Tratamiento del cáncer colorrectal
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Tratamiento del cáncer colorrectal

Cáncer de colon

El tratamiento del cáncer de colon, se fundamenta en una estrategia integral donde la cirugía juega un papel central y primordial. La extirpación quirúrgica del tumor es considerada el estándar terapéutico para la mayoría de los pacientes, siendo potencialmente curativa en aquellos con enfermedad localizada o regional (estadios I, II y III), e incluso en ciertos casos seleccionados con enfermedad diseminada o metastásica (estadio IV). Esta intervención busca no solo eliminar la masa tumoral visible, sino también asegurar un margen libre de células malignas y abordar las posibles vías de diseminación linfática mediante una disección ganglionar regional exhaustiva.

En este sentido, la resección debe incluir la extracción de al menos doce ganglios linfáticos regionales, dado que el análisis histopatológico de estos nodos proporciona información crítica para una estadificación precisa del cáncer. Esta clasificación es esencial para determinar el pronóstico y guiar la toma de decisiones respecto a terapias adyuvantes, como la quimioterapia, que puede incrementar la supervivencia global y reducir las tasas de recurrencia en pacientes con ciertos estadios clínicos.

Además, la cirugía puede realizarse mediante técnicas convencionales abiertas o mediante procedimientos mínimamente invasivos, como la colectomía laparoscópica. Este último enfoque ha demostrado ofrecer resultados oncológicos equivalentes, con beneficios adicionales en términos de menor morbilidad postoperatoria, recuperación más rápida y menor estancia hospitalaria, sin comprometer la radicalidad del procedimiento ni la eficacia en la extirpación tumoral.

En casos específicos donde el cáncer se diagnostica en un pólipo adenomatoso extirpado completamente mediante polipectomía endoscópica, especialmente cuando la invasión tumoral se limita a la submucosa (estadio T1), puede considerarse la vigilancia cuidadosa como alternativa a la cirugía, siempre que se cumplan criterios estrictos de selección. Esto responde a la búsqueda de balancear la eficacia oncológica con la minimización de riesgos quirúrgicos y morbilidad.

Paralelamente, el estudio patológico del tejido resecado incluye evaluaciones moleculares esenciales, como el análisis de proteínas involucradas en la reparación de errores en el emparejamiento del ADN, cuyo estado puede influir en el pronóstico y en la selección de terapias. En el contexto de enfermedad metastásica, el perfil genético del tumor adquiere especial relevancia: la detección de mutaciones en genes como KRAS, NRAS, BRAF y la sobreexpresión de HER2 permite personalizar tratamientos dirigidos y optimizar las estrategias terapéuticas.

1. Estadio I

En el cáncer de colon, el estadio I se caracteriza por la presencia de un tumor que ha invadido la capa muscular propia del colon o la submucosa, sin evidencia de diseminación a ganglios linfáticos ni metástasis a distancia. Esta fase representa una enfermedad localizada, en la que el tumor aún no ha comenzado a propagarse a estructuras adyacentes ni a través del sistema linfático.

Desde el punto de vista pronóstico, el estadio I se asocia con una tasa de supervivencia a cinco años excepcionalmente alta, cercana al 92 %. Esto significa que la gran mayoría de los pacientes en esta etapa sobreviven al menos cinco años tras el diagnóstico y tratamiento inicial, que usualmente consiste en la resección quirúrgica completa del tumor.

Debido a esta favorable expectativa de vida y a la baja probabilidad de recurrencia o metástasis, la evidencia clínica y los ensayos científicos han determinado que no existe un beneficio significativo en administrar terapia adyuvante, como la quimioterapia, en pacientes con cáncer de colon estadio I. La terapia adyuvante se reserva para casos donde la probabilidad de enfermedad residual o diseminación micrometastásica es considerable, lo cual no ocurre en esta etapa inicial. Por lo tanto, el manejo estándar consiste únicamente en la cirugía curativa y un seguimiento clínico rutinario.

2. Estadio II (enfermedad sin afectación ganglionar)

El estadio II del cáncer de colon implica que el tumor ha penetrado más allá de la capa muscular propia, invadiendo la serosa o estructuras adyacentes, pero sin evidencia de afectación de los ganglios linfáticos regionales. Esta etapa se subdivide en varios subestadios, principalmente el IIA, en el que el tumor atraviesa la pared del colon pero sin perforación ni invasión directa de órganos vecinos, y el IIB, donde la invasión es más extensa, incluyendo la serosa o la penetración hacia órganos contiguos.

Las tasas de supervivencia a cinco años para estos subestadios muestran una variabilidad más amplia que en estadio I: aproximadamente 87 % para estadio IIA y un descenso significativo hasta el 63 % en estadio IIB. Esta diferencia refleja la mayor agresividad y riesgo de diseminación asociado a la invasión tumoral más profunda.

En cuanto al tratamiento adyuvante, múltiples ensayos clínicos aleatorizados no han demostrado un beneficio claro y consistente en la supervivencia global al administrar quimioterapia en pacientes con estadio II sin factores adicionales de riesgo. Esto ha llevado a que la quimioterapia no se recomiende de forma rutinaria para todos los pacientes en esta etapa.

Sin embargo, dentro del grupo de pacientes con estadio II, existe una subpoblación que presenta características clínicas y patológicas que indican un riesgo aumentado de recurrencia tumoral. Entre estos factores de alto riesgo se incluyen:

  • Perforación tumoral, que puede facilitar la diseminación local y peritoneal del cáncer.
  • Obstrucción intestinal causada por el tumor, que indica un avance significativo.
  • Márgenes quirúrgicos próximos o indeterminados, lo que sugiere posible enfermedad residual.
  • Histología poco diferenciada, señal de mayor agresividad biológica del tumor.
  • Invasión linfática, vascular o perineural, que facilita la diseminación metastásica.
  • Tumores clasificados como T4, es decir, con penetración a estructuras adyacentes o perforación.
  • Muestreo insuficiente de ganglios linfáticos (menos de 12), lo que puede llevar a una estadificación incompleta o incorrecta.

En pacientes con estas características, la administración de quimioterapia adyuvante puede ofrecer una mejora en los resultados clínicos, disminuyendo el riesgo de recurrencia y potencialmente mejorando la supervivencia.

Por otro lado, la inestabilidad de microsatélites (MSI, por sus siglas en inglés), un defecto en la reparación de errores de emparejamiento del ADN que ocurre en ciertos tumores colorrectales, se asocia con un pronóstico generalmente favorable. Los tumores con MSI suelen responder menos a la quimioterapia basada en fluorouracilo, por lo que en estos casos la administración de tratamiento adyuvante no está indicada.

3. Estadio III (enfermedad con afectación ganglionar)

El cáncer de colon en estadio III se define por la presencia de metástasis en los ganglios linfáticos regionales, lo que indica que el tumor ha adquirido la capacidad de diseminarse localmente más allá de la pared intestinal, pero sin evidencia clínica o radiológica de metástasis a distancia. La afectación ganglionar representa un avance significativo en la progresión tumoral y se asocia con un riesgo considerablemente mayor de recurrencia y mortalidad en comparación con estadios previos.

En pacientes con cáncer de colon estadio III, la sola resección quirúrgica del tumor no es suficiente para controlar la enfermedad a largo plazo, dado que la tasa de supervivencia a cinco años oscila entre el 30 % y el 50 %. Esto refleja la alta probabilidad de que queden células tumorales residuales o micrometástasis tras la cirugía, las cuales pueden conducir a recurrencias locales o sistémicas.

Por esta razón, la administración de quimioterapia adyuvante en el período posoperatorio se ha convertido en un pilar del tratamiento, ya que ha demostrado aumentar de manera significativa tanto la supervivencia libre de enfermedad como la supervivencia global. Estudios clínicos bien diseñados evidencian que la quimioterapia adyuvante puede mejorar las tasas de supervivencia hasta en un 30 % en este grupo de pacientes, siempre y cuando se encuentren en condiciones clínicas aptas para tolerar el tratamiento.

El esquema estándar más utilizado es la combinación de oxaliplatino, 5-fluorouracilo (5-FU) y leucovorina, conocida como FOLFOX. En múltiples ensayos, pacientes tratados con esta combinación durante seis meses han alcanzado una tasa de supervivencia libre de enfermedad a cinco años de aproximadamente 73,3 %, en contraste con el 67,4 % observado en aquellos que recibieron únicamente 5-FU y leucovorina (esquema FL). Esta diferencia significativa subraya el impacto clínico del oxaliplatino en la reducción del riesgo de recaída.

Alternativamente, se ha validado el uso de oxaliplatino en combinación con capecitabina, un análogo oral del 5-FU, ofreciendo una opción terapéutica con similar eficacia y mayor comodidad para el paciente.

Recientemente, un gran ensayo clínico internacional aleatorizado abordó la duración óptima del tratamiento adyuvante, comparando regímenes de tres versus seis meses. Los resultados indicaron que, para pacientes con enfermedad en estadios tempranos (tumores T1, T2 o T3) y afectación ganglionar limitada (N1, es decir, uno a tres ganglios afectados), tres meses de quimioterapia resultaron igual de efectivos en términos de supervivencia libre de enfermedad que seis meses. Esta reducción en la duración puede minimizar efectos secundarios, particularmente la neurotoxicidad relacionada con el oxaliplatino.

Sin embargo, esta equivalencia no se extendió a pacientes con enfermedad más avanzada, como tumores T4 (penetración extensa) o con mayor compromiso ganglionar (N2, más de tres ganglios afectados), quienes continúan beneficiándose de un tratamiento completo de seis meses para maximizar los resultados oncológicos.

Por otro lado, la incorporación de agentes biológicos, tales como bevacizumab —un inhibidor del factor de crecimiento endotelial vascular— o cetuximab —un anticuerpo dirigido contra el receptor del factor de crecimiento epidérmico— no ha demostrado mejorar la eficacia de la quimioterapia adyuvante en el contexto del estadio III. Por esta razón, su uso no está recomendado como parte del tratamiento estándar en esta fase, reservándose estas terapias para otros escenarios clínicos específicos, como la enfermedad metastásica.

4. Estadio IV (enfermedad metastásica)

El estadio IV del cáncer colorrectal se caracteriza por la diseminación del tumor a órganos distantes, comúnmente al hígado y los pulmones, aunque puede afectar otras localizaciones como el peritoneo o ganglios linfáticos distantes. Aproximadamente el 20 % de los pacientes presentan metástasis en el momento del diagnóstico inicial, y durante la evolución de la enfermedad, un porcentaje adicional entre el 25 % y el 30 % desarrollará metástasis. Esta etapa representa el desafío clínico más complejo, dado que la presencia de enfermedad metastásica reduce considerablemente la expectativa de vida si no se recibe tratamiento específico, con una mediana de supervivencia inferior a doce meses en ausencia de terapias efectivas.

No obstante, los avances en cirugía oncológica, terapias sistémicas y técnicas ablativas han permitido mejorar sustancialmente el pronóstico, extendiendo la mediana de supervivencia hasta cerca de 30 meses en algunos casos.

Un aspecto crucial en el manejo del estadio IV es la identificación de un subgrupo de pacientes con enfermedad metastásica limitada o oligometastásica, quienes pueden beneficiarse de un abordaje quirúrgico con intención curativa. La resección completa de metástasis hepáticas aisladas representa una opción terapéutica viable que puede lograr tasas de supervivencia a largo plazo superiores al 35–55 % a cinco años, cifras que contrastan favorablemente con el pronóstico general. De manera similar, pacientes con metástasis pulmonares únicas o limitadas pueden ser candidatos a cirugía o a tratamientos con radioterapia de alta precisión, buscando la erradicación local del tumor.

Además, la cirugía en el contexto metastásico también puede tener un rol paliativo, dirigida a controlar síntomas relacionados con complicaciones tumorales, como hemorragias o obstrucción intestinal, mejorando así la calidad de vida del paciente.

Cuando la enfermedad metastásica es extensa o no susceptible de resección, el tratamiento se basa fundamentalmente en terapias sistémicas que incluyen quimioterapia citotóxica, terapias biológicas y, en determinados casos, inmunoterapia. El objetivo principal de estas modalidades es controlar la progresión tumoral, aliviar síntomas y mantener la calidad de vida durante el mayor tiempo posible.

Dos regímenes quimioterapéuticos son preferidos en primera línea para pacientes con buen estado funcional: el esquema FOLFOX, que combina oxaliplatino, 5-fluorouracilo y ácido folínico, y el esquema FOLFIRI, compuesto por irinotecán, 5-fluorouracilo y ácido folínico. Para facilitar la administración, la capecitabina, un análogo oral del 5-fluorouracilo, puede sustituir a este último en combinación con oxaliplatino, manteniendo una eficacia comparable. Sin embargo, la combinación de capecitabina con irinotecán no es recomendada debido a una toxicidad incrementada, especialmente diarrea severa.

La incorporación de agentes biológicos dirigidos a moléculas clave en la proliferación tumoral ha revolucionado el tratamiento sistémico. Estos incluyen anticuerpos monoclonales como bevacizumab, que inhibe el factor de crecimiento endotelial vascular (VEGF), y cetuximab o panitumumab, dirigidos contra el receptor del factor de crecimiento epidérmico (EGFR). La adición de estas terapias biológicas a la quimioterapia mejora las tasas de respuesta tumoral y prolonga la supervivencia global en pacientes seleccionados.

La selección de pacientes que se beneficiarán de cada agente biológico depende del perfil genético del tumor. En particular, aquellos con cáncer colorrectal metastásico localizado en el lado izquierdo del colon y que presentan genes KRAS, NRAS y BRAF sin mutaciones (wild-type) son candidatos ideales para recibir cetuximab o panitumumab junto con quimioterapia, logrando extender la mediana de supervivencia entre 2 y 4 meses comparado con la quimioterapia sola.

Por otro lado, un pequeño porcentaje de pacientes (aproximadamente entre el 3 % y 5 %) con inestabilidad de microsatélites (MSI) o deficiencia en la reparación de errores de emparejamiento del ADN (dMMR) pueden beneficiarse notablemente de la inmunoterapia. En estos casos, agentes inhibidores de puntos de control inmunológico, utilizados como tratamiento de primera línea o en líneas posteriores, han demostrado una eficacia superior a la quimioterapia citotóxica, alcanzando medianas de supervivencia global superiores a 31 meses en pacientes previamente tratados.

En situaciones donde los pacientes carecen de mutaciones susceptibles de terapias dirigidas, o han presentado progresión tras tratamientos previos, se puede considerar el uso de bevacizumab combinado con FOLFOX o FOLFIRI, lo que prolonga la supervivencia media entre 2 y 5 meses en comparación con la quimioterapia sola.

Ante la progresión de la enfermedad después de los tratamientos estándar, el cambio a regímenes alternativos y la inclusión en ensayos clínicos constituyen opciones valiosas, especialmente para pacientes que no toleran las terapias convencionales o cuyo tumor ha desarrollado resistencia.

Dado que la investigación molecular y genética del cáncer colorrectal está en constante avance, es fundamental realizar estudios genómicos amplios mediante técnicas de secuenciación de nueva generación en todos los pacientes diagnosticados con enfermedad metastásica. Esto permite identificar nuevas variantes genéticas que puedan ser blanco de terapias emergentes, facilitando una medicina personalizada y optimizando las posibilidades terapéuticas.


Cáncer de recto

El manejo del cáncer de recto se fundamenta en una correcta estadificación clínica, la cual es esencial para diseñar un plan terapéutico individualizado y efectivo. Esta estadificación se determina principalmente mediante técnicas diagnósticas como la colonoscopia, que permite visualizar y biopsiar el tumor, y estudios de imagen como el ultrasonido endorrectal y la resonancia magnética de pelvis, que evalúan la extensión local del tumor, su relación con las estructuras vecinas, la afectación ganglionar y la distancia al margen anal. La combinación de estas técnicas proporciona información precisa para clasificar la enfermedad según su profundidad de invasión y su posible diseminación regional.

En pacientes seleccionados que presentan tumores rectales pequeños, definidos como aquellos menores de cuatro centímetros, que sean móviles (es decir, no adheridos a tejidos profundos), bien diferenciados desde un punto de vista histológico, en estadio T1 (limitados a la submucosa), y ubicados a menos de ocho centímetros del margen anal, puede considerarse la opción de resección transanal. Esta técnica puede ser realizada mediante procedimientos endoscópicos o quirúrgicos específicos que permiten extirpar el tumor localmente sin necesidad de recurrir a cirugías mayores. Esta estrategia es menos invasiva y preserva la funcionalidad del esfínter anal, constituyendo una alternativa adecuada para tumores tempranos con bajo riesgo de recurrencia.

Sin embargo, la mayoría de los pacientes con cáncer de recto requieren intervenciones quirúrgicas más extensas, que incluyen la resección anterior baja con anastomosis colorrectal, en la cual se extirpa la porción afectada del recto y se reconecta el colon con el canal anal, o la resección abdominoperineal, que implica la extirpación completa del recto y el ano, con la necesidad subsecuente de realizar una colostomía permanente para la eliminación de desechos. La elección entre estas técnicas depende fundamentalmente de la localización del tumor respecto al margen anal, así como de la extensión de la infiltración tumoral hacia tejidos circundantes.

En el caso de carcinomas rectales invasivos, especialmente aquellos con compromiso ganglionar o tumores que han invadido profundamente la pared rectal (estadio T3 o superior), el tratamiento quirúrgico se complementa con quimiorradioterapia preoperatoria. Esta modalidad combinada, que asocia radioterapia con quimioterapia administrada antes de la cirugía, ha demostrado reducir significativamente el riesgo de recurrencia local, mejorar el control tumoral y en muchos casos aumentar la supervivencia a largo plazo. La quimiorradioterapia neoadyuvante es, en la actualidad, el estándar preferido en numerosos centros especializados.

El momento y la secuencia en la administración de radioterapia y quimioterapia dependen de múltiples factores, entre ellos la carga tumoral, el estado funcional del paciente y las características moleculares del tumor. La quimiorradioterapia antes de la cirugía suele ser mejor tolerada, ya que el paciente aún no ha sido sometido al estrés quirúrgico y puede mantener un mejor estado general. Además, la reducción del tamaño tumoral preoperatoria puede facilitar una cirugía más conservadora y aumentar las probabilidades de resección completa.

Para pacientes con enfermedad ganglionar clínicamente positiva, tumores voluminosos (T4) o con localización en la parte inferior del recto, donde la resección quirúrgica implicaría probablemente la necesidad de una colostomía permanente, las guías de la National Comprehensive Cancer Network (NCCN) han incorporado una estrategia denominada “terapia neoadyuvante total”. Esta consiste en administrar toda la quimioterapia en la etapa preoperatoria, junto con la radioterapia, con el fin de maximizar el control tumoral antes de la cirugía. Esta aproximación ha ganado popularidad y se ha convertido en el enfoque preferido para tumores T3 o mayores en varios centros oncológicos avanzados.

Después de completada la terapia neoadyuvante, se decide el tipo de intervención quirúrgica según la distancia del tumor al margen anal, su tamaño, la profundidad de invasión, la respuesta al tratamiento y la condición clínica del paciente. La disección completa del mesorrecto, que consiste en la extirpación meticulosa del tejido graso que rodea al recto y contiene vasos sanguíneos, nervios y ganglios linfáticos, es fundamental para disminuir la tasa de recurrencia local, la cual puede reducirse a cerca de un 5 %. Esta disección puede realizarse mediante cirugía abierta o laparoscópica, siendo ambas técnicas válidas y seleccionadas según la experiencia del equipo quirúrgico y las condiciones específicas del paciente.

Aunque las resecciones anteriores bajas permiten preservar el esfínter anal y evitar una colostomía permanente, se asocian con un mayor riesgo de complicaciones inmediatas como filtraciones de la anastomosis, dehiscencias o estenosis, que pueden requerir intervenciones adicionales. Además, a largo plazo, pueden surgir problemas funcionales como aumento en la frecuencia y urgencia evacuatoria o incontinencia fecal, que afectan significativamente la calidad de vida del paciente.

En aquellos casos en que el tumor sea irresecable debido a la extensión local o la infiltración de estructuras vitales, o en pacientes no aptos para cirugía, puede indicarse una colostomía de derivación con fines paliativos, para aliviar síntomas obstructivos y mejorar el confort.


Seguimiento después de la cirugía en cáncer colorrectal

Una vez que un paciente con cáncer colorrectal ha sido sometido a una resección quirúrgica con intención curativa, comienza una etapa fundamental en el manejo oncológico: el seguimiento estrecho y sistemático. Este proceso tiene como objetivo primordial la detección precoz de recurrencias tumorales, ya sean locales o a distancia, así como la identificación de nuevas neoplasias que puedan surgir en el colon o recto remanente. La detección temprana de estas recurrencias es crucial porque, en determinados casos, la enfermedad recurrente puede ser susceptible de un tratamiento curativo adicional, ya sea mediante cirugía, terapias locales o tratamientos sistémicos.

El seguimiento clínico debe realizarse con una periodicidad ajustada a la mayor probabilidad de recurrencia, la cual es especialmente alta durante los primeros años posteriores a la cirugía. Por ello, se recomienda realizar evaluaciones clínicas detalladas cada tres a seis meses durante los primeros dos años después de la intervención, y posteriormente, una evaluación cada seis meses hasta completar un período total de cinco años. Estas evaluaciones incluyen una anamnesis completa para identificar síntomas sugestivos de recurrencia (como dolor abdominal, cambios en el hábito intestinal o pérdida de peso), un examen físico minucioso que permita detectar masas o signos de enfermedad local, y la vigilancia de parámetros laboratoriales, siendo el antígeno carcinoembrionario (CEA) uno de los marcadores tumorales más utilizados. La medición de los niveles séricos de CEA es especialmente valiosa en aquellos pacientes que tenían elevaciones al momento del diagnóstico inicial, ya que un aumento sostenido o progresivo puede ser un indicio temprano de recurrencia.

Complementariamente, las guías clínicas internacionales de referencia, como las de la National Comprehensive Cancer Network (NCCN) y la Sociedad Americana de Oncología Clínica (ASCO), recomiendan la realización de estudios por imágenes periódicos para la detección de metástasis asintomáticas, principalmente en tórax, abdomen y pelvis. En particular, la tomografía computarizada (TC) con contraste es la técnica de elección debido a su alta sensibilidad y especificidad para detectar lesiones metastásicas pulmonares, hepáticas o linfáticas. Se aconseja realizar estas exploraciones cada seis a doce meses durante los cinco años posteriores a la cirugía en pacientes con enfermedad en estadio II con factores de alto riesgo y en todos los pacientes con enfermedad en estadio III, quienes tienen mayor probabilidad de recurrencia.

Por otro lado, la vigilancia endoscópica también juega un papel fundamental en el seguimiento postoperatorio. La colonoscopía permite identificar pólipos residuales o nuevos, así como detectar cánceres metacrónicos, es decir, neoplasias que surgen en segmentos distintos del colon o recto respecto al tumor inicial. En pacientes que hayan tenido una colonoscopía completa previa a la cirugía, se recomienda repetir el examen endoscópico a los doce meses después de la resección para evaluar el estado del colon remanente. En aquellos pacientes a quienes no se les realizó una colonoscopía completa antes de la intervención quirúrgica, es esencial realizarla tras la finalización de toda la terapia adyuvante para descartar la presencia de lesiones sincrónicas no detectadas previamente, que podrían representar un riesgo para la evolución a largo plazo.

Si la colonoscopía realizada un año después de la cirugía no evidencia nuevos pólipos adenomatósicos, las recomendaciones sugieren continuar con colonoscopías de vigilancia cada tres a cinco años para la detección temprana de pólipos o cánceres metacrónicos, permitiendo así intervenciones oportunas y mejorando la supervivencia.

Es importante destacar que la mayor parte de las recurrencias en cáncer colorrectal se presentan dentro de los primeros tres años posteriores a la finalización del tratamiento, y que más del 90 % de las recurrencias ocurren dentro de los cinco años. Por esta razón, el seguimiento estrecho durante este período es crítico para maximizar la detección temprana y facilitar el tratamiento oportuno.


Pronóstico en el cáncer colorrectal

El pronóstico del cáncer colorrectal depende en gran medida del estadio clínico en el momento del diagnóstico, constituyendo este factor el principal predictor de supervivencia a cinco años. La estadificación oncológica, que considera la extensión local del tumor, la afectación ganglionar regional y la presencia o ausencia de metástasis a distancia, es esencial para orientar tanto las decisiones terapéuticas como la estimación del curso clínico y la probabilidad de curación.

Históricamente, los datos de supervivencia a cinco años para los pacientes diagnosticados con cáncer colorrectal se han categorizado según los estadios TNM (Tumor, Nodo, Metástasis) de la siguiente manera:

  • Estadio I: Este estadio representa una enfermedad confinada a la capa más interna de la pared intestinal, sin afectación ganglionar ni metástasis. En este grupo, la supervivencia a cinco años supera el 90 %, lo que refleja un pronóstico excelente asociado a la alta efectividad del tratamiento quirúrgico curativo en esta etapa precoz.
  • Estadio II: Corresponde a tumores que han invadido más profundamente la pared intestinal, pero sin evidencia de afectación ganglionar regional. La supervivencia en este estadio varía entre el 70 % y el 85 %, dependiendo de factores adicionales como la presencia de características histológicas agresivas o factores de riesgo específicos. Esta disminución respecto al estadio I se debe al mayor riesgo de recurrencia local y sistémica.
  • Estadio III: Caracterizado por la afectación de los ganglios linfáticos regionales, este estadio tiene un pronóstico más reservado y varía significativamente en función de la extensión nodal. Pacientes con menos de cuatro ganglios linfáticos afectados presentan una tasa de supervivencia aproximada del 67 %, mientras que aquellos con más de cuatro ganglios comprometidos tienen una supervivencia reducida, cercana al 33 %. Esto se explica porque la afectación nodal múltiple refleja una diseminación tumoral más extensa y, por ende, un riesgo incrementado de recurrencia sistémica.
  • Estadio IV: Representa la enfermedad metastásica, donde el cáncer se ha diseminado a órganos distantes, como el hígado o los pulmones. En este escenario avanzado, la tasa de supervivencia a cinco años es significativamente baja, oscilando entre el 5 % y el 7 %, reflejando la naturaleza generalmente incurable de la enfermedad metastásica, aunque los avances terapéuticos recientes han mejorado la calidad y duración de vida en algunos casos seleccionados.

Es importante señalar que estos datos provienen en gran medida de registros históricos y que, debido a los avances recientes en terapias sistémicas, técnicas quirúrgicas y manejo multidisciplinario, es probable que las tasas de supervivencia actuales sean más favorables, aunque aún no se dispone de registros a largo plazo que reflejen plenamente los beneficios de las nuevas estrategias terapéuticas.

Asimismo, el cáncer de recto presenta un pronóstico generalmente más desfavorable que el cáncer de colon en todos los estadios. Esta diferencia puede atribuirse a factores anatómicos, biológicos y terapéuticos, incluyendo la complejidad quirúrgica, la proximidad a estructuras vitales y la mayor probabilidad de recurrencia local.

Finalmente, en aquellos pacientes cuya enfermedad progresa a pesar de la terapia disponible, el enfoque terapéutico cambia hacia cuidados paliativos rigurosos y meticulosos. Estos cuidados buscan aliviar los síntomas, mejorar la calidad de vida y brindar soporte emocional y social, considerando que la curación en estas circunstancias es poco probable.

 

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
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