La tibia es un hueso largo, voluminoso y sólido, situado medialmente respecto a la fíbula (peroné). Se encuentra por debajo del fémur, sobre el que se apoya en la articulación de la rodilla. En la posición de pie con la rodilla extendida, el fémur transmite el peso del cuerpo hacia la pierna, y la tibia constituye la principal estructura ósea de soporte vertical de la misma.
DESCRIPCIÓN ANATÓMICA
El cuerpo de la tibia presenta una forma prismática triangular en un corte transversal. Su eje general no es completamente rectilíneo, sino que describe una curvatura en forma de S alargada, inicialmente cóncava lateralmente y posteriormente en sentido medial. En conjunto, se distinguen tres caras y tres bordes que presentan características anatómicas específicas.
La cara medial es subcutánea, superficial y, por lo tanto, especialmente susceptible a traumatismos. En su porción superior, sirve como punto de inserción de los músculos que conforman la denominada pata de ganso, que incluye al semitendinoso, sartorio y grácil.
La cara lateral muestra una concavidad en sus dos tercios superiores, destinada a la inserción del músculo tibial anterior. Hacia la región distal, se vuelve convexa y rodea el hueso desde lateral a medial y hacia anterior, convirtiéndose en parte de la cara anterior. En esta porción se deslizan los tendones de los músculos extensores de los dedos, que permiten la extensión digital.
La cara posterior está atravesada en su región proximal por la línea oblicua del sóleo, que se dirige de arriba hacia abajo y de lateral a medial. Sobre esta línea se inserta el músculo sóleo. La línea del sóleo divide la cara posterior en una porción superior, relacionada con el músculo poplíteo, y una porción inferior, que presenta una cresta vertical. Medial a esta cresta se inserta el músculo flexor largo de los dedos, mientras que lateralmente se fija el músculo tibial posterior. Debajo de la línea del sóleo se encuentra el foramen nutricio de la tibia, orientado oblicuamente hacia abajo.
El borde anterior sigue las sinuosas trayectorias de la diáfisis en forma de letra itálica. Sus extremos son obtusos y redondeados, mientras que la porción media forma una cresta neta y continua, conocida como la cresta de la tibia. En la parte proximal, lateral a la tuberosidad tibial, se origina el tendón rotuliano; en la región distal, tras el cambio de dirección de la cara lateral, el borde anterior se dirige medialmente para terminar en el maléolo medial.
El borde medial es poco marcado en la porción proximal, volviéndose más prominente hacia la región distal. Este borde sirve como inserción de la fascia profunda de la pierna y de fascículos del flexor largo de los dedos.
El borde interóseo, situado lateralmente, es el sitio de inserción de la membrana interósea. En su extremo distal se bifurca en dos ramas que delimitan la cara articular para la fíbula, permitiendo la articulación de la tibia con el peroné.
EXTREMIDAD SUPERIOR DE LA TIBIA
La extremidad superior de la tibia constituye una estructura clave en la biomecánica de la pierna, ya que participa tanto en la articulación de la rodilla como en la articulación tibiofibular proximal. Se caracteriza por su gran volumen, ensanchamiento y ligera proyección posterior, además de una notable expansión en sentido transversal. Por esta razón, recibe también el nombre de macizo tibial.
La cara articular superior presenta dos superficies horizontales, ligeramente cóncavas, diseñadas para recibir los cóndilos del fémur. Estas superficies, conocidas como cavidades glenoideas, se corresponden con los cóndilos medial y lateral de la tibia. La carilla del cóndilo medial es más profunda y alargada, mientras que la del cóndilo lateral se extiende predominantemente en sentido transversal. Cada carilla posee un borde periférico semicircular y un borde medial que se relaciona con el eje longitudinal del hueso; este borde es convexo en la región lateral y prácticamente rectilíneo en la medial.
En la porción media de la cara articular superior se elevan dos tubérculos intercondíleos, el medial, casi vertical, y el lateral, de orientación más oblicua, separados entre sí por una incisura. Juntos, los tubérculos, la escotadura intercondílea y su base común constituyen la eminencia intercondílea, también denominada espina de la tibia. Anterior y posteriormente a esta eminencia se encuentran las áreas intercondíleas anterior y posterior, superficies irregulares que sirven de inserción a los ligamentos cruzados de la articulación de la rodilla.
La cara articular superior descansa sobre los cóndilos tibiales medial y lateral. El cóndilo lateral presenta, en su región posterolateral, una carilla articular fibular de forma redondeada u ovalada, orientada hacia abajo, atrás y lateralmente, para articularse con la fíbula. El cóndilo medial, más voluminoso, posee en su región posterior una impresión rugosa destinada a la inserción del tendón directo del músculo cuádriceps. Por delante de esta rugosidad existe un surco horizontal paralelo al borde superior, donde se aloja el tendón horizontal del mismo músculo. Ambos cóndilos se separan posteriormente mediante una incisura que forma la porción más posterior del área intercondílea posterior.
En la región anterior de la tibia, la superficie ósea se refuerza mediante la tuberosidad tibial, punto de inserción del ligamento patelar. Lateral a esta se encuentra el tubérculo del músculo tibial anterior, conocido como tubérculo de Gerdy, donde se insertan el tracto iliotibial y la porción superior del músculo tibial anterior.
EXTREMIDAD INFERIOR DE LA TIBIA
La extremidad inferior de la tibia es menos voluminosa que la superior, pero desempeña un papel fundamental en la articulación talocrural y en la sindesmosis tibiofibular distal. Esta porción del hueso se distingue por varias caras que presentan características anatómicas específicas.
La cara articular inferior se articula con la tróclea del astrágalo, mostrando una superficie cuadrilátera, lisa y uniforme, cóncava de anterior a posterior y ligeramente más ancha lateralmente que medialmente. Esta cara está dividida en dos porciones por una cresta anteroposterior romas, que corresponde a la garganta de la tróclea y que se apoya sobre la superficie talar. Esta disposición permite la correcta adaptación del hueso a la tróclea, asegurando la estabilidad de la articulación del tobillo.
La cara anterior es convexa y lisa, sin relieves óseos, y continúa de manera directa con la cara lateral del cuerpo de la tibia. En la región distal y medial, se encuentra el maléolo medial, uno de los principales puntos de referencia de la articulación talocrural, palpable y expuesto bajo la piel.
La cara posterior presenta surcos oblicuos que se orientan medialmente para el paso de los tendones flexores del pie. El surco medial corresponde al tendón del tibial posterior, el surco intermedio al flexor largo de los dedos, y el surco lateral, más marcado, al flexor largo del dedo gordo. Esta cara se prolonga más distalmente que la anterior, y su borde inferior, sobresaliendo por detrás de la superficie articular, constituye el denominado maléolo posterior, según la descripción de Destot.
La cara lateral está orientada ligeramente hacia atrás y presenta la incisura fibular, que constituye la superficie articular para la extremidad distal de la fíbula. Los bordes anterior y posterior de esta incisura presentan salientes óseas destinadas a la inserción de los ligamentos de la articulación tibiofibular distal, contribuyendo a la estabilidad de la sindesmosis.
La cara medial se prolonga distalmente formando la prominencia del maléolo medial, cuya superficie medial, convexa y lisa, se encuentra en relación directa con la piel, mientras que su superficie lateral continúa con la cara articular inferior y se articula con la cara medial del astrágalo. El borde posterior del maléolo presenta un surco maleolar, oblicuo hacia abajo y medialmente, que guía el paso del tendón del tibial posterior. La base del maléolo se continúa con el cuerpo de la tibia, y su vértice se divide en dos eminencias desiguales separadas por una escotadura, en la que se inserta el ligamento colateral medial de la articulación talocrural.
ESTRUCTURA DE LA TIBIA
La tibia es un hueso largo que sigue la organización típica de este tipo de huesos, con un cuerpo o diáfisis y dos extremos o epífisis. La diáfisis está formada principalmente por hueso compacto, que constituye un cilindro resistente capaz de soportar las tensiones mecánicas derivadas del peso corporal y de los movimientos de la pierna. En el centro de esta estructura se encuentra el conducto medular, espacio longitudinal que aloja la médula ósea y permite el paso de vasos sanguíneos y células hematopoyéticas.
Las epífisis, por su parte, están compuestas predominantemente por hueso esponjoso, caracterizado por una disposición tridimensional de trabéculas óseas. Estas trabéculas no se disponen al azar, sino que se orientan según los ejes de carga más frecuentes, principalmente en dirección vertical, siguiendo el patrón de las fuerzas de compresión transmitidas desde el fémur hacia la tibia durante la bipedestación y la marcha. Esta disposición estructural confiere a la tibia una combinación óptima de resistencia y ligereza, permitiendo absorber y distribuir de manera eficiente las cargas mecánicas sin comprometer la movilidad de la articulación de la rodilla ni del tobillo.
ANATOMÍA DEL DESARROLLO
El desarrollo de la tibia sigue el patrón general de los huesos largos, comenzando a partir de un esbozo cartilaginoso primitivo que sirve como molde para la futura osificación. La formación del hueso se inicia con la aparición de puntos de osificación, que aparecen de manera secuencial y coordinada para dar origen tanto a la diáfisis como a las epífisis.
El primer punto de osificación, denominado punto primitivo diafisario, se establece entre los 35 y 40 días de vida intrauterina. Este centro no solo origina la diáfisis, sino que también contribuye significativamente a la formación de porciones proximales y distales de las epífisis. Su actividad temprana asegura la estructura longitudinal del hueso y establece la base sobre la que se desarrollarán los extremos articulares.
Posteriormente, aparecen tres puntos de osificación complementarios: el punto epifisario superior, que surge al momento del nacimiento, da origen a la epífisis proximal de la tibia, incluyendo las superficies articulares que se articulan con los cóndilos femorales. El punto tuberositario anterior se establece entre el segundo y cuarto año de vida, y es responsable de la formación de la tuberosidad tibial, zona que luego servirá de inserción al ligamento patelar y a músculos como el cuádriceps. Finalmente, el punto epifisario inferior, que aparece entre el segundo y tercer año, contribuye a la formación de la epífisis distal y del maléolo medial, completando la anatomía de la extremidad inferior del hueso.
Durante este proceso, el cartílago epifisario más activo y fértil se encuentra en la extremidad proximal de la tibia, siguiendo la conocida regla de la anatomía del crecimiento: “cerca de la rodilla, lejos del codo”. Esto refleja que la mayor parte del crecimiento longitudinal de la tibia ocurre en la epífisis proximal, mientras que la epífisis distal contribuye en menor medida, pero de manera complementaria, al alargamiento total del hueso.
ANATOMÍA DE SUPERFICIE
La tibia se caracteriza por presentar numerosas regiones en las que el hueso se encuentra inmediatamente bajo la piel, lo que la hace particularmente accesible tanto para la exploración clínica como para procedimientos quirúrgicos. En la región proximal, destacan las caras anteriores y laterales de los cóndilos tibiales y la tuberosidad tibial, que sobresalen lo suficiente para ser palpadas con facilidad. Además, todo el borde anterior y gran parte de la cara lateral de la diáfisis se sitúan superficialmente a lo largo de su trayecto, sin estar cubiertos por masas musculares significativas.
Esta superficialidad presenta ventajas y desventajas. Desde el punto de vista clínico, facilita la evaluación de la tibia mediante palpación y la identificación de deformidades, fracturas o desplazamientos. Por otro lado, expone el hueso a un riesgo elevado de traumatismos directos, lo que hace que las fracturas de la diáfisis tibial sean relativamente frecuentes ante golpes o caídas.
La diáfisis tibial, debido a su posición superficial y a su estructura de hueso compacto resistente, constituye además un sitio idóneo para la obtención de fragmentos óseos o cilindros de injerto. Esta característica permite que los cirujanos puedan extraer material para autoinjertos óseos sin comprometer significativamente la integridad estructural del hueso ni su función de soporte, aprovechando su resistencia mecánica y la accesibilidad quirúrgica de la tibia.

Fuente y lecturas recomendadas:
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- Latarjet, M., Ruiz Liard, A., & Pró, E. (2019). Anatomía humana (5.ª ed., Vols. 1–2). Médica Panamericana.
ISBN: 9789500695923 - Dalley II, A. F., & Agur, A. M. R. (2022). Moore: Anatomía con orientación clínica (9.ª ed.). Wolters Kluwer (Lippincott Williams & Wilkins).
ISBN: 9781975154120 - Standring, S. (Ed.). (2020). Gray’s anatomy: The anatomical basis of clinical practice (42.ª ed.). Elsevier.
ISBN: 9780702077050 - Netter, F. H. (2023). Atlas de anatomía humana (8.ª ed.). Elsevier.
ISBN: 9780323793745
- Latarjet, M., Ruiz Liard, A., & Pró, E. (2019). Anatomía humana (5.ª ed., Vols. 1–2). Médica Panamericana.

