Articulaciones de la columna vertebral
Articulaciones de la columna vertebral

Articulaciones de la columna vertebral

Las articulaciones de la columna vertebral son estructuras que permiten la movilidad, estabilidad y soporte del tronco, al tiempo que protegen la médula espinal y los nervios raquídeos. Las vértebras, a pesar de las variaciones morfológicas que adoptan en cada región de la columna vertebral, comparten un conjunto fundamental de estructuras articulares que garantiza la continuidad mecánica del eje axial.

Cada vértebra se relaciona con las adyacentes mediante dos sistemas articulatorios coordinados.

  • Por un lado, se encuentran las articulaciones intersomáticas, constituidas por la oposición de los cuerpos vertebrales y el disco interpuesto, que actúan como un complejo amortiguador capaz de distribuir cargas y limitar la deformación excesiva del tejido óseo.
  • Por otro lado existen las articulaciones cigapofisarias, establecidas entre las caras articulares de las apófisis superiores e inferiores de vértebras consecutivas. Estas superficies, recubiertas por cartílago hialino y encapsuladas por una membrana sinovial, regulan el grado y la dirección del movimiento segmentario, permitiendo flexión, extensión, inclinación lateral y rotación dentro de parámetros estrechamente controlados por la orientación propia de cada región vertebral.

Aunque todas las vértebras responden a un patrón común, cada parte de la columna vertebral expresa caracteres distintivos que se relacionan con las funciones específicas que debe cumplir.

  • En la porción cervical, el diseño responde a la necesidad de movilidad fina y a la protección de estructuras neurovasculares delicadas, lo que se traduce en cuerpos relativamente pequeños, procesos transversos perforados por conductos para el paso de arterias importantes, y carillas articulares oblicuas que facilitan amplios arcos de movimiento.
  • En la zona torácica, la prioridad es la integración estructural con la caja costal y el soporte de cargas transmitidas por las costillas. Esto se refleja en la presencia de fosas articulares adicionales en los cuerpos y en los procesos transversos, así como en una orientación articular que restringe la flexión y la extensión y favorece movimientos de rotación moderada.
  • En la región lumbar, la morfología está condicionada por la exigencia de soportar el peso corporal creciente hacia la base de la columna. De ello deriva la presencia de cuerpos vertebrales robustos, láminas amplias y carillas articulares orientadas de manera que limiten la rotación excesiva pero permitan movimientos vigorosos de flexión y extensión.

Ciertas vértebras presentan rasgos aún más particulares debido a su función transicional entre unidades anatómicas diferentes.

Articulaciones comunes a la mayoría de las vértebras

Las vértebras forman una cadena estructural continua gracias a una serie de mecanismos de unión que combinan contacto directo, articulación sinovial y solidaridad ligamentosa.

  • La conexión entre los cuerpos vertebrales constituye la base de la estabilidad axial. Cada cuerpo vertebral se relaciona con el siguiente mediante un disco interpuesto compuesto por un núcleo pulposo y un anillo fibroso, además de un conjunto de ligamentos de disposición longitudinal.
  • La unión entre las apófisis articulares se organiza a través de articulaciones sinoviales especializadas. Cada vértebra posee procesos articulares superiores e inferiores cuyas superficies, recubiertas por cartílago hialino y contenidas en una cápsula fibrosa, se enfrentan de manera precisa con la vértebra adyacente.
  • Las láminas vertebrales, situadas entre los procesos transversos y la espina central, se encuentran unidas entre sí por un complejo de ligamentos elásticos que permiten la continuidad estructural, pero sin establecer contacto óseo directo.

Articulaciones de los cuerpos vertebrales

Las uniones entre los cuerpos vertebrales se clasifican dentro del conjunto de las articulaciones cartilaginosas, específicamente en el subgrupo de las sínfisis intervertebrales.

  • En estas uniones no existe una cavidad sinovial ni superficies recubiertas por cartílago hialino típico de las articulaciones sinoviales.
  • Los elementos óseos quedan firmemente vinculados por tejido cartilaginoso y fibroso que permite un equilibrio entre estabilidad y movilidad limitada, requisito esencial para la conformación de la columna vertebral como eje de soporte y, al mismo tiempo, como estructura flexible.

Las superficies articulares se conforman por las caras superior e inferior de los cuerpos vertebrales, cuyas configuraciones, aunque muestran depresiones cóncavas cuando se estudian las vértebras de manera aislada, son modificadas en la estructura viva.

  • Cada una de estas caras se reviste por una capa de cartílago que suaviza los relieves óseos y genera una plataforma apta para recibir el disco intervertebral.
  • Este cartílago, de naturaleza fibrocartilaginosa, amortigua las diferencias morfológicas entre las vértebras y contribuye a distribuir las cargas que ascienden y descienden a lo largo del eje corporal.

Los medios de unión que consolidan esta articulación constituyen un sistema complejo y altamente resistente.

  • El componente central es el disco intervertebral, presente entre cada par de cuerpos vertebrales
    • Formado por un anillo fibroso periférico y un núcleo pulposo interno que actúan conjuntamente para absorber impactos y permitir micromovimientos en múltiples direcciones.
    • El disco queda circunscrito por un armazón fibroso que estabiliza la unión y se integra con los tejidos circundantes.
  • El sistema es reforzado por dos importantes estructuras ligamentosas que recorren longitudinalmente toda la columna vertebral. Estos ligamentos fortalecen la articulación desde ambos lados y limitan movimientos excesivos, garantizando la integridad mecánica del conjunto vertebral:
    • el ligamento longitudinal anterior, situado en la cara anterior de los cuerpos vertebrales.
    • el ligamento longitudinal posterior, ubicado en la cara posterior.

Discos intervertebrales: se consideran verdaderos ligamentos interóseos porque, además de situarse entre los cuerpos vertebrales, cumplen una función de fijación comparable a la de los ligamentos que unen elementos óseos.

  • Su constitución fibrocartilaginosa, su notable resistencia tensil y su capacidad para mantener la cohesión de la columna vertebral al tiempo que permiten un rango controlado de movilidad, los convierten en estructuras de unión imprescindibles.
  • No se limitan a rellenar espacios entre las vértebras, sino que regulan la mecánica vertebral, distribuyen cargas y preservan la alineación del eje axial, actuando como dispositivos tanto de unión como de amortiguación.
  • Los discos presentan una configuración de lente biconvexa que se adapta con precisión a las caras superiores e inferiores de los cuerpos vertebrales. Esta conformación favorece una transmisión equilibrada de las presiones, al tiempo que facilita el deslizamiento microscópico entre vértebras contiguas.
  • Las superficies del disco se adhieren firmemente a las caras vertebrales, lo que refuerza su carácter de ligamento interóseo.
  • La altura de cada disco es variable según la región de la columna.
    • En el segmento torácico medio, entre la tercera y la séptima vértebra torácica, su espesor es mínimo debido a la relativa rigidez funcional de esta región.
    • Aumenta ligeramente en la columna cervical, donde se requiere mayor movilidad, y se incrementa de manera considerable a partir de la séptima vértebra torácica hasta alcanzar su máxima expresión en la región lumbar, zona sometida a elevadas cargas y amplios movimientos de flexión y extensión.
  • El espesor del disco no es uniforme en todas las regiones.
    • En la columna cervical y en la lumbar, la parte anterior es más alta, lo cual contribuye a la formación de las curvas de convexidad anterior propias de estos tramos.
    • En la columna torácica, en cambio, la mayor altura se encuentra en la parte posterior, lo que acompaña la curvatura de concavidad anterior característica de esta región.
    • La génesis de las curvas fisiológicas del raquis no depende únicamente del grosor de los discos, sino que también participa de manera decisiva la morfología diferencial de las vértebras, especialmente la forma de sus cuerpos y procesos articulares.
  • La estructura íntima del disco intervertebral explica su comportamiento biomecánico. Se organiza en dos porciones principales:
    • una zona periférica fibrosa y una región central blanda.
      • La porción periférica constituye un anillo de consistencia firme y elástica que se adapta al contorno de las vértebras.
      • Este anillo fibroso está compuesto por laminillas formadas por haces de fibras orientadas según las demandas mecánicas de la columna.
      • Cada laminilla presenta fibras con la misma dirección predominante:
        • verticales para absorber las fuerzas generadas durante la flexión y la extensión;
        • transversales para responder a los movimientos de rotación; y oblicuas para modular los desplazamientos combinados que exige la movilidad compleja del raquis.
  • La porción central del disco es el núcleo pulposo, una masa gelatinosa situada ligeramente desplazada hacia la parte posterior del disco.
    • En el individuo joven se caracteriza por su transparencia, su consistencia hidratada y su notable capacidad para deformarse y recuperar su forma.
    • Con la edad, la disminución de su hidratación, un fenómeno favorecido por su escasa vascularización, conduce a un núcleo más amarillento, seco y rígido, lo que condiciona una menor movilidad general de la columna.
    • El núcleo pulposo actúa como un verdadero amortiguador interno: se deforma, se alarga o se compacta según la dirección de las fuerzas aplicadas, e incluso se desplaza hacia adelante o hacia atrás dentro de los límites permitidos por el anillo fibroso.
    • Cuando este anillo se debilita por traumatismos o microtraumatismos repetidos, el núcleo puede protruir de manera anómala, generalmente hacia la parte posterior. Esta protrusión constituye una hernia discal.

Ligamentos periféricos: se configuran como dos extensas láminas fibrosas que recorren el eje vertebral de principio a fin y que cumplen una función esencial en la cohesión mecánica del raquis.

  • Su presencia garantiza que los cuerpos vertebrales permanezcan alineados, que las amplitudes de movimiento se regulen con precisión y que los discos intervertebrales trabajen dentro de límites seguros.
  • Las láminas se comportan como refuerzos longitudinales que estabilizan la columna tanto en reposo como durante los movimientos, distribuyendo tensiones y limitando desplazamientos que podrían comprometer la integridad de las estructuras neurales y osteoarticulares.
  • El ligamento longitudinal anterior: se extiende desde la porción basilar del hueso occipital hasta el sacro, adherido a la zona anterior y media de los cuerpos vertebrales.
    • En la región cervical adquiere la forma de un triángulo alargado cuyo vértice alcanza la porción basilar del occipital. Esta configuración triangular, que se continúa con el ligamento occipitoatloideo anterior, es reforzada por fibras procedentes del tubérculo anterior del atlas, lo que le confiere una firmeza especial en la unión craneocervical.
    • Hacia los niveles inferiores del cuello, especialmente en torno a la sexta vértebra cervical, este ligamento se ensancha adoptando la morfología propia que lo identifica en el resto de la columna. Su trayectoria cervical discurre entre los músculos largos del cuello, ocupando el espacio intermedio entre ellos y contribuyendo a la estabilidad anterior de la región.
    • En la región torácica, el ligamento longitudinal anterior conserva estas características hasta aproximadamente la segunda o tercera vértebra torácica. A partir de ese punto, se complejiza y se acompaña de dos bandas laterales que descienden paralelas a la columna, configurando una porción central y dos expansiones laterales.
    • Las expansiones laterales alcanzan las articulaciones costovertebrales y se integran con las capas fibrosas asociadas a la caja torácica, donde la movilidad es más restringida y el sostén estructural es indispensable.
    • En la región lumbar, estas porciones laterales desaparecen gradualmente, y el ligamento prosigue como una banda robusta que tapiza la superficie anterior de los cuerpos vertebrales hasta la segunda vértebra sacra.
    • A lo largo de este extenso trayecto, el ligamento permanece estrechamente adherido tanto a los cuerpos vertebrales como a los discos intervertebrales, lo que le permite actuar como un elemento estabilizador continuo que resiste la hiperextensión y contribuye a mantener la curvatura lumbosacra.
  • El ligamento longitudinal posterior, que recorre la cara posterior de los cuerpos vertebrales y de los discos, alojándose en la pared anterior del conducto vertebral.
    • Su adhesión íntima a esta pared lo convierte en una barrera protectora frente a protrusiones discales y desplazamientos vertebrales posteriores.
    • En su extremo superior se fija al borde anterior del foramen magno y se continúa con la duramadre craneal, lo que lo vincula directamente con el sistema meníngeo y refuerza la transición entre la caja craneana y el canal vertebral.
    • Hacia abajo se estrecha progresivamente en forma de cinta hasta fijarse en la base del cóccix, constituyendo un eje de sostén continuo desde el cráneo hasta el extremo inferior del raquis.
    • Los bordes laterales del ligamento longitudinal posterior no presentan un contorno lineal, sino que forman una serie de festones o recortes alternados. Las prominencias de estos festones coinciden con la ubicación de los discos intervertebrales, mientras que los entrantes se corresponden con los cuerpos vertebrales. Este diseño ondulado le permite adaptarse a las variaciones morfológicas del canal vertebral y modificar su tensión según los movimientos de flexión y extensión.
  • Tanto el ligamento longitudinal anterior como el posterior están constituidos por abundantes fibras elásticas y se organizan en dos planos, uno superficial y otro profundo, capaces de soportar deformaciones repetidas sin perder su integridad.

Articulaciones de los procesos articulares

Las articulaciones entre las apófisis articulares de las vértebras adoptan configuraciones diferentes según el segmento de la columna vertebral en el que se encuentren, porque cada región está sometida a requerimientos mecánicos particulares.

  • Estas articulaciones son sinoviales planas en las regiones cervical y torácica, donde la movilidad exige deslizamientos amplios y uniformes.
  • En la región lumbar se transforman en verdaderas articulaciones trocoides, capaces de controlar con precisión la rotación y la estabilidad bajo carga.
  • La naturaleza sinovial de estas uniones permite que los movimientos vertebrales se desarrollen con escasa fricción, y la variación en la forma de las superficies articulares condiciona de manera directa el tipo de movilidad permitido en cada tramo del raquis.

En la región cervical, las superficies articulares presentan una morfología casi plana y ligeramente ovalada.

  • Este diseño facilita el deslizamiento entre las vértebras contiguas, lo que explica la gran amplitud de movimientos del cuello.
  • La superficie articular superior de una vértebra se enfrenta a la superficie de la vértebra subyacente mediante una disposición oblicua:
    • la superficie de la vértebra inferior se orienta hacia atrás y hacia arriba.
    • la de la vértebra superior se orienta de manera inversa y se posiciona por detrás y por encima de la inferior.
  • Esta relación espacial favorece los movimientos combinados de flexión, extensión, inclinación lateral y rotación cervical, permitiendo que el cuello actúe como un segmento altamente móvil y susceptible de orientar el cráneo en múltiples direcciones.

En la región torácica, las superficies articulares mantienen una disposición semejante, aunque adoptan una orientación más vertical.

  • La mayor verticalidad de estas superficies limita la movilidad rotatoria y de inclinación lateral, lo cual es coherente con la menor flexibilidad del segmento torácico, condicionado por su articulación con la caja costal.
  • Este diseño asegura la protección de los órganos torácicos y estabiliza el tronco durante la respiración y los movimientos del tórax, reduciendo las posibilidades de desplazamientos excesivos entre las vértebras.

En la región lumbar presenta superficies articulares talladas como segmentos de cilindro, una convexa en la vértebra superior y otra cóncava en la vértebra inferior.

  • Esta conformación cilíndrica transforma la articulación en una trocoide, un tipo articular que permite rotaciones controladas alrededor del eje longitudinal del cuerpo.
  • Su orientación es claramente diferente a la que se observa en las regiones cervical y torácica: se dirige de atrás hacia adelante y de medial a lateral.
  • La superficie inferior mira medialmente, mientras que la superior mira lateralmente, lo que genera un engranaje firme que impide la rotación excesiva y resiste la enorme carga axial que soporta la región lumbar.
  • El conjunto del macizo articular inferior se adapta por delante y hacia medial a las apófisis articulares superiores de la vértebra que se encuentra por debajo, configurando un sistema particularmente estable.

Los medios de unión de estas articulaciones también varían según la región, en correspondencia con las exigencias funcionales.

  • En la región cervical, la cápsula articular es delgada y laxa, permitiendo los amplios movimientos del cuello.
  • En la región torácica se vuelve más firme y compacta, reflejando la menor movilidad de este segmento.
  • En la región lumbar, la cápsula adquiere una resistencia aún mayor, necesaria para soportar el peso corporal y controlar la movilidad bajo cargas intensas.
  • En los segmentos torácico y lumbar, esta cápsula se refuerza mediante un ligamento posterior adicional que provee estabilidad suplementaria.

La membrana sinovial, aunque pequeña, tiene gran importancia debido a su participación en procesos patológicos. Su integridad es indispensable para mantener la lubricación y la nutrición de las superficies articulares.

Desde el punto de vista funcional, estas articulaciones participan activamente en prácticamente todos los movimientos del raquis. Son especialmente exigidas durante los movimientos de lateralidad y rotación del tronco, mientras que la flexión distiende la porción posterior de la cápsula y la extensión la relaja.

Unión de las láminas vertebrales

Los ligamentos amarillos constituyen un sistema de unión esencial entre las láminas vertebrales y garantizan la estabilidad dinámica del conducto vertebral.

  • Su disposición bilateral, con un ligamento derecho y otro izquierdo en cada espacio interlaminar, permite que cada segmento vertebral se mantenga firmemente cohesionado sin sacrificar la elasticidad necesaria para los movimientos del raquis.
  • Su estructura y su orientación hacen de estos ligamentos elementos particularmente eficaces para cerrar la pared posterior del canal vertebral y proteger las estructuras nerviosas que transitan en su interior.

Cada ligamento amarillo presenta una forma cuadrangular claramente definida.

  • Su borde superior se fija a la cara anterior de la lámina vertebral suprayacente, mientras que su borde inferior se inserta en el borde superior de la lámina subyacente.
  • Esta disposición vertical escalonada convierte a los ligamentos amarillos en verdaderos puentes tensores que rellenan el espacio interlaminar y aseguran la continuidad del arco posterior.
  • Por su borde lateral, cada ligamento se prolonga hacia la región articular y recubre la porción medial de la cápsula que envuelve las articulaciones entre las apófisis articulares. En este punto, el tejido ligamentoso se adhiere firmemente a la cápsula articular, reforzando su pared interna y protegiéndola de tensiones excesivas durante los movimientos.
  • En su borde medial, las fibras de ambos ligamentos amarillos se entrecruzan y se continúan entre sí, formando una barrera fibrosa continua que recubre longitudinalmente la línea media posterior del conducto vertebral.

La composición de estos ligamentos explica su notable comportamiento mecánico. Son estructuras ricas en fibras elásticas, lo que les permite distenderse y recuperar su longitud original en cada ciclo de movimiento.

  • El elevado contenido elástico es el rasgo que les confiere su característico color amarillo.
  • Su resistencia, combinada con su elasticidad, contribuye a frenar de forma suave y controlada los movimientos de flexión del tronco, evitando que las láminas vertebrales colisionen o compriman el canal vertebral.
  • Su capacidad para retraerse rápidamente durante la extensión ayuda a mantener la tensión continua en la pared posterior del canal y evita pliegues o redundancias que podrían invadir el espacio epidural.

Existe un gradiente morfológico claro en los ligamentos amarillos: se vuelven más estrechos, más altos y más gruesos a medida que se desciende por la columna.

  • Este cambio responde a las exigencias biomecánicas crecientes en la región lumbar, donde los movimientos son más amplios y las cargas que soporta el raquis son considerablemente mayores.
  • De este modo, el aumento de su grosor y de su altura mejora la capacidad del ligamento para resistir tensiones y para acompañar los desplazamientos de las láminas sin comprometer la integridad del canal vertebral.

La cara anterior de cada ligamento amarillo se orienta hacia el conducto vertebral, específicamente hacia el espacio epidural, del cual constituye parte de la pared posterior.

  • Esta proximidad lo convierte en una estructura fundamental para la protección de la médula espinal y de las raíces nerviosas.

La cara posterior, en cambio, queda oculta por la lámina suprayacente y por los músculos erectores de la columna, que lo cubren durante todo su trayecto y contribuyen a la estabilidad general del segmento vertebral.

Unión de los procesos espinosos

La cohesión posterior de la columna vertebral se asegura mediante un sistema ligamentoso especializado compuesto por los ligamentos interespinosos y el ligamento supraespinoso, los cuales funcionan en conjunto para estabilizar el raquis, limitar movimientos excesivos y mantener la alineación de las vértebras bajo cargas dinámicas y estáticas. Este sistema trabaja como un freno posterior que controla el grado de flexión del tronco, preserva la integridad del canal vertebral y evita la separación brusca de las apófisis espinosas durante los movimientos.

Ligamentos interespinosos: ocupan el espacio comprendido entre dos apófisis espinosas contiguas.

  • Su disposición vertical y su inserción en los bordes superior e inferior de las apófisis correspondientes les permiten actuar como estructuras intermedias que conectan firmemente cada par de vértebras.
  • Se proyectan hacia adelante hasta contactar con los ligamentos amarillos, formando con ellos una continuidad funcional que refuerza la pared posterior del canal vertebral.
  • Hacia atrás, estos ligamentos alcanzan la punta de cada apófisis espinosa, donde se expanden ligeramente para acompañar los movimientos de apertura y cierre que se producen entre las vértebras durante la flexión y la extensión.
  • Su textura, rica en fibras colágenas y con cierto componente elástico, les permite absorber tensiones repetidas y mantener un equilibrio entre resistencia y capacidad de deformación controlada.

Ligamento supraespinoso: constituye una banda impar y mediana que recorre longitudinalmente la columna vertebral, fijándose a la extremidad posterior de todas las apófisis espinosas.

  • En su organización general representa el engrosamiento del borde posterior de los ligamentos interespinosos en las regiones torácica y lumbar.
  • En estos segmentos, el ligamento se manifiesta como un cordón fibroso firme que se interpone entre los músculos superficiales del dorso, y que además proporciona puntos de inserción sólidos para músculos importantes como el trapecio y el dorsal ancho.
  • Su firmeza asegura que la línea media posterior del raquis permanezca estable incluso durante movimientos amplios del tronco.
  • En la región cervical, este ligamento adquiere una estructura más compleja y definida: se transforma en el ligamento nucal.
    • Esta modificación responde a las particularidades biomecánicas del cuello, donde la cabeza, al situar su centro de gravedad hacia adelante, exige un refuerzo elástico que ayude a mantener la postura erecta sin un gasto muscular excesivo.
    • El ligamento nucal se extiende desde la protuberancia occipital externa hasta la apófisis espinosa de la séptima vértebra cervical, formando un tabique sagital que se inserta profundamente en las apófisis espinosas cervicales.
    • Esta disposición crea una lámina fibrosa que separa los músculos cervicales derechos e izquierdos, ofreciendo un soporte adicional a la musculatura posterior y colaborando en la estabilidad de la cabeza.
    • La elasticidad del ligamento nucal desempeña un papel crucial en la estática y la dinámica cervical: actúa como un resorte que ayuda a contrarrestar el peso anterior de la cabeza y facilita su retorno a la posición neutra después de la flexión.

Unión de los procesos transversos

Los ligamentos intertransversos constituyen un elemento esencial en la estabilización lateral del raquis, pues intervienen en la limitación de los movimientos de inclinación y en la modulación de las fuerzas que actúan entre las apófisis transversas de vértebras contiguas.

  • Su presencia garantiza que la columna pueda realizar desplazamientos laterales controlados sin que ello comprometa la alineación vertebral ni la integridad de las estructuras neurales y musculares que la rodean.
  • La variación en su morfología y desarrollo según la región refleja la adaptación precisa de estos ligamentos a las demandas funcionales de cada tramo de la columna vertebral.

En la región cervical, los ligamentos intertransversos están prácticamente ausentes y son reemplazados por músculos intertransversos bien desarrollados.

  • Esta sustitución no es un simple detalle anatómico, sino una muestra clara de la alta movilidad cervical.
  • El cuello requiere precisión y amplitud en sus movimientos laterales, lo que solo puede asegurarse mediante estructuras contráctiles capaces de ajustar en cada instante la tensión entre las apófisis transversas.
  • La presencia de fibras musculares en lugar de tejido ligamentoso rígido permite una modulación fina y dinámica de la inclinación lateral y se adapta mejor a la función de orientación constante de la cabeza, que demanda ajustes rápidos y sutiles.

En la columna torácica, los ligamentos intertransversos reaparecen como pequeños fascículos muy delgados y aplastados que unen los extremos de las apófisis transversas adyacentes.

  • Su forma discreta y su escaso volumen se explican por la menor movilidad lateral del tronco en esta región, fuertemente condicionada por la presencia de la caja torácica y por la función protectora de los órganos vitales contenidos en ella.
  • Estos ligamentos, aunque menos robustos, cumplen un papel estabilizador, impidiendo desplazamientos laterales excesivos y asegurando que los movimientos respiratorios y los ajustes posturales no generen tensiones anómalas en el esqueleto axial.

En la región lumbar, el desarrollo de los ligamentos intertransversos es considerablemente mayor.

  • Su robustez se justifica por la amplitud de los movimientos laterales y por las importantes cargas que esta región soporta.
  • A diferencia de lo que ocurre en la columna torácica, estos ligamentos no se fijan en las apófisis costales, sino en las apófisis accesorias, estructuras más sólidas y adecuadas para soportar las tensiones generadas durante la inclinación lateral y la estabilización del tronco bajo cargas.
  • Su mayor volumen y su orientación más marcada permiten que actúen como refuerzos tensores laterales, limitando la desviación excesiva y manteniendo la verticalidad del eje vertebral.

Caracteres regionales de las articulaciones vertebrales

Cada región de la columna vertebral posee rasgos morfológicos propios que responden a las exigencias funcionales específicas que debe cumplir. El raquis no es una estructura uniforme, sino un eje segmentado cuya arquitectura cambia de manera progresiva desde el cráneo hasta la pelvis para satisfacer simultáneamente los requerimientos de movilidad, estabilidad y transmisión de cargas. Por ello, las articulaciones vertebrales adoptan configuraciones diferentes en los segmentos cervical, torácico y lumbar, lo que genera posibilidades funcionales adaptadas a las tareas que cada zona desempeña en la biomecánica del cuerpo.

Región cervical: En la columna cervical, las articulaciones están diseñadas para permitir movimientos amplios, rápidos y precisos, fundamentales para la orientación sensorial de la cabeza y la adaptación visual del organismo al medio.

  • El disco intervertebral es relativamente voluminoso, representando aproximadamente dos quintas partes de la altura del cuerpo vertebral. Este grosor proporciona un importante grado de amortiguación y facilita la flexibilidad del segmento cervical.
  • Un rasgo distintivo de esta región es la presencia de articulaciones uncovertebrales, pequeñas articulaciones sinoviales interpuestas entre las apófisis unciformes de una vértebra y el borde inferior del cuerpo vertebral suprayacente. Estas articulaciones suplementarias estabilizan los movimientos laterales y limitan el desplazamiento horizontal de los cuerpos vertebrales, protegiendo el canal vertebral y las raíces nerviosas. Las apófisis articulares, por su parte, presentan carillas planas que encajan de manera poco profunda. Esta conformación reduce el grado de enclavamiento y permite un amplio rango de movilidad en flexión, extensión, rotación e inclinación lateral. En conjunto, estos elementos confieren al cuello su notable capacidad de orientación en múltiples planos.

Región torácica: La región torácica muestra un diseño orientado hacia la estabilidad axial y la protección de las vísceras torácicas, al tiempo que sirve como punto de apoyo rígido para las costillas, cuya movilidad respiratoria requiere un soporte firme.

  • En este segmento, el disco intervertebral es relativamente delgado, constituyendo solo un quinto de la altura del cuerpo vertebral. Su menor espesor limita la movilidad intervertebral y contribuye a la rigidez vertical del raquis torácico.
  • Las láminas vertebrales están dispuestas de manera imbricada, como tejas que se superponen, lo que reduce aún más los movimientos de extensión y proporciona solidez al arco posterior.
  • Las apófisis articulares, pequeñas y con carillas planas, permiten únicamente deslizamientos limitados, adecuados para una región donde la movilidad lateral y rotatoria debe ser estrictamente controlada.
  • Esta arquitectura garantiza que la columna torácica funcione como un soporte resistente que permita la mecánica costal sin comprometer la protección de los órganos intratorácicos.

Región lumbar: En la región lumbar, la columna debe conciliar la necesidad de movilidad con la exigencia de soportar cargas significativas. Por ello, las articulaciones vertebrales adoptan un diseño robusto y eficaz.

  • El disco intervertebral es grueso y representa aproximadamente un tercio de la altura del cuerpo vertebral. Este gran espesor incrementa la capacidad de amortiguación y permite movimientos amplios de flexión y extensión, además de una moderada inclinación lateral.
  • Los espacios interlaminares son verticales, amplios y ocupados por ligamentos elásticos que permiten movimientos controlados sin comprometer la protección del canal vertebral.
  • Las apófisis articulares se modelan como segmentos de cilindro, con superficies cartilaginosas amplias que facilitan el deslizamiento y, a la vez, proporcionan un encaje firme que limita la rotación excesiva. Esta configuración cilíndrica convierte a las articulaciones cigapofisarias lumbares en estructuras potentes, capaces de estabilizar el eje vertebral frente a grandes fuerzas de compresión y cizallamiento.
  • El ligamento amarillo, muy desarrollado en esta región, refuerza de manera notable la parte medial de la cápsula articular y contribuye a evitar que las láminas colapsen durante la flexión del tronco. Su gran elasticidad favorece el retorno a la posición erguida sin sobrecarga muscular excesiva.

Articulaciones del sacro y del coxis

La articulación lumbosacra representa un segmento crítico de la columna vertebral en la transición entre la región lumbar y el sacro, y su morfología particular determina su comportamiento mecánico y sus susceptibilidades.

  • La primera vértebra sacra presenta su superficie articular orientada hacia arriba y hacia adelante, formando un ángulo aproximado de 45 grados con respecto al plano horizontal, mientras que la cara inferior de la quinta vértebra lumbar se dispone en sentido opuesto, inclinándose hacia abajo y hacia atrás casi 20 grados.
  • Esta disposición geométrica genera un ángulo denominado sacrovertebral, cuyo valor varía entre 100 y 130 grados dependiendo del individuo, siendo menos marcado en la infancia y generalmente más pronunciado en mujeres que en hombres.
    • Esta configuración impone una tendencia natural al desplazamiento anterior de la quinta vértebra lumbar sobre el sacro, lo que condiciona la estructura de los tejidos circundantes para prevenir dicho deslizamiento.
    • En respuesta a esta exigencia mecánica, el disco intervertebral entre la quinta lumbar y el sacro se encuentra considerablemente engrosado y presenta forma cuneiforme, siendo su porción anterior más amplia que la posterior.
  • Las articulaciones posteriores están separadas entre sí más que en la región lumbar superior y muestran superficies relativamente planas; además, los ligamentos posteriores se hallan reforzados.
  • La unión de los procesos articulares lumbares con los correspondientes sacros actúa como barrera principal frente al deslizamiento anterior de la vértebra lumbar.
  • El aparato ligamentario de la región lumbosacra es particularmente robusto.
    • Los ligamentos longitudinales anterior y posterior, los amarillos, así como los interespinosos e intertransversos, se desarrollan intensamente.
    • Entre la apófisis transversa de la quinta vértebra lumbar y el ala del sacro se dispone una banda fibrosa fuerte denominada ligamento sacrovertebral o de Bichat.
  • La articulación lumbosacra actúa como eje de los movimientos de la columna respecto a la pelvis y es conocida como “charnela lumbosacra” debido a su papel tanto en la estabilidad estática como en la dinámica de la columna.

La articulación sacrococcígea, de tipo cartilaginoso y sinovial primitiva, se organiza como una sínfisis en la que la superficie sacra es convexa y la del cóccix ligeramente cóncava, separadas por un ligamento posterior profundo fibroso que desempeña funciones análogas a las de un disco intervertebral.

  • Complementariamente, existen ligamentos sacrococcígeos anterior, posterior superficial y laterales (con fascículos medial y lateral), que estabilizan la articulación y se anclan en las astas del cóccix.
  • A diferencia de la articulación lumbosacra, esta carece de procesos articulares posteriores y presenta escasa movilidad en condiciones normales.
  • Adquiere una relevancia funcional durante el parto: los ligamentos, gracias a su capacidad de distensión, permiten que la cabeza fetal desplace el cóccix hacia atrás, incrementando el diámetro anteroposterior de la salida pelviana y facilitando el tránsito del feto.

 

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
    1. Latarjet, M., Ruiz Liard, A., & Pró, E. (2019). Anatomía humana (5.ª ed., Vols. 1–2). Médica Panamericana.
      ISBN: 9789500695923
    2. Dalley II, A. F., & Agur, A. M. R. (2022). Moore: Anatomía con orientación clínica (9.ª ed.). Wolters Kluwer (Lippincott Williams & Wilkins).
      ISBN: 9781975154120
    3. Standring, S. (Ed.). (2020). Gray’s anatomy: The anatomical basis of clinical practice (42.ª ed.). Elsevier.
      ISBN: 9780702077050
    4. Netter, F. H. (2023). Atlas de anatomía humana (8.ª ed.). Elsevier.
      ISBN: 9780323793745
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