El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) es una condición del neurodesarrollo que, aunque típicamente comienza en la infancia, puede persistir hasta la adultez en una proporción significativa de los casos. Se estima que aproximadamente dos tercios de los pacientes diagnosticados durante la niñez continúan presentando síntomas en la edad adulta, y cerca de la mitad de estos adultos aún requieren tratamiento farmacológico para manejar adecuadamente la sintomatología. La prevalencia del TDAH en adultos se sitúa entre el 4% y el 5%, lo que indica que se trata de una entidad clínica relevante también en la población adulta.
Manifestaciones clínicas
En muchos individuos, el TDAH no es diagnosticado durante la infancia, ya sea porque nunca fueron evaluados formalmente o porque lograron compensar los síntomas mediante estrategias personales, apoyo familiar o estructuras escolares que atenuaban las dificultades. Sin embargo, al avanzar en la vida y enfrentarse a mayores demandas académicas, laborales y sociales, estas estrategias pueden volverse insuficientes, y los síntomas comienzan a interferir de manera más evidente en el funcionamiento cotidiano.
En la adultez, el perfil sintomático del TDAH suele modificarse en comparación con la infancia. La hiperactividad, característica común en los niños con este trastorno, tiende a atenuarse con la edad. En su lugar, predominan los síntomas de inatención, impulsividad y una forma más sutil de inquietud, a menudo descrita como una sensación interna de estar «acelerado». Para cumplir con los criterios diagnósticos en adultos, es necesario identificar al menos cinco síntomas persistentes de inatención —como cometer errores por descuido, distraerse con facilidad, dificultades para organizar tareas o cumplir plazos, extraviar objetos y olvidos frecuentes en actividades cotidianas— o cinco síntomas de hiperactividad/impulsividad —como la sensación de intranquilidad que lleva a levantarse cuando se espera permanecer sentado, sentirse impulsado por un motor interno, interrumpir a otros o tener dificultad para esperar su turno.
Dado que muchos adultos con TDAH tienden a subestimar o minimizar sus propios síntomas, ya sea por desconocimiento o por adaptación a lo largo del tiempo, resulta especialmente útil incorporar información de observadores externos. Se recomienda, por ejemplo, que los pacientes entreguen cuestionarios a personas adultas que los conozcan bien, incluidos aquellos que los trataron durante la infancia, como los padres. Este tipo de datos colaterales no solo aporta validez al proceso diagnóstico, sino que también ayuda a evitar errores, como la identificación errónea de TDAH en personas que buscan acceder a medicamentos estimulantes sin presentar un cuadro clínico genuino.
La evaluación cuidadosa, que integra el autorreporte del paciente con observaciones externas y criterios clínicos bien establecidos, es fundamental para lograr un diagnóstico certero y, en consecuencia, brindar una intervención adecuada que mejore la calidad de vida del adulto con TDAH.
Tratamiento
El tratamiento del trastorno por déficit de atención con hiperactividad en adultos debe abordarse de forma integral, combinando intervenciones farmacológicas con estrategias psicoeducativas y conductuales. Entre las opciones disponibles, los estimulantes farmacológicos —como el metilfenidato y las anfetaminas— constituyen la intervención terapéutica más eficaz. Estos fármacos están disponibles en formulaciones de acción corta y de acción prolongada, lo que permite adaptar su administración a las necesidades individuales de cada paciente, considerando factores como la duración de la jornada laboral, la tolerancia a efectos secundarios o el riesgo de olvido en la toma de dosis múltiples.
No obstante, antes de iniciar un tratamiento con estimulantes, es fundamental realizar una evaluación rigurosa para identificar posibles riesgos, como antecedentes de abuso de sustancias o comportamientos orientados a la desviación del medicamento con fines no terapéuticos. Además, se debe valorar la presencia de trastornos afectivos comórbidos, dado que ciertas alteraciones del estado de ánimo podrían no responder favorablemente, o incluso empeorar, con el uso de estimulantes.
En aquellos casos en los que los estimulantes están contraindicados o no son bien tolerados, existen alternativas no estimulantes aprobadas por la Administración de Alimentos y Medicamentos, como la atomoxetina y la viloxazina. Estos agentes actúan mediante mecanismos distintos, y aunque su eficacia es generalmente inferior a la de los estimulantes, pueden ofrecer beneficios clínicos significativos. Asimismo, el bupropión —un antidepresivo con propiedades dopaminérgicas y noradrenérgicas— ha demostrado eficacia en el tratamiento del trastorno por déficit de atención con hiperactividad y puede ser especialmente útil en pacientes que presentan además un trastorno depresivo mayor. Otra opción válida es la desipramina, un antidepresivo tricíclico que, si bien conlleva un perfil de efectos secundarios más amplio, puede ser considerada en pacientes que requieren abordajes terapéuticos múltiples, como aquellos con síntomas depresivos concomitantes o dolor neuropático.
El abordaje del trastorno no debe limitarse al componente farmacológico. La psicoeducación representa un pilar esencial del tratamiento y debe proporcionarse sistemáticamente a todos los pacientes. Comprender la naturaleza neurobiológica del trastorno, su evolución y sus implicancias funcionales permite a los individuos desarrollar un sentido de autoconciencia y control que potencia la adherencia terapéutica y mejora el pronóstico.
En el plano conductual, muchos adultos logran mejorar significativamente su funcionamiento mediante la adopción de estrategias prácticas. Estas incluyen la utilización de calendarios, esquemas de organización visual, segmentación de tareas en intervalos breves y estructurados, y la selección de ambientes laborales o roles familiares que se alineen con sus fortalezas, como trabajos que valoren la actividad física o el dinamismo, en lugar de aquellos que exijan una atención sostenida y meticulosa.
La terapia cognitivo-conductual representa una herramienta útil, particularmente en aquellos pacientes que continúan experimentando síntomas residuales pese a un manejo farmacológico adecuado. Esta modalidad terapéutica puede ayudar a identificar y modificar patrones de pensamiento disfuncionales, mejorar la autoestima, fomentar la regulación emocional y establecer rutinas adaptativas, contribuyendo así a una mejor calidad de vida.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Faraone SV et al. The World Federation of ADHD International Consensus Statement: 208 evidence-based conclusions about the disorder. Neurosci Biobehav Rev. 2021;128:789. [PMID: 33549739]
- Rubia K et al. Neurotherapeutics for attention deficit/hyperactivity disorder (ADHD): a review. Cells. 2021;10:2156. [PMID: 34440925]