Aproximadamente una cuarta parte de las personas albergan Staphylococcus aureus en sus fosas nasales sin presentar síntomas, actuando como portadores asintomáticos. Esta bacteria se transmite principalmente a través del contacto directo con personas colonizadas o superficies contaminadas. La colonización nasal, que puede mantenerse durante largos períodos sin manifestaciones clínicas, suele preceder al desarrollo de una infección activa. En la mayoría de los casos, la transición de un estado de portador a una infección ocurre cuando se compromete la integridad de la barrera cutánea o cuando hay una alteración en los mecanismos de defensa del huésped, como puede suceder en situaciones de inmunosupresión o heridas cutáneas.
Staphylococcus aureus se distingue de otros patógenos, como los estreptococos, por su tendencia a inducir infecciones cutáneas más purulentas. Es frecuente que las infecciones causadas por esta bacteria se manifiesten en forma de abscesos, lo que refleja su capacidad para generar una intensa respuesta inflamatoria localizada y la formación de cavidades llenas de pus debido a la acumulación de leucocitos, tejido necrótico y bacterias.
En la actualidad, la prevalencia de cepas de Staphylococcus aureus resistentes a meticilina es elevada en muchas comunidades. Esta situación representa un desafío terapéutico importante, ya que limita la eficacia de numerosos antibióticos comúnmente utilizados. Por ello, al seleccionar un tratamiento antimicrobiano empírico frente a infecciones sospechosas de estar causadas por esta bacteria, se debe tener en cuenta la posibilidad de resistencia, lo que justifica el uso de antibióticos adecuados frente a cepas resistentes desde el inicio del tratamiento.
Manifestaciones clínicas
Las infecciones cutáneas causadas por Staphylococcus aureus pueden tener su origen en estructuras pilosas, especialmente los folículos pilosos, donde la bacteria encuentra un ambiente propicio para iniciar su proceso infeccioso. Esta colonización inicial puede dar lugar a una inflamación superficial conocida como foliculitis, caracterizada por enrojecimiento, dolor y formación de pústulas en torno al folículo afectado. En muchos casos, si no se controla adecuadamente, la infección puede progresar y extenderse más allá del folículo, originando una lesión más profunda y localizada denominada forúnculo. El forúnculo representa una acumulación purulenta subcutánea, resultado de la destrucción tisular y la intensa respuesta inflamatoria.
En ocasiones, varios forúnculos contiguos pueden confluir y dar lugar a una infección más extensa y grave denominada ántrax (o carbunco), en la cual la inflamación y la supuración comprometen tanto la piel como el tejido subcutáneo adyacente. Esta forma de presentación implica una mayor diseminación de la bacteria y una respuesta inmune más agresiva, con riesgo de formación de abscesos profundos.
Staphylococcus aureus también puede originar infecciones mucho más profundas, involucrando estructuras como el músculo o la fascia, sobre todo cuando la bacteria penetra en los tejidos a través de heridas penetrantes, traumatismos significativos o procedimientos invasivos como inyecciones o cirugías. Estas infecciones profundas se caracterizan por la formación de abscesos intramusculares o fasciales, los cuales suelen requerir intervención quirúrgica además de tratamiento antimicrobiano.
Una manifestación particularmente grave, aunque infrecuente, es la fascitis necrosante. Esta condición implica una rápida destrucción de los tejidos blandos, incluyendo la fascia y el tejido subcutáneo, y puede evolucionar de manera fulminante. Aunque tradicionalmente asociada a otros patógenos, se han reportado casos de fascitis necrosante causados por cepas comunitarias de Staphylococcus aureus resistentes a meticilina, lo que subraya el potencial virulento de estas variantes y la necesidad de una vigilancia clínica rigurosa y un manejo terapéutico inmediato y agresivo en presencia de signos sugestivos de esta complicación.
Exámenes diagnósticos
La obtención de muestras microbiológicas a partir del material purulento presente en una herida o en el contenido de un absceso constituye una herramienta diagnóstica fundamental en las infecciones causadas por Staphylococcus aureus. En la mayoría de los casos, el cultivo de estas muestras permite aislar de manera confiable al microorganismo responsable, lo cual no solo confirma el diagnóstico etiológico, sino que también orienta la elección del tratamiento antimicrobiano más adecuado, en función del perfil de sensibilidad del patógeno.
Cuando el paciente presenta signos sistémicos de infección —como fiebre, escalofríos, taquicardia o hipotensión— es indispensable considerar la posibilidad de una diseminación hematógena del microorganismo. En este contexto, la obtención de hemocultivos es una práctica obligada, ya que permite identificar la presencia de bacteriemia. La detección de Staphylococcus aureus en sangre implica un riesgo elevado de complicaciones graves, como la endocarditis infecciosa, la osteomielitis o la siembra hematógena de otros tejidos y órganos, incluyendo pulmones, riñones o sistema nervioso central.
Una vez confirmada la bacteriemia, se recomienda repetir los hemocultivos a intervalos regulares, generalmente cada 24 a 48 horas durante el curso del tratamiento antimicrobiano. Esta práctica tiene un valor clínico esencial, ya que permite verificar la eliminación del patógeno del torrente sanguíneo. La persistencia de hemocultivos positivos a pesar del tratamiento adecuado sugiere la presencia de un foco infeccioso profundo o mal controlado, como puede ser un absceso oculto, una vegetación valvular en el caso de endocarditis, o un cuerpo extraño colonizado. La persistencia de la bacteriemia es un indicador de infección complicada y requiere una reevaluación diagnóstica completa, así como ajustes en el abordaje terapéutico, que pueden incluir drenaje quirúrgico, prolongación del tratamiento o incluso intervenciones específicas según el órgano afectado.
Tratamiento
El drenaje adecuado del contenido purulento presente en un absceso o en otras infecciones localizadas constituye la piedra angular del tratamiento en las infecciones cutáneas y de tejidos blandos causadas por Staphylococcus aureus. Este enfoque terapéutico se basa en el principio de que la acumulación de material purulento genera un ambiente poco accesible para los antimicrobianos, por lo que su eliminación física facilita la resolución del proceso infeccioso. En los casos de abscesos cutáneos pequeños y no complicados, la realización de una incisión seguida de un drenaje eficaz suele ser suficiente para lograr la curación, incluso sin necesidad de tratamiento antibiótico adicional.
No obstante, en determinadas situaciones, especialmente cuando el absceso es de mayor tamaño, está rodeado por celulitis, o el paciente presenta factores de riesgo, la administración de antimicrobianos tras el drenaje puede aportar un beneficio adicional. La elección del agente antimicrobiano debe guiarse por los patrones locales de resistencia, especialmente frente a cepas comunitarias de Staphylococcus aureus resistentes a meticilina. En regiones donde la prevalencia de resistencia a meticilina es elevada, los antibióticos orales recomendados incluyen clindamicina, trimetoprima con sulfametoxazol o doxiciclina, todos ellos activos frente a muchas cepas resistentes.
Cuando el riesgo de resistencia a meticilina es bajo o cuando se ha confirmado por estudios de laboratorio que la cepa es sensible, pueden utilizarse antibióticos como dicloxacilina o cefalexina. En casos en que la cepa es sensible tanto a meticilina como a penicilina, la amoxicilina puede ser una alternativa eficaz. Para infecciones no complicadas, una duración del tratamiento de cinco a siete días suele ser suficiente, especialmente si ha habido un drenaje adecuado y la evolución clínica es favorable.
Sin embargo, en infecciones más complejas —aquellas que presentan una extensión significativa hacia tejidos profundos, afectación extensa de la piel, o síntomas sistémicos como fiebre— es necesario iniciar tratamiento antimicrobiano por vía parenteral. En estos casos, si la prevalencia comunitaria de cepas resistentes a meticilina supera el 10 %, la vancomicina constituye el tratamiento empírico de elección. Una vez que se confirma que la cepa es sensible a meticilina, se recomienda cambiar a agentes intravenosos específicos como cefazolina o penicilinas resistentes a la penicilinasa, tales como nafcilina u oxacilina.
La duración total del tratamiento depende del curso clínico, la respuesta al drenaje o desbridamiento y la gravedad del cuadro inicial. En muchos casos, es posible realizar una transición temprana de antibióticos intravenosos a orales una vez que se observe mejoría clínica, completando una duración total de aproximadamente siete días, aunque este plazo puede ajustarse según la evolución del paciente y la extensión del compromiso tisular.
Linezolid es un agente antimicrobiano perteneciente a la clase de las oxazolidinonas, aprobado para el tratamiento de diversas infecciones, incluyendo aquellas que afectan la piel y las estructuras cutáneas, así como la neumonía adquirida en el ámbito hospitalario, cuando están causadas por cepas de Staphylococcus aureus resistentes a meticilina. Desde el punto de vista clínico, linezolid ha demostrado ser tan eficaz como la vancomicina en el manejo de estas infecciones, ofreciendo además la ventaja de una excelente biodisponibilidad oral, lo que permite su administración por vía oral sin comprometer la eficacia terapéutica, incluso en infecciones graves.
Sin embargo, a pesar de sus beneficios, el uso de linezolid presenta limitaciones importantes. Uno de los principales factores restrictivos es su elevado costo, lo cual lo convierte en una opción poco atractiva para el tratamiento ambulatorio de infecciones rutinarias, especialmente cuando existen alternativas más económicas y con eficacia comparable. Además, su perfil de seguridad en tratamientos prolongados, más allá de dos o tres semanas, no está completamente establecido. En particular, se ha observado que la administración de linezolid por periodos prolongados puede inducir efectos adversos hematológicos relevantes, tales como anemia, leucopenia y trombocitopenia, los cuales pueden poner en riesgo al paciente, especialmente en contextos clínicos vulnerables.
Por otro lado, el uso de daptomicina, un antibiótico bactericida de acción rápida perteneciente a la clase de las lipopeptidas, ha ido en aumento y se está consolidando como una de las principales opciones terapéuticas para las infecciones cutáneas y de tejidos blandos causadas por cepas de Staphylococcus aureus resistentes a meticilina. Daptomicina se administra exclusivamente por vía intravenosa y ha demostrado ser eficaz en contextos clínicos en los que otros antibióticos presentan limitaciones, ya sea por resistencia bacteriana o por toxicidad.
No obstante, el tratamiento con daptomicina no está exento de riesgos, por lo que se recomienda realizar un monitoreo periódico del recuento sanguíneo completo y de los niveles de creatina fosfoquinasa. Esto se debe a que uno de sus efectos adversos más relevantes es la posible toxicidad muscular, que puede manifestarse como mialgias, debilidad o incluso rabdomiólisis, especialmente en pacientes que reciben tratamientos prolongados o que tienen comorbilidades musculares o renales previas. En consecuencia, la elección entre linezolid, daptomicina y otros antimicrobianos debe basarse en una evaluación integral que considere la gravedad de la infección, la sensibilidad del patógeno, el contexto clínico del paciente y el perfil de seguridad del fármaco.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Hatlen TJ et al. Staphylococcal skin and soft tissue infections. Infect Dis Clin North Am. 2021;35:81. [PMID: 33303329]
- Moran GJ et al. Effect of cephalexin plus trimethoprimsulfamethoxazole vs cephalexin alone on clinical cure of uncomplicated cellulitis: a randomized clinical trial. JAMA. 2017;317:2088. [PMID: 28535235]