Cirugía, de oficio a especialidad médica
Durante siglos, los cirujanos operaban principalmente aquellas enfermedades que eran observables físicamente, aquellas que afectaban a las superficies externas del cuerpo o que podían ser diagnosticadas de manera directa por medio de la palpación, la observación o el examen visual. Este enfoque estaba vinculado a la naturaleza misma de la cirugía, que se centraba en la intervención directa sobre el cuerpo, a menudo mediante la eliminación o corrección de afecciones evidentes como tumores, fracturas, abscesos, heridas graves, gangrenas o deformidades. A diferencia de los médicos, cuya práctica dependía en gran medida de la interpretación de síntomas internos y de la aplicación de teorías patológicas complejas, los cirujanos no necesitaban una revolución diagnóstica ni un conocimiento detallado de la fisiología y la patología internas para llevar a cabo su trabajo. El diagnóstico de un cirujano era, en su mayoría, «objetivo» y basado en lo que podía ver, tocar o cortar. Si había una herida visible, un hueso roto o un absceso inflamado, el cirujano podía, de alguna manera, intervenir directamente para resolver el problema.
El hecho de que los cirujanos se centraran en enfermedades observables y tangibles les permitió desarrollar, dentro de sus limitaciones, un enfoque terapéutico práctico y confiable, particularmente cuando las técnicas implicaban procedimientos como la amputación o la extirpación de tejidos dañados. La amputación, en particular, fue una técnica quirúrgica de supervivencia; en situaciones de gangrena, infecciones graves o lesiones traumáticas, la extirpación de una extremidad afectada podía salvar la vida de un paciente al prevenir la propagación de la infección al resto del cuerpo. Aunque la falta de anestesia y la limitada comprensión de la anatomía humana representaban grandes desafíos, los cirujanos desarrollaron una destreza notable para realizar estos procedimientos con rapidez y precisión, y en muchas ocasiones, sus intervenciones tenían éxito en cuanto a la resolución de los problemas inmediatos, como la prevención de infecciones o el alivio del dolor extremo.
Sin embargo, a pesar de la aparente eficacia de estos procedimientos, la cirugía no fue reconocida como una disciplina médica completamente validada hasta mucho después. Aunque los cirujanos tenían una gran habilidad técnica, su conocimiento estaba basado en la experiencia práctica y no en una comprensión profunda de las causas subyacentes de las enfermedades o en una teoría científica sobre cómo funcionaba el cuerpo humano. A pesar de los éxitos a corto plazo que podían lograr con amputaciones o extirpaciones, no había una base científica sólida que respaldara su enfoque, y las tasas de mortalidad eran altas debido a la falta de anestesia, la inexistencia de técnicas asépticas y la limitada capacidad para entender la propagación de las infecciones.
Este panorama empezó a cambiar a partir de finales del siglo XIX, con la propagación de la revolución de la medicina y la introducción de avances científicos fundamentales. Durante las décadas de 1880 a 1890, el progreso en los campos de la microbiología y la fisiología trajo consigo un nuevo entendimiento de los procesos patológicos que hasta ese momento eran desconocidos. Descubrimientos como los rayos X, que permitieron una visualización no invasiva del interior del cuerpo humano, la transfusión de sangre, que posibilitó el tratamiento de la hemorragia en procedimientos quirúrgicos, y el desarrollo de técnicas quirúrgicas avanzadas como el corte por congelación, fueron factores cruciales que transformaron la cirugía de un campo empírico a una disciplina más precisa y científicamente informada.
A pesar de estos avances técnicos, la cirugía como especialidad no se consolidó inmediatamente. La integración de las técnicas asépticas, introducidas por figuras como Joseph Lister, fue un cambio crucial en la prevención de infecciones postoperatorias, pero fue solo un primer paso hacia el reconocimiento pleno de la cirugía como una especialidad médica autónoma. Las décadas siguientes, bien entrado el siglo XX, fueron testigos de cambios administrativos y organizativos que contribuyeron a la profesionalización de la cirugía. La creación de sociedades científicas, la estandarización de la formación quirúrgica y la incorporación de la cirugía en los programas de educación médica formal ayudaron a establecerla como una rama legítima y respetada de la medicina.
Durante este proceso de evolución, los cirujanos comenzaron a ser reconocidos como especialistas con formación y conocimientos técnicos avanzados, y su práctica se fue alejando de la noción de un oficio o una ocupación marginal. La cirugía pasó de ser una técnica empírica, dominada por la destreza manual, a convertirse en una disciplina científica, respaldada por un profundo entendimiento de la anatomía, la fisiología y la microbiología. Fue en este contexto que la cirugía logró consolidarse como una profesión genuina, autónoma y respetada dentro del mundo médico.
Fuente y lecturas recomendadas:
- Townsend, C. M., Beauchamp, R. D., Evers, B. M., & Mattox, K. L. (2022). Sabiston. Tratado de cirugía. Fundamentos biológicos de la práctica quirúrgica moderna (21.ª ed.). Elsevier España.
- Brunicardi F, & Andersen D.K., & Billiar T.R., & Dunn D.L., & Kao L.S., & Hunter J.G., & Matthews J.B., & Pollock R.E.(2020), Schwartz. Principios de Cirugía, (11e.). McGraw-Hill Education.