El consumo de cafeína es una práctica extendida a nivel mundial, equiparable en prevalencia al uso de otras sustancias psicoactivas como el alcohol y la nicotina. No obstante, a diferencia de estas últimas, el trastorno por consumo de cafeína no ha sido plenamente formalizado como entidad diagnóstica en los manuales psiquiátricos convencionales, pese a la existencia de un patrón clínico bien caracterizado conocido como «cafeinismo», así como la evidencia de síntomas de abstinencia asociados a su interrupción.
Desde el punto de vista farmacológico, la cafeína es una metilxantina que actúa principalmente como antagonista no selectivo de los receptores de adenosina, una molécula implicada en la regulación del sueño y el estado de vigilia. Al bloquear la acción de la adenosina, la cafeína ejerce un efecto estimulante sobre el sistema nervioso central, promoviendo la vigilia, mejorando la atención y reduciendo la percepción de fatiga, especialmente en dosis bajas a moderadas (aproximadamente entre 30 y 200 miligramos al día).
La ingesta habitual de cafeína proviene de una amplia variedad de fuentes. Por ejemplo, una taza estándar de 180 mililitros de café preparado contiene entre 80 y 140 miligramos de cafeína, mientras que el café instantáneo aporta entre 60 y 100 miligramos. Incluso productos considerados descafeinados, como el café descafeinado o algunas infusiones herbales, contienen trazas de esta sustancia, que oscilan entre 1 y 6 miligramos por porción. Otras fuentes comunes incluyen el té negro, bebidas de cola, chocolate y analgésicos que contienen cafeína como coadyuvante terapéutico, cada uno con cantidades variables de cafeína.
Cuando el consumo diario de cafeína supera los 500 miligramos, pueden emerger manifestaciones clínicas conocidas colectivamente como cafeinismo. Este cuadro incluye síntomas como ansiedad, inquietud, agitación, insomnio y una sensación subjetiva de estar “sobreactivado” o “acelerado”. También son frecuentes los síntomas somáticos, particularmente aquellos relacionados con el sistema cardiovascular (como taquicardia o palpitaciones) y el tracto gastrointestinal (por ejemplo, molestias gástricas, acidez o náuseas). Debido a esta sintomatología, el cuadro puede simular o exacerbar trastornos psiquiátricos, en especial los trastornos de ansiedad.
Además, en personas con patologías mentales subyacentes, como la esquizofrenia compensada o el trastorno bipolar, el consumo excesivo de cafeína y otros estimulantes puede precipitar descompensaciones clínicas severas. En pacientes con depresión mayor, es frecuente observar un patrón de automedicación con bebidas con cafeína, lo cual puede actuar como pista diagnóstica para identificar trastornos afectivos no diagnosticados.
La dependencia fisiológica a la cafeína también se manifiesta en forma de un síndrome de abstinencia cuando se reduce o interrumpe abruptamente su ingesta habitual, especialmente si esta excede los 250 miligramos diarios. Los síntomas incluyen cefalea, irritabilidad, letargo, somnolencia y, en algunos casos, náuseas. Esta respuesta adaptativa del organismo ante la retirada de un estimulante crónicamente presente refuerza el argumento para considerar un trastorno por consumo de cafeína como una entidad válida dentro del espectro de las adicciones.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.