La menopausia es un fenómeno biológico que marca el fin de la capacidad reproductiva de una mujer, definido específicamente por la ausencia de menstruación durante un periodo continuo de doce meses. Este evento suele ocurrir entre los 45 y los 55 años de edad y es producto de una disminución natural en la producción de hormonas, especialmente estrógenos y progesterona, por parte de los ovarios. Durante las etapas previas a la menopausia, conocidas como perimenopausia, las mujeres experimentan una variedad de cambios hormonales que incluyen ciclos menstruales irregulares, variabilidad en el flujo menstrual y síntomas asociados como sofocos y sudores nocturnos.
El cese de la menstruación, es decir, la ausencia de sangrado menstrual durante al menos un año, se considera el criterio diagnóstico principal para la menopausia, ya que refleja un agotamiento o disfunción de la reserva ovárica, lo que interrumpe la ovulación y altera el equilibrio hormonal necesario para mantener el ciclo menstrual regular. Este fenómeno se ve acompañado de otros cambios fisiológicos, como una disminución en la producción de estrógenos, lo que a su vez impacta en la salud del aparato reproductor y otros sistemas orgánicos.
Sin embargo, el hecho de que una mujer haya alcanzado la menopausia no significa que el cese del sangrado menstrual implique necesariamente una ausencia total de posibles alteraciones ginecológicas. De hecho, el sangrado postmenopáusico es un síntoma clínico que requiere una evaluación detallada, ya que puede tener diversas causas, algunas benignas y otras más graves. Las causas más comunes de sangrado postmenopáusico incluyen:
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Atrofia endometrial: A medida que los niveles de estrógeno disminuyen después de la menopausia, el endometrio, que es el revestimiento interno del útero, se vuelve más delgado y menos vascularizado. Esta atrofia del endometrio puede dar lugar a un leve sangrado, a menudo asociado con irritación o trauma. El sangrado en este contexto suele ser leve, pero es fundamental diferenciarlo de otras causas más graves.
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Proliferación o hiperplasia endometrial: En algunos casos, un desequilibrio hormonal, especialmente un exceso relativo de estrógenos sin la contraparte de la progesterona (como ocurre con la administración de estrógenos sin progestina), puede estimular el endometrio a engrosarse más de lo habitual. Este crecimiento anómalo del endometrio, denominado hiperplasia endometrial, puede ser una causa importante de sangrado postmenopáusico. En algunos casos, la hiperplasia puede evolucionar hacia cáncer endometrial si no se trata adecuadamente.
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Cáncer endometrial o cervical: El cáncer que afecta al revestimiento interno del útero (cáncer endometrial) o al cuello uterino (cáncer cervical) puede manifestarse mediante sangrado postmenopáusico. El sangrado en estos casos es a menudo uno de los primeros síntomas clínicos, y requiere una evaluación exhaustiva mediante procedimientos como la biopsia endometrial o colposcopias.
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Administración de estrógenos sin o con progestina añadida: Muchas mujeres postmenopáusicas son tratadas con terapia hormonal sustitutiva (THS) para aliviar los síntomas menopáusicos. Si esta terapia implica el uso de estrógenos sin la adición de progestina, el riesgo de hiperplasia endometrial y sangrado irregular aumenta. El estrógeno puede estimular el endometrio, mientras que la progestina ayuda a contrarrestar este efecto al provocar una descamación regular del endometrio. Sin una terapia adecuada, los niveles elevados de estrógeno pueden inducir sangrados inesperados.
Otras causas menos frecuentes pero igualmente importantes de sangrado postmenopáusico incluyen:
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Vaginitis atrófica: La disminución de los niveles de estrógeno también afecta los tejidos vaginales, que se vuelven más delgados y menos lubricados, una condición conocida como vaginitis atrófica. Esto puede resultar en un sangrado leve debido a la fragilidad de los vasos sanguíneos en la mucosa vaginal.
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Trauma: En mujeres postmenopáusicas, los tejidos vaginales y cervicales son más susceptibles a lesiones por contacto sexual o manipulación ginecológica, lo que puede ocasionar sangrados.
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Pólipos endometriales: Los pólipos, que son crecimientos anormales de tejido dentro del útero, pueden causar sangrado irregular, tanto en mujeres pre como postmenopáusicas. A menudo son benignos, pero algunos pueden estar asociados con un riesgo elevado de cáncer endometrial.
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Abrasión del cérvix asociada con prolapso uterino: El prolapso uterino, que ocurre cuando el útero desciende hacia la vagina debido a la debilidad de los músculos pélvicos, puede provocar abrasiones o laceraciones en el cérvix durante la actividad sexual o un examen ginecológico, lo que resulta en sangrados.
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Discrasias sanguíneas: Trastornos de la coagulación, como la trombocitopatía o la hemofilia, pueden predisponer a las mujeres postmenopáusicas a episodios de sangrado anormal debido a una alteración en la capacidad de la sangre para coagularse adecuadamente.
Diagnóstico
El diagnóstico del sangrado postmenopáusico requiere una evaluación exhaustiva que abarque tanto el examen físico como diversas pruebas de imagen y técnicas diagnósticas específicas para determinar la causa subyacente del sangrado. Dado que este síntoma puede ser producto de una amplia variedad de patologías, desde causas benignas hasta condiciones malignas, se debe realizar una inspección minuciosa de las áreas potencialmente afectadas y proceder con estudios adicionales según los hallazgos iniciales.
El primer paso en el diagnóstico es realizar una inspección visual de la vulva y la vagina, buscando posibles lesiones o signos de sangrado, úlceras o neoplasias, que podrían ser indicativos de trastornos locales como la vaginitis atrófica, pólipos, lesiones cervicales, o incluso tumores en estas áreas. La visualización detallada es esencial para identificar cualquier anomalía que pueda requerir una evaluación más profunda, ya que algunos tipos de cáncer o infecciones locales pueden manifestarse inicialmente con estos síntomas.
Si se encuentra alguna anomalía en la vulva o la vagina, o si se sospecha de una posible afectación cervical, se debe proceder a la obtención de una citología cervical. Esta prueba, comúnmente conocida como «prueba de Papanicolaou», permite detectar anomalías en las células del cuello uterino que podrían estar relacionadas con infecciones o incluso con el cáncer cervical. La citología cervical es un componente fundamental para la detección precoz de lesiones precoces que podrían evolucionar hacia un cáncer cervical si no se detectan a tiempo.
En paralelo, se debe realizar una sonografía transvaginal, que es una técnica de imagen no invasiva utilizada para evaluar el útero y los ovarios. Este examen permite medir el grosor del endometrio, lo que es crucial para evaluar el riesgo de condiciones como la hiperplasia endometrial o el cáncer endometrial. El grosor del endometrio puede ofrecer una pista importante sobre la presencia de proliferación celular anómala. De acuerdo con las pautas clínicas, una medición de la franja endometrial de 4 mm o menos indica una probabilidad baja de que exista hiperplasia o cáncer endometrial, lo cual puede permitir un manejo conservador o el seguimiento sin necesidad de intervenciones invasivas inmediatas.
Sin embargo, si el grosor endometrial excede los 4 mm o si persiste el sangrado postmenopáusico a pesar de la ecografía normal, se hace necesario realizar un muestreo endometrial. Este procedimiento implica la obtención de una muestra de tejido del endometrio, que se envía a laboratorio para su análisis histológico y determinar si existen signos de hiperplasia o malignidad. El muestreo endometrial es fundamental para evaluar la presencia de alteraciones celulares y ayudar a establecer un diagnóstico definitivo.
En casos donde se observe un engrosamiento focal del endometrio en la ecografía, o si el sangrado persiste a pesar de los resultados negativos en la biopsia endometrial, se debe considerar un muestreo guiado por histeroscopia. La histeroscopia es un procedimiento en el cual se introduce un dispositivo delgado y flexible con una cámara (histeroscopio) a través de la vagina y el cuello uterino para visualizar directamente la cavidad endometrial. Esta técnica permite obtener muestras de áreas específicas del endometrio que podrían no haber sido adecuadamente representadas en un muestreo aleatorio. Al ser un enfoque dirigido y visualmente guiado, la histeroscopia aumenta la precisión en la localización de lesiones focales, lo que mejora la capacidad diagnóstica en casos complejos o difíciles de interpretar.
Tratamiento
El tratamiento del sangrado postmenopáusico debe adaptarse a la etiología subyacente del síntoma, ya que este puede ser indicativo de una serie de condiciones ginecológicas, algunas benignas y otras más graves. La identificación precisa de la causa que origina el sangrado es crucial para determinar la estrategia terapéutica más adecuada y evitar intervenciones innecesarias.
La atrofia endometrial es una de las causas más frecuentes de sangrado postmenopáusico. Después de la menopausia, la disminución de los niveles de estrógeno provoca un adelgazamiento y una menor vascularización del endometrio, lo que puede resultar en sangrados ligeros o manchado. Dado que la atrofia endometrial es una condición benigna y no implica un riesgo elevado de malignidad, el tratamiento en estos casos se enfoca principalmente en proporcionar alivio y tranquilidad a la paciente. En general, no es necesario un tratamiento agresivo si el sangrado es leve, ya que este tipo de sangrado se resolverá de forma natural a medida que la atrofia progresiva continúe su curso. Sin embargo, en algunos casos, se pueden considerar tratamientos hormonales locales para mejorar la salud de los tejidos vaginales y endometriales, como la administración de estrógenos de manera tópica, especialmente en aquellas pacientes con síntomas de sequedad vaginal y molestias relacionadas.
La hiperplasia endometrial sin atipia es una condición en la cual el endometrio se engrosa debido a una proliferación excesiva de las células endometriales, pero sin cambios celulares anormales o malignos. Esta patología se asocia comúnmente con un desequilibrio hormonal, en el cual los niveles elevados de estrógeno, sin la acción contrapuesta de la progesterona, favorecen el crecimiento celular anómalo. Aunque la hiperplasia endometrial sin atipia no tiene un alto riesgo de evolucionar a cáncer, sigue siendo una condición que debe tratarse para evitar complicaciones a largo plazo.
En estos casos, el tratamiento más adecuado es la administración de terapia de progestina. La progestina actúa como un antagonista de los efectos proliferativos del estrógeno sobre el endometrio, promoviendo la diferenciación y la descamación de las células endometriales. Esto ayuda a reducir el grosor del endometrio y a prevenir el desarrollo de formas más graves de hiperplasia. La terapia con progestina puede administrarse de manera oral, intrauterina o mediante otros métodos, dependiendo de la preferencia de la paciente y la evaluación clínica del médico. Este tratamiento tiene como objetivo restaurar el equilibrio hormonal y evitar la progresión de la hiperplasia a una forma más avanzada.
Cuando la hiperplasia endometrial presenta atipia, significa que las células del endometrio muestran características anormales que podrían sugerir un mayor riesgo de malignidad. Si la hiperplasia con atipia no se trata adecuadamente, existe un riesgo elevado de que se desarrolle cáncer endometrial, un tipo de cáncer ginecológico relativamente común. Los síntomas de este tipo de hiperplasia incluyen sangrado abundante o irregular, y su diagnóstico generalmente se confirma mediante biopsia endometrial.
El tratamiento para la hiperplasia endometrial con atipia o el cáncer endometrial es mucho más agresivo y debe ser personalizado según el estadio y la extensión de la enfermedad. En la mayoría de los casos, la opción terapéutica más apropiada es la histerectomía, que consiste en la extirpación quirúrgica del útero. En aquellos casos donde se detecta una invasión tumoral o cuando la paciente tiene un riesgo alto de desarrollar metástasis, la histerectomía puede ir acompañada de procedimientos adicionales, como la extirpación de los ovarios (salpingooforectomía) y/o el examen de los ganglios linfáticos pélvicos para determinar si la enfermedad se ha diseminado. La histerectomía no solo elimina el foco primario del cáncer, sino que también reduce el riesgo de recurrencia en el futuro.
En situaciones en las que el cáncer endometrial se detecta en una etapa temprana y la paciente desea preservar su fertilidad, puede considerarse la administración de tratamiento hormonal (progestinas) en lugar de la cirugía, pero esto depende de varios factores, como la edad de la paciente, el grado de malignidad y el deseo de mantener la capacidad reproductiva. Sin embargo, la cirugía sigue siendo la intervención estándar para la mayoría de los casos de cáncer endometrial.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Carugno J. Clinical management of vaginal bleeding in postmenopausal women. Climacteric. 2020;23:343. [PMID: 32233689]
- Saccardi C et al. Endometrial cancer risk prediction according to indication of diagnostic hysteroscopy in post-menopausal women. Diagnostics (Basel). 2020;10:257. [PMID: 32349386]