El lento desarrollo de la cirugía como disciplina científica y práctica médica se debe en gran medida a la necesidad de un profundo entendimiento y dominio de cuatro elementos fundamentales que son esenciales para la realización exitosa de un procedimiento quirúrgico: el conocimiento de la anatomía, el control de la hemorragia, el control del dolor y el control de la infección. Estos factores fueron más decisivos que las habilidades técnicas puramente mecánicas o instrumentales, ya que el avance de la cirugía dependió no solo de la destreza manual, sino de los avances en el conocimiento y en las condiciones adecuadas para llevar a cabo una intervención sin poner en peligro la vida del paciente.
- Conocimiento de la anatomía humana: Durante siglos, el conocimiento preciso de la estructura interna del cuerpo humano fue limitado. Los primeros médicos y cirujanos carecían de una comprensión detallada de la anatomía, lo que resultaba en intervenciones poco seguras o ineficaces. La disección humana estaba restringida en muchas culturas, lo que dificultaba la observación directa de las estructuras internas. No fue hasta los avances de la medicina renacentista, particularmente con figuras como Andreas Vesalio, que se consiguió una representación más precisa del cuerpo humano. Este conocimiento fue fundamental para que los cirujanos pudieran identificar correctamente los órganos y tejidos a intervenir y, más crucialmente, evitar estructuras vitales durante el procedimiento.
- Control de la hemorragia: Uno de los principales riesgos de la cirugía en sus primeros tiempos era la hemorragia excesiva, que a menudo resultaba en la muerte del paciente. Las intervenciones quirúrgicas, en ausencia de técnicas adecuadas para detener el sangrado, frecuentemente acababan con una pérdida de sangre tan grande que los pacientes sucumbían a la hemorragia. Los cirujanos primitivos no tenían acceso a métodos de control como la sutura efectiva de los vasos sanguíneos, y las técnicas rudimentarias que existían, como la presión manual o la ligadura, eran limitadas en eficacia. No fue sino hasta el siglo XIX, con el descubrimiento de la ligadura de los vasos y el empleo de la compresión controlada, que se comenzó a mejorar significativamente el control de la hemorragia. Esta capacidad fue crucial para transformar la cirugía de un campo riesgoso y, a menudo, fatal, en una disciplina viable.
- Control del dolor: El dolor durante las intervenciones quirúrgicas era otro obstáculo que dificultaba el desarrollo de la cirugía. Sin anestesia, los pacientes sufrían intensamente, lo que no solo representaba un desafío ético, sino que también interfería con la efectividad del procedimiento. La cirugía de antaño, en gran medida, consistía en realizar intervenciones rápidas y brutales para minimizar el sufrimiento del paciente durante el proceso. Sin embargo, con la introducción de técnicas de anestesia en el siglo XIX, particularmente con el uso del éter y el cloroformo, se comenzó a controlar el dolor de manera eficaz. Esto permitió a los cirujanos realizar procedimientos más complejos y prolongados sin la limitación de la reacción del paciente al dolor. El control adecuado del dolor también redujo la mortalidad asociada a las intervenciones quirúrgicas, ya que los pacientes podían soportar procedimientos más largos y con mayor precisión técnica.
- Control de la infección: La infección era, y sigue siendo, uno de los mayores desafíos de la cirugía. Antes del entendimiento de los principios de la microbiología y la antisepsia, las infecciones postoperatorias eran una causa común de muerte. Las heridas quirúrgicas se infectaban fácilmente debido a la falta de condiciones estériles durante las operaciones, la desinfección inadecuada de las herramientas y la contaminación por contacto con manos sucias o con el entorno no esterilizado. Fue solo con los avances de la teoría germinal de la enfermedad, promovidos por científicos como Louis Pasteur y Joseph Lister, que los cirujanos comenzaron a adoptar técnicas de antisepsia, como la desinfección de las manos y de los instrumentos, el uso de ropa quirúrgica estéril y la aplicación de antisépticos en las heridas. Estos avances fueron cruciales para reducir las tasas de infección y mejorar la seguridad de los procedimientos quirúrgicos.
La cirugía, como disciplina terapéutica, avanzó lentamente durante muchos siglos, ya que no se podía considerar una opción viable a menos que ciertos prerrequisitos fundamentales estuvieran bien comprendidos y aceptados por la comunidad médica. Estos prerrequisitos fueron esenciales para garantizar que las intervenciones quirúrgicas fueran seguras y efectivas, y su incorporación al saber médico permitió que la cirugía dejara de ser una práctica temeraria y riesgosa. Entre estos elementos, los más críticos fueron el conocimiento de la anatomía humana, el control de la hemorragia, el control del dolor y la prevención de la infección.
En el siglo XVI, con el Renacimiento y la revolución científica que trajo consigo, dos de estos aspectos comenzaron a ser reconocidos y adoptados. Primero, el conocimiento de la anatomía dio un giro fundamental con el trabajo de Andreas Vesalio, cuyo estudio detallado y la publicación de «De humani corporis fabrica» (1543) proporcionaron un mapa preciso de la anatomía humana, lo que permitió a los cirujanos comprender mejor la estructura del cuerpo y realizar intervenciones más informadas y menos destructivas. Sin embargo, aunque este avance permitió que los cirujanos tuvieran un entendimiento más profundo de la anatomía externa e interna, la cirugía seguía estando limitada a procedimientos superficiales. Esto se debía en parte a la falta de capacidad para manejar adecuadamente las complicaciones internas, como las hemorragias masivas, que podían llevar a la muerte del paciente. Además, el control del dolor era prácticamente inexistente, lo que impedía la realización de procedimientos más complejos y prolongados.
El control de la hemorragia también comenzó a desarrollarse en este período, con el uso de ligaduras y cauterización. Sin embargo, la capacidad de controlar efectivamente la pérdida de sangre era todavía rudimentaria, y los cirujanos no tenían las herramientas ni el conocimiento para garantizar que las intervenciones quirúrgicas no resultaran fatales debido a hemorragias incontroladas. A pesar de estos avances, el alcance de la cirugía seguía siendo limitado, pues muchos procedimientos quirúrgicos resultaban en complicaciones graves debido a la falta de control sobre el dolor y la infección.
El control del dolor, uno de los mayores desafíos en la cirugía durante siglos, continuó siendo un obstáculo crucial. Los pacientes sufrían intensamente durante las intervenciones quirúrgicas, y las primeras técnicas, como la «cirugía rápida», buscaban minimizar la duración del dolor, pero a costa de aumentar el trauma y el riesgo para el paciente. Las intervenciones quirúrgicas requerían de gran destreza, no solo para el manejo técnico de los instrumentos, sino también para mantener al paciente lo más inmóvil posible durante el procedimiento, a fin de evitar un sufrimiento excesivo y de optimizar las probabilidades de éxito. Sin embargo, la falta de anestesia efectiva hacía que la cirugía fuera una experiencia aterradora y peligrosa, lo que limitaba enormemente su aplicación más allá de procedimientos menores y superficiales.
De manera similar, la infección seguía siendo un problema devastador. Las infecciones postoperatorias eran comunes, y muchas veces la intervención quirúrgica resultaba en la muerte del paciente debido a la falta de técnicas adecuadas de esterilización y a la incapacidad de comprender las causas subyacentes de las infecciones. Las prácticas de higiene eran rudimentarias y, aunque algunas técnicas de desinfección empezaron a ser utilizadas, como el lavado de manos y el uso de soluciones ácidas, el concepto de antisepsia no se había desarrollado por completo.
Este panorama de limitación persistió durante los tres siglos siguientes, con pocos avances significativos en cirugía. A pesar de algunos avances en la anatomía y la instrumentación quirúrgica, la cirugía continuó siendo una opción reservada para aquellos procedimientos que se consideraban absolutamente necesarios y para los cuales se esperaban pocas alternativas. En este período, las intervenciones quirúrgicas seguían siendo vistas como peligrosas, y los cirujanos eran conscientes de las limitaciones inherentes a la falta de anestesia y de un control efectivo de las infecciones.
No fue hasta el siglo XIX cuando la cirugía experimentó avances revolucionarios que cambiaron por completo su naturaleza y la percibieron como una opción terapéutica viable para una gama más amplia de enfermedades y condiciones. En la década de 1840, el descubrimiento de la anestesia transformó de manera radical la cirugía. Con la introducción de sustancias como el éter y el cloroformo, los pacientes pudieron ser sometidos a procedimientos sin experimentar dolor, lo que permitió realizar intervenciones más complejas y prolongadas con un nivel de confort mucho mayor. Esta innovación cambió la dinámica de la cirugía, pues ya no era necesario apresurar los procedimientos para evitar el sufrimiento del paciente, y los cirujanos pudieron centrarse más en la precisión y en la elaboración cuidadosa de los procedimientos.
Simultáneamente, el siglo XIX también trajo consigo un cambio fundamental en el control de la infección. En la década de 1860, Joseph Lister, influenciado por los avances en microbiología de Louis Pasteur, introdujo el concepto de antisepsia en la cirugía. Lister promovió el uso de soluciones antisépticas para limpiar las heridas y esterilizar los instrumentos quirúrgicos, lo que redujo drásticamente las tasas de infección postoperatoria y, con ello, la mortalidad relacionada con la cirugía. Este avance fue crucial para que la cirugía se expandiera más allá de los procedimientos superficiales y pudiera abordar condiciones más complejas y de mayor riesgo.
A lo largo de estos 300 años, aunque hubo avances limitados, fue realmente en la segunda mitad del siglo XIX cuando la cirugía dio un salto cualitativo hacia lo que hoy entendemos como una práctica médica avanzada y segura. La combinación del conocimiento anatómico preciso, el control de la hemorragia, el dominio del dolor a través de la anestesia y el control de la infección mediante técnicas de antisepsia permitió que la cirugía se convirtiera en una herramienta terapéutica viable para tratar una mayor variedad de condiciones. Estos avances fundamentales cambiaron la cirugía de una disciplina arriesgada y de alcance limitado a una práctica médica capaz de salvar vidas de manera efectiva.
El florecimiento de la cirugía como una disciplina científica y médica a partir del siglo XIX y especialmente en la primera mitad del siglo XX fue un proceso que implicó no solo avances técnicos y científicos, sino también un cambio estructural profundo en la organización y la gestión de la práctica quirúrgica. Este proceso trajo consigo una serie de iniciativas gerenciales y socioeconómicas que contribuyeron al establecimiento de la cirugía como una profesión moderna, organizada y estandarizada, con una identidad profesional claramente definida.
Uno de los pilares fundamentales para el desarrollo de la cirugía en este período fue la institucionalización de la educación quirúrgica. A medida que la cirugía se fue consolidando como una disciplina científica, se hizo evidente la necesidad de contar con programas de capacitación estructurados, estandarizados y académicamente rigurosos. En este sentido, se comenzaron a establecer programas de formación quirúrgica de posgrado, los cuales proporcionaban a los aspirantes a cirujanos una educación más profunda y especializada, además de una formación práctica supervisada en hospitales. Estos programas de formación no solo tenían un componente técnico, sino también una fuerte carga de teoría médica, ética profesional y principios científicos.
Esta transición hacia la estandarización y la especialización en la educación quirúrgica fue fundamental para que la cirugía dejara de ser una práctica basada en la experiencia individual o el aprendizaje informal, y pasara a ser una carrera profesional con un conjunto claro de conocimientos y habilidades necesarios para su ejercicio. Además, la creación de programas de capacitación quirúrgica de posgrado permitió que los cirujanos pudieran seguir una formación continua a lo largo de sus carreras, lo que contribuyó al perfeccionamiento constante de la especialidad y a la integración de nuevas tecnologías y avances científicos.
Otro aspecto clave del florecimiento de la cirugía científica fue el establecimiento de laboratorios de investigación quirúrgica experimental. Estos laboratorios, donde se realizaban estudios prácticos y experimentales, fueron esenciales para probar nuevas técnicas quirúrgicas, instrumentos, y para investigar la fisiopatología de diversas condiciones quirúrgicas. La creación de estos espacios de investigación permitió que la cirugía fuera impulsada no solo por la práctica clínica, sino también por la investigación científica, que proporcionaba evidencia sólida para los métodos quirúrgicos y su efectividad.
Este enfoque experimental permitió, por ejemplo, que los avances en anestesia, técnicas de sutura, control de hemorragias y manejo de infecciones fueran basados en estudios rigurosos, lo que dio lugar a la creación de procedimientos quirúrgicos más seguros y eficaces. Los laboratorios de investigación quirúrgica no solo mejoraron la práctica clínica, sino que también contribuyeron al desarrollo de nuevas tecnologías y dispositivos médicos que hicieron posible realizar intervenciones más complejas y menos invasivas.
Con la consolidación de la cirugía como disciplina científica también se incrementó la producción y la circulación de conocimiento especializado. Se comenzaron a publicar revistas científicas, libros, monografías y tratados de cirugía que proporcionaban una base teórica y práctica para la especialidad. Estos textos incluían desde principios generales de la cirugía hasta detalles específicos sobre técnicas quirúrgicas particulares, avances en anatomía, y nuevas investigaciones sobre tratamientos quirúrgicos.
La creación de estas publicaciones científicas fue esencial para la difusión de la cirugía como disciplina académica. Las revistas y libros especializados ayudaron a crear una base común de conocimiento entre los cirujanos, promoviendo la idea de que la cirugía debía ser una práctica fundamentada en principios científicos y basada en la evidencia. Además, las publicaciones proporcionaban un medio para que los cirujanos compartieran experiencias, investigaciones y descubrimientos, lo que favoreció un proceso de retroalimentación continua entre profesionales.
Un aspecto clave para la consolidación de la cirugía como una profesión unificada fue la formación de sociedades profesionales y organizaciones que autorizaban el ejercicio como cirujano. Estas entidades, como la American College of Surgeons (fundado en 1913) y otras organizaciones nacionales e internacionales, jugaron un rol esencial en la regulación de la práctica quirúrgica y en la creación de estándares para la formación, el ejercicio y la ética profesional de los cirujanos.
Las sociedades profesionales promovieron el intercambio de conocimientos y la cooperación entre cirujanos, además de establecer criterios claros para el ejercicio de la cirugía, garantizando que solo aquellos que hubieran completado una formación académica y práctica adecuada pudieran ejercer como cirujanos. La creación de estas organizaciones también fue clave para el desarrollo de un sistema de certificación que aseguraba la competencia de los cirujanos. Estos mecanismos de validación y control profesional no solo aumentaron la calidad de la práctica quirúrgica, sino que también fomentaron un sentido de pertenencia a una comunidad profesional.
En la década de 1950, como resultado de estos avances organizativos, educativos y científicos, la cirugía se consolidó como una profesión unificada que combinaba de manera equilibrada su carácter práctico y académico. Los cirujanos ya no solo eran técnicos, sino que también eran académicos, investigadores y miembros de una comunidad profesional que se regía por principios éticos y estándares establecidos por organizaciones internacionales.
Este cambio en la estructura de la cirugía también reflejaba una evolución hacia una visión más integral de la salud y el bienestar del paciente, en la que la cirugía se entendía no solo como una técnica para resolver problemas médicos, sino también como una disciplina profundamente conectada con el conocimiento científico, la investigación y la ética médica. La combinación de la práctica clínica con el compromiso académico hizo que la cirugía pudiera responder de manera más efectiva a los desafíos médicos y de salud pública, a la vez que aseguraba la calidad y la seguridad en la atención quirúrgica.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Townsend, C. M., Beauchamp, R. D., Evers, B. M., & Mattox, K. L. (2022). Sabiston. Tratado de cirugía. Fundamentos biológicos de la práctica quirúrgica moderna (21.ª ed.). Elsevier España.
- Brunicardi F, & Andersen D.K., & Billiar T.R., & Dunn D.L., & Kao L.S., & Hunter J.G., & Matthews J.B., & Pollock R.E.(2020), Schwartz. Principios de Cirugía, (11e.). McGraw-Hill Education.
Originally posted on 30 de noviembre de 2024 @ 12:47 PM