Las competencias comunicativas del cirujano revisten una importancia crítica en el entorno quirúrgico, particularmente dentro del quirófano, donde la precisión y la sincronización entre todos los miembros del equipo médico son determinantes para el éxito del procedimiento. En este ámbito, la comunicación efectiva debe trascender la mera transmisión de órdenes; debe garantizar que cada instrucción, cada indicación, sea clara, comprensible y, sobre todo, ejecutada correctamente, no solo por el personal médico y paramédico, sino también por el paciente, quien es el epicentro de la intervención.
El quirófano es un espacio caracterizado por un alto nivel de exigencia tecnológica y un ambiente estéril riguroso que demanda una coordinación impecable y una atención constante a múltiples variables que pueden influir en el desenlace quirúrgico. En estas circunstancias, el cirujano se enfrenta a un doble desafío: mantener su desempeño técnico y, simultáneamente, controlar la comunicación con su equipo para minimizar riesgos derivados de malentendidos o fallos en la transmisión de información. La capacidad del cirujano para comunicar con claridad y asertividad es, por tanto, una herramienta fundamental para la gestión del estrés inherente a estos ambientes y para el control eficiente de las condiciones que condicionarán el resultado final del procedimiento.
Adicionalmente, la interacción comunicativa con el paciente antes y durante el proceso quirúrgico adquiere un valor ético y psicológico primordial. El paciente llega al quirófano en una situación de vulnerabilidad extrema, despojado de su vestimenta habitual, lo que simboliza la pérdida de control sobre su cuerpo y su entorno. Esta experiencia puede generar sentimientos intensos de ansiedad y temor, por lo que el cirujano debe reconocer esta realidad emocional y actuar como un sostén de confianza. La comunicación empática y clara del cirujano con el paciente no solo debe transmitir seguridad y fortaleza, sino también el compromiso de respetar su dignidad y su persona en todo momento, humanizando así un proceso que, aunque técnico, no puede perder su esencia humana.
En la fase previa a la intervención, el cirujano asume la responsabilidad de verificar de manera exhaustiva la identidad del paciente y confirmar la exactitud del plan quirúrgico individualizado. Este acto de verificación no es una mera formalidad, sino un procedimiento crucial que asegura que todo el equipo esté debidamente alineado y preparado para el acto quirúrgico. La revisión y coordinación del equipo implican corroborar que cada miembro esté consciente de sus responsabilidades y que los recursos necesarios estén disponibles y en óptimas condiciones.
El cotejo de seguridad preoperatorio, instaurado como una práctica estandarizada, funciona como una barrera protectora contra errores evitables. Este proceso, apoyado en el expediente clínico como fuente primaria de información, permite registrar de forma precisa y transparente cada paso previo a la cirugía. Para que esta documentación sea completa y válida, es imprescindible que el cirujano haya cumplido con la elaboración adecuada de los informes de autorización quirúrgica, dejando constancia escrita de su consentimiento y del plan terapéutico aprobado. Este acto formal no solo legitima la intervención sino que también establece un marco de responsabilidad ética y legal que protege al paciente y a todo el equipo quirúrgico.
En suma, las habilidades comunicativas del cirujano, tanto con el equipo multidisciplinario como con el paciente, configuran un eje transversal en la práctica quirúrgica. No se trata únicamente de transmitir información, sino de construir un proceso dinámico de interacción que facilite la comprensión mutua, reduzca la incertidumbre y promueva un ambiente de trabajo colaborativo y seguro, indispensable para el logro de resultados clínicos óptimos y para la preservación de la integridad y la dignidad del paciente.
Las autorizaciones quirúrgicas constituyen un elemento fundamental en la práctica médica, no solo por su valor legal, sino también por su función crítica en la seguridad del paciente y la correcta ejecución del procedimiento quirúrgico. Estas autorizaciones deben contener información exhaustiva que identifique claramente al paciente, así como evidencias documentadas de que ha sido evaluado con rigurosidad y conforme a la particularidad de su enfermedad. Esta precisión en la documentación asegura que la intervención esté justificada y adaptada a las condiciones específicas que presenta cada individuo, lo cual es imprescindible para minimizar riesgos y optimizar resultados clínicos.
Este proceso comunicativo se formaliza a través de documentos escritos que deben ser completados y firmados por el paciente, quienes actúan como testigos legales, y el cirujano responsable del procedimiento. Esta formalización escrita no es un mero trámite administrativo, sino que representa el consentimiento informado del paciente, es decir, su conocimiento y aceptación consciente de la naturaleza, beneficios, riesgos y alternativas del acto quirúrgico al que será sometido. En paralelo, el anestesiólogo realiza una evaluación integral del paciente para determinar el riesgo anestésico, basado en criterios clínicos estandarizados, y debe llenar los formatos específicos de autorización anestésica. En estos documentos se detalla el plan de manejo anestésico individualizado, asegurando así que todas las fases del procedimiento estén contempladas y comunicadas claramente.
Estos documentos oficiales de autorización son revisados y ratificados por el personal de quirófano antes de iniciar la cirugía mediante una confirmación verbal. Este protocolo de verificación exige que el cirujano y el anestesiólogo corroboren de manera conjunta la identidad del paciente y validen el plan quirúrgico y anestésico previamente acordado. Aunque a primera vista este paso puede parecer redundante, su importancia radica en prevenir errores graves, como operar a un paciente equivocado o realizar una intervención no autorizada. La vulnerabilidad del paciente bajo anestesia y cubierto por campos estériles hace que este tipo de errores, aunque poco comunes, puedan tener consecuencias devastadoras.
Por ello, es imprescindible que la ratificación de estas medidas de seguridad sea realizada personalmente por el cirujano y no delegada a terceros. Si bien el personal asistente y los médicos en formación pueden colaborar para agilizar la preparación del paciente y la sala, la responsabilidad última recae en el cirujano, quien debe garantizar la correcta identificación del enfermo y la adecuada preparación de la región anatómica que será intervenida. La experiencia clínica ha demostrado que la omisión o negligencia en este aspecto puede conducir a errores clínicos graves, tales como la cirugía en un órgano o extremidad equivocada, lo que no solo genera un daño físico irreversible al paciente, sino también un impacto emocional y legal significativo para todos los involucrados.
Durante la programación de la operación, el cirujano tiene la obligación de especificar con precisión quién será el paciente, cuál será el procedimiento quirúrgico a realizar y quién será el anestesiólogo encargado. Además, debe comunicar cualquier requerimiento particular de instrumentación o apoyos técnicos que puedan ser necesarios durante la cirugía para garantizar que todo el equipo esté adecuadamente preparado. Si el procedimiento exige pruebas de laboratorio o estudios diagnósticos adicionales, es responsabilidad del cirujano ordenarlas con anticipación y asegurarse de que se obtengan oportunamente, especialmente si se requieren muestras especiales o la provisión de productos sanguíneos para transfusión.
Este protocolo detallado y riguroso no solo protege la integridad física y legal del paciente y del equipo médico, sino que también fortalece la confianza en el sistema de atención médica y promueve un entorno quirúrgico seguro, eficiente y ético, donde el respeto por la persona y la calidad del cuidado son pilares fundamentales.
La medición preoperatoria de la hemoglobina circulante se erige como un parámetro esencial para garantizar la seguridad y el éxito del acto quirúrgico, ya que determina la capacidad del paciente para mantener una adecuada oxigenación tisular durante el procedimiento. La hemoglobina, al ser la proteína encargada del transporte de oxígeno en la sangre, juega un papel fundamental en asegurar que los tejidos reciban el oxígeno necesario para su funcionamiento metabólico, especialmente en un contexto tan exigente como el quirúrgico, donde la demanda celular puede aumentar y el suministro puede verse comprometido. Exceptuando situaciones de hemorragia aguda, la evaluación de la hemoglobina mediante la biometría hemática completa representa el método más confiable para valorar si el paciente dispone de una reserva suficiente para enfrentar el estrés quirúrgico sin requerir intervenciones transfusionales inmediatas.
Es por ello que la obtención de una biometría hemática preoperatoria es indispensable para todos los pacientes programados para cirugía. Este examen debe confirmar que los niveles de hemoglobina se encuentran dentro de parámetros considerados normales y compatibles con la tolerancia a la pérdida sanguínea inherente a la intervención. En aquellos casos en que se prevea que la hemorragia pueda superar el veinte por ciento del volumen sanguíneo circulante, es imperativo que el expediente clínico incluya la evidencia de que el paciente ha sido debidamente tipado y cruzado, procedimiento que asegura la compatibilidad de los productos sanguíneos disponibles para una posible transfusión intraoperatoria. Estos productos, junto con las solicitudes firmadas por el cirujano y el anestesiólogo, deben estar previamente preparados y accesibles en el banco de sangre, garantizando una respuesta inmediata ante cualquier eventualidad.
Asimismo, en instituciones hospitalarias con certificación y acreditación, se exige que el paciente ingrese al quirófano con exámenes que evidencien el funcionamiento adecuado del riñón, órgano vital encargado de la eliminación de desechos metabólicos y la regulación hidroelectrolítica, funciones que impactan directamente en la farmacocinética y farmacodinamia de los agentes anestésicos y otros fármacos utilizados durante la cirugía. Las determinaciones séricas de urea y creatinina son los marcadores clínicos más empleados para valorar esta función renal, mientras que la medición de glucosa sanguínea es esencial para descartar o controlar condiciones metabólicas como la diabetes, que pueden influir en la respuesta inflamatoria, cicatrización y riesgo infeccioso del paciente.
En el ámbito de la hemostasia, otro aspecto crítico para la seguridad quirúrgica, es obligatorio confirmar que el paciente posee una capacidad adecuada para coagular la sangre y evitar hemorragias incontrolables. Esto se logra mediante la medición del recuento plaquetario y la evaluación de parámetros de coagulación como el tiempo de sangrado, tiempo de coagulación, tiempo de protrombina y tiempo parcial de tromboplastina activada, entre otros. Estos estudios permiten anticipar y corregir posibles alteraciones que podrían comprometer la estabilidad hemodinámica durante y después de la cirugía.
La institución médica asume la responsabilidad ineludible de exigir y verificar la realización de todos estos estudios preoperatorios antes de permitir que el paciente sea intervenido. En caso de detectar alguna anomalía, corresponde aplicar las medidas correctivas necesarias para minimizar riesgos, pues la omisión de esta obligación puede acarrear complicaciones graves, poniendo en riesgo la vida del paciente y exponiendo a la institución a responsabilidades legales. Para asegurar la trazabilidad y responsabilidad, todas estas verificaciones se documentan formalmente por personal independiente, dejando constancia escrita que respalde el cumplimiento de los protocolos. Finalmente, la figura del cirujano se sitúa como la máxima autoridad responsable de coordinar, supervisar y confirmar que estas acciones se hayan efectuado correctamente, garantizando así un proceso quirúrgico seguro y de calidad.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Townsend, C. M., Beauchamp, R. D., Evers, B. M., & Mattox, K. L. (2022). Sabiston. Tratado de cirugía. Fundamentos biológicos de la práctica quirúrgica moderna (21.ª ed.). Elsevier España.
- Brunicardi F, & Andersen D.K., & Billiar T.R., & Dunn D.L., & Kao L.S., & Hunter J.G., & Matthews J.B., & Pollock R.E.(2020), Schwartz. Principios de Cirugía, (11e.). McGraw-Hill Education.
- Asociación Mexicana de Cirugía General. (2024). Nuevo Tratado de Cirugía General (1.ª ed.). Editorial El Manual Moderno.

