Ascenso de la cirugía científica

Ascenso de la cirugía científica
Ascenso de la cirugía científica

El ascenso de la cirugía científica en las primeras décadas del siglo XX se gestó como resultado de una compleja interacción entre avances técnicos, transformaciones sociopolíticas y el crecimiento del conocimiento científico, lo cual llevó a la cirugía a una etapa de consolidación que la dotó de un carácter más riguroso y sistemático. En ese período, varios factores convergieron para transformar la cirugía de una práctica que en ocasiones se desarrollaba de manera azarosa y empírica, a una disciplina basada en principios científicos y estandarizados.

El desarrollo de la antisepsia y la asepsia, impulsado por descubrimientos clave como los de Joseph Lister sobre la importancia de los métodos antisépticos para prevenir infecciones, fue fundamental para que la cirugía dejara atrás los riesgos asociados a la septicemia, que durante siglos habían cobrado un alto precio en vidas humanas. Los cirujanos comenzaron a adoptar prácticas más estrictas de desinfección, y el uso de gorros, batas y máscaras blancas, así como la limpieza rigurosa de los instrumentos quirúrgicos, se convirtió en una norma en los quirófanos. Este cambio no solo fue estético, sino que reflejaba un cambio profundo en la concepción de la cirugía como una ciencia exacta y meticulosa, donde la prevención de infecciones y la esterilidad se volvían primordiales para asegurar el éxito de las intervenciones.

Además, la Primera Guerra Mundial (1914-1918) jugó un papel crucial en la evolución de la cirugía científica. Durante el conflicto, las demandas de atención a heridos de guerra impulsaron notables avances en la cirugía traumatológica, en particular en la cirugía reconstructiva y en el manejo de heridas complejas. La urgencia de salvar vidas y la necesidad de desarrollar nuevas técnicas ante lesiones extremadamente graves fomentaron la innovación y la experimentación. En este contexto, se perfeccionaron muchas de las intervenciones quirúrgicas básicas que hoy consideramos fundamentales, como las realizadas en el abdomen, cráneo, tórax y articulaciones. De este modo, los cirujanos no solo aprendieron a realizar procedimientos más complejos, sino que también adquirieron una profunda comprensión de la anatomía humana y de los principios científicos que regían los procesos biológicos relacionados con la cirugía.

Este avance fue posible, en parte, gracias a la creciente relación entre la medicina y la ciencia, que en ese momento se fortaleció y comenzó a consolidarse. La medicina dejó de ser una práctica basada principalmente en la experiencia empírica y el conocimiento anecdótico para adoptar principios científicos más sólidos. Los avances en bacteriología, microbiología y fisiología, junto con la invención de nuevas tecnologías y métodos, como la radiografía, los anestésicos más seguros y las técnicas quirúrgicas refinadas, contribuyeron a que la cirugía se desvinculara del charlatanismo y el sectarismo que habían marcado la medicina anterior.

El dogmatismo médico, que durante siglos había restringido el avance de la ciencia médica, cedió ante el rigor de la investigación experimental y la evidencia científica. Las técnicas quirúrgicas dejaron de depender de prácticas arbitrarias o basadas en la tradición, y comenzaron a fundamentarse en principios científicos comprobables. A medida que la investigación médica se profesionalizaba, los médicos y cirujanos adoptaron métodos de enseñanza más estructurados, basados en la observación clínica, el análisis y la experimentación.

A pesar de los avances significativos que la cirugía experimentó durante las primeras décadas del siglo XX, los cirujanos seguían enfrentándose a una persistente sensación de malestar profesional y social. Aunque la cirugía se estaba estableciendo como una disciplina cada vez más científica y rigurosa, el estigma asociado a la práctica quirúrgica seguía vigente, especialmente en comparación con otras ramas de la medicina, como la medicina interna. Esta percepción peyorativa de la cirugía por parte de algunos médicos reflejaba un conflicto más profundo relacionado con la historia misma de la medicina y las concepciones sobre el rol de los cirujanos en el contexto de la atención médica.

Históricamente, los cirujanos habían sido considerados profesionales de un estatus inferior. A diferencia de los médicos internistas, que se encargaban del diagnóstico y tratamiento de enfermedades mediante la observación clínica y el uso de medicamentos, los cirujanos realizaban procedimientos invasivos que involucraban el corte y la manipulación directa del cuerpo humano. Este trabajo, que era percibido como más físico y mecánico, contradecía la imagen idealizada del médico como una figura intelectual y reflexiva. La percepción social y profesional de la cirugía como un «oficio manual», por lo tanto, fue una barrera significativa que los cirujanos tuvieron que superar. En muchas ocasiones, se les seguía considerando como «no pensadores», personas cuya habilidad se limitaba al uso de herramientas, en lugar de ser profesionales comprometidos con el análisis científico y la comprensión profunda de los procesos patológicos.

La disparidad de estatus entre los médicos y los cirujanos no solo era un tema de discusión profesional, sino también un reflejo de las tensiones sociales dentro del ámbito médico. Los médicos académicos, que en su mayoría no realizaban intervenciones quirúrgicas, tendían a menospreciar la cirugía debido a su naturaleza invasiva y a las complicaciones inherentes a las intervenciones, como infecciones, hemorragias o efectos secundarios. Estos médicos, muchos de los cuales provenían de tradiciones de estudios teóricos y sistemáticos, veían el bisturí como una herramienta de último recurso, adecuada solo para cuando no existían otras opciones terapéuticas. Este enfoque conservador no favorecía la expansión de la cirugía como una parte integral de la medicina moderna, y, por tanto, los cirujanos se veían obligados a defender su posición y demostrar la validez de su práctica dentro del marco científico de la medicina.

El desafío para los cirujanos era, por tanto, doble: por un lado, debían enfrentarse a los prejuicios de sus colegas médicos, y por otro, debían lidiar con las dudas y temores del público. A pesar de los avances en antisepsia, anestesia y técnicas quirúrgicas, las intervenciones quirúrgicas seguían siendo procedimientos riesgosos, que a menudo generaban complicaciones o secuelas. Las molestias, los dolores postoperatorios y la posibilidad de infecciones eran preocupaciones constantes tanto para los pacientes como para la opinión pública. A menudo, la gente prefería evitar la cirugía, incluso cuando las alternativas podían ser igualmente riesgosas o menos eficaces, debido al miedo al dolor y a las posibles complicaciones. Esta situación reflejaba una falta de comprensión generalizada sobre los beneficios de la cirugía, en comparación con el temor a las consecuencias negativas inmediatas de los procedimientos.

Por lo tanto, los cirujanos tuvieron que trabajar arduamente para cambiar esta percepción, explicando y demostrando que las intervenciones quirúrgicas no solo eran necesarias, sino que también podían ser científicamente fundamentadas y llevar a mejores resultados a largo plazo. Esto implicaba no solo la adopción de un discurso más técnico y racional frente a los médicos y pacientes, sino también un esfuerzo por educar a la sociedad en general sobre la importancia de la cirugía en el tratamiento de diversas afecciones. Los cirujanos, conscientes de las limitaciones y riesgos inherentes a sus intervenciones, adoptaron una postura que combinaba la confianza en los avances científicos con una empatía por las preocupaciones de los pacientes.

El proceso de aceptación social y profesional de la cirugía como parte fundamental de la medicina moderna no fue sencillo ni rápido. A pesar de los logros en el ámbito científico y de las mejoras en las técnicas quirúrgicas, los prejuicios sociales y las percepciones históricas sobre el trabajo manual continuaron marcando la práctica quirúrgica durante muchos años. Solo con el tiempo, a medida que los resultados de las intervenciones quirúrgicas se volvieron más predecibles y los beneficios para los pacientes más evidentes, la cirugía ganó aceptación plena como una disciplina médica indispensable. De este modo, la evolución de la cirugía no solo estuvo marcada por los avances técnicos y científicos, sino también por una ardua labor de los cirujanos para aclarar malentendidos, superar estigmas y consolidar la cirugía como una parte integral y respetada de la medicina.

 

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Townsend, C. M., Beauchamp, R. D., Evers, B. M., & Mattox, K. L. (2022). Sabiston. Tratado de cirugía. Fundamentos biológicos de la práctica quirúrgica moderna (21.ª ed.). Elsevier España.
  2. Brunicardi F, & Andersen D.K., & Billiar T.R., & Dunn D.L., & Kao L.S., & Hunter J.G., & Matthews J.B., & Pollock R.E.(2020), Schwartz. Principios de Cirugía, (11e.). McGraw-Hill Education.

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