Los medicamentos antiarrítmicos son fundamentales en el tratamiento de las arritmias cardíacas, que son trastornos en el ritmo del corazón que pueden comprometer la función cardiovascular y la salud del paciente. Sin embargo, la eficacia de estos fármacos puede variar significativamente entre individuos, y su uso puede estar asociado con efectos secundarios indeseados, lo que plantea desafíos en su manejo clínico.
Las arritmias pueden surgir de una variedad de mecanismos, incluyendo alteraciones en la generación y conducción del impulso eléctrico en el corazón. Los medicamentos antiarrítmicos actúan sobre los canales iónicos que regulan estos impulsos eléctricos, restaurando así un ritmo cardíaco normal. No obstante, cada paciente presenta una fisiología única, lo que significa que la respuesta a estos fármacos puede diferir considerablemente. Algunos pacientes pueden experimentar un control adecuado de sus arritmias con dosis mínimas, mientras que otros pueden no responder al tratamiento o incluso experimentar una exacerbación de sus síntomas.
Una de las razones por las que los antiarrítmicos producen una eficacia variable es su mecanismo de acción complejo. Muchos de estos fármacos no se limitan a un solo efecto sobre el corazón, sino que pueden influir en múltiples canales iónicos y procesos electrofisiológicos. Esto se traduce en un perfil de acción diverso, que puede incluir la modificación del potencial de acción y la alteración de la refractariedad del tejido cardíaco, además de sus efectos antiarrítmicos primarios.
El sistema de clasificación de Vaughan-Williams es el más utilizado para categorizar los medicamentos antiarrítmicos y se divide en cuatro clases principales, cada una de las cuales tiene características específicas. La primera clase, los agentes de clase I, actúa principalmente bloqueando los canales de sodio en la membrana celular. Estos agentes se subdividen en tres subclases:
1. Clase IA: Estos fármacos, como la quinidina y la procainamida, tienen un efecto moderado en la velocidad de despolarización y prolongan el potencial de acción. Actúan tanto sobre la fase de despolarización rápida como sobre la repolarización, lo que les confiere un efecto stabilizador sobre la membrana.
2. Clase IB: Incluyen fármacos como la lidocaína, que tienen un efecto más pronunciado sobre el tejido cardíaco dañado y tienden a acortar el potencial de acción. Su acción rápida es especialmente útil en situaciones agudas.
3. Clase IC: Fármacos como la flecainida y el propafenona, que bloquean los canales de sodio con mayor fuerza y tienen un efecto mínimo en el potencial de acción, pero que pueden ser muy eficaces para prevenir arritmias en el contexto de un tejido cardíaco estructuralmente normal.
A medida que se avanza en el tratamiento con antiarrítmicos, es crucial tener en cuenta que, aunque estos medicamentos pueden ser muy efectivos, su uso también puede dar lugar a efectos secundarios significativos. Entre estos efectos se incluyen la aparición de nuevas arritmias, trastornos del sistema cardiovascular, efectos en el sistema nervioso central y reacciones alérgicas. Estos efectos adversos pueden ser limitantes en la elección del tratamiento y requieren un monitoreo cuidadoso por parte del médico.
Los medicamentos antiarrítmicos se clasifican en diversas categorías según sus mecanismos de acción, y cada clase presenta características particulares que afectan la actividad eléctrica del corazón. En este contexto, es fundamental comprender cómo los medicamentos de clase Ia, Ib y Ic afectan el potencial de acción cardíaco, ya que estas alteraciones influyen en la conducción del impulso eléctrico y la refractoriedad del tejido cardíaco.
Los agentes de clase Ia, que incluyen la quinidina, la procainamida y la disopiramida, tienen un efecto notable en la fase de despolarización del potencial de acción. Estos medicamentos bloquean de manera moderada los canales de sodio en la membrana celular, lo que conduce a una disminución de la velocidad de ascenso del potencial de acción, conocido como Vmax. Esta reducción en Vmax se traduce en una desaceleración de la propagación del impulso eléctrico a lo largo del tejido cardíaco. Además, la acción de estos fármacos prolonga la duración del potencial de acción, lo que contribuye a aumentar la refractoriedad del tejido. Este aumento de la refractoriedad es beneficioso en el tratamiento de arritmias, ya que reduce la capacidad del corazón para volver a despolarizarse antes de que se complete el ciclo de excitación, disminuyendo así la posibilidad de que se inicien arritmias recurrentes.
En contraste, los agentes de clase Ib, como la lidocaína y la mexiletina, presentan un mecanismo de acción diferente. Estos fármacos tienden a acortar la duración del potencial de acción, lo que significa que, a pesar de que pueden tener un efecto sobre los canales de sodio, su impacto no se traduce en una alteración significativa de la conducción ni de la refractoriedad en el tejido cardíaco normal. Este acortamiento del potencial de acción es particularmente relevante en situaciones de isquemia o daño tisular, donde la estabilización de la membrana celular puede ser crítica. La lidocaína, por ejemplo, es especialmente eficaz en el tratamiento de arritmias ventriculares agudas, donde la reducción del tiempo de repolarización puede ayudar a restaurar un ritmo cardíaco normal sin prolongar excesivamente la refractoriedad.
Por otro lado, los medicamentos de clase Ic, como la flecainida y la propafenona, presentan un perfil de acción que combina elementos de las clases Ia y Ib. Estos agentes no solo prolongan la velocidad de ascenso del potencial de acción, sino que también ralentizan la repolarización. Como resultado, los fármacos de clase Ic son más potentes en su efecto sobre la conducción y la refractoriedad en comparación con los de clase Ia. Esta prolongación de Vmax y el retraso en la repolarización conducen a una mayor ralentización de la conducción del impulso eléctrico a través del miocardio, así como a un incremento en la refractoriedad. Este mecanismo es particularmente útil en el tratamiento de arritmias supraventriculares y ventriculares, donde el control del tiempo de repolarización y la conducción pueden ser esenciales para prevenir episodios arritmogénicos.
Clase Ia: Bloqueadores de Canales de Sodio
Los fármacos de clase Ia, como la disopiramida, la procainamida y la quinidina, actúan principalmente como bloqueadores de los canales de sodio, lo que resulta en la depresión de la fase cero de despolarización del potencial de acción. Esto se traduce en una ralentización de la conducción eléctrica a través del miocardio y en una prolongación de la repolarización. Estas propiedades hacen que sean eficaces en el tratamiento de arritmias como la taquicardia supraventricular, la taquicardia ventricular y los latidos prematuros ventriculares sintomáticos.
Disopiramida
La disopiramida se presenta en dos formas de liberación: inmediata y sostenida. La dosificación para la forma de liberación inmediata oscila entre cien y doscientos miligramos cada seis horas, mientras que para la forma sostenida se sugiere una dosificación de doscientos a cuatrocientos miligramos cada doce horas. El nivel terapéutico en plasma se encuentra entre dos y ocho miligramos por mililitro, y su eliminación se realiza principalmente a través de los riñones. Los efectos secundarios incluyen retención urinaria, sequedad bucal, una marcada disminución de la función ventricular izquierda y prolongación del intervalo QT, lo que puede aumentar el riesgo de arritmias.
Procainamida
La procainamida se administra inicialmente con una carga de entre diez y diecisiete miligramos por kilogramo a una velocidad de veinte a cincuenta miligramos por minuto, seguida de un mantenimiento de uno a cuatro miligramos por minuto. Para la dosificación oral, se recomienda una ingesta de cincuenta miligramos por kilogramo al día, dividida en dosis cada cuatro horas. Los niveles terapéuticos oscilan entre cuatro y diez miligramos por mililitro, y su metabolito activo, N-acetil procainamida, tiene un rango terapéutico de diez a veinte microgramos por mililitro. Al igual que la disopiramida, se elimina por vía renal, y los efectos secundarios pueden incluir lupus eritematoso inducido por fármacos y alteraciones gastrointestinales.
Quinidina
La quinidina se utiliza raramente por vía parenteral, aunque puede administrarse en una dosis de seis a diez miligramos por kilogramo en un periodo de veinte minutos. La dosificación oral habitual es de entre trescientos veinticuatro y seiscientos cuarenta y ocho miligramos cada ocho horas. Los niveles terapéuticos en plasma se encuentran entre dos y cinco miligramos por mililitro, y se metaboliza principalmente en el hígado. Sus efectos secundarios incluyen síntomas gastrointestinales, una disminución de la función ventricular izquierda y un aumento en los niveles de digoxina, que puede llevar a toxicidad.
Clase Ib: Acortadores de la Repolarización
Los agentes de clase Ib, como la lidocaína y la mexiletina, tienen la capacidad de acortar la duración de la repolarización, lo que los hace particularmente útiles en el manejo de arritmias ventriculares.
Lidocaína
La lidocaína se administra inicialmente con una carga de un miligramo por kilogramo por vía intravenosa, seguida de un mantenimiento de uno a cuatro miligramos por minuto. Los niveles terapéuticos en plasma oscilan entre uno y cinco miligramos por mililitro, y su eliminación se lleva a cabo a través del hígado. Los efectos secundarios más comunes incluyen manifestaciones en el sistema nervioso central, problemas gastrointestinales y una posible disminución de la función ventricular izquierda.
Mexiletina
La mexiletina se utiliza en forma oral, con una dosificación de entre cien y trescientos miligramos cada ocho a doce horas, y un máximo de mil doscientos miligramos al día. Sus niveles terapéuticos se sitúan entre cero punto cinco y dos miligramos por mililitro, y también se metaboliza en el hígado. Los efectos secundarios incluyen reacciones en el sistema nervioso central, problemas gastrointestinales y un riesgo de leucopenia.
Clase Ic: Depresores de la Repolarización
Los agentes de clase Ic, como la flecainida y la propafenona, son conocidos por su capacidad para deprimir la fase cero de repolarización, lo que conduce a una disminución en la velocidad de conducción del impulso eléctrico.
Flecainida
La flecainida se dosifica entre cincuenta y ciento cincuenta miligramos dos veces al día, con niveles terapéuticos que oscilan entre cero punto dos y un miligramo por mililitro. Este fármaco se metaboliza en el hígado y puede causar efectos secundarios que incluyen síntomas en el sistema nervioso central, problemas gastrointestinales y la posibilidad de fibrilación auricular con conducción de uno a uno y proarritmias ventriculares.
Propafenona
La propafenona se dosifica entre ciento cincuenta y trescientos miligramos cada ocho a doce horas. Este fármaco también presenta metabolitos activos y se elimina a través del hígado. Sus efectos secundarios son similares a los de la flecainida, con un riesgo particular de fibrilación auricular con conducción de uno a uno y proarritmias ventriculares.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2024. McGraw Hill.
Originally posted on 13 de octubre de 2024 @ 2:55 PM

