La infección por Fasciola hepatica, también conocida como el «duela hepática de las ovejas», se produce cuando los humanos ingieren metacercarias encistadas presentes en vegetales acuáticos, como el berro de agua, que son contaminados con estos parásitos. Este parásito es prevalente en regiones dedicadas a la cría de ovejas, especialmente en áreas de América del Sur, el Medio Oriente y el sur de Europa, y ha sido cada vez más reconocido en viajeros que visitan estas zonas endémicas.
En cuanto a Fasciola gigantica, que causa una infección similar, su distribución geográfica es más restringida, encontrándose principalmente en Asia y África, aunque los hallazgos clínicos son en gran parte los mismos.
El ciclo de vida del parásito comienza cuando los huevos son eliminados a través de las heces del hospedador, que luego llegan a cuerpos de agua dulce. Estos huevos, al eclosionar, liberan larvas que infectan a los caracoles acuáticos, los cuales actúan como hospedadores intermedios. Posteriormente, las metacercarias, en su forma infectante, son liberadas por los caracoles al ambiente acuático, adheriéndose a las plantas acuáticas que se encuentran en el agua, como el berro. Si estos vegetales son consumidos por humanos, las metacercarias son ingeridas y, al llegar al tracto digestivo, se excistan (liberen su forma larval activa).
Una vez liberadas, las metacercarias atraviesan la pared intestinal y penetran en la cavidad peritoneal. Desde allí, migran hacia el hígado, donde pueden causar un proceso inflamatorio. A medida que las larvas se desplazan por los tejidos hepáticos, producen necrosis local, es decir, destrucción de las células del hígado. Al alcanzar los conductos biliares, los parásitos maduran, donde pueden formar abscesos, es decir, acumulaciones de pus, que contribuyen a los síntomas de la enfermedad.
Este proceso patológico desencadena una serie de reacciones inmunológicas y clínicas que incluyen dolor abdominal, fiebre y un posible daño hepático crónico si la infección no se trata adecuadamente. La fascioliasis, por lo tanto, es una enfermedad parasitaria significativa en áreas endémicas, tanto en animales como en humanos, y su diagnóstico y tratamiento requieren una intervención médica adecuada para evitar complicaciones graves, especialmente en zonas donde el consumo de vegetales acuáticos crudos es común.
Manifestaciones clínicas
La fascioliasis puede manifestarse clínicamente en dos síndromes distintos, los cuales están estrechamente relacionados con la migración aguda de los gusanos y con la infección crónica del tracto biliar. Estos dos fenómenos son consecuencia de distintas fases del ciclo de vida del parásito, y los síntomas varían dependiendo del momento en que se presenta la infección.
El primer síndrome se asocia a la fase aguda de migración de las larvas del parásito, que ocurre generalmente entre las 6 y 12 semanas posteriores a la ingestión de las metacercarias. Durante esta etapa, los síntomas son principalmente sistémicos e inflamatorios, reflejando la respuesta del organismo a la presencia de las larvas migrantes en el hígado y otros órganos. Los síntomas más comunes incluyen dolor abdominal, fiebre, malestar general, pérdida de peso, urticaria (erupciones cutáneas), eosinofilia (aumento de los eosinófilos en la sangre, un tipo de glóbulo blanco asociado a respuestas alérgicas y parasitarias) y leucocitosis (aumento en el número total de leucocitos, indicador de inflamación o infección). Además, puede observarse hepatomegalia dolorosa, que es un agrandamiento del hígado, junto con alteraciones en los análisis bioquímicos hepáticos, reflejando la afectación del órgano. En casos raros, la migración de los gusanos hacia otros órganos puede ocasionar enfermedades localizadas, que pueden ser más difíciles de identificar y tratar.
Con el tiempo, entre 2 y 4 meses después del inicio de la migración, los síntomas de esta fase aguda tienden a disminuir, ya que las larvas maduran y se establecen en el tracto biliar. En esta fase crónica, las personas pueden quedar asintomáticas o experimentar síntomas intermitentes relacionados con la obstrucción biliar. Estos síntomas incluyen cólico biliar, que es un dolor intenso en la parte superior del abdomen, relacionado con la obstrucción de los conductos biliares por los parásitos adultos. En algunos casos, también puede desarrollarse colangitis, que es una inflamación de los conductos biliares, lo cual puede complicar aún más la condición, llevando a infecciones secundarias graves.
La evolución de la fascioliasis es, por lo tanto, progresiva. La fase aguda se caracteriza por una respuesta inflamatoria marcada, mientras que la fase crónica puede ser más silenciosa o presentar síntomas fluctuantes, relacionados principalmente con la afectación del sistema biliar. Esta transición entre las fases, junto con la diversidad de manifestaciones clínicas, hace que el diagnóstico temprano sea crucial para evitar complicaciones graves a largo plazo, como la fibrosis hepática o la obstrucción biliar crónica.
Exámenes diagnósticos
El diagnóstico temprano de la fascioliasis es un reto clínico debido a que, durante la fase aguda de migración del parásito, los huevos no se encuentran en las heces del paciente. Esto se debe a que los gusanos aún no han llegado a la etapa madura en los conductos biliares donde, eventualmente, comenzarán a poner los huevos. Durante esta fase, los síntomas pueden ser inespecíficos y similares a los de otras enfermedades inflamatorias o infecciosas, lo que dificulta aún más el diagnóstico. Por lo tanto, la sospecha clínica debe basarse en la presentación de los síntomas característicos, como fiebre, dolor abdominal y eosinofilia significativa, especialmente en individuos que se encuentren en áreas endémicas o que hayan tenido exposición a fuentes potencialmente contaminadas, como vegetales acuáticos crudos.
El hallazgo de una eosinofilia marcada, es decir, un aumento en el número de eosinófilos en la sangre, debe alertar al clínico ante la posibilidad de una infección parasitaria, como la fascioliasis, y servir de indicio para realizar estudios adicionales. Las imágenes por tomografía computarizada (TC) y otros estudios de imagen pueden ser útiles en esta fase. Estos estudios suelen mostrar lesiones migratorias hipodensas en el hígado, es decir, áreas de densidad reducida en el parénquima hepático, que reflejan el paso de las larvas a través del órgano. Sin embargo, la identificación definitiva de la enfermedad solo se puede lograr mediante el hallazgo de los huevos característicos del parásito en las heces del paciente. Este diagnóstico puede requerir exámenes repetidos, ya que los huevos pueden no ser eliminados de manera constante en las heces, especialmente en fases tempranas de la infección.
En la fase crónica de la infección, cuando los parásitos adultos ya se encuentran en los conductos biliares, las pruebas de imagen pueden mostrar masas que obstruyen el tracto biliar extrahepático, lo que puede provocar los síntomas típicos de colangitis o cólico biliar. Estas masas son indicativas de la presencia de los parásitos adultos, que pueden formar quistes o abscesos en los conductos biliares, lo que lleva a la obstrucción de la bilis y la aparición de complicaciones graves si no se trata adecuadamente.
Además de las técnicas de diagnóstico por imagen, las pruebas serológicas también tienen un papel importante en el diagnóstico de la fascioliasis. Estas pruebas, que incluyen la detección de anticuerpos específicos contra Fasciola hepatica, tienen una sensibilidad y especificidad superiores al 90%, lo que las convierte en una herramienta valiosa para confirmar la infección. Sin embargo, un inconveniente de estas pruebas serológicas es que no pueden diferenciar entre una infección pasada y una actual, lo que puede generar cierta confusión si el paciente ha sido expuesto anteriormente al parásito o ha tenido infecciones previas.
En el campo de la medicina veterinaria, se han desarrollado pruebas antigénicas con una excelente sensibilidad y especificidad, las cuales muestran un gran potencial para ser utilizadas también en seres humanos. Estos ensayos se basan en la detección de antígenos específicos del parásito en muestras biológicas, y su disponibilidad en el futuro podría mejorar significativamente la precisión y rapidez del diagnóstico en humanos, brindando una herramienta más eficaz para la identificación de la fascioliasis en sus fases tempranas y crónicas.
Tratamiento
El tratamiento de elección para la fascioliasis es el triclabendazol, un medicamento antimicrobiano específico para los parásitos planos. Este fármaco se administra por vía oral, con una dosis estándar de 10 miligramos por kilogramo de peso corporal, que puede administrarse en una sola dosis o en dos dosis separadas por 12 horas. Con este esquema, se ha logrado una tasa de curación de aproximadamente el 80%, lo cual es relativamente efectivo en la mayoría de los casos. Sin embargo, si los hallazgos radiológicos anormales o la eosinofilia persisten después del tratamiento inicial, se recomienda una dosis repetida. Esto es necesario, ya que los signos clínicos y las alteraciones inmunológicas pueden no resolverse completamente tras una única dosis, especialmente si la infección es más grave o ha causado daño hepático significativo.
Un aspecto preocupante en el tratamiento de la fascioliasis es que, a pesar de la eficacia del triclabendazol, la resistencia al triclabendazol ha sido ampliamente reportada en infecciones animales, lo que plantea un desafío para el control de la enfermedad en áreas endémicas. La resistencia podría llevar a la necesidad de recurrir a otros tratamientos alternativos, lo que podría comprometer la eficacia del manejo terapéutico.
En aquellos casos en los que el triclabendazol no sea efectivo o haya resistencia al mismo, el bithionol es considerado un fármaco de segunda línea. Este medicamento se administra también por vía oral, con una dosis de 30 a 50 miligramos por kilogramo de peso corporal, distribuida en tres dosis diarias alternadas durante un periodo de 10 a 15 días. Aunque el bithionol es efectivo, su uso está asociado con un mayor riesgo de efectos secundarios, como dolor abdominal y otros síntomas gastrointestinales, lo cual es una consideración importante a la hora de seleccionar el tratamiento adecuado.
A lo largo de los años, emetina y dehidroemetina fueron utilizados en el tratamiento de la fascioliasis, pero ambos son fármacos altamente tóxicos, lo que limita su uso en la práctica clínica moderna. A pesar de su alta efectividad contra el parásito, sus efectos secundarios severos, como daño al corazón y al hígado, los han relegado a un segundo plano. Otra opción terapéutica en estudio es el nitazoxanida, que ha mostrado eficacia contra varios parásitos, aunque su uso en la fascioliasis aún no es tan común y requiere más investigación para confirmar su efectividad y seguridad en esta infección específica.
Además de los tratamientos farmacológicos, la prevención de la fascioliasis es fundamental para controlar la propagación de la enfermedad, especialmente en regiones endémicas. La prevención se basa principalmente en evitar la ingestión de plantas acuáticas crudas, como el berro de agua, que suelen estar contaminadas con metacercarias del parásito. La educación sobre la correcta higiene y el lavado de vegetales es crucial, así como el tratamiento adecuado de los animales hospedadores (principalmente ovejas y ganado) para reducir la carga de parásitos en el medio ambiente.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.