La demencia es un trastorno neurocognitivo complejo que se caracteriza por un deterioro progresivo de las funciones intelectuales. Este deterioro afecta la memoria, el juicio, el lenguaje, la orientación, la capacidad de razonamiento y otras funciones cognitivas esenciales que permiten a un individuo llevar a cabo sus actividades cotidianas. Este trastorno es lo suficientemente grave como para comprometer significativamente las actividades sociales y laborales de una persona, afectando su calidad de vida y su independencia. La demencia no es un único diagnóstico, sino más bien un conjunto de síntomas derivados de diversas condiciones subyacentes, como la enfermedad de Alzheimer, la demencia vascular y otros trastornos neurodegenerativos.
El inicio de la demencia generalmente es insidioso, lo que significa que los síntomas se desarrollan de manera gradual y sin la presencia de un evento específico que los desencadene de forma abrupta. A pesar de que algunos pacientes pueden identificar un suceso particular que parezca haber precipitado el comienzo de los síntomas, en la mayoría de los casos el deterioro cognitivo progresa de manera paulatina a lo largo del tiempo. Este inicio lento puede dificultar el diagnóstico temprano, ya que los cambios sutiles en la memoria o en la capacidad para realizar tareas cotidianas pueden no ser inmediatamente reconocidos como indicios de un trastorno neurocognitivo.
La demencia suele comenzar después de los 60 años, y su prevalencia aumenta con la edad. En general, la prevalencia de la demencia se duplica aproximadamente cada cinco años a partir de los 60 años. En personas mayores de 85 años, aproximadamente la mitad de ellas presenta algún tipo de demencia. Este patrón refleja una fuerte correlación entre la edad avanzada y el riesgo de desarrollar esta condición. A pesar de que tanto hombres como mujeres pueden verse afectados por la demencia, la prevalencia en las mujeres es más alta. Esto puede explicarse en parte por la mayor esperanza de vida de las mujeres, lo que incrementa la probabilidad de que lleguen a edades más avanzadas en las que la demencia es más común.
Factores de riesgo y protectores
Varios factores parecen influir en el riesgo de desarrollar demencia, y existen intervenciones que podrían mitigar este riesgo. Por ejemplo, la actividad física regular parece tener un efecto protector frente al desarrollo de la demencia. Además, el nivel de educación, la estimulación intelectual continua y el compromiso social también se han asociado con una menor probabilidad de desarrollar demencia. Estos factores contribuyen a lo que se denomina «reserva cognitiva», un concepto que hace referencia a la capacidad del cerebro para adaptarse a los daños neurodegenerativos. La reserva cognitiva permite que el cerebro mantenga un funcionamiento relativamente normal durante más tiempo, incluso cuando ocurre un daño cerebral progresivo, lo que puede retrasar la aparición de síntomas evidentes de demencia.
En términos de los mecanismos subyacentes, la reserva cognitiva puede explicarse por una mayor eficiencia en las conexiones neuronales, una mayor capacidad para formar nuevas conexiones sinápticas o una mayor cantidad de tejido cerebral funcional que compensa el deterioro de las áreas afectadas. La investigación sugiere que las personas con una mayor reserva cognitiva pueden ser más capaces de sobrellevar la neurodegeneración sin experimentar un deterioro significativo en su funcionamiento diario. Así, la combinación de factores protectores como la actividad física, el aprendizaje continuo y el apoyo social juega un papel crucial en la prevención y ralentización del deterioro cognitivo asociado con la demencia.
Causas
La demencia es un trastorno complejo cuya causa es en su mayoría adquirida, lo que significa que no es el resultado de factores genéticos hereditarios directos, sino que se desarrolla debido a una serie de factores externos y biológicos que afectan el cerebro a lo largo del tiempo. Su manifestación puede adoptar diversas formas, dependiendo del origen subyacente y los mecanismos específicos involucrados en el deterioro cognitivo. A pesar de la variedad de causas potenciales, la mayoría de los casos de demencia son el resultado de enfermedades neurodegenerativas primarias esporádicas, como la enfermedad de Alzheimer o la enfermedad de Parkinson, o de trastornos cerebrovasculares, como los accidentes cerebrovasculares, que pueden afectar las áreas del cerebro responsables de funciones cognitivas esenciales.
Las enfermedades neurodegenerativas primarias, que son la causa más frecuente de demencia, implican la degeneración progresiva y generalmente irreversible de las células nerviosas en el cerebro. Estas enfermedades suelen ocurrir de forma esporádica, lo que significa que su aparición no está relacionada con una causa única o hereditaria evidente, sino que resulta de una combinación de factores genéticos, ambientales y de estilo de vida. En el caso de la enfermedad de Alzheimer, por ejemplo, se observa la acumulación anormal de proteínas como la beta-amiloide, que forma placas en el cerebro, y la tau, que contribuye a la formación de enredos neurofibrilares. Estos procesos son responsables del daño neuronal que, con el tiempo, deteriora las capacidades cognitivas de la persona.
Sin embargo, la demencia también puede surgir como consecuencia de otros trastornos que no están relacionados con enfermedades neurodegenerativas, como los accidentes cerebrovasculares. Los accidentes cerebrovasculares pueden interrumpir el flujo sanguíneo a las áreas cerebrales, lo que provoca daño a las células nerviosas en las regiones afectadas. Este daño puede resultar en un deterioro cognitivo, que puede variar desde leves dificultades en la memoria hasta una pérdida más generalizada de las capacidades intelectuales. La demencia vascular, que es una forma común de demencia secundaria, puede ser consecuencia de múltiples pequeños accidentes cerebrovasculares que ocurren en áreas específicas del cerebro, con lo que se interrumpe gradualmente el funcionamiento cognitivo.
Existen varios factores de riesgo bien establecidos que aumentan la probabilidad de desarrollar demencia. Entre los más importantes se incluyen antecedentes familiares de demencia, lo que sugiere que la genética desempeña un papel en la predisposición a esta condición. La diabetes mellitus también se ha asociado con un mayor riesgo de demencia, ya que los altos niveles de glucosa en sangre pueden dañar los vasos sanguíneos y afectar la función cerebral. El consumo de cigarrillos es otro factor de riesgo relevante, ya que los productos químicos del tabaco pueden dañar los vasos sanguíneos y reducir el flujo sanguíneo al cerebro, lo que puede acelerar el proceso de degeneración neuronal.
La hipertensión, o presión arterial alta, también se ha identificado como un factor de riesgo significativo para el desarrollo de demencia, ya que contribuye a la acumulación de placas de ateroma en las arterias, lo que restringe el suministro de oxígeno y nutrientes al cerebro. Las enfermedades cerebrovasculares, como los accidentes cerebrovasculares y los mini-accidentes cerebrovasculares, también están estrechamente vinculadas con el desarrollo de la demencia, ya que pueden dañar estructuras cerebrales vitales para el mantenimiento de las funciones cognitivas.
La obesidad es otro factor de riesgo importante, especialmente cuando se presenta en la mediana edad. El exceso de grasa corporal puede contribuir a la inflamación crónica, que a su vez puede dañar las células cerebrales y aumentar el riesgo de demencia. Las personas que han sufrido lesiones cerebrales significativas también tienen un mayor riesgo de desarrollar demencia más adelante en la vida, ya que el daño físico al cerebro puede predisponer a una degeneración neuronal acelerada.
Recientemente, se ha identificado que la deficiencia de vitamina D y la privación crónica de sueño son factores que también pueden aumentar el riesgo de desarrollar demencia. La vitamina D desempeña un papel crucial en la salud cerebral, y su deficiencia se ha asociado con un mayor riesgo de deterioro cognitivo y demencia. La privación crónica de sueño, por su parte, puede afectar negativamente la función cerebral, ya que el sueño es esencial para la consolidación de la memoria y el mantenimiento de las funciones cognitivas. La falta de sueño reparador puede interferir con estos procesos y contribuir al daño cerebral a largo plazo.
Distinción de la demencia de otros trastornos
A pesar de que comparte algunos síntomas con otros trastornos, como el delirio y ciertos trastornos psiquiátricos, presenta características distintivas que permiten su diferenciación clínica.
Una de las principales diferencias entre la demencia y el delirio radica en la naturaleza y duración de los síntomas. El delirio es un estado confusional agudo que se desencadena generalmente por factores identificables y puede tener una aparición repentina. Entre las causas más comunes del delirio se incluyen intoxicaciones o abstinencia de sustancias, efectos secundarios de medicamentos con propiedades anticolinérgicas (como algunos antihistamínicos, benzodiacepinas, analgésicos opioides, antipsicóticos y corticosteroides), infecciones (por ejemplo, infecciones urinarias o neumonías en personas mayores), trastornos metabólicos (como alteraciones en los niveles de electrolitos, hipoglucemia o hiperglucemia), trastornos nutricionales, endocrinos, renales o hepáticos, privación de sueño y enfermedades neurológicas (como las crisis convulsivas o los accidentes cerebrovasculares). El delirio se caracteriza por fluctuaciones en el nivel de alerta, lo que puede incluir episodios de somnolencia excesiva o agitación. Estos síntomas suelen empeorar durante la noche y pueden mejorar significativamente una vez que se elimina o trata el factor desencadenante subyacente.
Por otro lado, la demencia es un proceso mucho más lento y progresivo. Aunque los pacientes con demencia pueden experimentar episodios de delirio, especialmente en etapas avanzadas o cuando se encuentran hospitalizados, el diagnóstico de demencia se realiza generalmente después de que el episodio delirante ha remitido y una vez que se ha confirmado la existencia de un deterioro cognitivo persistente. Esto hace que el diagnóstico de demencia sea más común en pacientes ambulatorios, es decir, aquellos que están clínicamente estables, en comparación con los pacientes agudamente enfermos dentro de un entorno hospitalario.
Otra distinción importante se encuentra en la diferenciación de la demencia de las enfermedades psiquiátricas, especialmente aquellas que afectan el estado de ánimo, como la depresión y la ansiedad. En algunos casos, los trastornos psiquiátricos pueden manifestarse a través de síntomas de deterioro cognitivo, lo que se conoce como pseudodemencia. Este término hace referencia a un síndrome en el que los pacientes presentan dificultades cognitivas, como pérdida de memoria y problemas de concentración, pero estas alteraciones son secundarias a un trastorno psiquiátrico subyacente, como la depresión mayor o la ansiedad. En estos casos, el deterioro cognitivo suele estar relacionado con alteraciones en la atención y la concentración, y los síntomas tienden a mejorar con el tratamiento adecuado del trastorno psiquiátrico que lo origina. A diferencia de la demencia, que implica un deterioro irreversible y progresivo de las funciones cognitivas, los síntomas de la pseudodemencia son reversibles cuando se aborda el trastorno psiquiátrico subyacente.
Es relevante señalar que los trastornos del estado de ánimo, como la depresión, son comunes en pacientes con enfermedades neurodegenerativas, como la enfermedad de Alzheimer o la demencia frontotemporal. En algunos casos, la depresión puede ser uno de los primeros síntomas observados en la enfermedad neurodegenerativa, lo que puede generar confusión en el diagnóstico. Existe también evidencia que sugiere que un trastorno del estado de ánimo persistente y no tratado puede predisponer al desarrollo de demencia relacionada con la edad, debido a que puede acelerar el proceso de deterioro cognitivo. En este sentido, es crucial que los pacientes con demencia sean evaluados adecuadamente en cuanto a su salud mental, ya que la presencia de síntomas psiquiátricos, como la depresión o la ansiedad, puede empeorar el curso de la demencia. De hecho, en muchos casos, los trastornos psiquiátricos no tratados contribuyen al empeoramiento del deterioro cognitivo en personas que ya sufren de demencia, por lo que su diagnóstico y tratamiento adecuado es esencial para mejorar la calidad de vida del paciente.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.


Originally posted on 9 de noviembre de 2022 @ 7:52 PM