¿Quién inventó el bisturí eléctrico?

A partir de los años ochenta del siglo XIX, los avances tecnológicos en diversos campos de la ciencia y la medicina llevaron a la aparición de nuevos dispositivos que mejoraron significativamente la eficiencia de las intervenciones quirúrgicas. En este contexto, los cirujanos comenzaron a experimentar con el uso de electricidad para cauterizar tejidos durante los procedimientos, con el objetivo de reducir las hemorragias y acelerar las operaciones. Los primeros bisturíes eléctricos de generación inicial eran dispositivos rudimentarios y algo toscos, pero representaron un avance significativo en términos de control del sangrado, lo que a su vez permitía una mayor rapidez y precisión durante las intervenciones quirúrgicas.

Sin embargo, fue en 1926 cuando dos figuras clave en la medicina, Harvey Cushing y William Bovie, lograron refinar y perfeccionar este dispositivo, creando una versión mucho más eficiente y práctica que la de sus predecesores. Harvey Cushing, reconocido cirujano y pionero en la neurocirugía, era un gran defensor de la mejora de las técnicas quirúrgicas para reducir la mortalidad y mejorar los resultados en cirugía cerebral y otras especialidades. Cushing, quien estaba muy interesado en la tecnología, vio el potencial de un dispositivo quirúrgico que no solo pudiera cauterizar, sino también incidir tejidos con una precisión mucho mayor que los bisturíes convencionales de la época.

En su colaboración con el físico William Bovie, quien había diseñado y desarrollado nuevos circuitos eléctricos, lograron concebir un bisturí eléctrico que contenía dos circuitos eléctricos separados. Este dispositivo permitía realizar dos funciones distintas de manera simultánea: uno de los circuitos servía para incidir el tejido con precisión, sin causar un sangrado significativo, y el otro estaba destinado a coagular el tejido, cerrando los vasos sanguíneos y previniendo la hemorragia. Este diseño representaba un avance sustancial con respecto a los dispositivos previos, pues no solo facilitaba una mayor eficacia, sino que también hacía que el procedimiento fuera menos incómodo para el paciente.

El bisturí eléctrico de Bovie también se distinguió por su diseño más funcional y ergonómico. El aparato incorporaba extremos metálicos intercambiables, como puntas de acero y circuitos de alambre, que podían unirse a una empuñadura esterilizable, diseñada de manera similar a una pistola, lo que permitía al cirujano manejar el dispositivo de manera más controlada y precisa. Este diseño también incluía mecanismos para garantizar la seguridad del paciente, como los sistemas de aislamiento eléctrico adecuados y la capacidad de ajustar la potencia de la corriente eléctrica según la necesidad específica de la intervención.

A pesar de los inconvenientes iniciales relacionados con la ingeniería y la electricidad, como el ajuste de los circuitos y la gestión de la corriente eléctrica, el trabajo de Cushing y Bovie finalmente dio lugar a un instrumento quirúrgico revolucionario que permitió un control mucho más eficaz de la hemorragia durante las operaciones. Su éxito fue tan significativo que el bisturí eléctrico Bovie se convirtió en un instrumento pionero en la cirugía moderna, marcando un antes y un después en el desarrollo de las técnicas quirúrgicas. La capacidad de cortar y coagular simultáneamente transformó la manera en que se realizaban muchas intervenciones, especialmente aquellas que implicaban órganos con gran vascularización o procedimientos delicados, como la neurocirugía.

Casi un siglo después de su creación, el bisturí eléctrico Bovie sigue siendo uno de los instrumentos más importantes en el arsenal del cirujano. Aunque la tecnología ha continuado avanzando y los dispositivos actuales han mejorado en términos de eficiencia, precisión y seguridad, el concepto original de utilizar la electricidad para cortar y cauterizar de manera controlada sigue siendo una técnica fundamental en muchas disciplinas quirúrgicas. Este avance, basado en la colaboración entre la ingeniería y la medicina, no solo mejoró los resultados de las cirugías, sino que también contribuyó significativamente a la reducción de la mortalidad postoperatoria y a la mejora de la calidad de vida de los pacientes operados.

 

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Townsend, C. M., Beauchamp, R. D., Evers, B. M., & Mattox, K. L. (2022). Sabiston. Tratado de cirugía. Fundamentos biológicos de la práctica quirúrgica moderna (21.ª ed.). Elsevier España.
  2. Brunicardi F, & Andersen D.K., & Billiar T.R., & Dunn D.L., & Kao L.S., & Hunter J.G., & Matthews J.B., & Pollock R.E.(2020), Schwartz. Principios de Cirugía, (11e.). McGraw-Hill Education.
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Originally posted on 2 de diciembre de 2024 @ 10:51 PM

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