La depresión es un trastorno del estado de ánimo extremadamente común, afectando a una proporción significativa de la población. Se estima que hasta el 30% de los pacientes que acuden a atención primaria presentan síntomas depresivos, lo que resalta la prevalencia de esta condición en la práctica clínica diaria. La depresión no tiene una única causa, sino que es el resultado de una interacción compleja entre diversos factores biológicos, psicológicos y sociales. Entre los factores más importantes que contribuyen al desarrollo de la depresión se encuentran:
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Factores genéticos: La predisposición genética juega un papel fundamental en la aparición de la depresión. Las investigaciones han mostrado que los antecedentes familiares de trastornos depresivos aumentan significativamente el riesgo de desarrollar la enfermedad. Esto sugiere que ciertos genes pueden predisponer a un individuo a experimentar episodios depresivos, aunque la expresión de esos genes esté mediada por otros factores ambientales y psicológicos.
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Problemas del desarrollo: Los eventos adversos ocurridos en la infancia, como abusos, negligencia, pérdidas tempranas o experiencias traumáticas, son factores de riesgo importantes para el desarrollo de la depresión en la vida adulta. Estas experiencias pueden alterar el desarrollo emocional y la capacidad de afrontar el estrés, lo que predispone al individuo a sufrir trastornos del estado de ánimo más adelante en la vida.
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Estrés psicosocial: Los factores estresantes a nivel social y personal, como el divorcio, la pérdida de empleo o la muerte de un ser querido, pueden desencadenar o agravar la depresión en individuos que ya son vulnerables a ella. Estos estresores pueden influir directamente en el estado emocional, afectando la autoestima y generando sentimientos de desesperanza, impotencia y aislamiento, los cuales son características centrales de la depresión.
En cuanto a la manía y la hipomanía, estos son síntomas distintivos del trastorno bipolar, una enfermedad mental caracterizada por fluctuaciones extremas en el estado de ánimo, que incluyen episodios de depresión y de exaltación o euforia. La manía se refiere a un estado de ánimo anormalmente elevado o irritable, que puede estar acompañado de una energía excesiva, pensamientos acelerados, comportamientos impulsivos o riesgosos, y una disminución de la necesidad de sueño. Por otro lado, la hipomanía es una forma más leve de manía, en la que los síntomas no son tan graves como para interferir de manera significativa en la vida diaria de la persona, pero aun así pueden ser notables.
Los episodios maníacos o hipomaníacos pueden ocurrir de manera aislada, pero con frecuencia se presentan junto con episodios depresivos, dando lugar a lo que se conoce como un episodio mixto o un patrón cíclico de fluctuaciones entre estados de ánimo elevados y deprimidos. Esta alternancia entre manía y depresión es un rasgo característico del trastorno bipolar, y la combinación de estos estados de ánimo puede generar una gran disfunción en la vida cotidiana de los individuos afectados.
Manifestaciones clínicas
Los hallazgos clínicos relacionados con la depresión son diversos y abarcan diferentes tipos, cada uno con síntomas comunes que pueden manifestarse de manera variable. Existen cuatro tipos principales de depresión, cada uno con características particulares, aunque todos comparten síntomas similares.
Trastorno de adaptación con estado de ánimo deprimido
El estado de ánimo deprimido puede surgir como respuesta a un estresor identificable o a una situación adversa en la vida de una persona. Tales situaciones suelen involucrar pérdidas significativas, como la muerte de un ser querido (reacción de duelo), un divorcio, o un revés financiero importante (crisis económica). También puede surgir como resultado de la pérdida de un rol previamente establecido, por ejemplo, cuando una persona deja de sentirse necesitada o importante para los demás.
Aunque la tristeza y el duelo son respuestas emocionales naturales ante la pérdida, la depresión no es simplemente una manifestación normal de estos procesos. El duelo, que generalmente se asocia con la pérdida de un ser querido, puede involucrar sentimientos de tristeza profunda, lamento y nostalgia, pero no necesariamente se caracteriza por los síntomas clínicos que definen la depresión mayor. En cambio, la depresión mayor (o trastorno depresivo mayor) se distingue por una constelación más amplia y persistente de síntomas que incluyen, entre otros, tristeza profunda, ansiedad, irritabilidad, dificultades para concentrarse, sensación de desesperanza, pérdida de interés en actividades que antes resultaban placenteras, y que a menudo se acompañan de quejas somáticas como dolores físicos sin una causa médica aparente.
El espectro de los síntomas que pueden presentarse va desde una tristeza leve y transitoria, ansiedad y preocupación, hasta manifestaciones más graves como la incapacidad para realizar actividades cotidianas y pensamientos de suicidio. La depresión clínica, en particular, no es simplemente una respuesta pasajera al estrés, sino un trastorno complejo que afecta la biología, la psicología y el comportamiento de un individuo, alterando significativamente su capacidad para funcionar a nivel emocional, cognitivo y físico. Esta condición no solo se limita a una respuesta emocional frente a una situación adversa, sino que implica un desequilibrio en los neurotransmisores y una alteración en los mecanismos neurofisiológicos que regulan las emociones y los procesos cognitivos.
Es importante señalar que, aunque un evento estresante o doloroso pueda ser la causa de una respuesta emocional como la tristeza, no todos los casos de tristeza o ansiedad son indicativos de un trastorno depresivo. Sin embargo, cuando los síntomas son lo suficientemente graves y persistentes como para cumplir con los criterios diagnósticos para el trastorno depresivo mayor, este diagnóstico debe ser considerado, independientemente de que exista un estresor conocido que haya desencadenado la reacción. En estos casos, el tratamiento debe ser instaurado sin demora, ya que la depresión mayor, aunque comprensible desde el punto de vista de su relación con un evento estresante, requiere intervención médica y psicológica para prevenir el deterioro funcional y el sufrimiento prolongado del individuo.
El hecho de que una depresión pueda ser desencadenada por un evento estresante no justifica la omisión del tratamiento adecuado. Muchas veces, el hecho de que un estresor sea identificable, como una pérdida significativa o una crisis personal, puede llevar a algunas personas a subestimar la gravedad de la depresión, asumiendo erróneamente que la persona simplemente está reaccionando de manera normal a una situación difícil. Sin embargo, los tratamientos para la depresión mayor, que incluyen terapias psicológicas y, en muchos casos, farmacoterapia, son fundamentales para ayudar al individuo a superar no solo los síntomas inmediatos, sino también para evitar recaídas y mejorar la calidad de vida a largo plazo. Por lo tanto, la intervención temprana y apropiada es crucial, incluso cuando parece que el trastorno está relacionado con una situación estresante específica.
Trastornos depresivos
Los trastornos depresivos comprenden un grupo heterogéneo de enfermedades mentales, y su clasificación se basa en la intensidad, la duración y los síntomas específicos que los definen. Los dos principales trastornos dentro de esta categoría son el trastorno depresivo mayor y la distimia, pero también existen otras subcategorías y trastornos relacionados, como el trastorno disfórico premenstrual. A continuación, se presenta un análisis detallado de estos trastornos y sus características clínicas.
1. Trastorno depresivo mayor (TDM): El trastorno depresivo mayor es un síndrome que se manifiesta a través de un conjunto de síntomas emocionales, físicos y cognitivos, los cuales pueden ocurrir en cualquier momento de la vida. Los pacientes con este trastorno suelen experimentar una pérdida significativa de interés o placer en actividades previamente gratificantes, lo que se conoce como anhedonia. Este síntoma está frecuentemente acompañado por el aislamiento social y la retirada de actividades diarias. Además, las personas afectadas pueden sentir una culpa excesiva, experimentar dificultades para concentrarse, presentar disfunción cognitiva (como dificultades para tomar decisiones o recordar detalles), ansiedad generalizada, fatiga crónica, y un sentimiento de inutilidad o falta de valor personal.
Las quejas somáticas son comunes en el trastorno depresivo mayor, y suelen incluir dolores o molestias inexplicables, como dolores de cabeza, dolores musculares o problemas gastrointestinales, que no tienen una causa médica clara. La pérdida del deseo sexual es otro síntoma frecuente, al igual que pensamientos recurrentes sobre la muerte o incluso suicidio. La depresión también se ha asociado con ciertos factores sociales, como el desempleo, el cual aumenta el riesgo de desarrollar depresión debido a la presión económica y social que conlleva. Además, se observa una variación diurna en la intensidad de los síntomas, con una tendencia a mejorar conforme avanza el día.
Los síntomas vegetativos en el trastorno depresivo mayor incluyen insomnio, anorexia (pérdida de apetito) y estreñimiento, aunque también pueden presentarse en otros trastornos. En algunos casos, los pacientes pueden experimentar agitación severa, o incluso pensamientos psicóticos, que son menos comunes pero ocurren en alrededor del 14% de los pacientes con depresión mayor y en un 25% de aquellos que son hospitalizados debido a esta condición. Los síntomas psicóticos pueden incluir delirios de tipo paranoide, que varían desde una simple desconfianza hasta ideas delirantes más complejas, como la creencia de que el mundo está conspirando contra el paciente. En cuanto a los delirios somáticos, estos suelen centrarse en temores de aniquilación inminente o en preocupaciones sobre el deterioro físico del cuerpo, como la sensación de que el cuerpo se está «descomponiendo». Las alucinaciones, aunque menos frecuentes, pueden acompañar estos delirios, pero generalmente no se presentan de manera independiente.
Subcategorías del trastorno depresivo mayor: Dentro del trastorno depresivo mayor, existen varias subcategorías que permiten diferenciar los diferentes patrones de presentación de la enfermedad.
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Depresión mayor con características atípicas: Este subtipo de depresión se caracteriza por síntomas como hipersomnia (dormir en exceso), sobrealimentación, letargo generalizado, y reactividad emocional, lo que significa que el estado de ánimo mejora temporalmente en respuesta a eventos positivos o noticias favorables. Este tipo de depresión es menos común, pero tiene una importancia clínica particular debido a su presentación atípica.
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Depresión melancólica: Este subtipo se distingue por una falta de reactividad emocional, es decir, el paciente no experimenta una mejoría en su estado de ánimo incluso cuando se enfrenta a situaciones positivas. Además, presenta síntomas más graves de anhedonia (incapacidad para disfrutar de actividades) y síntomas vegetativos severos, como la pérdida de apetito, insomnio y una profunda fatiga.
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Trastorno afectivo estacional (depresión mayor con inicio estacional): Este trastorno está vinculado a alteraciones en los ritmos circadianos, especialmente debido a la reducción de la exposición a la luz solar durante los meses de otoño e invierno. Los pacientes suelen experimentar un aumento en el deseo de carbohidratos, hipersomnia, letargo y aumento del apetito, síntomas que tienden a mejorar en los meses de primavera y verano.
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Depresión mayor con inicio periparto: Este trastorno afecta a mujeres durante el embarazo o en las primeras semanas después del parto. Aunque la mayoría de las mujeres experimentan una leve bajada del ánimo en el posparto, aproximadamente el 10-15% desarrolla una depresión mayor grave, que puede incluir pensamientos obsesivos relacionados con el bienestar del bebé, o incluso temores de dañarlo. En los casos más graves, la psicosis posparto puede presentarse, lo cual es una condición mucho más rara, pero que requiere tratamiento inmediato y agresivo.
2. Trastorno depresivo persistente (distimia): La distimia es un trastorno depresivo crónico que se caracteriza por una duración de los síntomas de al menos dos años. Los síntomas son similares a los de la depresión mayor, pero de menor intensidad y más persistentes. Las personas que padecen distimia suelen experimentar una tristeza continua, pérdida de interés en las actividades y aislamiento social durante un largo período de tiempo. Aunque los síntomas no son tan graves como en los episodios depresivos mayores, su persistencia puede llevar a una disfunción significativa en la vida cotidiana del individuo.
3. Trastorno disfórico premenstrual: Este trastorno se caracteriza por la aparición de síntomas depresivos y físicos durante la fase lútea tardía del ciclo menstrual, es decir, las dos últimas semanas antes de la menstruación. Los síntomas incluyen tristeza, irritabilidad, ansiedad y fatiga, que son más intensos que los síntomas típicos premenstruales. Este trastorno afecta significativamente la calidad de vida de las mujeres y puede interferir en su funcionamiento social y laboral.
Trastorno bipolar
El trastorno bipolar y las enfermedades del espectro bipolar comprenden un conjunto de trastornos psiquiátricos caracterizados por episodios episódicos de alteraciones del estado de ánimo, que incluyen manía, depresión mayor, hipomanía y estados de ánimo mixtos. La particularidad de estos trastornos radica en la variabilidad y la amplitud de los cambios en el estado de ánimo, lo que puede hacer que su diagnóstico inicial sea complicado, especialmente debido a su capacidad para imitar aspectos de otros trastornos psiquiátricos graves y su alta comorbilidad con el abuso de sustancias. De hecho, el diagnóstico de trastorno bipolar a menudo se ve oscurecido por la coincidencia de síntomas con otros trastornos mentales, lo que puede dificultar la identificación temprana y precisa de la condición.
El diagnóstico de trastorno bipolar I se realiza cuando un individuo experimenta episodios maníacos. Estos episodios maníacos son períodos de estado de ánimo elevado o de irritabilidad intensa, acompañados de una activación excesiva y de una involucración desmedida en actividades cotidianas. Durante una fase maníaca, es común observar una «huida de ideas», que se traduce en un pensamiento rápido y disperso, dificultad para concentrarse y fácil distracción, así como una necesidad mínima de sueño. En esta fase, el estado de ánimo entusiasta y la conducta expansiva pueden resultar atractivos para los demás al principio, pero la irritabilidad y la labilidad emocional, que alterna entre la manía y la depresión, sumadas a comportamientos agresivos y una sensación de grandiosidad, suelen llevar a dificultades interpersonales marcadas. Las personas que atraviesan un episodio maníaco pueden involucrarse en actividades impulsivas y de consecuencias graves que, posteriormente, lamentarán, tales como el gasto excesivo, la renuncia a un trabajo, un matrimonio precipitado, conductas sexuales impulsivas o exhibicionistas, y el consiguiente distanciamiento de amigos y familiares.
En algunos casos, los episodios maníacos pueden adoptar características atípicas, como delirios evidentes, ideación paranoide de gran intensidad, y alucinaciones auditivas, generalmente vinculadas a percepciones grandiosas de la persona. Estos episodios pueden comenzar de manera abrupta, a veces desencadenados por tensiones o estresores de la vida, y su duración puede variar desde varios días hasta varios meses. En general, los episodios maníacos son de una duración más corta que los episodios depresivos, y la frecuencia de las recaídas es una característica significativa de los trastornos bipolares. En casi todos los casos, el episodio maníaco forma parte de un trastorno bipolar más amplio. Un fenómeno relevante dentro del trastorno bipolar es el llamado «ciclado rápido», que ocurre cuando una persona experimenta cuatro o más episodios distintos de alteración del estado de ánimo en el transcurso de un solo año. Este tipo de ciclaje rápido puede, en algunos casos, imitar el patrón de comportamiento observado en el abuso de sustancias, especialmente en el uso de cocaína.
Por otro lado, el trastorno ciclotímico es una forma crónica y más leve de trastorno del estado de ánimo que se caracteriza por episodios de depresión subumbral (es decir, que no cumplen con los criterios completos para un episodio depresivo mayor) y hipomanía (una forma más suave de manía). Aunque estos episodios son de menor intensidad que los observados en el trastorno bipolar I o II, la duración de los síntomas debe ser de al menos dos años para que el diagnóstico de trastorno ciclotímico sea válido. A lo largo del tiempo, los síntomas pueden fluctuar entre fases de subsyndromal depresión y hipomanía, pero no alcanzan la gravedad de los episodios maníacos o depresivos completos. Sin embargo, en algunos casos, los síntomas pueden escalar hasta convertirse en un episodio maníaco o depresivo completo, lo que podría justificar la reclasificación del diagnóstico como trastorno bipolar I o II, dependiendo de la naturaleza de los episodios.
Trastornos del estado de ánimo secundarios a enfermedades y medicamentos
Los trastornos del estado de ánimo secundarios a enfermedades y medicamentos son un fenómeno clínico que destaca la influencia que diversas condiciones patológicas y tratamientos farmacológicos pueden ejercer sobre la aparición y exacerbación de los síntomas depresivos. Cualquier enfermedad, ya sea grave o leve, puede desencadenar un cuadro de depresión significativa, lo que se conoce como depresión secundaria a enfermedad. En este contexto, diversas enfermedades crónicas y agudas están estrechamente relacionadas con la depresión, ya que alteran tanto el equilibrio fisiológico del cuerpo como el bienestar emocional de los pacientes.
Condiciones médicas como la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple, el accidente cerebrovascular y las enfermedades cardíacas crónicas son comúnmente asociadas con trastornos depresivos. La depresión también es frecuente en el contexto de enfermedades oncológicas, y uno de los casos más notables es el de los pacientes con cáncer de páncreas, quienes muestran una tasa particularmente alta de comorbilidad con la depresión. Esto se puede explicar por una combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales que surgen de la experiencia de enfermedad grave, así como por la alteración de las funciones metabólicas y hormonales que acompañan a la enfermedad.
En este sentido, las variaciones hormonales desempeñan un papel destacado en la aparición de algunos trastornos depresivos. Los trastornos del estado de ánimo relacionados con cambios hormonales son comunes en situaciones como el síndrome premenstrual, el posparto, y las fluctuaciones hormonales propias de la menopausia. Además, trastornos más complejos como la esquizofrenia, las enfermedades del sistema nervioso central (SNC) y los trastornos mentales orgánicos también pueden presentar episodios depresivos en diversos momentos, lo que sugiere una interacción entre los factores biológicos subyacentes de la enfermedad y las alteraciones en el estado de ánimo.
Un factor adicional que complica la depresión secundaria a enfermedad es la frecuente comorbilidad con la dependencia del alcohol. El abuso de alcohol está asociado de manera significativa con trastornos depresivos graves, tanto como causa como consecuencia. El consumo crónico de alcohol puede alterar las funciones cerebrales y neuroquímicas de tal manera que se genere o se agrave un trastorno depresivo, lo que a menudo se convierte en un ciclo vicioso difícil de romper.
Además, los medicamentos utilizados para tratar diversas condiciones médicas pueden inducir síntomas depresivos como efecto secundario. Entre los fármacos más comunes asociados con cambios de humor se encuentran los corticosteroides, que son conocidos por producir alteraciones en el estado de ánimo, como episodios de depresión, hipomanía o psicosis. Otros medicamentos que se han vinculado con el desarrollo de síntomas depresivos incluyen la digoxina (un medicamento utilizado para tratar problemas cardíacos), los medicamentos antiparkinsonianos, los retinoides (usados en el tratamiento de trastornos dermatológicos), los interferones (empleados en el tratamiento de enfermedades como la hepatitis y ciertos tipos de cáncer), y el disulfiram (utilizado en el tratamiento de la dependencia del alcohol). También los agentes anticolinesterásicos, como la rivastigmina, empleados en el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer, y la clonidina, utilizada para el manejo de la hipertensión, pueden inducir síntomas depresivos.
Otro factor relevante es el uso de estimulantes, que, aunque en un principio pueden generar un aumento de energía y un estado de ánimo elevado, resultan en un síndrome depresivo significativo cuando la sustancia es retirada. Los efectos de la abstinencia de sustancias como la anfetamina o la cocaína pueden inducir una depresión severa en el individuo. De manera paradójica, a pesar de que sustancias como el alcohol, los sedantes y los opioides son depresores del sistema nervioso central, a menudo son empleados por los pacientes como una forma de auto-tratamiento de la depresión. Este comportamiento refleja un patrón de uso problemático de sustancias, en el que los pacientes buscan alivio temporal de los síntomas depresivos, pero que, a largo plazo, contribuye a la perpetuación y exacerbación de los trastornos del estado de ánimo.
Es importante reconocer que los trastornos del estado de ánimo secundarios a enfermedades y medicamentos requieren una evaluación exhaustiva y un enfoque terapéutico integral. El tratamiento debe abordar tanto la condición médica subyacente como los síntomas depresivos asociados. En muchos casos, esto implica la colaboración entre diversos especialistas, incluidos médicos de atención primaria, psiquiatras, psicólogos y farmacólogos, para diseñar un plan de tratamiento que minimice los efectos adversos de los medicamentos y brinde un apoyo adecuado para el manejo de la depresión. El manejo adecuado de estos trastornos es esencial para mejorar la calidad de vida de los pacientes y para evitar que la depresión se convierta en un obstáculo adicional en su proceso de recuperación física o tratamiento médico.
Diagnóstico diferencial
El diagnóstico diferencial de la depresión es una tarea compleja que exige una evaluación exhaustiva debido a la amplia variedad de condiciones médicas y psiquiátricas que pueden manifestarse con síntomas similares a los de un trastorno depresivo. Dado que la depresión puede ser un componente de muchas enfermedades, ya sea como una reacción emocional a la enfermedad (depresión reactiva) o como un síntoma secundario directo de la patología subyacente, es esencial prestar especial atención a las circunstancias personales del paciente, tales como problemas de ajuste en la vida personal, y a los efectos que puedan tener los medicamentos en el estado de ánimo.
Un aspecto clave en la identificación precisa de la depresión es distinguirla de otras condiciones que pueden presentar síntomas emocionales y conductuales similares. Por ejemplo, trastornos como la esquizofrenia, las crisis parciales complejas, los síndromes cerebrales orgánicos, los trastornos de pánico y los trastornos de ansiedad pueden dar lugar a manifestaciones emocionales que se solapan con la depresión. Sin embargo, cada una de estas condiciones tiene características distintivas que permiten realizar un diagnóstico diferencial adecuado. La esquizofrenia, por ejemplo, se caracteriza por la presencia de síntomas psicóticos como alucinaciones y delirios, los cuales son ausentes en los trastornos depresivos primarios. En el caso de las crisis parciales complejas, los episodios de alteración del estado de ánimo suelen ir acompañados de episodios convulsivos o conductuales que difieren de la tristeza profunda o la falta de interés típicas de la depresión. Los síndromes cerebrales orgánicos, que pueden derivar de lesiones o disfunciones en el cerebro, también pueden producir alteraciones emocionales, pero suelen venir acompañados de otros déficits cognitivos o neurológicos.
Otro grupo de trastornos que deben diferenciarse de la depresión son los trastornos de pánico y los trastornos de ansiedad. Estos trastornos, aunque comparten síntomas de angustia emocional, se caracterizan por episodios de ansiedad intensa y miedo, acompañados de síntomas físicos como taquicardia, sudoración o dificultad para respirar. Estos síntomas son diferentes de los sentimientos persistentes de tristeza, desesperanza o pérdida de interés típicos de la depresión. Además, los trastornos de ansiedad pueden implicar un temor excesivo o persistente a situaciones específicas, lo cual no suele ocurrir en los trastornos depresivos.
Desde un punto de vista médico, es fundamental considerar la posibilidad de disfunciones endocrinas que puedan estar enmascarando o provocando síntomas depresivos. En particular, las disfunciones tiroideas, como el hipotiroidismo, pueden producir síntomas que se asemejan a la depresión, como la fatiga, la apatía y la disminución del interés en las actividades cotidianas. Otras endocrinopatías, como el síndrome de Cushing o las alteraciones en las glándulas suprarrenales, también pueden dar lugar a síntomas depresivos debido a los desequilibrios hormonales que generan. Por lo tanto, es esencial realizar una evaluación endocrinológica adecuada para descartar estas condiciones, especialmente cuando los síntomas depresivos parecen no estar justificados por factores psicológicos o sociales.
Además, las neoplasias malignas, especialmente aquellos tumores que afectan al cerebro, pueden presentar síntomas de depresión como parte del cuadro clínico. En algunos casos, los síntomas depresivos pueden ser uno de los primeros signos observados, incluso antes de que el diagnóstico de cáncer sea establecido. Esto es particularmente cierto en los tumores cerebrales, que pueden interferir con las áreas del cerebro responsables de regular el estado de ánimo y las emociones, lo que da lugar a una alteración del comportamiento y del bienestar emocional. En estos casos, la depresión es un signo precoz que puede alertar sobre la presencia de una afección más grave.
En cuanto a los accidentes cerebrovasculares, en particular aquellos que afectan a la hemicerebra dominante, los síntomas pueden asemejarse a los de un trastorno depresivo mayor. Las lesiones en áreas específicas del cerebro, como la corteza prefrontal o los lóbulos temporales, pueden afectar la regulación emocional y dar lugar a una presentación clínica que se confunda fácilmente con la depresión. Los pacientes que sufren un ictus, especialmente aquellos con daño en el hemisferio dominante, pueden experimentar síntomas de tristeza, apatía y pérdida de interés en la vida cotidiana, que se superponen con los de la depresión. En estos casos, una evaluación neurológica exhaustiva es fundamental para establecer si la alteración del estado de ánimo es una consecuencia directa del daño cerebral o si está relacionada con una condición psiquiátrica independiente.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.