Los trastornos de síntomas somáticos, según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, quinta edición (DSM-5), comprenden una serie de afecciones en las que los síntomas físicos no pueden ser plenamente explicados por una enfermedad médica general, por los efectos directos de una sustancia ni por otro trastorno mental. Dentro de esta categoría se incluyen el trastorno de conversión, la hipocondría, el trastorno de somatización y el trastorno de dolor con origen en factores psicológicos. Una de las características centrales de estos trastornos es que pueden afectar cualquier sistema u órgano del cuerpo, lo cual se debe a una combinación compleja de factores biológicos, psicológicos y sociales.
La razón por la cual cualquier sistema orgánico puede verse comprometido en estos trastornos radica en la interacción entre la vulnerabilidad biológica individual —que puede incluir una predisposición genética o una sensibilidad aumentada en ciertos sistemas corporales— y factores psicosociales, como el aprendizaje temprano de patrones de enfermedad en el entorno familiar. La exposición a familiares que presentan conductas de somatización puede influir en la forma en que un individuo percibe, interpreta y comunica sus síntomas físicos, llevando a la manifestación de síntomas en el sistema u órgano al que está más predispuesto. Esta tendencia no se relaciona directamente con una patología médica estructural, sino con mecanismos funcionales mediados por el sistema nervioso central y autónomo, en los que el cuerpo expresa el sufrimiento psicológico a través de síntomas físicos.
Es importante destacar que la tradicional dicotomía entre trastornos “funcionales” y “orgánicos” representa un obstáculo significativo para el tratamiento adecuado. Esta división puede llevar a que los pacientes con síntomas funcionales sean malinterpretados, subestimados o incluso rechazados por los sistemas de salud, cuando en realidad presentan condiciones reales que requieren atención integral. En lugar de separar lo “psicológico” de lo “físico”, se debe adoptar un enfoque biopsicosocial que reconozca la influencia de los factores mentales sobre los síntomas corporales.
Diversas investigaciones clínicas demuestran la prevalencia de trastornos psiquiátricos entre pacientes que consultan por síntomas somáticos. Por ejemplo, se ha encontrado que aproximadamente el 45% de los pacientes que informan palpitaciones presentan diagnósticos psiquiátricos a lo largo de su vida, entre ellos trastorno de ansiedad generalizada, depresión mayor, trastorno de pánico y trastornos de síntomas somáticos. Asimismo, entre el 33% y el 44% de los pacientes que se someten a una angiografía coronaria debido a dolor torácico, y cuyos resultados son negativos en términos de enfermedad cardíaca, han sido diagnosticados con trastorno de pánico. Esto indica que una proporción considerable de síntomas físicos, incluso aquellos que motivan procedimientos médicos invasivos, pueden tener una base psiquiátrica.
Por último, en toda evaluación de un paciente que presenta síntomas compatibles con un trastorno de síntomas somáticos, el diagnóstico diferencial debe incluir la depresión. Este trastorno suele coexistir con la somatización y puede exacerbar la percepción y expresión de los síntomas físicos. Ignorar la posible presencia de depresión en este contexto puede conducir a un abordaje clínico incompleto, impidiendo una intervención terapéutica eficaz y contribuyendo a la cronicidad de la sintomatología.
Manifestaciones clínicas
A. Trastorno Neurológico Funcional / Trastorno de Conversión
El trastorno neurológico funcional, anteriormente conocido como trastorno de conversión, se caracteriza por la transformación de conflictos psíquicos en síntomas neurológicos físicos que afectan áreas del cuerpo inervadas por el sistema sensoriomotor, tales como parálisis o afonía. Esta condición puede coexistir con otros trastornos psiquiátricos, en particular el trastorno de pánico o la depresión mayor.
Las dos manifestaciones más comunes del trastorno neurológico funcional son los síntomas motores (frecuentemente debilidad muscular) y los síntomas tipo crisis epiléptica. En este contexto, la manifestación somática que reemplaza a la ansiedad suele ser la parálisis. En algunos casos, la disfunción motora puede tener un significado simbólico, como en el caso de una parálisis del brazo asociada a una intensa ira, en la que el paciente “no puede usar el brazo para agredir”.
Las crisis psicógenas no epilépticas representan una forma particular de presentación y pueden ser difíciles de diferenciar de estados de intoxicación o ataques de pánico. Además, pueden presentarse en pacientes que también sufren crisis epilépticas genuinas, lo que complica aún más el diagnóstico.
Ciertos signos clínicos pueden sugerir una crisis no epiléptica, tales como:
-
Ausencia de confusión postictal
-
Ojos cerrados durante la crisis
-
Llanto durante el episodio (ictal)
-
Curso fluctuante del episodio
Algunos movimientos, como la asincronía motora o los empujes pélvicos, pueden observarse tanto en las crisis no epilépticas como en las crisis originadas en el lóbulo frontal, lo cual subraya la importancia de una evaluación clínica minuciosa.
El fenómeno conocido como la belle indifférence, es decir, una aparente falta de preocupación por los síntomas neurológicos, ha sido considerado erróneamente como un criterio diagnóstico distintivo del trastorno de conversión. Sin embargo, se ha comprobado que incluso personas con enfermedades médicas genuinas pueden presentar altos niveles de negación o despreocupación aparente, lo que limita el valor diagnóstico de este signo.
Es esencial descartar trastornos neurológicos orgánicos con presentaciones atípicas, como esclerosis múltiple o lupus eritematoso sistémico, que pueden simular cuadros funcionales y cuyo tratamiento difiere sustancialmente.
Trastorno de síntomas somáticos
El trastorno de síntomas somáticos se define por la presencia de uno o más síntomas físicos que generan un malestar significativo o una alteración importante en el funcionamiento del individuo. A diferencia de otras condiciones médicas, la intensidad del sufrimiento o la incapacidad provocada por los síntomas no se correlaciona necesariamente con la gravedad médica objetiva del problema. Lo que caracteriza a este trastorno no es solo la presencia de síntomas somáticos, sino especialmente la respuesta psicológica del paciente frente a ellos.
Los individuos que padecen este trastorno manifiestan una preocupación persistente y desproporcionada por la naturaleza o gravedad de sus síntomas físicos. Esta preocupación se acompaña, de forma característica, de un elevado nivel de ansiedad relacionada con la salud, así como de una inversión excesiva de tiempo, energía y atención en los síntomas o en su posible causa. Como consecuencia, estos pacientes suelen tener una atención crónicamente enfocada en el funcionamiento corporal, lo que interfiere en sus actividades cotidianas y relaciones interpersonales.
Desde un punto de vista psicopatológico, es común encontrar cuadros comórbidos como trastornos de pánico, trastorno de ansiedad generalizada y episodios depresivos mayores. De hecho, la depresión mayor debe considerarse siempre dentro del diagnóstico diferencial, ya que frecuentemente se presenta enmascarada detrás de las quejas somáticas. La investigación clínica ha demostrado que existe una relación significativa —en aproximadamente el 20% de los casos— con antecedentes personales de pánico, agorafobia o depresión a lo largo de la vida.
El inicio del trastorno de síntomas somáticos suele ocurrir antes de los 30 años de edad, y su prevalencia muestra una marcada predilección por el sexo femenino, siendo hasta diez veces más común en mujeres que en hombres. Esta diferencia puede estar mediada por múltiples factores, incluidos aspectos hormonales, sociales, culturales y de aprendizaje.
A medida que el trastorno progresa, es frecuente que la búsqueda de atención médica y de intervenciones quirúrgicas o farmacológicas se convierta en un elemento central del estilo de vida del paciente. Esta preocupación constante por el cuerpo y la salud puede desplazar otras áreas importantes de la vida, como el trabajo, el ocio o las relaciones personales. Los pacientes tienden a acudir repetidamente a consultas médicas, especialmente a atención primaria, y aunque inicialmente pueden experimentar alivio ante los resultados negativos de pruebas diagnósticas o las explicaciones tranquilizadoras de los profesionales, dicho alivio suele ser breve. En muchos casos, la respuesta del médico es percibida como insuficiente o incluso como desestimación de su sufrimiento, lo que puede reforzar la búsqueda persistente de ayuda médica.
No obstante, es fundamental enfatizar que toda queja somática debe ser evaluada con rigor desde el punto de vista médico antes de considerar un origen psicógeno. El diagnóstico de trastorno de síntomas somáticos requiere una evaluación exhaustiva que descarte enfermedades orgánicas subyacentes y que reconozca la complejidad del sufrimiento del paciente, el cual es real, aunque no siempre esté asociado a una patología física demostrable. Un abordaje clínico empático, interdisciplinario y sostenido en el tiempo es esencial para mejorar la calidad de vida de estos pacientes y reducir la cronicidad del trastorno.
Trastorno facticio
Los trastornos facticios constituyen una categoría particular dentro de los trastornos relacionados con síntomas físicos, en los cuales la producción de síntomas es deliberada e intencionada. A diferencia de los trastornos de síntomas somáticos, en los que la generación de síntomas ocurre de manera inconsciente, en los trastornos facticios el individuo es plenamente consciente de la falsedad o autoinducción de los síntomas, aunque la motivación que guía este comportamiento es de naturaleza psicológica más que material.
Estos trastornos se caracterizan por la invención, exageración o provocación voluntaria de signos y síntomas físicos o psicológicos con el propósito de asumir el rol de enfermo y engañar a los profesionales de la salud. Las manifestaciones clínicas pueden ser muy diversas y sofisticadas, e incluyen episodios de fiebre artificial, hemorragias autoinfligidas, hipoglucemia provocada, convulsiones simuladas, lesiones autoinfligidas, entre otras. Frecuentemente, estas presentaciones clínicas se dan de forma teatral, detallada y exagerada, con el fin de captar la atención del equipo médico. Esta forma extrema del trastorno es conocida como síndrome de Münchhausen.
Una variante particularmente grave y socialmente alarmante es el trastorno facticio impuesto a otro, anteriormente denominado síndrome de Münchhausen por poder. En este caso, el individuo —a menudo un cuidador primario, como una madre— induce, simula o informa falsamente síntomas en otra persona, típicamente un niño, con la finalidad de obtener beneficios psicológicos indirectos. Estos pueden incluir atención, simpatía o una relación cercana con los profesionales de la salud. El sufrimiento y el riesgo para la víctima en estos casos pueden ser sustanciales, y el diagnóstico resulta particularmente complejo debido al engaño cuidadosamente elaborado y a la manipulación del entorno clínico por parte del agresor.
Una característica central de estos trastornos es que no existe un incentivo externo evidente para la producción de síntomas, como podría ocurrir en la simulación o el fraude (por ejemplo, obtener compensaciones económicas, evitar obligaciones legales o laborales). La motivación principal radica en una necesidad psicológica profunda de adoptar el rol de paciente, lo que otorga una identidad, atención y validación emocional que la persona no consigue de otras maneras.
Identificar un trastorno facticio puede ser extremadamente difícil. La conducta engañosa puede ser simple o, en muchos casos, extraordinariamente compleja, implicando la manipulación de registros médicos, el conocimiento detallado de patologías y tratamientos, y la presentación selectiva de síntomas a diferentes profesionales. Es común que estos individuos tengan algún tipo de vínculo con el ámbito de la salud, ya sea por formación previa, experiencia laboral o contacto frecuente con servicios médicos, lo que facilita la elaboración de síntomas creíbles y coherentes.
La relación médico-paciente en estos casos suele estar deteriorada desde el inicio. El profesional puede experimentar frustración ante la falta de correlación entre los hallazgos clínicos y los síntomas referidos, mientras que el paciente puede sentirse invalidado, lo que con frecuencia lleva a la práctica del “doctor shopping”, es decir, la búsqueda constante de nuevos médicos o centros de salud. Este patrón agrava la condición y dificulta aún más su abordaje terapéutico.
El manejo clínico de los trastornos facticios requiere un enfoque extremadamente cuidadoso, ético y multidisciplinario, que incluya psiquiatría, medicina legal, trabajo social y, en los casos de trastorno facticio impuesto a otro, la intervención de servicios de protección infantil o de adultos vulnerables. La clave está en establecer un equilibrio entre el respeto a la dignidad del paciente y la protección del sistema sanitario, así como de posibles víctimas inocentes.
Complicaciones
Las complicaciones asociadas a los trastornos de síntomas somáticos pueden ser múltiples y, en muchos casos, graves. Entre ellas, una de las más frecuentes y clínicamente relevantes es el desarrollo de dependencia a sedantes y analgésicos, especialmente a benzodiacepinas y opioides. Esta complicación es de naturaleza iatrogénica, es decir, inducida por el propio sistema de atención médica, y suele ser el resultado de intentos reiterados de aliviar los síntomas físicos que los pacientes experimentan, los cuales no tienen una causa médica identificable pero son percibidos como genuinos y angustiantes.
En el contexto del trastorno de síntomas somáticos, los pacientes suelen mostrar una marcada preocupación por sus síntomas y una elevada demanda de intervenciones médicas. Esta búsqueda puede conducirlos a recibir múltiples tratamientos farmacológicos o procedimientos médicos innecesarios, muchos de los cuales comportan riesgos por sí mismos. En el afán de aliviar el sufrimiento físico y emocional del paciente, los profesionales de la salud, especialmente en el ámbito de la atención primaria o en contextos de urgencia, pueden prescribir fármacos con potencial adictivo sin abordar adecuadamente el trasfondo psicológico del trastorno. Esto facilita el desarrollo de tolerancia, dependencia y, en algunos casos, abuso de estas sustancias.
Además, la insistencia del paciente en someterse a procedimientos diagnósticos o terapéuticos puede dar lugar a intervenciones quirúrgicas innecesarias o tratamientos invasivos que conllevan sus propias complicaciones. Se han documentado casos en los que individuos con trastornos de síntomas somáticos han sido sometidos a múltiples cirugías, hospitalizaciones prolongadas y tratamientos médicos costosos sin una mejoría sostenida, y con la aparición secundaria de efectos adversos y daños permanentes. Esta tendencia subraya la importancia de reconocer tempranamente a los pacientes que presentan patrones de somatización y de establecer límites clínicos adecuados.
Por ello, una de las estrategias más eficaces en el abordaje de estos pacientes consiste en limitar el uso excesivo de pruebas diagnósticas, procedimientos médicos y prescripción de medicamentos potencialmente peligrosos. Esto no implica descuidar el sufrimiento del paciente, sino más bien adoptar un enfoque clínico más centrado en la continuidad de la atención, la comunicación empática y la integración del tratamiento psicológico, en particular a través de la psicoterapia cognitivo-conductual o enfoques psicodinámicos adecuados al caso.
El establecimiento de una relación terapéutica sólida, basada en la confianza y en la comprensión del sufrimiento físico como expresión de un malestar psíquico, permite reducir el número de intervenciones innecesarias y mejora el pronóstico a largo plazo. Asimismo, la coordinación entre medicina general, especialidades médicas y salud mental es esencial para evitar la fragmentación de la atención, el “doctor shopping” y la polifarmacia.
Tratamiento
Tratamiento Médico
El tratamiento médico de los trastornos de síntomas somáticos debe fundamentarse en una estrategia terapéutica centrada en el paciente, cuyo pilar principal es el establecimiento de una relación clínico-paciente sólida, empática y sostenida en el tiempo. En este contexto, es fundamental reconocer que, aunque los síntomas no se expliquen por una enfermedad orgánica identificable, el malestar experimentado por el paciente es genuino y causa un sufrimiento real. Esta validación del dolor y de la experiencia subjetiva del paciente constituye el primer paso hacia una atención eficaz y humanizada.
Uno de los errores comunes en la atención de estos pacientes es asumir que todo síntoma sin base orgánica debe clasificarse automáticamente como un trastorno psiquiátrico. Sin embargo, esta dicotomía rígida entre lo físico y lo mental no solo es obsoleta desde el punto de vista clínico, sino que también puede ser perjudicial para la relación terapéutica. La somatización no implica falsedad ni manipulación consciente, sino una forma compleja y muchas veces inconsciente de expresar un sufrimiento emocional a través del cuerpo.
Desde el punto de vista operativo, se ha demostrado que un esquema de consultas médicas regulares, frecuentes y breves —no condicionadas a la aparición o intensidad de los síntomas— puede ser altamente beneficioso. Estas consultas deben enfocarse en el seguimiento global del paciente, más que en la búsqueda constante de nuevas causas orgánicas. Este enfoque reduce la ansiedad anticipatoria, previene la medicalización excesiva y proporciona al paciente una estructura predecible que fortalece la alianza terapéutica.
Es crucial evitar que la prescripción de medicamentos se convierta en un sustituto de la relación clínica. El uso innecesario de fármacos puede inducir dependencia o efectos adversos, sin resolver el conflicto subyacente. En cambio, el médico debe centrarse en una comunicación clara, respetuosa y orientada a objetivos realistas, mostrando una actitud empática, optimista pero también honesta frente a las oscilaciones que suelen caracterizar la evolución de estos trastornos.
Idealmente, el seguimiento debe ser coordinado por un único profesional de referencia, quien actúe como médico principal y tenga una visión integral del caso. Otros especialistas deben intervenir solamente para realizar evaluaciones puntuales o confirmar la ausencia de patología médica subyacente. Esta centralización en el manejo clínico evita la fragmentación de la atención, la duplicación de estudios innecesarios y la confusión diagnóstica.
Se debe tener en cuenta que la presencia de síntomas somáticos no excluye la posibilidad de enfermedad médica coexistente. Por tanto, es indispensable una reevaluación periódica que permita detectar la aparición de nuevas condiciones orgánicas o complicaciones. Este seguimiento continuo fortalece la confianza del paciente en el sistema de salud y permite adaptar el tratamiento de manera flexible y oportuna.
Tratamiento Psicológico
El abordaje psicológico de los trastornos de síntomas somáticos constituye un componente esencial del tratamiento integral, particularmente cuando el paciente muestra disposición para efectuar cambios en su estilo de vida con el objetivo de aliviar los síntomas. La implementación de intervenciones psicológicas debe adaptarse al nivel de insight del paciente y a su preparación para aceptar una posible relación entre los factores emocionales y la sintomatología física.
A menudo, es más efectivo orientar la intervención hacia cambios concretos y actuales en el comportamiento, en lugar de centrarla inicialmente en una exploración profunda de experiencias tempranas o conflictos inconscientes, los cuales muchas veces el paciente no asocia con su malestar presente. Este enfoque pragmático favorece la adherencia terapéutica y permite obtener resultados clínicos tangibles en un plazo razonable.
La terapia cognitivo-conductual ha demostrado ser una de las modalidades más eficaces en el tratamiento de los trastornos somatomorfos. Esta intervención permite reducir la intensidad de los síntomas físicos, el malestar psicológico asociado y la discapacidad funcional. A través de técnicas específicas, se ayuda al paciente a identificar y modificar patrones disfuncionales de pensamiento, evitar conductas de evitación o búsqueda excesiva de atención médica, y desarrollar estrategias de afrontamiento más adaptativas.
La terapia grupal, especialmente cuando se realiza con pacientes que presentan problemas similares, puede ser de gran utilidad. Esta modalidad proporciona un espacio de validación emocional y de expresión del malestar, al tiempo que facilita la mejora en las habilidades interpersonales y la construcción de redes de apoyo. Compartir experiencias en un entorno estructurado y terapéutico puede generar un sentimiento de comprensión y cohesión que promueve el cambio.
En casos específicos, como los trastornos de conversión, el uso temprano de la hipnosis puede facilitar la resolución sintomática. Esta técnica, bien aplicada por profesionales capacitados, puede contribuir a desbloquear conflictos internos y permitir una expresión más adaptativa del malestar psíquico.
Cuando el clínico principal ha abordado activamente los aspectos psicológicos vinculados a la enfermedad física desde el inicio, se genera una base sólida para una eventual derivación a salud mental. En este contexto, el paciente suele mostrarse más receptivo a la participación de un psiquiatra o psicólogo, lo que mejora el pronóstico terapéutico.
En los casos en los que se identifica un trastorno facticio, la intervención psicológica reviste particular complejidad. La consulta psiquiátrica temprana es fundamental, y existen dos estrategias principales para su abordaje. La primera consiste en una confrontación conjunta del paciente, realizada por el médico principal y el psiquiatra, en la que se conceptualiza el trastorno como una expresión de una necesidad de ayuda psicológica. En este enfoque, se promueve el inicio de un tratamiento psiquiátrico de forma directa, con un mensaje empático pero claro sobre la naturaleza del problema.
La segunda estrategia evita la confrontación directa y busca ofrecer una vía de salida que preserve la integridad emocional del paciente, permitiéndole abandonar los síntomas sin necesidad de reconocer explícitamente el origen psicológico de los mismos. En este contexto, técnicas como la biorretroalimentación (biofeedback) y la autohipnosis pueden facilitar la recuperación al permitir un mayor control consciente sobre las respuestas físicas sin necesidad de una revelación completa del conflicto subyacente.
Tratamiento Conductual
El tratamiento conductual de los trastornos de síntomas somáticos se basa en principios de aprendizaje que permiten al paciente modificar la relación entre sus respuestas fisiológicas, conductuales y emocionales. Una de las aplicaciones más destacadas de este enfoque es la técnica de biofeedback, la cual ha mostrado eficacia en la reducción de síntomas físicos asociados a trastornos funcionales, como los dolores de cabeza por tensión, las migrañas y ciertos síntomas gastrointestinales.
El biofeedback consiste en registrar y amplificar, mediante dispositivos electrónicos, parámetros fisiológicos del paciente —por ejemplo, la actividad peristáltica intestinal— para que tanto el paciente como el terapeuta puedan observarlos en tiempo real. Este registro inmediato permite al paciente tomar conciencia de las alteraciones fisiológicas asociadas a sus síntomas y, posteriormente, aprender a modificarlas de forma voluntaria. Una vez que el paciente reconoce un patrón fisiológico anómalo (como un aumento en los sonidos intestinales), se le entrena para aplicar técnicas, como la relajación, que logren disminuir ese patrón (por ejemplo, reducir la peristalsis excesiva), convirtiéndose así en agente activo en la modulación de sus síntomas.
Este tipo de aprendizaje opera mediante el condicionamiento operante: el alivio del síntoma actúa como refuerzo positivo, incentivando al paciente a repetir la maniobra que produce dicho alivio. A medida que avanza el entrenamiento, el paciente adquiere la capacidad de detectar de manera precoz las señales fisiológicas que preceden a los síntomas y de aplicar de forma autónoma técnicas que contrarresten el malestar, reduciendo así la frecuencia y severidad de los episodios.
Además del biofeedback, otras terapias de base física, como la terapia del habla, la terapia ocupacional y la fisioterapia, han demostrado eficacia en el tratamiento de pacientes con trastornos neurológicos funcionales. Estas intervenciones ayudan a restaurar patrones de movimiento o función que han sido interrumpidos por el trastorno, y se centran en la rehabilitación funcional, más que en la búsqueda de una causa estructural. Su efectividad se basa en el enfoque activo del paciente en su recuperación y en la reeducación de las vías motoras o sensoriales alteradas a través del ejercicio y la repetición guiada.
Intervenciones Sociales
El entorno social del paciente desempeña un papel crucial en el curso y tratamiento de los trastornos de síntomas somáticos. Las dinámicas familiares, laborales y comunitarias pueden actuar como factores de mantenimiento o, por el contrario, de resolución del problema. Por ello, es fundamental integrar estrategias sociales en el abordaje terapéutico.
La participación de familiares en algunas sesiones clínicas es altamente recomendable, ya que les permite comprender la naturaleza del trastorno y aprender cómo responder de forma adaptativa ante los síntomas del paciente. En lugar de reforzar conductas de evitación o de dependencia, los familiares pueden ser entrenados para fomentar la autonomía del paciente, validar su experiencia sin dramatizarla y apoyar los esfuerzos terapéuticos. Esta intervención es particularmente valiosa en trastornos somáticos crónicos y en los cuadros de dolor persistente, donde el entorno puede convertirse en un facilitador o en un obstáculo para la mejoría.
Los grupos de apoyo entre pares también ofrecen beneficios significativos. Estos espacios permiten a los pacientes compartir experiencias, reducir el aislamiento y desarrollar estrategias de afrontamiento más eficaces. A través de la identificación con otros individuos que enfrentan problemas similares, se genera un contexto emocional que promueve la aceptación de la condición y la adaptación funcional a la misma.
En el ámbito laboral, mantener una comunicación abierta y continua con los empleadores puede ser esencial. Dado que los problemas somáticos persistentes pueden interferir con la productividad y generar tensiones en el entorno de trabajo, la colaboración entre el equipo terapéutico y los responsables laborales puede facilitar adaptaciones razonables, prevenir la marginación y mantener la motivación del empleador para apoyar al trabajador. Al igual que los profesionales de la salud, los empleadores pueden sentirse frustrados ante la cronicidad del problema, por lo que brindar información y establecer expectativas realistas es parte del proceso terapéutico.
Pronóstico
El pronóstico de los trastornos de síntomas somáticos está fuertemente influido por el momento de la intervención. Cuando el médico tratante logra identificar y abordar el trastorno en sus fases iniciales, antes de que los síntomas se cronifiquen o que se establezcan patrones disfuncionales de atención médica excesiva, dependencia farmacológica o deterioro funcional, las posibilidades de recuperación son significativamente mayores.
Una intervención precoz facilita la implementación de estrategias conductuales, psicológicas y sociales antes de que el trastorno quede fijado como parte del estilo de vida del paciente. En cambio, cuando la condición ha evolucionado hacia la cronicidad, los síntomas tienden a consolidarse, la resistencia al cambio aumenta, y la intervención requiere un abordaje más intensivo y prolongado, con resultados menos predecibles.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Aybek S et al. Diagnosis and management of functional neurological disorder. BMJ. 2022;376:o64. [PMID: 35074803]
- Hallett M et al. Functional neurological disorder: new subtypes and shared mechanisms. Lancet Neurol. 2022;21:537. [PMID: 35430029]
- Hennemann S et al. Internet-based CBT for somatic symptom distress (iSOMA) in emerging adults: a randomized controlled trial. J Consult Clin Psychol. 2022;90:353. [PMID: 35175070]
- Löwe B et al. Somatic symptom disorder: a scoping review on the empirical evidence of a new diagnosis. Psychol Med. 2022;52:632. [PMID: 34776017]
- Sauer KS et al. Somatic symptom disorder and health anxiety: assessment and management. Neurol Clin. 2023;41:745. [PMID: 37775202]