La primera anestesia moderna

La primera anestesia moderna
La primera anestesia moderna

William T. G. Morton, nacido en 1819 y fallecido en 1868, destacó como figura crucial en la historia de la anestesiología, contribuyendo significativamente al desarrollo de la cirugía sin dolor en el siglo XIX. Su comprensión del potencial práctico de la idea de Horace Wells y su dedicación a la causa de la anestesia se fundamentan en diversos factores.

Morton, quien ejercía como dentista, acumuló una valiosa experiencia clínica que le permitió apreciar el sufrimiento y la angustia de los pacientes sometidos a procedimientos médicos y dentales sin anestesia adecuada. Esta experiencia personal le impulsó a buscar activamente métodos para mitigar el dolor y mejorar la experiencia del paciente durante los procedimientos médicos.

Además, Morton estaba familiarizado con el trabajo previo de Horace Wells, otro dentista que había experimentado con el óxido nitroso como agente anestésico en la década de 1840. Aunque los esfuerzos de Wells no obtuvieron inicialmente el reconocimiento deseado debido a dificultades en la administración y control de la dosis, Morton reconoció el potencial de la anestesia y se propuso perfeccionarla.

Inseguro acerca de la fiabilidad del óxido nitroso, Morton comenzó a investigar un compuesto que uno de sus colegas médicos, Charles T. Jackson (1805-1880), sugirió que actuaría mejor que un anestésico inhalatorio: éter sulfúrico. Teniendo en cuenta este consejo, Morton estudió las propiedades de la sustancia, mientras perfeccionaba sus técnicas inhalatorias.

La determinación y el espíritu innovador de Morton le llevaron a experimentar con diversas sustancias en busca de un anestésico más seguro y efectivo. Tras una serie de investigaciones, Morton descubrió que el éter era un agente anestésico adecuado y relativamente seguro para su uso en cirugía. Este hallazgo representó un avance significativo en la práctica médica, ya que permitía realizar procedimientos quirúrgicos complejos de manera menos traumática para el paciente.

En el otoño de 1846, Morton estaba preparado para demostrar los resultados de sus experimentos al mundo y le imploró a Warren que le proporcionara un lugar público. El 16 de octubre, con todos los asientos del anfiteatro quirúrgico del Massachusetts General Hospital ocupados, un Morton tenso anestesió a un hombre de 20 años, se volvió hacia Warren y le dijo que todo estaba listo. La multitud estaba en silencio y observaba cada movimiento del cirujano. Warren tomó el bisturí, practicó una incisión de 7,5 cm y extirpó un pequeño tumor vascular del cuello del paciente. Durante 25 min, los espectadores observaron con incredulidad mientras el cirujano practicaba una intervención quirúrgica indolora.

Tras su descubrimiento, Morton se dedicó fervientemente a difundir el uso del éter como agente anestésico en la comunidad médica. Realizó extensas giras de conferencias y demostraciones prácticas para educar a otros profesionales de la salud sobre los beneficios de la anestesia y fomentar su adopción en todo el mundo.

No se sabe si los hombres presentes advirtieron que acababan de presenciar uno de los acontecimientos más importantes de la historia médica. En cambio, un impresionado Warren pronunció con lentitud las palabras más famosas de la cirugía de EE. UU.: «Caballeros, esto no es una patraña». Nadie sabía qué decir ni qué hacer. Warren le preguntaba reiteradamente a su paciente si sentía algo. La respuesta era un no definitivo: nada de dolor, nada de molestias, nada en absoluto.

La rápida aceptación de la anestesia inhalatoria, específicamente el éter sulfúrico y el cloroformo, como agentes anestésicos en la práctica médica del siglo XIX, se fundamenta en varios factores clave.

La necesidad médica insatisfecha de encontrar una solución al dolor extremo experimentado por los pacientes durante los procedimientos quirúrgicos impulsó la búsqueda de métodos efectivos de anestesia. La anestesia inhalatoria surgió como una respuesta a esta necesidad urgente, ya que ofrecía la posibilidad de realizar intervenciones quirúrgicas sin dolor, mejorando así la experiencia del paciente y reduciendo los riesgos asociados con el estrés y el dolor durante la cirugía.

El éxito demostrado de la anestesia inhalatoria, especialmente tras la exitosa demostración pública de William T. G. Morton en 1846, fue crucial para su rápida aceptación. Esta demostración no solo proporcionó evidencia tangible de la eficacia de la anestesia inhalatoria para bloquear el dolor durante los procedimientos quirúrgicos, sino que también generó un impacto significativo en la comunidad médica, despertando un gran interés y entusiasmo por esta nueva técnica.

La comunicación rápida y efectiva de la noticia sobre el éxito de la anestesia inhalatoria también contribuyó a su rápida aceptación. Los avances en los medios de comunicación en el siglo XIX, como la prensa escrita y las comunicaciones telegráficas, facilitaron la difusión rápida de información entre los médicos y hospitales de todo el mundo, permitiendo que la noticia se propagara ampliamente en poco tiempo.

A William T.G.Morton se le atribuye la primera anestesia moderna

A William T.G.Morton se le atribuye la primera anestesia moderna

Además, los beneficios evidentes tanto para los pacientes como para los cirujanos jugaron un papel importante en la adopción generalizada de la anestesia inhalatoria. Los pacientes se beneficiaban al poder someterse a procedimientos quirúrgicos sin experimentar dolor, lo que mejoraba significativamente su experiencia y reducía el riesgo de complicaciones asociadas con el estrés y el dolor. Para los cirujanos, la anestesia inhalatoria permitía realizar procedimientos más prolongados y complejos con mayor precisión y seguridad, lo que mejoraba la calidad y los resultados de la cirugía.

Finalmente, la disponibilidad y la facilidad de uso de los agentes anestésicos como el éter sulfúrico y el cloroformo fueron factores determinantes en su rápida adopción en hospitales de todo el mundo. Estos agentes estaban ampliamente disponibles y eran relativamente fáciles de administrar, lo que facilitaba su incorporación a la práctica médica estándar para una amplia gama de procedimientos quirúrgicos.

 

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