El cuerpo humano, como organismo homeotermo, posee la capacidad de mantener su temperatura interna dentro de un estrecho rango compatible con el funcionamiento celular óptimo, a pesar de las fluctuaciones térmicas del entorno. Esta estabilidad térmica, conocida como termorregulación, es resultado de complejos mecanismos fisiológicos que regulan de forma dinámica el equilibrio entre la generación interna de calor —principalmente derivada del metabolismo celular— y su disipación hacia el ambiente circundante.
La transferencia de calor entre el organismo y su entorno se realiza por medio de cuatro mecanismos físicos fundamentales: radiación, evaporación, conducción y convección. La radiación implica la emisión o absorción de ondas infrarrojas entre superficies con diferente temperatura; por ejemplo, el cuerpo humano irradia calor constantemente hacia objetos más fríos del entorno. La evaporación, en cambio, corresponde a la pérdida de calor mediante la transformación del sudor en vapor, un proceso crítico durante la exposición al calor extremo. La conducción ocurre cuando hay contacto directo con superficies que presentan una temperatura distinta a la corporal, como al apoyarse sobre un suelo frío. Por último, la convección se refiere al intercambio térmico mediado por el movimiento de fluidos, como el aire o el agua, que rodean al cuerpo y absorben o ceden calor según el gradiente térmico existente.
Cuando el ser humano se expone a temperaturas ambientales muy elevadas o extremadamente bajas, la capacidad termorreguladora puede verse comprometida. En condiciones de calor excesivo, el organismo intenta disipar el calor excedente a través de una mayor vasodilatación cutánea y la sudoración. Sin embargo, si estas estrategias no son suficientes, la temperatura corporal puede incrementarse hasta niveles peligrosos, favoreciendo la aparición de trastornos como el golpe de calor, que implica un fallo multisistémico potencialmente letal. Por otro lado, en ambientes fríos, la respuesta fisiológica incluye vasoconstricción periférica para conservar el calor central y escalofríos que generan calor mediante contracciones musculares. No obstante, una exposición prolongada al frío puede conducir a hipotermia, donde el descenso de la temperatura corporal central afecta funciones neurológicas, cardiovasculares y respiratorias, pudiendo desembocar en la muerte si no se revierte a tiempo.
Ambos extremos térmicos, tanto el calor como el frío, representan un desafío significativo para la homeostasis del organismo humano. Las alteraciones térmicas pueden generar desde síntomas transitorios y leves, como fatiga por calor o entumecimiento por frío, hasta patologías graves como quemaduras térmicas, congelación de tejidos o colapso por hipertermia. A pesar de la peligrosidad de estas condiciones, la mayoría son previsibles mediante una adecuada educación sobre los riesgos ambientales, el uso apropiado de vestimenta y la planificación inteligente de actividades expuestas a temperaturas extremas. La comprensión profunda de los mecanismos involucrados en la termorregulación y sus límites es esencial para preservar la salud en condiciones climáticas adversas.
La incidencia y la severidad de las alteraciones provocadas por la exposición a condiciones térmicas extremas no son uniformes en la población, sino que dependen en gran medida de una compleja interacción entre variables fisiológicas propias del individuo y las características del entorno en el que se encuentra. Desde una perspectiva biológica, ciertos factores intrínsecos predisponen a que algunas personas sean más vulnerables a sufrir daños derivados del frío o del calor excesivo, debido a la capacidad reducida o comprometida de su organismo para mantener un equilibrio térmico adecuado.
Entre los determinantes fisiológicos más relevantes destacan las etapas extremas del ciclo vital, específicamente la infancia y la vejez. Los recién nacidos y los adultos mayores presentan sistemas termorreguladores menos eficientes; en los primeros, debido a una inmadurez en sus mecanismos metabólicos y en la capacidad para generar calor, y en los segundos, por una disminución progresiva en la función de los centros nerviosos encargados de la regulación térmica, así como una menor respuesta vascular y una reducción en la sudoración. De igual manera, el deterioro cognitivo constituye un factor crítico, ya que compromete la percepción de las condiciones ambientales y la capacidad para adoptar medidas protectoras, aumentando el riesgo de sufrir consecuencias adversas por el entorno térmico.
El embarazo representa una situación fisiológica particular donde el organismo materno experimenta modificaciones cardiovasculares, metabólicas y endocrinas que alteran la termorregulación y elevan la vulnerabilidad a los extremos térmicos. Adicionalmente, personas con mala condición física, estilos de vida sedentarios o con limitaciones en la movilidad, encuentran mayores dificultades para generar y conservar calor o, por el contrario, para disiparlo adecuadamente mediante el sudor y la circulación periférica. La aclimatación insuficiente a ambientes cálidos o fríos agrava esta vulnerabilidad, ya que el organismo no ha tenido tiempo suficiente para adaptar sus respuestas fisiológicas, como el aumento de la sudoración o la mejora en la circulación cutánea.
Otra dimensión importante radica en la presencia de lesiones previas relacionadas con la temperatura o traumatismos concomitantes, que pueden alterar la integridad de la piel o afectar sistemas que regulan el calor corporal, dificultando la recuperación o intensificando la gravedad del daño. Finalmente, una amplia gama de enfermedades crónicas y condiciones médicas subyacentes, en particular aquellas que comprometen el sistema nervioso central, el aparato cardiovascular, el sistema endocrino o el equilibrio hidroelectrolítico, son determinantes fundamentales en la susceptibilidad frente a las alteraciones térmicas. Estas patologías pueden interferir con la capacidad del organismo para detectar, responder y compensar los desafíos térmicos, favoreciendo la aparición de cuadros clínicos que van desde deshidratación y agotamiento hasta hipertermia e hipotermia, con consecuencias potencialmente fatales.
Los factores de riesgo farmacológicos incluyen medicamentos, tratamientos holísticos o alternativos, drogas ilícitas, tabaco y alcohol. Los medicamentos que afectan la sudoración y el sistema nervioso central, o que alteran el flujo sanguíneo cutáneo, como los vasoconstrictores o vasodilatadores periféricos, tienen mayor probabilidad de empeorar las afecciones relacionadas con la temperatura.
Los factores de riesgo ambientales incluyen cambios en las condiciones climáticas, ropa o vivienda inadecuadas, el cambio climático y la exposición ocupacional o recreativa.
La vulnerabilidad a las alteraciones causadas por temperaturas extremas no solo depende de las características fisiológicas del individuo, sino que también está significativamente influenciada por diversos factores farmacológicos y ambientales que pueden potenciar el riesgo y la gravedad de estas afecciones. En el ámbito farmacológico, la administración de ciertos medicamentos y sustancias tiene un papel crucial, dado que muchos de estos fármacos modulan mecanismos fundamentales en la regulación térmica del organismo.
Medicamentos que interfieren con la sudoración, por ejemplo, pueden limitar la capacidad del cuerpo para disipar el calor a través de la evaporación, incrementando así el riesgo de hipertermia en ambientes cálidos. Esto incluye fármacos anticolinérgicos, ciertos antidepresivos y antipsicóticos, que disminuyen la producción de sudor. Asimismo, agentes que actúan sobre el sistema nervioso central pueden alterar la percepción del calor o frío y la respuesta motora para protegerse de las condiciones ambientales adversas, dificultando la adopción de conductas preventivas. Adicionalmente, medicamentos que modifican el flujo sanguíneo en la piel, tales como vasoconstrictores o vasodilatadores periféricos, afectan la capacidad del cuerpo para regular la temperatura mediante la redistribución del calor. Los vasoconstrictores pueden limitar la pérdida de calor en ambientes fríos, pero al mismo tiempo aumentan el riesgo de daño tisular por congelación, mientras que los vasodilatadores pueden facilitar la pérdida de calor en climas fríos y aumentar la susceptibilidad a la hipotermia, o bien intensificar la dilatación cutánea en ambientes calurosos, exacerbando la deshidratación.
Además, el consumo de drogas ilícitas, tabaco y alcohol representa otro grupo de factores farmacológicos con impacto directo e indirecto en la termorregulación. Estas sustancias pueden alterar la función cardiovascular, la capacidad cognitiva y los mecanismos de alerta, impidiendo respuestas adecuadas ante cambios térmicos. Por ejemplo, el alcohol induce vasodilatación periférica que puede provocar una falsa sensación de calor en el frío, incrementando la pérdida de calor corporal y predisponiendo a la hipotermia. El tabaco, por su parte, afecta la circulación sanguínea, reduciendo la capacidad de respuesta vascular necesaria para mantener la temperatura corporal.
Por otro lado, los factores ambientales también juegan un papel determinante en la predisposición y desarrollo de trastornos relacionados con temperaturas extremas. Cambios bruscos o prolongados en las condiciones climáticas, como olas de calor o frío intenso, desafían la capacidad de adaptación fisiológica y aumentan el estrés térmico. La vestimenta inadecuada, que no provee un aislamiento térmico adecuado ni permite la transpiración, así como la vivienda carente de sistemas de climatización o protección contra el frío, son elementos que incrementan la exposición directa del organismo a temperaturas nocivas. El impacto del cambio climático global ha exacerbado estas problemáticas, generando eventos climáticos más frecuentes e intensos que exponen a la población a riesgos térmicos elevados, dificultando la planificación y prevención. Finalmente, la exposición ocupacional o recreativa en ambientes con condiciones térmicas extremas representa un factor crítico, ya que quienes realizan actividades físicas intensas al aire libre, en construcciones, industrias o en entornos naturales, enfrentan un riesgo elevado si no se implementan medidas de protección adecuadas.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.