El desarrollo de las competencias motoras en el cirujano constituye un proceso de alta complejidad neuromuscular y cognitiva, en el cual se integran mecanismos fisiológicos, anatómicos y neuropsicológicos, con el objetivo final de lograr intervenciones terapéuticas seguras y eficaces. Estas competencias no se limitan al simple control de los músculos o al uso hábil de las manos, sino que implican una organización refinada y coordinada de sistemas sensoriales, articulares y musculares, bajo el mando consciente y entrenado del sistema nervioso central.
Durante la formación quirúrgica, el futuro cirujano debe aprender a traducir decisiones cognitivas en actos motores altamente controlados. Esta traducción se realiza a través de un aprendizaje progresivo que comienza en el nivel cortical, especialmente en la corteza motora primaria, donde se originan los impulsos que controlan los movimientos voluntarios. Sin embargo, para que estos impulsos logren un movimiento quirúrgico útil, deben ser modulados por estructuras como el cerebelo, responsable del equilibrio, la coordinación y la precisión del movimiento, y por la médula espinal, que actúa como vía de conducción de estos estímulos hacia los músculos implicados. Asimismo, intervienen sistemas sensoriales integrados, como el visual, el auditivo y el propioceptivo, que permiten al cirujano ajustar en tiempo real la fuerza, velocidad y dirección de sus acciones.
El dominio de estas competencias motoras no se alcanza de manera instantánea. Por el contrario, requiere de una exposición repetida a situaciones quirúrgicas simuladas o reales, donde la práctica deliberada permita al sistema nervioso central consolidar patrones motores eficientes. Es por ello que los programas de residencia quirúrgica estructuran una progresión gradual en la adquisición de habilidades, comenzando por tareas simples que evolucionan hacia procedimientos quirúrgicos complejos. Esta sistematización del aprendizaje facilita la creación de esquemas motores automatizados, lo que libera recursos cognitivos para la toma de decisiones críticas durante la cirugía.
No obstante, incluso una vez adquiridas, estas competencias no son inmutables. Su eficacia puede decrecer con el tiempo si no se actualizan mediante una práctica constante y rigurosa. La neuroplasticidad, que permite la consolidación de estas habilidades, también implica su vulnerabilidad al desuso. En consecuencia, el cirujano debe mantener una rutina de entrenamiento continuo que preserve su precisión técnica y asegure un desempeño quirúrgico fiable.
Cabe destacar que, en la actualidad, la enseñanza de la motricidad quirúrgica se ha transformado. Las metodologías modernas emplean tecnologías avanzadas que incorporan estímulos visuales y auditivos, simuladores de alta fidelidad y plataformas digitales interactivas, las cuales contribuyen a una integración sensorial más rica y a una estimulación cerebral más eficaz. Estas herramientas potencian la creación de conexiones neuronales robustas, esenciales para la ejecución de movimientos finos y altamente especializados.
Medios para la adquisición de habilidades
La adquisición de habilidades y destrezas motoras quirúrgicas no puede concebirse al margen del contexto tecnológico y pedagógico en el que se forma el cirujano. La metodología de enseñanza implementada por cada institución formadora está íntimamente ligada a los recursos tecnológicos que esta posee, lo cual condiciona no solo la calidad de la práctica quirúrgica simulada, sino también el tipo de aprendizaje motor que el estudiante podrá alcanzar. En este sentido, el entorno de aprendizaje no es un mero soporte pasivo, sino un factor activo que influye directamente en la configuración neurofisiológica del aprendizaje técnico.
En la actualidad, la mayoría de las instituciones formativas avanzadas han incorporado espacios específicos destinados a la simulación quirúrgica, donde el estudiante tiene acceso a modelos anatómicos, herramientas quirúrgicas reales y sistemas interactivos que reproducen con fidelidad creciente las condiciones del acto quirúrgico. Estas instalaciones permiten que el aprendiz no solo observe, sino que experimente con sus propios movimientos la manipulación del instrumental, lo que favorece la consolidación de circuitos motores especializados en la corteza sensoriomotora.
Los modelos de simulación pueden clasificarse en distintos niveles de complejidad, desde maquetas anatómicas estáticas hasta sofisticados simuladores computarizados que incorporan retroalimentación táctil, visual y auditiva. Entre estos se destacan los simuladores de alta fidelidad, que recrean situaciones clínicas en tiempo real, incluyendo respuestas fisiológicas simuladas, sangrado, resistencia tisular y anatomías variables. Estas herramientas permiten al cirujano en formación enfrentarse a escenarios clínicos que, aunque simulados, generan estímulos emocionales y cognitivos comparables a los de una cirugía real, promoviendo la integración de habilidades técnicas con el juicio clínico.
La evolución de la simulación ha respondido en gran parte al desarrollo de nuevas modalidades quirúrgicas, como la cirugía mínimamente invasiva, la cirugía robótica y los procedimientos guiados por imágenes fluoroscópicas. Estas técnicas requieren de competencias motrices altamente especializadas, como la coordinación mano-ojo a través de pantallas, la percepción espacial bidimensional y tridimensional mediada por cámaras, y el control de instrumentos a través de interfaces digitales o brazos robóticos. Por lo tanto, los simuladores modernos deben incorporar estas características para garantizar que el entrenamiento sea relevante y transferible a la práctica clínica.
Sin embargo, independientemente del nivel de sofisticación del simulador utilizado, existen principios formativos fundamentales que preceden al entrenamiento específico en tecnología quirúrgica avanzada. Antes de operar en plataformas robóticas o endoscópicas, el cirujano debe haber desarrollado una base sólida de competencias motoras manuales. Esta base incluye la ejecución eficiente y segura de los cinco pasos elementales de toda intervención quirúrgica: la incisión precisa de los tejidos, el control adecuado del sangrado mediante técnicas de hemostasia, la exposición anatómica que permita visualizar el campo operatorio, la disección cuidadosa de estructuras y, finalmente, la realización de suturas funcionales y estéticamente adecuadas.
Estas competencias iniciales requieren una comprensión profunda de la anatomía, el dominio del instrumental básico, y una sensibilidad táctil que solo puede adquirirse a través del contacto repetido con materiales quirúrgicos. Además, exigen que el sistema nervioso central del cirujano integre múltiples fuentes de información sensorial —visual, propioceptiva y auditiva— en un entorno de presión temporal y emocional. Por ello, los simuladores, aún los más simples, juegan un papel crucial en el entrenamiento temprano al ofrecer un espacio seguro para la repetición y el perfeccionamiento de los gestos quirúrgicos sin comprometer la seguridad del paciente.
La práctica quirúrgica contemporánea se encuentra determinada por múltiples variables, entre las cuales destaca de manera significativa la disponibilidad de instrumentación y materiales en el entorno operativo. Esta disponibilidad no es homogénea ni universal, sino que responde a los recursos logísticos, financieros y tecnológicos de cada institución hospitalaria. En consecuencia, el cirujano debe desarrollar no solo habilidades técnicas y cognitivas avanzadas, sino también una capacidad adaptativa que le permita desempeñarse con eficacia ante escenarios de diversa complejidad instrumental.
Los instrumentos quirúrgicos y los materiales auxiliares que se emplean en los distintos momentos de una intervención —desde la incisión inicial hasta la sutura final— no son seleccionados arbitrariamente, sino que obedecen a protocolos clínicos, características anatómicas del paciente, y naturaleza del procedimiento quirúrgico. No obstante, en muchos entornos clínicos, el cirujano puede enfrentarse a una realidad operativa en la cual no se dispone de tecnologías de última generación. La innovación tecnológica, aunque poderosa, no ha alcanzado a todos los hospitales ni quirófanos del mismo modo. Esta brecha obliga al cirujano a dominar tanto el uso de dispositivos modernos como el manejo experto de la instrumentación quirúrgica básica, que continúa siendo el soporte fundamental ante cualquier contingencia intraoperatoria.
La instrumentación tradicional debe mantenerse como un recurso vigente dentro del arsenal del cirujano, no solo por razones de disponibilidad, sino como medida de respaldo cuando la tecnología avanzada falla. Equipos robóticos, sistemas de navegación quirúrgica, torres de laparoscopia o fuentes de imagenología guiada por fluoroscopía pueden presentar errores técnicos o interrupciones inesperadas. Ante tal circunstancia, la seguridad del paciente no debe verse comprometida. El cirujano debe ser capaz de continuar el procedimiento con herramientas convencionales, aplicando principios quirúrgicos universales y técnicas aprendidas desde los primeros años de su formación profesional.
Cada procedimiento quirúrgico exige un conjunto específico de recursos, lo cual incluye no solo el instrumental necesario, sino también materiales como suturas, clips hemostáticos, mallas protésicas, sistemas de aspiración, y dispositivos de energía. La elección y el uso correcto de estos elementos requiere de una capacitación exhaustiva, que forme al cirujano no solo en las técnicas quirúrgicas propiamente dichas, sino también en la lógica funcional de los dispositivos con los que trabajará. Esta formación no debe limitarse a la ejecución práctica, sino que debe incluir la comprensión de los fundamentos biofísicos y biomecánicos que rigen el funcionamiento de cada tecnología aplicada en el quirófano.
Además, el cirujano debe asumir la responsabilidad de prever los insumos necesarios para cada intervención y verificar su presencia en el entorno operatorio. Este ejercicio de anticipación no solo optimiza el flujo intraoperatorio, sino que garantiza que cualquier maniobra quirúrgica pueda ejecutarse de manera segura, sin interrupciones ni improvisaciones. Esta capacidad logística se vuelve especialmente relevante en procedimientos complejos, donde la ausencia de un solo elemento puede comprometer el resultado quirúrgico o incrementar el riesgo de complicaciones.
La evolución tecnológica ha transformado radicalmente la cirugía, siendo uno de los principales motores que ha impulsado la diferenciación y especialización en esta disciplina. En sus inicios, cuando los procedimientos se realizaban con técnicas rudimentarias y equipos simples, la formación quirúrgica era más uniforme y menos exigente en términos tecnológicos. Sin embargo, con la sofisticación creciente de los dispositivos médicos y la aparición de técnicas como la cirugía mínimamente invasiva, la cirugía robótica, la endoscopía terapéutica y la navegación por imágenes, la curva de aprendizaje se ha vuelto más empinada y selectiva.
Este fenómeno ha llevado al surgimiento de subespecialidades quirúrgicas que responden a las particularidades de cada aparato o sistema del cuerpo humano, pero que conservan inalterables los principios biomecánicos fundamentales que rigen la manipulación de los tejidos: respeto anatómico, control de la hemostasia, exposición adecuada, disección segura y cierre funcional. Estos cinco pilares continúan siendo la esencia de cualquier acto quirúrgico, independientemente de la tecnología empleada o del campo de especialización en que se aplique.
Necesidad de actualización ante los avances tecnológicos
La evolución del panorama tecnológico en cirugía ha sido uno de los acontecimientos más transformadores en la historia de las ciencias médicas. Esta transformación no ha sido simplemente una mejora progresiva en los instrumentos existentes, sino una auténtica reconfiguración conceptual de cómo se entiende, se planifica y se ejecuta una intervención quirúrgica. A partir del desarrollo de nuevas herramientas, impulsadas por los avances en física, mecánica, óptica, electrónica y ciencia de los materiales, la cirugía ha superado progresivamente las limitaciones impuestas por el contacto directo entre los sentidos del cirujano y los tejidos del paciente.
En las décadas recientes, se ha presenciado un desplazamiento del paradigma quirúrgico clásico, centrado en la manipulación directa, hacia uno que privilegia la intermediación tecnológica. Esta transición ha permitido al cirujano intervenir estructuras profundas, delicadas o de difícil acceso con una precisión y seguridad imposibles de alcanzar con los instrumentos tradicionales. El bisturí, las pinzas y las tijeras, herramientas emblemáticas del siglo XX, han cedido espacio a dispositivos que incorporan principios físicos más complejos, como la energía ultrasónica, la radiofrecuencia, los haces de láser, y la sutura mecánica automatizada. Estas innovaciones no solo ampliaron el repertorio técnico del cirujano, sino que también redujeron el trauma quirúrgico, mejoraron los tiempos operatorios y aceleraron la recuperación postoperatoria.
Una de las consecuencias más notables de esta revolución tecnológica ha sido la emergencia de la cirugía de mínima invasión, la cual representa un punto de inflexión en la historia quirúrgica. Este enfoque se sustenta en la utilización de instrumentos largos y delgados, introducidos a través de pequeñas incisiones, guiados mediante sistemas ópticos que ofrecen imágenes en tiempo real del campo operatorio. Esta modalidad fue posible gracias a avances en óptica aplicada, sensores digitales, cámaras de alta definición y sistemas de iluminación endoluminal. Paralelamente, la miniaturización de componentes electrónicos permitió el desarrollo de instrumental de alta precisión, adaptable a cavidades anatómicas reducidas y áreas quirúrgicas complejas.
El surgimiento de la cirugía robótica marcó otro salto cualitativo. Mediante brazos articulados controlados a distancia, el cirujano puede ejecutar movimientos con una estabilidad y exactitud superiores a las del pulso humano. Además, estos sistemas robóticos eliminan el temblor fisiológico y reproducen con fidelidad los movimientos deseados, incluso en escalas micrométricas. A esto se suman las innovaciones en visión tridimensional, que restauran la profundidad perdida en la cirugía por vídeo, y los sistemas de interfaz háptica, que permiten una percepción táctil virtual a través de retroalimentación sensorial.
La integración reciente de tecnologías de realidad aumentada, algoritmos de inteligencia artificial y plataformas de análisis intraoperatorio en tiempo real ha dado lugar a una cirugía asistida por datos, donde la toma de decisiones ya no depende únicamente de la experiencia subjetiva del cirujano, sino también del procesamiento simultáneo de información anatómica, funcional y predictiva. De esta manera, el acto quirúrgico se convierte en una interacción compleja entre la habilidad humana, la asistencia tecnológica y el análisis computacional.
En este nuevo escenario, las competencias motrices del cirujano han debido adaptarse. Ya no se limitan al control manual directo del instrumental, sino que ahora se extienden a la operación mediada por interfaces tecnológicas. El dominio de estas herramientas requiere de una reprogramación neurocognitiva que permita al sistema nervioso central del cirujano traducir estímulos visuales y auditivos, en ausencia de contacto táctil directo, en maniobras quirúrgicas precisas. La motricidad quirúrgica moderna se convierte así en una habilidad sensoriomotora extendida, donde los dispositivos actúan como prolongaciones del cuerpo del cirujano.
A pesar de los avances tecnológicos que han revolucionado el campo de la cirugía en las últimas décadas, la cirugía abierta tradicional continúa siendo, en muchos contextos clínicos, la modalidad predominante y el recurso principal del cirujano para abordar una amplia gama de patologías. Esta realidad responde a múltiples factores, como la disponibilidad de recursos tecnológicos, la complejidad de ciertos casos clínicos que requieren acceso directo y amplio al campo operatorio, así como las condiciones socioeconómicas y estructurales de los centros de salud donde se brinda la atención. Por ello, resulta imprescindible que los cirujanos mantengan una formación sólida en las técnicas quirúrgicas básicas que sustentan la cirugía abierta, garantizando así la efectividad, seguridad y eficiencia necesarias para la resolución de problemas médicos en contextos diversos.
El entrenamiento en cirugía abierta no es simplemente un conocimiento histórico o residual, sino una base fundamental sobre la cual se construyen habilidades quirúrgicas que pueden ser aplicadas en una gran variedad de situaciones clínicas. El dominio de estas competencias básicas permite al cirujano enfrentar con confianza y precisión intervenciones que exigen exposición directa, manipulación manual cuidadosa y aplicación rigurosa de principios anatómicos y fisiológicos. En este marco, las innovaciones tecnológicas también han comenzado a integrarse en la cirugía abierta tradicional, amplificando sus capacidades y mejorando los resultados quirúrgicos. Por ejemplo, la introducción de marcadores fluorescentes para evaluar la irrigación vascular o para detectar tejido neoplásico en tiempo real ha permitido optimizar la resección quirúrgica, minimizar daños colaterales y mejorar la preservación de estructuras críticas, aportando un componente de alta tecnología a un procedimiento clásico.
La modernización del campo quirúrgico ha sido profundizada con la incorporación de tecnologías digitales que facilitan procedimientos asistidos, como la cirugía robótica. Este avance tecnológico transforma la experiencia del cirujano al potenciar la amplitud y precisión de los movimientos manuales, a la vez que reduce el temblor fisiológico inherente al operador humano. Sin embargo, la adopción de estas tecnologías de vanguardia enfrenta importantes desafíos, entre los cuales sobresalen los costos elevados y las repercusiones ambientales. La cirugía robótica, por ejemplo, implica un consumo significativo de materiales desechables y genera residuos con potencial impacto contaminante, lo que obliga a reflexionar sobre la sostenibilidad y el equilibrio entre innovación y responsabilidad ecológica.
En este contexto, las competencias motrices del cirujano han experimentado una transformación sustancial. Ya no se limitan al manejo de instrumentos quirúrgicos simples como pinzas o bisturíes, sino que ahora abarcan la habilidad para manipular dispositivos complejos, interfaces digitales y sistemas de asistencia tecnológica. Esto exige un proceso de formación más extenso y especializado, en el cual el cirujano debe desarrollar no solo destrezas manuales finas, sino también capacidades cognitivas para integrar información visual y sensorial proveniente de múltiples fuentes tecnológicas. Asimismo, el trabajo en equipo adquiere un papel preponderante, pues la complejidad tecnológica requiere la colaboración estrecha entre cirujanos, anestesiólogos, técnicos y personal de apoyo para garantizar el éxito del procedimiento y la seguridad del paciente.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Townsend, C. M., Beauchamp, R. D., Evers, B. M., & Mattox, K. L. (2022). Sabiston. Tratado de cirugía. Fundamentos biológicos de la práctica quirúrgica moderna (21.ª ed.). Elsevier España.
- Brunicardi F, & Andersen D.K., & Billiar T.R., & Dunn D.L., & Kao L.S., & Hunter J.G., & Matthews J.B., & Pollock R.E.(2020), Schwartz. Principios de Cirugía, (11e.). McGraw-Hill Education.
- Asociación Mexicana de Cirugía General. (2024). Nuevo Tratado de Cirugía General (1.ª ed.). Editorial El Manual Moderno.
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