Los diuréticos son considerados una de las intervenciones más eficaces para el manejo sintomático de pacientes con insuficiencia cardíaca moderada a severa, especialmente aquellos que experimentan disnea y sobrecarga de líquidos. La insuficiencia cardíaca se caracteriza por una incapacidad del corazón para bombear suficiente sangre para satisfacer las necesidades del organismo, lo que conlleva una serie de complicaciones, incluida la acumulación de líquidos en los tejidos, conocida como congestión. Esta retención de líquidos provoca síntomas como disnea, que es la dificultad para respirar, y edema, que es la hinchazón resultante de la acumulación de líquido en los tejidos.
Los diuréticos actúan principalmente a nivel renal, facilitando la eliminación de sodio y agua del organismo a través de la orina. Este efecto diurético es particularmente beneficioso en pacientes con insuficiencia cardíaca, ya que al reducir el volumen intravascular, se alivia la presión sobre el corazón y se disminuye la congestión pulmonar, lo que mejora la función respiratoria y la calidad de vida del paciente. Esto es válido tanto para pacientes con fracción de eyección ventricular izquierda reducida, donde el corazón no puede bombear de manera efectiva, como para aquellos con fracción de eyección preservada, donde el problema radica más en el llenado del ventrículo.
La efectividad de los diuréticos se debe a su capacidad para mejorar los síntomas de la insuficiencia cardíaca de manera rápida y significativa. La diuresis induce una reducción en el retorno venoso al corazón, lo que disminuye la presión en las aurículas y los ventrículos, facilitando un mejor funcionamiento cardíaco. Además, la reducción del edema periférico y la congestión pulmonar proporciona un alivio inmediato de los síntomas que pueden ser abrumadores para los pacientes, como la disnea en reposo o durante el esfuerzo.
No obstante, es fundamental considerar que el uso de diuréticos no está exento de riesgos. Un tratamiento excesivo o inapropiado con diuréticos puede resultar en una diuresis excesiva, lo que puede llevar a desequilibrios electrolíticos. Estos desequilibrios pueden afectar la función cardíaca y muscular, incrementando el riesgo de arritmias y debilidad muscular, así como causar deshidratación severa en algunos casos. Además, el uso prolongado de diuréticos puede activar mecanismos compensatorios en el organismo, como la activación neurohormonal, que incluye el sistema renina-angiotensina-aldosterona. Esta activación puede contrarrestar los efectos beneficiosos de la diuresis y contribuir a la progresión de la insuficiencia cardíaca.
Por lo tanto, aunque los diuréticos son fundamentales para el manejo sintomático de la insuficiencia cardíaca, su uso debe ser cuidadosamente monitorizado y ajustado. Es esencial encontrar un equilibrio entre el alivio de los síntomas y la prevención de efectos adversos. El manejo óptimo de los pacientes con síntomas o signos de retención de líquidos a menudo requiere la intervención de un equipo multidisciplinario que incluya cardiólogos, enfermeras y farmacéuticos, que colaboren en el ajuste de la terapia diurética y en la evaluación continua del estado clínico del paciente. Esto asegurará no solo la mejora de los síntomas, sino también la minimización de los riesgos asociados con el tratamiento.
El tratamiento de la insuficiencia cardíaca con fracción de eyección ventricular izquierda reducida ha evolucionado significativamente en las últimas décadas, basándose en una mayor comprensión de los mecanismos patofisiológicos subyacentes a esta condición. Una combinación de un diurético y un inhibidor de la enzima convertidora de angiotensina o un inhibidor de receptor de angiotensina y neprilisina, junto con la adición temprana de un betabloqueante y un inhibidor del cotransportador de sodio y glucosa tipo dos, representa un enfoque integral y eficaz para el manejo inicial de la insuficiencia cardíaca sintomática.
Los diuréticos son esenciales para el manejo sintomático de la insuficiencia cardíaca. Su acción diurética permite la reducción del volumen intravascular y la disminución de la sobrecarga de líquidos, aliviando así la congestión pulmonar y la retención de líquidos en tejidos periféricos. Esto resulta en una mejora significativa de los síntomas, como la disnea y el edema, lo que contribuye a una mejor calidad de vida para el paciente.
Por otro lado, los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina, así como los inhibidores de receptor de angiotensina y neprilisina, son fundamentales en el tratamiento de la insuficiencia cardíaca. Estos fármacos actúan sobre el sistema renina-angiotensina-aldosterona, un sistema neurohormonal que se encuentra hiperactivado en la insuficiencia cardíaca. La inhibición de este sistema no solo reduce la vasoconstricción y la retención de sodio y agua, sino que también mejora la remodelación cardíaca y disminuye la mortalidad a largo plazo. En particular, los inhibidores de receptor de angiotensina y neprilisina han demostrado tener un efecto beneficioso en la reducción de la mortalidad y hospitalización en comparación con los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina solos.
La incorporación temprana de un betabloqueante es igualmente crucial en este contexto. Los betabloqueantes ayudan a disminuir la frecuencia cardíaca, mejorar la función ventricular y reducir la demanda de oxígeno del miocardio. Además, han mostrado efectos beneficiosos en la remodelación cardíaca y una disminución en la mortalidad. La terapia con betabloqueantes es especialmente importante en la insuficiencia cardíaca, ya que contrarresta los efectos adversos de la activación neurohormonal que se produce en esta condición.
Los inhibidores del cotransportador de sodio y glucosa tipo dos se han introducido recientemente como un nuevo enfoque en el tratamiento de la insuficiencia cardíaca. Estos fármacos, además de sus efectos en la glucosa y el metabolismo, ofrecen beneficios cardiovasculares adicionales, como la reducción de la hospitalización por insuficiencia cardíaca y la mejora de la función renal.
En conjunto, esta combinación de terapias se basa en la necesidad de abordar múltiples aspectos de la insuficiencia cardíaca. Cada uno de estos fármacos actúa en diferentes puntos del proceso patológico, desde la reducción de la sobrecarga de líquidos hasta la modulación de la neurohormonalidad y la mejora de la función cardíaca. Esta estrategia terapéutica no solo busca aliviar los síntomas de los pacientes, sino también prevenir la progresión de la enfermedad y mejorar el pronóstico a largo plazo. Por lo tanto, la implementación de un régimen que incluya un diurético, un inhibidor de la enzima convertidora de angiotensina o un inhibidor de receptor de angiotensina y neprilisina, un betabloqueante y un inhibidor del cotransportador de sodio y glucosa tipo dos debe ser considerada como la base del tratamiento inicial en la mayoría de los pacientes sintomáticos con insuficiencia cardíaca y fracción de eyección ventricular izquierda reducida.
Los diuréticos tiazídicos y agentes relacionados se han consolidado como una opción terapéutica adecuada en el manejo de la retención de líquidos leve, especialmente en el contexto de la insuficiencia cardíaca y la hipertensión. Estos fármacos, que incluyen hidroclorotiazida, metolazona y clortalidona, son conocidos por su capacidad para promover la diuresis, es decir, la eliminación de agua y electrolitos a través de la orina, y se utilizan frecuentemente en pacientes que presentan síntomas leves de sobrecarga de líquidos.
Uno de los aspectos más destacados de los diuréticos tiazídicos es su eficacia en el control de la hipertensión arterial. La reducción de la presión arterial es crucial en el manejo de pacientes con insuficiencia cardíaca, dado que la hipertensión puede exacerbar la carga sobre el corazón. Los diuréticos tiazídicos actúan principalmente en el túbulo contorneado distal del nefrón, donde inhiben la reabsorción de sodio y cloro, lo que a su vez provoca un aumento en la excreción de agua y una reducción en el volumen intravascular. Este efecto diurético se traduce en una disminución de la presión arterial y, por lo tanto, en un alivio de los síntomas asociados con la insuficiencia cardíaca.
Un punto notable es que los diuréticos tiazídicos suelen ofrecer un control más efectivo de la hipertensión en comparación con los diuréticos de asa de acción corta. Esto se debe en parte a su capacidad para actuar de manera más prolongada y a su perfil de efectos sobre el sistema renal. Sin embargo, es importante considerar que la eficacia de los diuréticos tiazídicos está limitada por la función renal del paciente. En particular, cuando la tasa de filtración glomerular cae por debajo de 30 a 40 mililitros por minuto por 1.73 metros cuadrados, los tiazídicos tienden a volverse ineficaces. Esto es especialmente relevante en pacientes con insuficiencia cardíaca severa, donde la función renal a menudo se ve comprometida.
La metolazona, un diurético tiazídico con propiedades únicas, mantiene su eficacia en condiciones de función renal deteriorada, siendo efectiva incluso en pacientes con tasas de filtración glomerular de aproximadamente 20 a 30 mililitros por minuto por 1.73 metros cuadrados. Esto la convierte en una opción valiosa en la práctica clínica, ya que permite un manejo efectivo de la retención de líquidos en pacientes con insuficiencia cardíaca severa, donde otros diuréticos pueden no ser adecuados.
A pesar de sus beneficios, el uso de diuréticos tiazídicos también conlleva riesgos asociados. Las reacciones adversas pueden incluir hipocalemia, que es una disminución de los niveles de potasio en sangre, y depleción del volumen intravascular. Esta depleción puede llevar a una reducción del flujo sanguíneo renal y, como consecuencia, a la aparición de azotemia prerrenal, una acumulación de productos de desecho en la sangre debido a una perfusión renal insuficiente. Otros efectos adversos pueden incluir erupciones cutáneas, neutropenia (una disminución en el número de glóbulos blancos), trombocitopenia (una disminución de las plaquetas), así como alteraciones metabólicas como hiperglucemia, hiperuricemia y disfunción hepática.
El manejo de la insuficiencia cardíaca severa representa un desafío clínico significativo, y la terapia diurética se erige como una de las intervenciones más críticas en este contexto. Para los pacientes que experimentan síntomas graves de sobrecarga de líquidos, el uso de diuréticos de asa orales, tales como furosemida, bumetanida y torsemida, se considera el enfoque más adecuado debido a su potente capacidad para inducir diuresis.
Los diuréticos de asa son conocidos por su rápido inicio de acción y su capacidad para producir una reducción significativa del volumen de líquido corporal. Esto es particularmente beneficioso en pacientes con insuficiencia cardíaca severa, donde la acumulación de líquidos puede provocar complicaciones graves, como la congestión pulmonar, que a su vez causa disnea y deterioro en la calidad de vida. La furosemida, por ejemplo, tiene un rango de dosis que va de 20 a 320 miligramos diarios, mientras que bumetanida y torsemida tienen rangos de 1 a 8 miligramos y 20 a 200 miligramos diarios, respectivamente. Estas dosis pueden ajustarse según la respuesta clínica y las necesidades del paciente.
En situaciones donde la absorción gastrointestinal es incierta, o en casos agudos, la administración intravenosa de estos diuréticos puede ser necesaria. Esta vía de administración permite una entrega más rápida y efectiva del fármaco al sistema circulatorio, lo que resulta en un inicio de acción inmediato. Por otra parte, en pacientes con función renal preservada, se ha encontrado que la administración de dos o más dosis diarias de diuréticos de asa es preferible a una única dosis mayor. Este enfoque permite mantener niveles más constantes de fármaco en el plasma, optimizando así su efecto diurético y minimizando las fluctuaciones en la respuesta clínica.
Un aspecto distintivo de la torsemida es su mejor perfil de absorción y su vida media más prolongada en comparación con la furosemida. Esto la convierte en una opción valiosa en situaciones donde la furosemida no logra proporcionar el alivio sintomático deseado. Sin embargo, a pesar de estas diferencias en farmacocinética, estudios aleatorizados han demostrado que no hay diferencias significativas en los resultados clínicos entre los diuréticos de asa, lo que sugiere que la elección del diurético puede depender más de factores individuales del paciente que de la eficacia intrínseca de cada fármaco.
Es importante tener en cuenta que, en pacientes con deterioro renal severo, pueden ser necesarias dosis más altas de furosemida, llegando hasta 500 miligramos diarios o su equivalente en otros diuréticos de asa. Este ajuste en la dosis es crucial para garantizar una diuresis adecuada y evitar la acumulación de líquidos.
Sin embargo, el uso de diuréticos de asa no está exento de riesgos y efectos adversos. Las reacciones adversas más comunes incluyen depleción del volumen intravascular, que puede llevar a azotemia prerrenal, así como hipotensión. Estos efectos secundarios son particularmente preocupantes en pacientes con insuficiencia cardíaca, ya que la reducción del volumen intravascular puede exacerbar la función cardíaca ya comprometida. Además, la hipocalemia es un efecto adverso significativo, especialmente en aquellos pacientes que están recibiendo terapia con digitálicos, dado que niveles bajos de potasio pueden aumentar el riesgo de arritmias cardíacas.
Entre los efectos secundarios menos comunes, se encuentran erupciones cutáneas, malestar gastrointestinal y ototoxicidad. La ototoxicidad es un riesgo más prominente con el uso de ácido etacrínico y, en menor medida, con bumetanida. Este riesgo es especialmente relevante en el contexto de la administración intravenosa y puede tener implicaciones clínicas significativas, especialmente en pacientes que ya presentan condiciones comórbidas.
Los agentes orales que ahorran potasio son herramientas terapéuticas valiosas en el manejo de la insuficiencia cardíaca, especialmente cuando se utilizan en combinación con diuréticos de asa y tiazidas. Estos diuréticos, aunque son efectivos para inducir la diuresis y controlar la retención de líquidos, a menudo provocan la pérdida de potasio, un electrolito esencial para la función muscular y la actividad eléctrica del corazón. La inclusión de agentes ahorradores de potasio en el régimen terapéutico no solo mitiga esta pérdida, sino que también aporta beneficios adicionales en términos de supervivencia y calidad de vida.
Los inhibidores de la aldosterona, como la espironolactona y la eplerenona, son los fármacos más comúnmente utilizados en esta categoría. La espironolactona tiene un rango de dosis que varía de 12.5 a 100 miligramos diarios, mientras que la eplerenona se dosifica entre 25 y 100 miligramos diarios. Estos agentes actúan antagonizando los efectos de la aldosterona, una hormona que se encuentra frecuentemente elevada en pacientes con insuficiencia cardíaca. La aldosterona contribuye a la retención de sodio y agua, así como a la excreción de potasio, lo que perpetúa el ciclo de sobrecarga de líquidos y desbalances electrolíticos que caracteriza a esta condición.
Además de su efecto diurético, que se manifiesta de manera más significativa a dosis más altas, la espironolactona y la eplerenona también han demostrado reducir la mortalidad en pacientes con insuficiencia cardíaca. Esto se debe a que la inhibición de la aldosterona no solo mejora la diuresis y corrige el equilibrio electrolítico, sino que también ejerce efectos beneficiosos sobre la remodelación cardíaca y la función ventricular. La evidencia acumulada sugiere que estos fármacos pueden mejorar los resultados clínicos, incluidos los índices de supervivencia, lo que los convierte en una opción preferencial en el tratamiento de la insuficiencia cardíaca.
Es importante destacar que el inicio de acción de los inhibidores de la aldosterona es más lento en comparación con otros diuréticos. Esto significa que, si bien su eficacia diurética se manifiesta con el tiempo, sus efectos clínicos positivos en la reducción de la mortalidad y la morbilidad requieren un uso sostenido y una monitorización cuidadosa.
Sin embargo, el uso de espironolactona no está exento de efectos secundarios. Uno de los más relevantes es la ginecomastia, que es el desarrollo de tejido mamario en hombres, debido a su acción antiandrogénica. Además, existe un riesgo de hiperpotasemia, que es el aumento de los niveles de potasio en sangre, especialmente en pacientes que reciben otras terapias que afectan el equilibrio de este electrolito.
La combinación de suplementos de potasio o inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina con medicamentos que ahorran potasio puede ser problemática, ya que estas combinaciones pueden aumentar el riesgo de hiperpotasemia. No obstante, en pacientes que presentan hipocalemia persistente, la utilización de estas combinaciones ha demostrado ser exitosa y, en algunos casos, necesaria. La monitorización regular de los niveles de potasio y la función renal es esencial en estos pacientes, ya que permite ajustar el tratamiento y minimizar el riesgo de complicaciones asociadas con el desequilibrio electrolítico.
El manejo del edema refractario en pacientes con insuficiencia cardíaca puede presentar un desafío considerable, especialmente cuando los diuréticos de asa por sí solos no logran proporcionar el alivio sintomático deseado. En estos casos, la combinación de un diurético de asa con agentes similares a las tiazidas, como la metolazona, ha demostrado ser una estrategia eficaz para mejorar la respuesta diurética y facilitar la eliminación de líquidos acumulados.
Los diuréticos de asa, tales como la furosemida, son altamente efectivos para inducir diuresis, sin embargo, en situaciones de edema refractario, especialmente en pacientes con enfermedad renal crónica, su efecto puede verse limitado. La metolazona se ha establecido como el agente más útil en este contexto debido a su capacidad para actuar eficazmente incluso cuando la función renal está comprometida. A diferencia de los diuréticos tiazídicos tradicionales, que pierden efectividad cuando la tasa de filtración glomerular disminuye a niveles bajos, la metolazona puede seguir siendo efectiva en rangos de filtración glomerular que, de otro modo, resultarían en una respuesta inadecuada a otros diuréticos.
La adición de metolazona a la terapia con diuréticos de asa puede aumentar significativamente la diuresis, ya que ambos fármacos actúan en diferentes segmentos del nefrón. Mientras que los diuréticos de asa bloquean la reabsorción de sodio y cloro en la porción ascendente del asa de Henle, la metolazona actúa en el túbulo contorneado distal, inhibiendo la reabsorción de sodio y cloro en esa región. Esta sinergia permite una mayor excreción de agua y electrolitos, lo que puede ser fundamental en pacientes que presentan retención de líquidos severa.
Sin embargo, este enfoque terapéutico requiere una atención especial y un monitoreo cuidadoso, dado que la combinación puede dar lugar a diuresis masiva y desequilibrios electrolíticos, situaciones que pueden ser perjudiciales para el paciente. Por esta razón, es esencial iniciar la combinación con dosis controladas, típicamente comenzando con 2.5 miligramos de metolazona por vía oral agregados a la dosis previa de diurético de asa. Esta dosis inicial permite evaluar la respuesta del paciente sin provocar un exceso de diuresis que podría llevar a una deshidratación severa o a una disminución de la perfusión renal.
En muchos pacientes, esta combinación puede requerirse solo una o dos veces a la semana, lo que indica que, en ciertos casos, el ajuste periódico de la terapia puede ser suficiente para mantener el equilibrio hídrico y electrolítico adecuado. Sin embargo, en algunos pacientes con edema más persistente o en casos en los que la retención de líquidos es significativa, se han utilizado dosis de hasta 10 miligramos diarios de metolazona. Este ajuste debe ser realizado con precaución y bajo estrecha vigilancia clínica, considerando la función renal y el estado general del paciente.
Los posibles efectos adversos de esta combinación, como la hipocalemia y la hiperpotasemia, requieren un monitoreo frecuente de los electrolitos séricos. La hipocalemia, en particular, puede ser peligrosa, especialmente en pacientes que están recibiendo tratamientos con digitálicos, donde los niveles bajos de potasio pueden aumentar el riesgo de arritmias cardíacas. Además, la vigilancia de la función renal es fundamental, ya que el uso excesivo de diuréticos puede comprometer aún más la función renal existente.

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Originally posted on 6 de octubre de 2024 @ 10:32 AM