La exploración clínica constituye un acto fundamental y primordial en el ejercicio médico, cuya finalidad esencial es alcanzar un diagnóstico preciso y, en consecuencia, establecer un tratamiento eficaz. Para que esta exploración sea completa, es decir, abarque integralmente al paciente desde la cabeza hasta los pies —a capite ad calcem, como afirmaban los clásicos—, debe seguir una secuencia ordenada, lógica y meticulosa, sustentada en los principios del método científico y clínico.
El primer paso es el interrogatorio o anamnesis, mediante el cual se obtiene información directa del paciente. Este procedimiento es mucho más que una simple recopilación de datos: representa la oportunidad de establecer una relación médico-paciente basada en la confianza, mientras se reconstruye la historia de la enfermedad y del individuo en su contexto biopsicosocial. Una anamnesis detallada, formulada con preguntas abiertas, orientadas y secuenciales, permite identificar síntomas clave, antecedentes relevantes y factores de riesgo, lo que ya orienta la sospecha diagnóstica antes de iniciar el examen físico.
Le sigue la inspección, que puede dividirse en general y local. La inspección somática general incluye la observación de la actitud del paciente, la expresión facial (o facies), el estado de la piel, la nutrición, el biotipo morfológico, la marcha y los movimientos espontáneos. Todos estos aspectos revelan signos clínicos que, aunque a veces sutiles, pueden ser profundamente significativos, como una ictericia incipiente, una caquexia o una marcha atáxica. Por otro lado, la inspección somática local se enfoca en regiones específicas del cuerpo —como el tórax o el abdomen—, donde se buscan signos visuales directos de patología.
A continuación, la palpación permite al médico explorar mediante el tacto las características físicas de órganos o masas, evaluar la sensibilidad, la temperatura y la textura de la piel, y detectar anomalías no visibles como tumores profundos, ascitis o visceromegalias. La palpación puede ser superficial o profunda, según la estructura que se quiera explorar, y requiere una técnica precisa y delicada, que evite causar dolor innecesario y proporcione información válida.
La mensuración consiste en medir dimensiones corporales y estructuras específicas. Su utilidad es evidente en casos de sospecha de hipertrofias o hipoplasias, por ejemplo, en el estudio de asimetrías musculares, organomegalias o alteraciones del crecimiento. Estas mediciones deben ser sistemáticas, comparativas y estandarizadas.
La percusión es una técnica auditiva que permite valorar la densidad de los tejidos subyacentes. La percusión torácica revela la presencia de aire (como en el enfisema), líquido (como en los derrames pleurales) o masa sólida (como en consolidaciones pulmonares). La percusión abdominal, por su parte, es útil para detectar ascitis, masas intraabdominales o distensión gaseosa.
La auscultación, por último dentro del examen físico directo, es una herramienta insustituible para valorar la función respiratoria, cardíaca y digestiva. El médico entrenado puede identificar desde los clásicos ruidos cardíacos hasta soplos, estertores o ruidos hidroaéreos, todos ellos signos de valor diagnóstico fundamental.
Pero la exploración no concluye aquí. Existen los denominados métodos complementarios, que, como su nombre indica, no sustituyen sino que enriquecen y confirman los hallazgos del examen clínico. En el ámbito analítico, se incluyen estudios hematológicos, como el hemograma o el mielograma; bioquímicos plasmáticos, como la determinación de proteínas séricas o niveles de calcio; y estudios serológicos y microbiológicos, que permiten identificar infecciones, inflamaciones o alteraciones inmunológicas.
La radiología ofrece imágenes que permiten visualizar estructuras internas no accesibles al examen físico, incluyendo radiografías, ecografías, tomografías computarizadas y resonancias magnéticas. Las endoscopias permiten la observación directa de cavidades internas del organismo, mientras que la histología, a través de biopsias o frotis, revela alteraciones celulares que pueden confirmar diagnósticos como el cáncer o enfermedades inflamatorias crónicas.
Otros procedimientos como sondajes y cateterismos, punciones diagnósticas (pleurales, peritoneales, de abscesos), y pruebas cutáneas (como las alergológicas o las de sensibilidad), también son herramientas diagnósticas imprescindibles en múltiples escenarios clínicos.
Una vez recopilados todos estos datos, el médico debe integrarlos mediante un proceso racional, crítico y ordenado, a fin de construir un juicio diagnóstico. La máxima atribuida a Leube, «Qui bene diagnoscit, bene curat» (quien diagnostica bien, cura bien), sigue teniendo hoy plena vigencia. La precisión del diagnóstico depende menos del número de pruebas solicitadas que de la calidad del razonamiento clínico, apoyado en una exploración exhaustiva.
La minuciosidad en el examen clínico no solo enriquece la base objetiva para el diagnóstico, sino que también transmite al paciente una sensación de atención profesional, empatía y compromiso. Riesmann sostenía con acierto que «el enfermo debe salir del consultorio con la sensación de que el examen ha sido el más completo que jamás le hicieron». Esta percepción fortalece la relación terapéutica y aumenta la adherencia al tratamiento.
Los errores diagnósticos no provienen tanto de razonamientos incorrectos como de la interpretación de hechos mal observados. «Sin error semiológico, casi nunca habrá errores de diagnóstico».

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.