La práctica de la cirugía ha tenido un cambio radical
Desde los primeros registros históricos hasta finales del siglo XIX, la cirugía experimentó pocos avances significativos, manteniéndose en gran parte anclada a prácticas rudimentarias y peligrosas. Durante estos milenios, los procedimientos quirúrgicos eran realizados en condiciones extremadamente precarias y, en la mayoría de los casos, resultaban en intervenciones aterradoras y con una alta probabilidad de fracaso. El periodo anterior al desarrollo de los principios científicos modernos que sustentarían la cirugía, conocido como la era precientífica, estuvo marcado por la falta de una comprensión profunda de los procesos biológicos, lo que limitaba enormemente las capacidades de los cirujanos. Esto, unido a la inexistencia de métodos eficaces para controlar el dolor, la infección o el sangrado, convirtió las intervenciones quirúrgicas en eventos temibles tanto para los pacientes como para los propios profesionales.
La cirugía de esta época se encontraba en un estado de conocimiento rudimentario, donde las intervenciones se limitaban a afecciones externas o superficiales que podían ser observadas directamente. Por ejemplo, lesiones visibles en la piel, infecciones o problemas en las extremidades eran los principales motivos para que un paciente fuera sometido a una operación. Estas condiciones hacían que las intervenciones quirúrgicas se redujeran a un campo más limitado que no abarcaba los órganos internos ni las enfermedades más complejas que implicaran un riesgo mayor o una anatomía más difícil de alcanzar.
Además, el concepto de anestesia y control del dolor era completamente inexistente. Los pacientes eran sometidos a intervenciones estando completamente conscientes, lo que hacía que la cirugía fuera una experiencia extremadamente traumática. La práctica común era inmovilizar al paciente, a menudo mediante sujeciones físicas, para evitar que intentaran escapar del dolor insoportable causado por el corte de la piel y los tejidos. Dado que la anestesia era desconocida, el procedimiento se realizaba con una rapidez desesperada, ya que el cirujano necesitaba terminar la operación antes de que el paciente perdiera la capacidad de resistir debido al dolor o el shock.
Por otro lado, la infección era un riesgo constante debido a la falta de técnicas asépticas. La comprensión de la importancia de la limpieza y la desinfección de los instrumentos quirúrgicos era prácticamente inexistente, y no se conocían los métodos para prevenir la contaminación bacteriana de las heridas. Esto hacía que muchas de las personas que se sometían a una operación murieran debido a infecciones graves que se desarrollaban posteriormente, lo que colocaba a la cirugía en un contexto de extrema mortalidad. Los procedimientos quirúrgicos, por lo tanto, eran vistos como una medida desesperada en condiciones de enfermedad grave, y no como un tratamiento que pudiera ofrecer soluciones duraderas o una mejora significativa en la calidad de vida.
Las intervenciones quirúrgicas de esta era también eran predominantemente “visibles” en su naturaleza. Las afecciones que podían ser tratadas mediante cirugía eran aquellas que afectaban zonas superficiales del cuerpo, como heridas abiertas, abscesos, tumores superficiales o lesiones en las extremidades. El cuerpo interno, como los órganos internos, era un territorio casi inaccesible para los cirujanos de esa época debido a la falta de herramientas adecuadas, el conocimiento insuficiente de la anatomía interna y la incapacidad para visualizar o tratar complicaciones internas. La cirugía, por lo tanto, estaba limitada a aquellas áreas del cuerpo donde el cirujano podía operar con herramientas rudimentarias, como cuchillos y bisturíes, sin la posibilidad de realizar procedimientos más complejos que involucraran, por ejemplo, el abdomen o el tórax.
Este panorama cambió a lo largo del siglo XIX, con el descubrimiento de principios científicos fundamentales que transformaron radicalmente la cirugía. El advenimiento de la anestesia a principios del siglo XIX permitió que las operaciones se realizaran sin el sufrimiento insoportable que caracterizaba las intervenciones previas. Asimismo, los avances en la comprensión de las infecciones, a través de las teorías germinales de la enfermedad propuestas por científicos como Louis Pasteur y Robert Koch, llevaron al desarrollo de técnicas antisépticas que ayudaron a reducir drásticamente el riesgo de infección. Estas innovaciones, junto con mejoras en la formación de los cirujanos y el perfeccionamiento de las herramientas quirúrgicas, marcaron el inicio de una nueva era en la que la cirugía se alejaría de su carácter rudimentario y peligroso hacia una práctica más refinada y efectiva. Sin embargo, hasta finales del siglo XIX, la cirugía seguía siendo una disciplina imperfecta y peligrosa, que no solo dependía de la destreza del cirujano, sino también de las condiciones extremadamente precarias bajo las cuales se realizaban las operaciones.
Fuente y lecturas recomendadas:
- Townsend, C. M., Beauchamp, R. D., Evers, B. M., & Mattox, K. L. (2022). Sabiston. Tratado de cirugía. Fundamentos biológicos de la práctica quirúrgica moderna (21.ª ed.). Elsevier España.
- Brunicardi F, & Andersen D.K., & Billiar T.R., & Dunn D.L., & Kao L.S., & Hunter J.G., & Matthews J.B., & Pollock R.E.(2020), Schwartz. Principios de Cirugía, (11e.). McGraw-Hill Education.