El desarrollo embrionario humano constituye un proceso extraordinariamente complejo y coordinado que da lugar a la formación del organismo multicelular a partir de una única célula, el cigoto. Este proceso comienza con la fertilización, que ocurre cuando el espermatozoide se fusiona con el ovocito, formando una célula única llamada cigoto, cuyo material genético resulta de la combinación del ADN paterno y materno. A partir de ese momento, se inicia una serie de divisiones celulares y eventos biológicos que progresan de manera secuencial y precisa, creando las bases para la vida humana.
Este proceso puede dividirse en dos períodos fundamentales en el desarrollo prenatal: el período embrionario y el período fetal. El primero de estos, el período embrionario, abarca desde la fertilización hasta el final de la octava semana, y se caracteriza por ser una fase crítica en el desarrollo del ser humano, tanto en términos de la formación de los principales sistemas y órganos como en términos de su vulnerabilidad a influencias externas. Durante este período, cualquier perturbación en los procesos biológicos podría generar defectos congénitos o malformaciones, dado que los sistemas y estructuras del embrión se están formando de manera intensiva.
El desarrollo embrionario se puede subdividir en dos fases: el período embrionario presomítico, que comprende las primeras dos semanas y media, y el período embrionario somítico, que se extiende desde la mitad de la tercera semana hasta el final de la octava semana. En el primero de estos subperíodos, se da la segmentación del cigoto y la formación de una esfera de células llamada mórula, que se convierte en una estructura más compleja denominada blastocisto. Esta estructura se implanta en el útero materno, lo cual es un paso fundamental para el continuo desarrollo del embrión. Durante esta fase, se establece la bilaminación del embrión, formándose dos capas germinativas iniciales, el epiblasto y el hipoblasto, que servirán como los cimientos de la futura diferenciación celular.
En la segunda parte del período embrionario, conocida como el período embrionario somítico, se da inicio a una serie de eventos que marcan la organización y diferenciación del embrión. A partir de la tercera semana, se forma la línea primitiva, un evento crucial en la gastrulación, que es el proceso mediante el cual las tres capas germinativas principales—el ectodermo, el mesénquima (mesodermo) y el endodermo—se establecen y definen los futuros tejidos y órganos del cuerpo. Estas capas darán origen a los diferentes sistemas del cuerpo: el ectodermo forma la piel y el sistema nervioso, el mesénquima forma los huesos, músculos y sistema circulatorio, mientras que el endodermo da lugar a los órganos internos como los pulmones, el hígado y el aparato digestivo.
La diferenciación celular, la migración celular y la apoptosis (muerte celular programada) juegan roles fundamentales en esta etapa. La diferenciación se refiere al proceso mediante el cual las células se especializan en estructuras y funciones específicas. La migración celular es crucial para que las células lleguen a las ubicaciones adecuadas en el embrión, mientras que la apoptosis asegura que las células que no sean necesarias o que estén defectuosas se eliminen adecuadamente para prevenir malformaciones. La interacción precisa entre estos mecanismos determina la correcta formación de los órganos y estructuras del cuerpo.
La organogénesis es el proceso de formación y desarrollo de los órganos, que se produce dentro del período embrionario. La principal característica de esta etapa es que los cimientos de todos los sistemas organicos están establecidos. En este momento, los principales órganos empiezan a tomar su forma y a desarrollarse en sus estructuras básicas. Esta es también la etapa en la que el embrión es más susceptible a agentes teratogénicos, como virus, toxinas o ciertos medicamentos, los cuales pueden interferir con los procesos celulares y, por lo tanto, inducir defectos congénitos.
Una vez culminado el período embrionario, el embrión se convierte en feto al inicio de la novena semana. A partir de este punto, entra en el período fetal, donde se da un proceso de maduración de los sistemas orgánicos y de crecimiento acelerado. Aunque la estructura general del cuerpo ya está configurada, el feto sigue desarrollándose y perfeccionando su fisiología. Durante el período fetal, los órganos y sistemas se amplían en tamaño, y su capacidad de funcionar de manera autónoma se incrementa, lo que prepara al feto para sobrevivir fuera del útero materno.
En la década de 1940, el embriólogo estadounidense George Streeter propuso una clasificación del desarrollo embrionario humano, dividiendo este proceso en un total de veintitrés estadios o horizontes. Esta división fue fundamentada en los profundos y rápidos cambios morfológicos que se producen durante las primeras semanas del desarrollo. Streeter observó que, en un período de tiempo relativamente corto, pueden ocurrir transformaciones radicales en la organización y estructura del embrión, lo cual justifica la necesidad de segmentar de manera precisa esta fase para facilitar su estudio.
La principal razón para esta división radica en la rapidez con la que el embrión experimenta variaciones en su morfología y la necesidad de establecer referencias estandarizadas que permitan evaluar su desarrollo de manera coherente. Durante una misma semana de desarrollo, es posible que se presenten cambios drásticos en la morfología externa e interna del embrión, lo que hace que el seguimiento de su evolución requiera un sistema preciso de estadificación. Así, cada estadio o horizonte refleja un conjunto específico de características morfológicas que permiten identificar el estado de desarrollo del embrión en un momento determinado.
La clasificación de Streeter, aunque puede considerarse algo arbitraria en cuanto a la asignación exacta de los límites de cada estadio, ha demostrado ser de gran utilidad en la embriología contemporánea. Esta sistematización ha sido la base para determinar la edad gestacional o la edad precisa del embrión en todo el mundo, permitiendo establecer puntos de referencia comunes para los estudios comparativos y para la valoración del desarrollo embrionario en diversas circunstancias. A lo largo del tiempo, esta estructura estadificada ha permitido que los científicos y profesionales de la salud evalúen el progreso del embrión y sus eventuales anomalías o riesgos con un alto grado de precisión.
Un aspecto fundamental en el desarrollo embrionario, y que también juega un papel esencial durante el período embrionario, es el de los anexos embrionarios. Estos anexos son estructuras extracorpóreas, es decir, permanecen fuera del cuerpo del embrión/feto, pero son indispensables para el desarrollo adecuado del organismo. Aunque no forman parte del cuerpo del embrión en sí, los anexos desempeñan funciones vitales en términos de nutrición, protección y eliminación de desechos durante el desarrollo prenatal. Los principales anexos embrionarios incluyen:
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El amnios: Es una membrana que rodea al embrión, creando una cavidad llena de líquido amniótico. Esta estructura protege al embrión de golpes mecánicos y permite un entorno húmedo y estable que facilita el desarrollo y crecimiento.
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El saco vitelino: Esta estructura es crucial en las primeras etapas del desarrollo, pues proporciona nutrientes esenciales al embrión en las primeras semanas, antes de que el sistema circulatorio del embrión esté completamente desarrollado. Además, participa en la formación de las células germinales.
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El corion: Es una membrana que rodea al embrión y a otros anexos. Tiene un papel importante en la intercambio de gases y nutrientes a través de la placenta y en la formación de los vasos sanguíneos que más tarde se convertirán en parte del cordón umbilical.
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El alantoides: Esta estructura está involucrada en la eliminación de desechos metabólicos del embrión y juega un papel clave en la formación de los vasos sanguíneos del cordón umbilical. Además, participa en la formación de la parte de la vejiga urinaria.
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El cordón umbilical: Esta estructura conecta al embrión con la placenta, permitiendo el transporte de nutrientes, oxígeno y desechos entre la madre y el embrión/feto. El cordón umbilical es fundamental para el adecuado crecimiento y desarrollo del feto, ya que facilita la circulación de la sangre entre ambos.
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La placenta, que se forma a partir del corion y desempeña un rol primordial en la intercambio de sustancias entre la madre y el embrión/feto. La placenta actúa como un órgano fetomaterno especializado, permitiendo que se realicen intercambios de nutrientes, oxígeno y productos de desecho, mientras que también se asegura de que el sistema inmunológico de la madre no rechace al embrión/feto.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Arteaga Martínez, S. M., & García Peláez, M. I. (Eds.). (2021). Embriología humana y biología del desarrollo (3.ª ed.). Editorial Médica Panamericana.


