¿Cómo facilita el líquido pleural el movimiento de los pulmones?
¿Cómo facilita el líquido pleural el movimiento de los pulmones?

¿Cómo facilita el líquido pleural el movimiento de los pulmones?

Durante el proceso de la respiración, los pulmones se expanden y se contraen de manera rítmica y continua, y este movimiento constante ocurre dentro de una estructura anatómica llamada cavidad pleural. Esta cavidad está delimitada por dos membranas serosas conocidas como pleura parietal (que recubre la pared torácica interna) y pleura visceral (que envuelve directamente a cada pulmón). Entre ambas pleuras existe un espacio extremadamente estrecho denominado espacio pleural, también conocido como espacio virtual, precisamente porque en condiciones fisiológicas normales su volumen es tan reducido que no constituye un espacio anatómicamente evidente.

Para permitir que los pulmones se deslicen con suavidad durante la inspiración y la espiración sin generar fricción contra la pared torácica, el organismo mantiene una delgada película de líquido en el interior de este espacio pleural. Este líquido pleural posee características mucoides, es decir, tiene una consistencia ligeramente viscosa debido a la presencia de proteínas tisulares que se incorporan a él durante su formación. Dichas proteínas provienen del trasudado continuo de líquido intersticial a través de la membrana pleural, la cual es una membrana serosa de origen mesenquimatoso, con una estructura porosa que permite el paso selectivo de agua y solutos desde el tejido subyacente hacia el espacio pleural.

La función principal de este líquido es lubricar el contacto entre las dos superficies pleurales durante el movimiento respiratorio, reduciendo la fricción a niveles mínimos y permitiendo un deslizamiento casi imperceptible pero vital para el buen funcionamiento pulmonar. Además, la presión negativa dentro de la cavidad pleural contribuye a mantener a los pulmones expandidos, y el líquido pleural participa en el mantenimiento de esa presión al distribuir uniformemente las fuerzas mecánicas.

Es importante destacar que la cantidad total de líquido pleural en cada una de las cavidades pleurales es extremadamente pequeña, normalmente limitada a unos pocos mililitros, justo los necesarios para que este fluido forme una película continua. Cualquier aumento en esta cantidad puede alterar la dinámica pleuropulmonar y comprometer la ventilación. Por ello, el organismo cuenta con un mecanismo eficiente de regulación: el sistema linfático. Los vasos linfáticos que drenan el líquido pleural se abren directamente en tres regiones específicas: el mediastino, la superficie superior del diafragma y las superficies laterales de la pleura parietal. A través de este sistema, el exceso de líquido es absorbido continuamente, lo que permite mantener un equilibrio dinámico entre la secreción y la reabsorción del líquido pleural.

¿Por qué es esencial la presión negativa en el líquido pleural para mantener los pulmones expandidos?

La correcta expansión de los pulmones durante la respiración depende de la existencia de una presión negativa en el espacio pleural, la cavidad que rodea a los pulmones. Esta presión negativa es fundamental para contrarrestar la tendencia natural de los pulmones a colapsar debido a su elasticidad inherente, que los hace querer reducirse a un volumen mínimo. La fuerza negativa que se genera en el espacio pleural es proporcionada por un mecanismo fisiológico en el que el sistema linfático juega un papel crucial.

El espacio pleural, aunque normalmente estrecho, contiene una pequeña cantidad de líquido que permite el deslizamiento suave de los pulmones durante el ciclo respiratorio. La presión negativa en este espacio es consecuencia del bombeo continuo de líquidos hacia los vasos linfáticos que drenan el exceso de líquido pleural. Este proceso, que se asemeja al mecanismo de absorción de líquidos en otros espacios tisulares del cuerpo, mantiene el espacio pleural libre de excesos de fluido, contribuyendo a una presión subatmosférica constante.

Esta presión negativa en el espacio pleural es esencial para mantener la expansión de los pulmones. En términos cuantitativos, la presión interna del pulmón tiene una tendencia a ser de aproximadamente -4 mmHg debido a su elasticidad. Para prevenir su colapso y permitir su expansión adecuada durante la inhalación, la presión del líquido pleural debe ser al menos tan negativa como -4 mmHg. Sin embargo, en condiciones normales, la presión en el espacio pleural es incluso más negativa, con mediciones que rondan los -7 mmHg. Esta ligera mayor negatividad asegura que los pulmones permanezcan expandidos, adheridos a la pleura parietal que recubre la cavidad torácica, con solo una capa muy fina de líquido pleural actuando como lubricante entre las dos pleuras.

Este fenómeno es clave para la función respiratoria efectiva, ya que cualquier alteración en la presión negativa del espacio pleural puede dar lugar a dificultades respiratorias, como el colapso pulmonar (neumotórax) o la acumulación excesiva de líquido en el espacio pleural (derrame pleural). Por lo tanto, la presión negativa dentro del espacio pleural no solo facilita el movimiento pulmonar, sino que es indispensable para el mantenimiento de la integridad estructural y funcional de los pulmones durante la respiración.

Derrame pleural: Acumulación excesiva de líquido en la cavidad pleural

El derrame pleural es una condición patológica caracterizada por la acumulación anormal de grandes cantidades de líquido libre en el espacio pleural, el área entre las membranas pleurales que recubren los pulmones y la cavidad torácica. Este líquido acumulado se considera análogo al edema, un proceso en el que el exceso de líquido se acumula en los tejidos intersticiales. En este contexto, el derrame pleural puede ser descrito como un «edema de la cavidad pleural». Este fenómeno es el resultado de un desequilibrio en los mecanismos fisiológicos que regulan la producción y absorción de líquido pleural.

Existen diversas causas que pueden provocar la acumulación de líquido en el espacio pleural, siendo las más comunes las siguientes:

  1. Bloqueo del drenaje linfático: El sistema linfático es el principal encargado de drenar el exceso de líquido del espacio pleural. Cuando los vasos linfáticos se ven obstruidos, ya sea por tumores, fibrosis o cualquier otro trastorno, el líquido pleural no puede ser adecuadamente eliminado, lo que lleva a su acumulación en la cavidad pleural.

  2. Insuficiencia cardíaca: En situaciones de insuficiencia cardíaca, especialmente cuando el corazón no puede bombear sangre de manera eficiente, se producen presiones capilares periféricas y pulmonares anormalmente altas. Este aumento en la presión capilar favorece la trasudación de líquidos desde los vasos sanguíneos hacia la cavidad pleural. En estos casos, el derrame pleural es resultado de un proceso de trasudación, en el que el líquido, similar al agua, se filtra a través de las paredes capilares debido a la elevada presión en el sistema circulatorio.

  3. Reducción de la presión osmótica coloidal del plasma: La presión osmótica coloidal está influenciada principalmente por las proteínas plasmáticas, especialmente la albúmina. Una marcada disminución de estas proteínas en la sangre, como ocurre en situaciones de malnutrición o enfermedades hepáticas crónicas, disminuye la capacidad de retener líquidos en el sistema vascular. Como consecuencia, el líquido plasma se filtra hacia los espacios intersticiales y la cavidad pleural, promoviendo la acumulación de líquido en este último.

  4. Inflamación de las superficies pleurales: Cualquier proceso inflamatorio que afecte a la pleura, como infecciones pleurales (por ejemplo, neumonía o tuberculosis), traumatismos o enfermedades autoinmunes, puede aumentar la permeabilidad de las membranas capilares. Esta alteración en la barrera capilar permite la salida rápida tanto de proteínas plasmáticas como de líquido hacia la cavidad pleural. El líquido pleural en estos casos suele ser exudado, es decir, contiene una mayor concentración de proteínas y células inflamatorias, lo que lo diferencia del trasudado, que es típicamente pobre en proteínas.

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
  2. Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
  3. Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
  4. Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.
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