El término «espasticidad» se emplea con frecuencia en la literatura médica y clínica para describir un fenómeno relacionado con los trastornos de las neuronas motoras superiores. Sin embargo, a pesar de su uso extendido, este término no se refiere únicamente a un déficit o disfunción de estas neuronas, sino que abarca una característica específica del movimiento. En términos científicos, la espasticidad se define como un aumento dependiente de la velocidad en la resistencia al movimiento pasivo, es decir, la dificultad para mover una parte del cuerpo cuando la fuerza externa aplicada al músculo o a un grupo muscular aumenta rápidamente. Este aumento de la resistencia es, en la práctica clínica, mucho más evidente en ciertos músculos y en determinadas posiciones articulares, y se presenta con un patrón que no sigue una distribución uniforme a lo largo del rango de movimiento de una articulación específica.
Este fenómeno se asocia comúnmente con lesiones de las neuronas motoras superiores, que son aquellas que están localizadas en el cerebro o la médula espinal y cuya función es enviar señales a las neuronas motoras inferiores, las cuales, a su vez, controlan la contracción muscular. La espasticidad se observa más a menudo como un síntoma de diversas condiciones patológicas que afectan estas neuronas, tales como el accidente cerebrovascular, lesiones cerebrales o espinales, encefalopatía perinatal estática y la esclerosis múltiple. Estas enfermedades generan alteraciones en las vías neurológicas que conducen el movimiento, provocando respuestas anormales como la espasticidad.
Es importante destacar que la espasticidad no se limita solo a un aumento de la resistencia pasiva al movimiento. A menudo se presenta junto con otras características del déficit piramidal, que es el conjunto de síntomas derivados de la afectación de las vías motoras corticoespinales. Además de la rigidez en el movimiento, la espasticidad se puede asociar con alteraciones en el tono muscular, reflejos patológicos, y pérdida de la coordinación motora. Estos síntomas pueden variar en su intensidad y distribución, dependiendo de la localización y extensión de la lesión en el sistema nervioso central.
La espasticidad no es un fenómeno estático; su intensidad puede fluctuar, y puede verse exacerbada por diversos factores, como infecciones urinarias, lesiones por presión, otras infecciones, o estímulos nociceptivos (relacionados con el dolor). Estos factores pueden aumentar la tensión muscular y agravar el malestar del paciente, complicando la rehabilitación y el manejo clínico.
El tratamiento de la espasticidad, y su manejo dentro del contexto de la rehabilitación, es un desafío para los profesionales de la salud. La fisioterapia juega un papel fundamental en este proceso, siendo una herramienta clave para la mejora de la función motora y la calidad de vida de los pacientes afectados. Un programa adecuado de estiramiento muscular y movilización pasiva es crucial para prevenir las contracturas articulares y musculares, que son una de las complicaciones más comunes y debilitantes asociadas con la espasticidad prolongada. A través de estas intervenciones, también se puede intentar modular la espasticidad, es decir, reducir la resistencia al movimiento, promoviendo un rango de movimiento más funcional y reduciendo las limitaciones en las actividades diarias del paciente.
El manejo farmacológico de la espasticidad es un componente fundamental en el tratamiento de pacientes que sufren trastornos del sistema nervioso central, particularmente aquellos con lesiones de las neuronas motoras superiores. No obstante, este tratamiento debe ser manejado con cautela, ya que, aunque los fármacos pueden ofrecer un alivio considerable de la espasticidad, en ciertos casos pueden incrementar la discapacidad funcional si no se administran con precisión. Esto es especialmente relevante cuando el aumento del tono muscular extensor proporciona un soporte adicional a los pacientes con debilidad en las extremidades inferiores. En estos pacientes, el tono muscular excesivo en los músculos extensores de las piernas puede actuar como un medio para compensar la debilidad muscular subyacente, ayudando en la postura y el apoyo al caminar. En tales situaciones, la reducción de este tono extensor a través de fármacos podría, paradójicamente, aumentar la debilidad funcional al eliminar un mecanismo compensatorio necesario para la deambulación.
Los medicamentos utilizados para tratar la espasticidad se dividen en varias categorías, dependiendo de su mecanismo de acción y los efectos que producen sobre el tono muscular. El baclofeno, por ejemplo, es uno de los fármacos más comúnmente prescritos en este contexto. Se administra generalmente en dosis que van desde 5 hasta 10 mg dos veces al día por vía oral, pudiendo aumentarse progresivamente hasta 80 mg al día, según la respuesta del paciente. Este fármaco actúa como un agonista del receptor GABA-B, modulando la actividad de las neuronas motoras y reduciendo la excitabilidad de las vías nerviosas que contribuyen a la espasticidad. A pesar de su eficacia, el baclofeno debe ser administrado cuidadosamente para evitar efectos secundarios como sedación o debilidad muscular excesiva.
Otro medicamento frecuente en el tratamiento de la espasticidad es la tizanidina, un alfa-2 agonista que actúa a nivel central. Se administra en dosis que oscilan entre 2 y 8 mg tres veces al día por vía oral. La tizanidina ayuda a reducir la liberación de neurotransmisores excitatorios en el sistema nervioso central, contribuyendo así a la disminución del tono muscular. Sin embargo, al igual que el baclofeno, su uso puede estar asociado con somnolencia, hipotensión y debilidad muscular, lo que requiere una monitorización estrecha durante su administración.
El diazepam, un medicamento perteneciente a la clase de las benzodiacepinas, también se utiliza para controlar la espasticidad. Se administra en dosis de 2 a 10 mg tres veces al día por vía oral, y actúa potenciando la acción del neurotransmisor inhibidor ácido gamma-aminobutírico (GABA), lo que resulta en un efecto relajante muscular. No obstante, el uso prolongado de diazepam puede conllevar riesgos de dependencia, por lo que generalmente se reserva para casos específicos o de corta duración.
El dantroleno es otro fármaco utilizado en el tratamiento de la espasticidad. Este fármaco actúa directamente sobre el músculo esquelético, interfiriendo en la liberación de calcio en las fibras musculares, lo que disminuye la contracción muscular. Se administra inicialmente en una dosis de 25 mg por vía oral, ajustándose cada tres días hasta alcanzar una dosis máxima de 100 mg cuatro veces al día, según la tolerancia del paciente. Sin embargo, el dantroleno debe evitarse en pacientes con función respiratoria comprometida o con enfermedad miocárdica grave, ya que puede inducir efectos adversos severos, como disfunción cardíaca o respiratoria.
Adicionalmente, los cannabinoides, específicamente la combinación de tetrahidrocannabinol (THC) y cannabidiol (CBD), han demostrado ser eficaces para reducir la espasticidad en algunos pacientes. Estos compuestos actúan sobre los receptores cannabinoides del sistema nervioso central, modulando la liberación de neurotransmisores y reduciendo la excitabilidad de las vías motoras. Sin embargo, su uso está asociado con efectos secundarios como mareos, somnolencia y fatiga, lo que puede afectar la calidad de vida de los pacientes y limitar su aplicabilidad en contextos donde se requiere una alta funcionalidad.
En situaciones donde los tratamientos farmacológicos no son suficientes para controlar la espasticidad, las intervenciones locales, como las inyecciones intramusculares de toxina botulínica, pueden ser útiles. La toxina botulínica actúa bloqueando la liberación de acetilcolina en las terminaciones nerviosas, lo que provoca una relajación muscular localizada y una disminución temporal de la espasticidad en los músculos afectados. Esta opción es especialmente valiosa para tratar músculos específicos que son responsables de la espasticidad localizada.
En casos de espasticidad grave que no responden a las opciones de tratamiento anteriores, la inyección intratecal de fenol o alcohol puede ser considerada. Estos agentes deshidratan las fibras nerviosas, produciendo un bloqueo neural selectivo que alivia la espasticidad, pero se asocia con riesgos de efectos adversos, como infecciones o lesiones nerviosas. Por otro lado, las opciones quirúrgicas, como la implantación de una bomba intratecal de baclofeno, pueden ser recomendadas en pacientes que no han respondido a los tratamientos convencionales. Este dispositivo libera baclofeno de forma continua directamente en el espacio intratecal, proporcionando un control más preciso y duradero de la espasticidad.
En casos de contracturas musculares severas y permanentes, la liberación quirúrgica de tendones afectados a través de una cirugía ortopédica puede ser necesaria para restaurar la funcionalidad y reducir la deformidad. Otras intervenciones quirúrgicas incluyen la rizotomía o la neurectomía, que consisten en la extirpación de segmentos nerviosos específicos para aliviar la espasticidad.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.