El tratamiento para la hipertensión arterial es fundamental debido a la clara relación entre la presión arterial elevada y el aumento del riesgo cardiovascular. La hipertensión se asocia con una serie de complicaciones, entre las que se incluyen enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares y enfermedades renales, que representan una carga significativa para la salud pública. Por esta razón, es esencial que el tratamiento farmacológico se ofrezca a todas las personas cuya presión arterial pueda beneficiarse de una reducción, independientemente de sus niveles iniciales de presión arterial.
La evidencia científica respalda la premisa de que la disminución de la presión arterial se traduce en una reducción del riesgo cardiovascular. Numerosos estudios han demostrado que incluso una reducción modesta en los niveles de presión arterial puede llevar a una disminución considerable en la incidencia de eventos cardiovasculares adversos. Esto es especialmente relevante para las poblaciones en riesgo, donde la intervención temprana puede evitar complicaciones graves.
Además, las tasas de efectos adversos asociados con la medicación antihipertensiva han mostrado ser aceptablemente bajas. Esto significa que, aunque existen riesgos inherentes a la farmacoterapia, estos son mínimos en comparación con los beneficios obtenidos al controlar la hipertensión. Las organizaciones de salud, como la American College of Cardiology/American Heart Association (ACC/AHA), Hypertension Canada, y la Sociedad Europea de Hipertensión y la Sociedad Europea de Cardiología (ESH/ESC), han establecido directrices que apoyan esta estrategia de intervención.
En particular, hay un consenso en que el tratamiento farmacológico es necesario para aquellos individuos con cifras de presión arterial en consultorio que superan los 160/100 milímetros de mercurio, sin importar el perfil de riesgo cardiovascular. Este enfoque se justifica por la sólida evidencia que demuestra que el tratamiento de la hipertensión en estos pacientes lleva a una reducción significativa en las complicaciones asociadas.
Sin embargo, las directrices también destacan la importancia de considerar el riesgo cardiovascular global del paciente. En presencia de un riesgo elevado, las recomendaciones sugieren que los umbrales para iniciar el tratamiento deberían ser más bajos, permitiendo una intervención temprana y eficaz. Las guías americanas, en particular, aconsejan la iniciación de la terapia antihipertensiva en pacientes con presiones arteriales de entre 140 y 159 sobre 90 y 99 milímetros de mercurio, incluso si el riesgo a diez años de enfermedad cardiovascular aterosclerótica es inferior al diez por ciento. Esta recomendación se basa en la evidencia que sugiere que, a pesar de un riesgo bajo, la intervención puede prevenir la progresión hacia una hipertensión más grave y las complicaciones asociadas.
La gestión de la hipertensión arterial en individuos de bajo riesgo cardiovascular presenta un enfoque diferenciado en las directrices de diferentes regiones. En contraste con las guías canadienses, que sugieren la implementación de modificaciones en el estilo de vida como la primera línea de intervención para pacientes con bajo riesgo cardiovascular, las guías europeas adoptan una postura más cautelosa. Estas últimas recomiendan iniciar la farmacoterapia solo si la hipertensión persiste a pesar de las modificaciones en el estilo de vida. Esta diferencia se debe a una variedad de consideraciones que incluyen la evidencia clínica disponible y el objetivo de minimizar la intervención farmacológica innecesaria en poblaciones que presentan un riesgo relativamente bajo.
Las guías de la American Heart Association han ampliado las recomendaciones europeas al incorporar un enfoque escalonado para el manejo de la hipertensión en pacientes con hipertensión en etapa 1, es decir, aquellos con cifras de presión arterial de entre 130 y 139 milímetros de mercurio sobre 80 y 89 milímetros de mercurio. Este cambio se basa en el reconocimiento de que no existen datos concluyentes de ensayos controlados aleatorios que respalden la idea de que el tratamiento de la hipertensión leve en individuos de bajo riesgo cardiovascular tenga un impacto significativo en la mortalidad o en la reducción del riesgo de eventos cardiovasculares. Este vacío en la evidencia resalta la necesidad de un enfoque más conservador que priorice la evaluación individualizada y el seguimiento continuo del paciente.
La interacción entre riesgo y edad también merece una atención cuidadosa en este contexto. La relación entre el nivel de riesgo calculado y la eficacia del tratamiento es compleja, dado que en cualquier nivel de riesgo específico, es probable que la intervención tenga un impacto mayor en los pacientes más jóvenes en comparación con los adultos mayores. Esto se debe a que en los jóvenes, las intervenciones tempranas pueden prevenir la progresión de la hipertensión y, por ende, reducir la carga de enfermedades cardiovasculares en el futuro. Por otro lado, en los adultos mayores, el tratamiento puede no tener el mismo efecto en términos de reducción del riesgo, dado que su expectativa de vida y la carga de comorbilidades pueden influir en los resultados del tratamiento.
Establecer umbrales de riesgo absoluto para el inicio del tratamiento puede resultar en un enfoque inadecuado en términos de atención médica. Para los jóvenes, esto podría traducirse en un tratamiento insuficiente, permitiendo que la hipertensión progrese y potencialmente conduzca a complicaciones graves a largo plazo. Para los adultos mayores, un enfoque que no contemple la complejidad de sus condiciones de salud podría llevar a un tratamiento excesivo, con riesgos de efectos adversos relacionados con la medicación que podrían superar los beneficios esperados.
En conclusión, el manejo de la hipertensión en poblaciones de bajo riesgo cardiovascular requiere un enfoque equilibrado que considere tanto las características individuales de los pacientes como la evidencia disponible. Las diferencias en las guías reflejan esta complejidad y la necesidad de un enfoque personalizado que priorice la salud y el bienestar a largo plazo de cada paciente. Es esencial fomentar un diálogo abierto entre los médicos y sus pacientes para tomar decisiones informadas que optimicen la atención cardiovascular y minimicen los riesgos asociados con el tratamiento farmacológico.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2024. McGraw Hill.
Originally posted on 23 de octubre de 2024 @ 10:54 AM