signos de infección, el tratamiento puede ser conservador. En estos casos, la escara actúa como una especie de apósito biológico natural que protege la piel subyacente, la cual puede curar de manera espontánea sin intervención quirúrgica inmediata.
Por otro lado, el desarrollo de terapias avanzadas ha contribuido significativamente a reducir la tasa de amputaciones. La administración intravenosa de prostaglandinas sintéticas y activadores tisulares del plasminógeno, así como la aplicación intraarterial de agentes trombolíticos dentro de las primeras veinticuatro horas posteriores a la exposición al frío, han demostrado mejorar la recuperación del tejido afectado. Es importante resaltar que la eficacia de estos tratamientos para salvar tejidos disminuye con cada hora de retraso entre el recalentamiento inicial y la administración de la terapia trombolítica, por lo que la rapidez en la atención es crucial.
Cuidados de seguimiento
La educación del paciente es fundamental para garantizar una adecuada recuperación y prevenir futuros episodios de hipotermia o lesiones por frío. Se debe instruir al paciente sobre cómo cuidar la zona afectada de manera continua, incluyendo la protección adecuada de la piel y la identificación temprana de posibles complicaciones.
Asimismo, es recomendable iniciar una terapia física suave y progresiva que ayude a estimular la circulación en la extremidad afectada. Esta rehabilitación debe adaptarse a la tolerancia del paciente, promoviendo la movilidad y la recuperación funcional sin causar daño adicional.
Pronóstico
La recuperación tras una lesión por congelación está determinada por múltiples factores que influyen en la capacidad del tejido afectado para regenerarse y en la calidad de la función que puede restaurarse. En primer lugar, las enfermedades concomitantes que presenta el paciente juegan un papel crucial; condiciones como la diabetes, la insuficiencia vascular periférica o trastornos del sistema inmunológico pueden ralentizar la cicatrización y aumentar la vulnerabilidad del tejido.
Además, la gravedad y extensión del daño inicial en los tejidos condicionan directamente el pronóstico. Cuando la lesión afecta áreas amplias o compromete estructuras profundas, la regeneración se vuelve más compleja y prolongada. El daño adicional ocasionado durante la reperfusión, es decir, cuando la sangre retorna a los tejidos que han estado congelados, puede exacerbar la lesión original a través de mecanismos inflamatorios y oxidativos, generando un daño tisular más extenso.
A largo plazo, los pacientes pueden experimentar secuelas que afectan la funcionalidad y la calidad de vida. La extremidad afectada suele volverse más sensible a estímulos adversos, especialmente a la exposición repetida al frío, lo que puede desencadenar dolor o malestar incluso con temperaturas moderadamente bajas. Entre las complicaciones neuropáticas más frecuentes se encuentran el dolor crónico, sensaciones anómalas como el entumecimiento y el hormigueo, una sudoración excesiva localizada, y una marcada intolerancia al frío, que puede limitar significativamente las actividades diarias.
Las alteraciones en la conducción nerviosa son comunes tras la congelación y pueden persistir durante años, reflejando un daño nervioso que compromete la transmisión de los impulsos eléctricos y la función sensorial. Esta disfunción nerviosa puede contribuir a la aparición de síntomas neurológicos prolongados y requiere una evaluación y manejo específico para minimizar su impacto en el bienestar del paciente.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Persitz J et al. Frostbite of the extremities—recognition, evaluation and treatment. Injury. 2022:53:3088. [PMID: 35914986]
- Rogers C et al. The effects of rapid rewarming on tissue salvage in severe frostbite injury. J Burn Care Res. 2022;43:906. [PMID: 34791315]
- Sheridan RL et al. Diagnosis and treatment of frostbite. N Engl J Med. 2022;386:2213. [PMID: 35675178]