El carcinoma colorrectal, en particular los adenocarcinomas, se caracteriza por un crecimiento lento, lo que implica que pueden desarrollarse y permanecer presentes durante años sin provocar síntomas evidentes en el paciente. Esta evolución insidiosa contribuye a que muchos tumores pasen desapercibidos hasta etapas avanzadas o sean detectados de manera incidental mediante pruebas de detección, como la búsqueda de sangre oculta en heces, que permite identificar sangrados microscópicos no visibles a simple vista.
La manifestación clínica del cáncer colorrectal está estrechamente relacionada con la localización anatómica del tumor dentro del colon o el recto, dado que cada segmento tiene características fisiológicas y estructurales propias que determinan el tipo de síntomas y signos que el paciente experimenta. En los tumores que se ubican en el colon derecho, la pérdida crónica de sangre es frecuente, pero suele ser lenta y discreta, causando una anemia ferropénica. Esta anemia se refleja clínicamente en síntomas inespecíficos como fatiga persistente y debilidad generalizada, que muchas veces no se asocian inmediatamente a un proceso maligno intestinal. La obstrucción intestinal en esta zona es poco común debido a que el colon derecho tiene un diámetro más amplio y el contenido fecal es líquido, facilitando el tránsito a pesar de la presencia del tumor.
Por el contrario, los carcinomas localizados en el colon izquierdo suelen afectar la pared intestinal de forma circunferencial, lo que provoca un estrechamiento del lumen debido a que esta porción del colon es de menor diámetro y transporta heces más sólidas. Esta combinación genera síntomas obstructivos, que se manifiestan como dolor abdominal de tipo cólico y alteraciones en el patrón habitual de evacuación intestinal. Es frecuente observar una alternancia entre períodos de estreñimiento y episodios de diarrea o heces blandas. La presencia de sangre en las deposiciones puede notarse en forma de pequeñas cantidades, aunque un sangrado profuso es raro en esta localización.
Cuando el cáncer se localiza en el recto, los síntomas son más específicos e incluyen tenesmo —una sensación constante de necesidad de evacuar—, urgencia para defecar y episodios repetidos de hematoquecia, es decir, sangre fresca en las heces. Durante la exploración física, es común que no se detecten alteraciones en fases tempranas; sin embargo, en estados avanzados, la evaluación puede revelar hepatomegalia, que sugiere diseminación metastásica hepática, uno de los sitios más frecuentes de metástasis en este cáncer.
Para tumores situados en el recto distal, la exploración digital del ano es fundamental. Esta maniobra clínica permite valorar si el tumor invade el esfínter anal o está fijado a estructuras adyacentes como el suelo pélvico, lo cual tiene implicaciones pronósticas y terapéuticas importantes. En resumen, el cuadro clínico del cáncer colorrectal es variable y está determinado por la localización del tumor, la extensión de la lesión y la presencia o ausencia de complicaciones asociadas, lo que subraya la importancia de un enfoque diagnóstico integral y una evaluación física detallada para una detección temprana y un manejo adecuado.
Estudios diagnósticos
En el estudio diagnóstico y seguimiento del cáncer colorrectal, los hallazgos de laboratorio desempeñan un papel fundamental para establecer tanto el estado general del paciente como la extensión de la enfermedad. Una prueba básica e indispensable es el hemograma completo, cuyo objetivo primordial es identificar la presencia de anemia, comúnmente secundaria a la pérdida crónica y silenciosa de sangre por el tumor intestinal. Esta anemia suele manifestarse como una disminución en los valores de hemoglobina y hematocrito, y es un indicador importante para orientar el diagnóstico.
Además, las pruebas bioquímicas hepáticas, particularmente la medición de la fosfatasa alcalina sérica, son esenciales porque una elevación de estos parámetros puede indicar la afectación metastásica del hígado, uno de los órganos más frecuentemente comprometidos en la diseminación del cáncer colorrectal. La elevación de la fosfatasa alcalina refleja la infiltración tumoral o la obstrucción biliar secundaria a metástasis hepáticas, y por tanto, su valoración aporta información sobre la etapa avanzada de la enfermedad.
En cuanto a los marcadores tumorales, el antígeno carcinoembrionario es uno de los más utilizados en el seguimiento de los pacientes con diagnóstico confirmado de cáncer colorrectal. No obstante, su uso no es recomendable como herramienta de tamizaje poblacional debido a su limitada sensibilidad y especificidad. El antígeno carcinoembrionario no se encuentra elevado en todos los pacientes con cáncer, y además puede aumentar en individuos fumadores o en presencia de diversas condiciones benignas, lo que limita su valor diagnóstico inicial. Sin embargo, un nivel preoperatorio superior a cinco nanogramos por mililitro se asocia con un pronóstico desfavorable. Tras la resección quirúrgica completa del tumor, se espera que los niveles de este marcador regresen a la normalidad; si permanecen elevados, esto sugiere la existencia de enfermedad residual o recurrente, lo que requiere una evaluación más profunda. Por ello, la monitorización periódica del antígeno carcinoembrionario se utiliza en el seguimiento posoperatorio y durante la administración de terapias adyuvantes, siempre que el marcador haya estado inicialmente elevado.
Para la confirmación diagnóstica definitiva, la colonoscopia constituye el procedimiento indispensable en pacientes con sospecha clínica de cáncer colorrectal o con hallazgos radiológicos sugestivos de malignidad. Esta técnica permite la visualización directa del tracto colónico y la obtención de biopsias dirigidas, indispensables para la evaluación histopatológica. En pacientes adultos que presentan anemia ferropénica de nueva aparición, tanto la colonoscopia como la endoscopia alta deben considerarse para descartar sangrados gastrointestinales de origen tumoral.
En relación con la estadificación tumoral previa a la intervención quirúrgica, las técnicas de imagen juegan un rol central. La tomografía computarizada con contraste intravenoso del tórax, abdomen y pelvis es el método estándar para evaluar la presencia de metástasis a distancia y la extensión local de la enfermedad, aunque presenta limitaciones para definir con precisión la invasión tumoral en la pared intestinal (estadio T) y la afectación ganglionar regional (estadio N). Para optimizar la detección de metástasis hepáticas, se puede realizar una exploración intraoperatoria directa mediante palpación y ultrasonido, que ofrece una mayor sensibilidad para identificar lesiones ocultas.
En casos de cáncer rectal, definido generalmente como tumores localizados a doce centímetros o menos del margen anal, la resonancia magnética pélvica o la ecografía endorrectal son imprescindibles para evaluar la profundidad de la infiltración tumoral y la afectación de los ganglios perirrectales. Estos estudios aportan información crucial para planificar terapias neoadyuvantes, como la radioterapia y quimioterapia previas a la cirugía, y para definir el abordaje quirúrgico más adecuado.
La tomografía por emisión de positrones, sola o en combinación con tomografía computarizada, no se emplea de forma rutinaria en el estadiaje ni en la vigilancia del cáncer colorrectal debido a que muchos tumores no presentan una captación metabólica suficientemente elevada y las metástasis hepáticas pueden pasar desapercibidas debido a la alta actividad metabólica fisiológica del hígado. Por lo tanto, aunque la tecnología de imagen avanzada ofrece herramientas valiosas, la selección adecuada de pruebas diagnósticas y de seguimiento debe basarse en las características específicas del tumor y las necesidades clínicas del paciente.
Diagnóstico diferencial
El diagnóstico diferencial del cáncer colorrectal resulta fundamental debido a la naturaleza inespecífica de sus síntomas iniciales, que pueden solaparse con diversas patologías gastrointestinales de carácter benigno o inflamatorio. Esta similitud clínica puede generar confusión diagnóstica y retrasar la identificación temprana del carcinoma, afectando el pronóstico del paciente.
Entre las enfermedades que con mayor frecuencia se confunden con el cáncer colorrectal se encuentran el síndrome del intestino irritable, una alteración funcional que produce síntomas como dolor abdominal y cambios en el hábito intestinal, pero que no implica una lesión estructural detectable. Asimismo, la diverticulosis y su complicación inflamatoria, la diverticulitis, pueden manifestarse con dolor abdominal y alteraciones en la evacuación que emulan el cuadro de un tumor colónico. La colitis isquémica, caracterizada por la reducción del flujo sanguíneo a segmentos intestinales, también puede presentar dolor abdominal y sangrado rectal, imitando los signos clínicos del cáncer.
Las enfermedades inflamatorias intestinales, como la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn, se distinguen por episodios recurrentes de inflamación intestinal que pueden generar cambios en las evacuaciones y presencia de sangre en las heces, síntomas que se solapan con los del cáncer colorrectal. Por otro lado, las infecciones intestinales causadas por diversos agentes patógenos pueden desencadenar diarrea sanguinolenta y dolor abdominal, dificultando el diagnóstico diferencial sin pruebas específicas. Finalmente, las hemorroides, lesiones vasculares comunes en la región anal, suelen ser una causa frecuente de hematoquecia y pueden llevar a interpretar erróneamente estos síntomas como signos de neoplasia.
Debido a esta amplia gama de posibles diagnósticos alternativos, resulta imperativo descartar la presencia de neoplasia en cualquier paciente que refiera cambios recientes y persistentes en el patrón de evacuación intestinal, episodios de hematoquecia, anemia ferropénica inexplicada o detección de sangre oculta en muestras fecales. Esta precaución clínica garantiza que se realicen las investigaciones diagnósticas pertinentes, incluyendo estudios endoscópicos y pruebas de imagen, que permitan identificar o descartar la presencia de un tumor colorrectal de manera oportuna, evitando así el retraso en el tratamiento y mejorando los resultados clínicos a largo plazo.

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