Cada año se producen alrededor de diez millones de fracturas de cadera a nivel mundial, una cifra que refleja la importancia clínica y social de esta condición. La fractura de cadera suele ocurrir como consecuencia de una caída, especialmente en personas mayores, ya que en individuos jóvenes es necesario un trauma de alta energía para que se produzca dicha lesión. Además de los traumatismos evidentes, las fracturas por estrés pueden presentarse en atletas o en personas con una densidad mineral ósea disminuida, como resultado de actividades repetitivas que someten el hueso a cargas continuas y prolongadas.
Existen varios factores que incrementan la probabilidad de sufrir una fractura de cadera. La osteoporosis es una de las principales causas subyacentes, debido a la reducción de la resistencia ósea. Además, el sexo femenino presenta un riesgo mayor, posiblemente asociado a cambios hormonales que afectan la calidad ósea. La estatura también juega un papel importante, ya que las personas que miden más de 1.73 metros (cinco pies y ocho pulgadas) tienen un mayor riesgo, posiblemente debido a la mayor palanca y carga sobre el hueso durante una caída. Por último, la edad avanzada, especialmente a partir de los 50 años, es un factor determinante, dado que la fragilidad ósea y la susceptibilidad a caídas aumentan con el envejecimiento.
La fractura de cadera en adultos mayores está asociada con una elevada tasa de mortalidad. Estudios muestran que entre el 8 y el 10 por ciento de estos pacientes fallecen dentro de los primeros 30 días posteriores a la lesión, y aproximadamente el 22 por ciento no sobrevive más allá del primer año. La edad avanzada, especialmente superar los 90 años, representa un riesgo significativo para la mortalidad en el año posterior a la fractura. Otros factores que aumentan la probabilidad de fallecimiento en los primeros tres meses incluyen el sexo masculino, la condición de fragilidad general, la necesidad de anestesia general durante la intervención quirúrgica, niveles elevados de nitrógeno ureico en sangre y un ratio elevado de neutrófilos a linfocitos en la evaluación preoperatoria, indicadores que reflejan tanto el estado inflamatorio como la función renal del paciente.
Manifestaciones clínicas
Los pacientes con fractura de cadera suelen referir dolor principalmente en la región de la ingle, aunque no es raro que el dolor se irradie hacia el lado lateral del muslo, la nalga o incluso la rodilla. En aquellos casos en que la fractura está desplazada, el paciente típicamente no puede soportar peso sobre la extremidad afectada y la pierna puede encontrarse en rotación externa, una posición característica que refleja el compromiso estructural del hueso. Para descartar la presencia de una fractura, se puede realizar una maniobra suave de rotación del muslo mientras el paciente está acostado boca arriba, conocida como “logroll” o rodamiento en bloque, la cual permite detectar dolor o resistencia que sugiera una lesión ósea.
Durante la exploración física, la palpación profunda en la zona conocida como triángulo femoral —que corresponde anatómicamente a la región donde se localiza la arteria femoral— suele reproducir el dolor. Siempre que el paciente lo tolere, se puede proceder a realizar pruebas de movilidad con el paciente en decúbito supino, flexionando la cadera y la rodilla a noventa grados para evaluar la rotación interna y externa de ambas caderas. De estas maniobras, la rotación interna dolorosa resulta ser el signo más sensible para detectar patologías intraarticulares de la cadera, es decir, lesiones que afectan directamente la articulación. Asimismo, se puede valorar la fuerza muscular en los movimientos de flexión, extensión, abducción y aducción, evaluando el compromiso funcional.
En pacientes con fracturas por estrés en la cadera, el dolor suele ser menos intenso durante la exploración física comparado con las fracturas completas, aunque habitualmente se quejan de dolor al soportar peso sobre la extremidad afectada. Para evaluar la estabilidad y la fuerza de los músculos abductores de la cadera, especialmente el glúteo medio, se realiza la prueba de Trendelenburg. En esta, el paciente se sostiene sobre una pierna mientras eleva la rodilla contralateral hacia el pecho. El clínico observa desde atrás si existe una caída del nivel de la pelvis o la nalga del lado opuesto, lo cual indica debilidad muscular o inestabilidad articular. Otra prueba funcional consiste en pedir al paciente que realice pequeños saltos o brincos; la incapacidad o negativa a realizarlos en el contexto de una historia clínica compatible aumenta la sospecha de una fractura por estrés.
Es fundamental realizar una evaluación cuidadosa de la columna lumbar en aquellos pacientes que refieren molestias en la cadera, ya que algunos dolores pueden originarse en la región lumbar, como ocurre en la ciática, que puede irradiar hacia la zona inguinal o la extremidad inferior y simular síntomas de enfermedad articular de la cadera. Esta valoración integral permite diferenciar adecuadamente la causa del dolor y orientar el manejo clínico adecuado.
Exámenes diagnósticos
Para la evaluación diagnóstica de las fracturas de cadera, las técnicas radiográficas juegan un papel fundamental. Entre las imágenes más útiles se encuentran las proyecciones anteroposteriores de la pelvis y de ambas caderas, las cuales permiten una visión general y comparativa de la anatomía ósea, facilitando la identificación de alteraciones estructurales. Además, la toma en proyección lateral tipo “frog-leg” —con la pierna en flexión, abducción y rotación externa— proporciona una perspectiva más detallada de la cadera afectada, especialmente útil para visualizar fracturas que pueden no ser evidentes en las proyecciones anteroposteriores.
No obstante, en ciertos casos la evaluación mediante radiografías convencionales puede resultar insuficiente, particularmente cuando se sospecha la presencia de fracturas no desplazadas o patrones complejos de lesión. En estas situaciones, la tomografía computarizada representa una herramienta avanzada que ofrece imágenes tridimensionales con alta resolución, permitiendo delimitar con precisión la ubicación y extensión de la fractura. De igual manera, la resonancia magnética se emplea para identificar fracturas ocultas o evaluar tejidos blandos adyacentes, debido a su capacidad para detectar alteraciones en la médula ósea y tejidos periarticulares que no son visibles en radiografías o tomografías.
Las fracturas de cadera se clasifican habitualmente según su localización anatómica, lo que es esencial para establecer un diagnóstico preciso y determinar el plan terapéutico adecuado. Las categorías principales incluyen las fracturas del cuello femoral, que afectan la región estrecha entre la cabeza del fémur y el trocánter mayor; las fracturas intertrocantéricas, que comprometen la zona entre el trocánter mayor y menor; y las fracturas subtrocantéricas, situadas justo por debajo del trocánter menor en la parte proximal del cuerpo femoral. Esta clasificación no solo facilita la comunicación entre profesionales de la salud, sino que también influye en la elección de la intervención quirúrgica y en el pronóstico del paciente.
Complicaciones
El retraso en la realización de la intervención quirúrgica en pacientes con fracturas desplazadas de cadera se asocia con un aumento significativo en el riesgo de complicaciones perioperatorias, así como en la mortalidad. Esta demora puede agravar el estado general del paciente, ya que la fractura desplazada compromete la estabilidad y funcionalidad de la extremidad, lo que genera dolor intenso e inmovilización prolongada. La falta de tratamiento oportuno no solo prolonga el sufrimiento físico, sino que también favorece la aparición de diversas complicaciones médicas que deterioran el pronóstico.
Antes de proceder con la cirugía, es fundamental realizar una evaluación médica exhaustiva con el fin de optimizar las condiciones del paciente y maximizar su capacidad para tolerar la intervención quirúrgica. Esta valoración debe incluir la revisión detallada del estado cardiovascular, respiratorio, metabólico y neurológico, así como la identificación y manejo de comorbilidades que puedan influir en el resultado operatorio. Solo tras asegurar una condición clínica adecuada se debe proceder con la cirugía para minimizar riesgos.
En particular, es importante considerar que algunos pacientes que no logran levantarse después de una caída pueden permanecer inmóviles durante varias horas o incluso días antes de recibir atención médica. Esta prolongada inmovilidad puede desencadenar una serie de complicaciones graves, como la rabdomiólisis, que consiste en la destrucción del tejido muscular con liberación de sustancias tóxicas en la circulación sanguínea, y que puede conducir a insuficiencia renal. Asimismo, el paciente puede presentar hipotermia debido a la exposición y falta de movimiento, así como un mayor riesgo de desarrollar trombosis venosa profunda y embolia pulmonar, condiciones que se derivan de la estasis venosa y el daño endotelial.
La identificación precoz y el manejo adecuado de estas posibles secuelas son esenciales para evitar que el deterioro clínico limite aún más las opciones terapéuticas y aumente la mortalidad. En consecuencia, la rapidez en la evaluación y el tratamiento integral del paciente con fractura desplazada de cadera son determinantes clave para mejorar los resultados y reducir la carga de complicaciones asociadas.
Tratamiento
Casi todos los pacientes que sufren una fractura de cadera requieren intervención quirúrgica para restaurar la estabilidad y función de la extremidad afectada. Mientras esperan la cirugía, es común que deban ser hospitalizados para recibir un manejo adecuado del dolor, dado que la fractura produce un malestar intenso y limita la movilidad. Se recomienda realizar la cirugía en las primeras veinticuatro horas tras la fractura, ya que múltiples estudios han demostrado que un retraso mayor a cuarenta y ocho horas duplica la incidencia de complicaciones médicas mayores y menores. Entre estas complicaciones se encuentran la neumonía, las lesiones por presión, antes conocidas como úlceras por presión, y la trombosis venosa profunda, todas ellas asociadas a la inmovilización prolongada y al deterioro general del paciente.
En centros de alta capacidad, la atención a pacientes con fractura de cadera suele abordarse mediante equipos multidisciplinarios integrados por cirujanos ortopédicos, médicos internistas, trabajadores sociales y fisioterapeutas especializados. Esta modalidad de atención colaborativa permite una gestión integral, mejora la calidad del cuidado perioperatorio y acelera la evaluación preoperatoria, lo que a su vez reduce los costos hospitalarios y mejora los resultados clínicos.
El tratamiento quirúrgico de las fracturas de cadera puede realizarse mediante fijación interna o reemplazo articular. La artroplastia total cementada de cadera ha demostrado ofrecer mejoras que van desde leves hasta significativas en la calidad de vida relacionada con la salud, además de asociarse con una menor mortalidad al año comparada con otras opciones de prótesis. Durante el proceso de recuperación, que suele extenderse por varios meses, es fundamental implementar medidas para prevenir la neumonía y el deterioro funcional, así como tratar las enfermedades cardíacas concurrentes, ya que estas acciones contribuyen a disminuir la mortalidad global del paciente.
En el caso de fracturas por estrés en pacientes activos, el manejo suele incluir un periodo de carga protegida, con una progresión gradual hacia la reanudación de las actividades normales, proceso que puede requerir entre cuatro y seis meses. Las fracturas del cuello femoral generalmente se tratan mediante hemiartroplastia o artroplastia total de cadera, procedimientos que permiten al paciente comenzar a soportar peso desde el periodo postoperatorio inmediato. Por otro lado, las fracturas peritrocantéricas se manejan con reducción abierta y fijación interna, utilizando dispositivos como placas y tornillos o clavos intramedulares, cuya selección depende del patrón específico de la fractura. Dado que la consolidación ósea es necesaria para la fijación, es posible que el paciente deba mantener carga protegida en el periodo inicial posterior a la cirugía.
Entre las complicaciones quirúrgicas se incluyen la luxación protésica, fracturas periprotésicas y la necrosis avascular de la cabeza femoral. Para minimizar riesgos de complicaciones pulmonares y lesiones por presión, es esencial que el paciente sea movilizado lo antes posible tras la cirugía. La fisioterapia supervisada y la rehabilitación constituyen pilares fundamentales para recuperar la máxima función posible. No obstante, es importante destacar que la mayoría de los pacientes experimentan algún grado de pérdida de independencia tras una fractura de cadera.
Comparado con la artroplastia total electiva, la cirugía tras una fractura de cadera presenta un mayor riesgo de mortalidad hospitalaria, reflejando la complejidad y gravedad de esta condición, así como la vulnerabilidad de los pacientes que la padecen. Esta realidad subraya la necesidad de un manejo integral y oportuno para mejorar los desenlaces clínicos en esta población.
Prevención
La evaluación de la densidad ósea mediante estudios especializados permite identificar de manera temprana a pacientes con riesgo de padecer osteopenia u osteoporosis, condiciones que predisponen a fracturas óseas debido a la disminución de la masa y calidad del hueso. Este diagnóstico precoz es fundamental para diseñar un plan de tratamiento adecuado que busque fortalecer la estructura ósea y reducir la probabilidad de fracturas. Diversos fármacos han demostrado eficacia en la prevención de fracturas, entre ellos los bisfosfonatos, el denosumab y el teriparatide, los cuales han mostrado una reducción significativa del riesgo relativo de fracturas no vertebrales, con valores que oscilan entre un 60 y un 80 por ciento en comparación con placebo.
Sin embargo, el uso prolongado de bisfosfonatos se ha asociado con un aumento en la incidencia de fracturas atípicas del fémur, con un riesgo relativo aproximado de 1.7. Este efecto adverso es más frecuente en pacientes de origen asiático residentes en Norteamérica, en aquellos que presentan una curvatura femoral pronunciada y en pacientes con antecedentes de uso de glucocorticoides. Ante estas consideraciones, los expertos coinciden en que los bisfosfonatos ofrecen beneficios claros, especialmente durante los primeros tres a cinco años de tratamiento, período en el que la reducción del riesgo de fracturas supera el potencial riesgo de efectos adversos. Tras cinco años de terapia, se recomienda evaluar la posibilidad de suspender temporalmente el tratamiento —lo que se conoce como “vacaciones de medicamento”— para minimizar riesgos asociados a la exposición prolongada.
Además del tratamiento farmacológico, es crucial revisar con el paciente aspectos relacionados con la nutrición y la salud ósea, incluyendo la interpretación de la densitometría ósea. Sin embargo, a pesar de la importancia tradicional que se le ha dado al calcio, no existe evidencia sólida que respalde que un aumento en la ingesta de calcio dietético o suplementario prevenga específicamente las fracturas de cadera.
En pacientes con movilidad reducida, debe considerarse la anticoagulación sistémica como medida preventiva para evitar la trombosis venosa profunda, una complicación frecuente en estas circunstancias. Por otro lado, para los adultos mayores con riesgo de caídas y fracturas de cadera, existen programas de ejercicio diseñados para mejorar el equilibrio, la fuerza muscular y la coordinación, contribuyendo así a la prevención de caídas. Aunque existen dispositivos conocidos como protectores de cadera, su uso es limitado debido a la incomodidad que generan y a la evidencia que sugiere una eficacia reducida en la prevención de fracturas, por lo que no son una medida ampliamente recomendada. En conjunto, estas estrategias multidimensionales buscan disminuir la incidencia y las consecuencias de las fracturas de cadera en poblaciones vulnerables.

Fuente y lecturas recomendadas:
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Lewis SR et al. Arthroplasties for hip fracture in adults. Cochrane Database Syst Rev. 2022;2:CD013410. [PMID: 35156194]
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Lewis SR et al. Surgical interventions for treating intracapsular hip fractures in older adults: a network meta-analysis. Cochrane Database Syst Rev. 2022;2:CD013404. [PMID: 35156192]
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Turgut N et al. Standard and newly defined prognostic factors affecting early mortality after hip fractures. Cureus. 2022;14:e21464. [PMID: 35223248]