La enfermedad oclusiva de las arterias femoral y poplítea es una de las manifestaciones más comunes de la aterosclerosis periférica, un trastorno caracterizado por la acumulación de placas ateroscleróticas que estrechan los vasos sanguíneos, dificultando el flujo normal de sangre. Esta afección afecta principalmente a las arterias que irrigan las extremidades inferiores, siendo la arteria femoral superficial la más frecuentemente ocluida en los casos de aterosclerosis. Esta arteria, que es una de las principales fuentes de irrigación de la pierna, es especialmente vulnerable al desarrollo de aterosclerosis debido a varios factores anatómicos y hemodinámicos.
La aterosclerosis en el segmento femoral-poplíteo suele desarrollarse alrededor de una década después de la aparición de la enfermedad en las arterias aortoilíacas. Es decir, en muchas personas, la obstrucción de la arteria femoral superficial se presenta como una complicación tardía de la enfermedad aterosclerótica que comienza en las grandes arterias proximales, como la aorta y las arterias ilíacas. Esto sugiere que la aterosclerosis es un proceso progresivo que afecta de manera secuencial a diferentes segmentos de la circulación arterial.
Una característica importante de la aterosclerosis en la arteria femoral superficial es su tendencia a desarrollarse en una ubicación específica, particularmente en el área donde la arteria pasa por el canal del abductor magnus, también conocido como conducto de Hunter, en la región distal del muslo. Este sitio es particularmente vulnerable porque la arteria femoral superficial atraviesa una estructura anatómica relativamente estrecha y está rodeada por músculos y tendones, lo que puede generar un mayor riesgo de compresión y de interrupción del flujo sanguíneo debido a la formación de placas ateroscleróticas. Este fenómeno hace que las obstrucciones en esta región sean especialmente debilitantes, dado que la sangre no puede llegar de manera adecuada a las partes distales de la pierna.
Aunque la arteria femoral superficial es la más afectada por la aterosclerosis en este segmento, las arterias femoral común y poplítea también pueden verse involucradas, aunque con menor frecuencia. Las lesiones en estas arterias son menos comunes, pero cuando ocurren, pueden ser extremadamente debilitantes. Las obstrucciones en estas arterias pueden causar claudicación intermitente, que es un dolor en las piernas que se presenta durante la actividad física, debido a la incapacidad de los músculos de recibir suficiente oxígeno debido al flujo sanguíneo reducido. Este síntoma limita la capacidad de la persona para caminar largas distancias y afecta gravemente la calidad de vida.
Es importante destacar que la enfermedad oclusiva de las arterias femoral y poplítea no tiene una distribución de género claramente desigual, ya que afecta a hombres y mujeres por igual. Sin embargo, existen poblaciones que muestran una mayor prevalencia, especialmente los individuos de origen africano y latino. La razón de esta mayor incidencia en estos grupos puede estar relacionada con factores genéticos, socioeconómicos y ambientales, así como con una mayor prevalencia de factores de riesgo como la hipertensión, la diabetes y el tabaquismo.
En cuanto al manejo de la enfermedad, la detección temprana y la intervención adecuada son fundamentales para evitar complicaciones graves, como la pérdida de movilidad o la amputación. Las opciones de tratamiento incluyen cambios en el estilo de vida, como la mejora de la dieta y el aumento de la actividad física, así como el control de los factores de riesgo cardiovasculares. En casos más avanzados, se pueden realizar procedimientos quirúrgicos o endovasculares para restaurar el flujo sanguíneo, como la angioplastia o la colocación de stents. Sin embargo, el tratamiento eficaz depende de un diagnóstico oportuno y de un manejo integral de los factores de riesgo para reducir la progresión de la enfermedad.
Manifestaciones clínicas
La claudicación intermitente es un síntoma característico de la enfermedad arterial periférica, en la cual las lesiones ateroscleróticas afectan las arterias que irrigan las extremidades inferiores. Esta condición se manifiesta como un dolor en las piernas durante la actividad física, debido a la insuficiencia de flujo sanguíneo que no puede satisfacer la demanda de oxígeno de los músculos. Cuando las lesiones afectan las arterias femoral común, femoral superficial y poplítea, los síntomas suelen estar localizados en la pantorrilla, aunque su intensidad y distancia de aparición dependen de la localización y extensión de las obstrucciones.
La claudicación intermitente, que se presenta típicamente después de caminar distancias de entre dos y cuatro cuadras, es una manifestación clínica común cuando hay una oclusión o estenosis de la arteria femoral superficial en el canal del aductor. Este canal, también conocido como conducto de Hunter, es un punto anatómico donde la arteria femoral superficial pasa por un espacio relativamente estrecho, lo que aumenta su susceptibilidad a la obstrucción. En este contexto, si los vasos colaterales, particularmente los provenientes de la arteria profunda del muslo (profunda femoris), se mantienen en buen estado, es posible que los síntomas de claudicación se presenten a distancias relativamente largas, permitiendo un flujo sanguíneo compensatorio.
Sin embargo, cuando existe enfermedad concomitante en la arteria profunda del muslo o en la arteria poplítea, la capacidad de las colaterales para mantener el flujo sanguíneo adecuado se ve comprometida, lo que reduce significativamente la distancia que se puede recorrer antes de que aparezcan los síntomas. En tales casos, la claudicación puede ocurrir después de caminar distancias mucho más cortas, debido a la insuficiencia de flujo sanguíneo en las arterias principales que irrigan la pierna.
Cuando se presenta claudicación de distancias cortas, los pacientes pueden también experimentar rubor dependiente en el pie. Este fenómeno se refiere a un enrojecimiento o coloración rojiza que aparece en el pie cuando este se encuentra en una posición dependiente, es decir, colgando hacia abajo. Sin embargo, para distinguir este rubor de un enrojecimiento patológico (eritema), se debe tener en cuenta la presencia de palidez cuando el pie se eleva. En el caso del rubor dependiente, el pie se vuelve pálido al elevarlo, lo que diferencia este signo de la eritromelalgia, una condición en la que el enrojecimiento persiste independientemente de la posición del pie.
En las etapas crónicas de la enfermedad, cuando el flujo sanguíneo es consistentemente bajo debido a la obstrucción de los vasos principales y colaterales, pueden ocurrir cambios atrofiosos en la pierna y el pie. Estos cambios incluyen la pérdida de vello en la piel, el adelgazamiento de la dermis y los tejidos subcutáneos, así como la atrofia muscular por desuso. Esta última se debe a la disminución de la circulación sanguínea que impide el adecuado suministro de oxígeno y nutrientes a los músculos, lo que a su vez lleva a una pérdida de masa muscular.
En cuanto a la exploración física, en los casos de enfermedad oclusiva segmentaria de la arteria femoral superficial, la pulsación de la arteria femoral común generalmente se mantiene normal, ya que esta arteria no está directamente afectada por la oclusión en el segmento distal. Sin embargo, los pulsos poplíteo y pedio suelen estar reducidos o ausentes, ya que son las arterias que se ven más directamente comprometidas por las obstrucciones en las arterias femoral superficial y poplítea. Esta diferencia en la palpación de los pulsos es un hallazgo clínico importante que ayuda a identificar la localización de la obstrucción y evaluar la severidad de la enfermedad arterial periférica.
Exámenes complementarios
La medición del índice tobillo-brazo (ABI, por sus siglas en inglés) es una herramienta diagnóstica clave en la evaluación de la enfermedad arterial periférica (PAD, por sus siglas en inglés), una afección caracterizada por la obstrucción de las arterias periféricas, principalmente en las extremidades inferiores. El valor del ABI se obtiene al comparar la presión arterial en el tobillo con la presión en el brazo. Un valor de ABI menor a 0.9 es diagnosticable como enfermedad arterial periférica, indicando una reducción del flujo sanguíneo en las extremidades. Por otro lado, valores de ABI inferiores a 0.4 están fuertemente asociados con una forma más grave de la enfermedad, denominada isquemia crónica de las extremidades amenazante, anteriormente conocida como isquemia crítica de las extremidades. Esta condición se caracteriza por una insuficiencia de perfusión sanguínea tan grave que pone en riesgo la viabilidad del miembro, lo que puede llevar a la gangrena y, en última instancia, a la amputación si no se interviene adecuadamente.
Sin embargo, los valores de ABI deben interpretarse con cautela en ciertos grupos de pacientes. En individuos con diabetes mellitus, insuficiencia renal crónica (CKD, por sus siglas en inglés) o en adultos mayores, las arterias pueden estar calcificadas, lo que afecta la elasticidad de los vasos sanguíneos y puede dar lugar a mediciones erróneas. En estos casos, la compresión de las arterias durante la medición del ABI no refleja con precisión la verdadera presión en los vasos, ya que la rigidez de las arterias calcificadas puede impedir una medición adecuada. Para evitar estos errores y obtener una evaluación más precisa, en estos pacientes se prefiere utilizar el índice tobillo-dedo, que se mide comparando la presión en el dedo del pie con la del brazo. Un valor de índice tobillo-dedo inferior a 0.7 se considera diagnóstico de enfermedad arterial periférica, y es particularmente útil en personas con calcificación arterial que pueden tener un ABI normal o elevado de forma engañosa.
Además del índice tobillo-brazo y el índice tobillo-dedo, existen otras técnicas de evaluación no invasiva que ayudan a caracterizar la naturaleza y localización de las obstrucciones arteriales. Las grabaciones de volumen de pulso, que se realizan mediante el uso de manguitos colocados en diversas zonas de la pierna (alta en el muslo, medio en el muslo, en la pantorrilla y en el tobillo), permiten visualizar los niveles de obstrucción al observar cómo se reducen las presiones y se aplanan las formas de onda en las áreas afectadas. Este análisis de la onda de pulso puede proporcionar información detallada sobre la gravedad de la enfermedad y la localización exacta de las lesiones arteriales, lo que es crucial para determinar el tratamiento adecuado.
En cuanto a las opciones de imagenología, la ecografía Doppler, la tomografía computarizada con angiografía (CTA) y la resonancia magnética con angiografía (MRA) son técnicas avanzadas que permiten evaluar la anatomía y localización precisa de las lesiones obstructivas. Estas técnicas de imagen son particularmente útiles cuando se planea una intervención de revascularización, como una angioplastia o un bypass arterial. La visualización clara de las arterias y de las obstrucciones a través de estas modalidades de imagen permite a los médicos planificar con precisión la estrategia terapéutica más adecuada.
Después de realizar procedimientos de revascularización, los pacientes deben ser monitoreados de manera continua para asegurarse de que el flujo sanguíneo en las extremidades se mantenga adecuado. En este contexto, las ultrasonografías anuales son útiles para seguir la evolución del paciente y detectar cualquier signo de recurrencia de la enfermedad, lo que puede implicar nuevas obstrucciones o fallos en los procedimientos realizados.
Tratamiento
Médico
El tratamiento de la enfermedad arterial periférica, al igual que en la enfermedad aortoilíaca, se basa principalmente en la modificación de los factores de riesgo y en un enfoque terapéutico integral que incluye tanto la optimización médica como la intervención mediante ejercicio físico. Estos dos componentes fundamentales pueden reducir significativamente la mortalidad a cinco años, con una disminución de hasta dos tercios, lo que subraya su importancia en el manejo de esta patología.
La reducción de los factores de riesgo es esencial en el tratamiento de la enfermedad arterial periférica. La hipertensión, la diabetes mellitus, el tabaquismo y la dislipidemia son los factores de riesgo más comunes asociados con el desarrollo y la progresión de esta enfermedad. El control adecuado de estos factores es primordial para prevenir el avance de la obstrucción arterial y las complicaciones asociadas. En este contexto, el uso de medicamentos es un pilar del tratamiento. Los agentes antiplaquetarios, como la aspirina, ayudan a prevenir la formación de coágulos en las arterias afectadas, lo que reduce el riesgo de eventos cardiovasculares adversos, como el infarto de miocardio y los accidentes cerebrovasculares. La aspirina, administrada en dosis de 81 miligramos al día, ha demostrado ser eficaz en la prevención de estos eventos, mejorando significativamente el pronóstico de los pacientes con enfermedad arterial periférica.
Además, el uso de estatinas en dosis altas, como las estatinas de alta intensidad, es una estrategia clave para reducir los niveles de colesterol en sangre y, por ende, disminuir la formación de placas ateroscleróticas en las arterias. Las estatinas no solo reducen el colesterol, sino que también tienen efectos antiinflamatorios y estabilizadores de la placa, lo que ayuda a prevenir la progresión de la enfermedad y a disminuir la tasa de eventos adversos cardiovasculares. El tratamiento con estatinas ha demostrado reducir la mortalidad cardiovascular y es un componente esencial en el manejo de la enfermedad arterial periférica.
El ejercicio terapéutico, por su parte, juega un rol crucial en la mejora de la capacidad funcional de los pacientes. La claudicación intermitente, un síntoma característico de la enfermedad arterial periférica, se produce debido a una insuficiencia temporal del flujo sanguíneo durante la actividad física. A través de un programa de ejercicio estructurado, que incluye caminatas supervisadas, los pacientes pueden mejorar la circulación colateral y la eficiencia del músculo esquelético. Esto, a su vez, puede aliviar los síntomas de claudicación intermitente, aumentar la distancia caminada sin dolor y mejorar la calidad de vida. El ejercicio regular, especialmente el caminar, favorece la angiogénesis, es decir, la formación de nuevos vasos sanguíneos que pueden suplir la función de los vasos obstruidos.
Además de estas estrategias, la combinación de anticoagulantes y antiplaquetarios se ha demostrado eficaz para reducir eventos relacionados con las extremidades, como amputaciones mayores y otros eventos cardiovasculares. El tratamiento dual con rivaroxabán y aspirina es una opción terapéutica que ha mostrado resultados prometedores. El rivaroxabán, un anticoagulante oral, administrado en dosis de 2.5 miligramos dos veces al día en combinación con aspirina (81 miligramos al día), ayuda a prevenir eventos trombóticos y disminuye la incidencia de complicaciones severas en las extremidades, como la amputación. Esta combinación también es eficaz en la reducción de eventos cardiovasculares mayores, como infartos o accidentes cerebrovasculares, lo que refleja la interrelación entre la enfermedad arterial periférica y el riesgo cardiovascular global.
En cuanto a los síntomas específicos de la claudicación intermitente, el cilostazol es otro fármaco que puede ser útil en el tratamiento. El cilostazol es un inhibidor de la fosfodiesterasa III que mejora la circulación sanguínea al dilatar los vasos sanguíneos y aumentar el flujo sanguíneo en las extremidades. Además, este medicamento tiene efectos que mejoran la capacidad de ejercicio al reducir la severidad de los síntomas de claudicación. La administración de cilostazol, en dosis de 100 miligramos dos veces al día, ha mostrado ser eficaz en aliviar el dolor y mejorar la distancia que los pacientes pueden caminar sin experimentar molestias.
Quirúrgico e intervencionista
La intervención quirúrgica en la enfermedad arterial periférica se considera en situaciones específicas, particularmente cuando la claudicación intermitente se vuelve progresiva, incapacitante o interfiere de manera significativa con las actividades diarias, el empleo o la calidad de vida del paciente. En casos más graves, la intervención se hace aún más urgente cuando se presenta dolor en reposo debido a la isquemia, o cuando las úlceras isquémicas amenazan la viabilidad del pie. Estos síntomas indican un deterioro significativo del flujo sanguíneo en las extremidades inferiores, lo que requiere un abordaje terapéutico más agresivo para prevenir la pérdida de la extremidad o complicaciones graves.
Una de las opciones más efectivas y duraderas para tratar las lesiones de la arteria femoral superficial es la cirugía de bypass femoropoplíteo utilizando la vena safena autóloga. El uso de la vena safena del propio paciente para crear un bypass proporciona un injerto con excelentes resultados a largo plazo, ya que es un tejido biocompatible que tiene propiedades de durabilidad superiores a otros materiales sintéticos. Sin embargo, cuando no es posible utilizar la vena safena, se puede recurrir a materiales sintéticos, siendo el politetrafluoroetileno (PTFE) uno de los más comunes. A pesar de su disponibilidad, los injertos sintéticos no tienen la misma durabilidad que el bypass realizado con un solo segmento de vena, y pueden verse comprometidos por complicaciones a largo plazo como la trombosis o la infección.
Por otro lado, las técnicas endovasculares, como la angioplastia y la colocación de stents, se utilizan frecuentemente para tratar las lesiones en la arteria femoral superficial. Estas técnicas tienen la ventaja de ser menos invasivas que la cirugía de bypass, lo que implica una menor morbilidad para el paciente y un tiempo de recuperación más corto. Sin embargo, a pesar de sus beneficios inmediatos, las técnicas endovasculares suelen tener una menor durabilidad a largo plazo y pueden limitar las opciones futuras de tratamiento, especialmente si los resultados no son satisfactorios. En particular, la angioplastia, que consiste en la dilatación de la arteria mediante un balón, tiene una tasa de permeabilidad del 50% al año, lo que significa que la mitad de los pacientes pueden experimentar recurrencia de la estenosis en ese período. Los stents, por su parte, han mostrado mejores resultados, especialmente los stents recubiertos con fármacos como el paclitaxel, que tienen una tasa de permeabilidad de hasta el 80% al año. Aunque los stents recubiertos con paclitaxel ofrecen una mejora modesta respecto a los stents metálicos desnudos y los balones no recubiertos, la permeabilidad a largo plazo sigue siendo inferior a la obtenida con el bypass quirúrgico, con tasas de reintervención por restenosis siendo comunes a los tres años. Además, a pesar de los beneficios iniciales de los dispositivos recubiertos con paclitaxel, algunos estudios han mostrado un aumento en la mortalidad a los tres a cinco años tras el tratamiento con estos dispositivos, aunque análisis posteriores no encontraron diferencias significativas en la mortalidad entre los dispositivos recubiertos con fármacos y la angioplastia convencional.
Otra opción quirúrgica es la tromboendarterectomía, un procedimiento en el que se elimina la placa aterosclerótica directamente de las arterias afectadas. Este enfoque es particularmente útil para tratar lesiones en la arteria femoral común y en la arteria profunda del muslo, donde las técnicas endovasculares tienen una eficacia limitada. La tromboendarterectomía puede restaurar el flujo sanguíneo en áreas donde otras intervenciones no han sido efectivas, pero es más invasiva y conlleva riesgos adicionales, por lo que se emplea principalmente en casos donde otros tratamientos han fallado.
Complicaciones
Los procedimientos quirúrgicos abiertos en las extremidades inferiores, especialmente aquellos que implican bypasses largos con extracción de vena, están asociados con una serie de complicaciones que deben ser consideradas cuidadosamente durante la planificación y ejecución del tratamiento. Uno de los riesgos más comunes y significativos es la infección de la herida. La incidencia de infección postquirúrgica en estos procedimientos es notablemente más alta que en otras partes del cuerpo, debido a varios factores, incluyendo la extensión de la incisión, el manejo de los injertos, y la técnica quirúrgica. Las infecciones de las heridas o la formación de seromas, que son acumulaciones de líquido en el sitio quirúrgico, pueden ocurrir en un 10 a 15 por ciento de los casos. Estas complicaciones no solo retrasan la recuperación, sino que también pueden requerir tratamientos adicionales, como drenaje o antibióticos intravenosos, lo que aumenta la estancia hospitalaria y el costo del tratamiento.
Además de las infecciones locales, otro riesgo inherente a la cirugía abierta es el desarrollo de eventos adversos cardiovasculares, como el infarto de miocardio. Este tipo de complicación tiene una tasa de incidencia que varía entre el 5 y el 10 por ciento después de un bypass quirúrgico en las extremidades inferiores, lo cual es preocupante dado que muchos pacientes que requieren estas intervenciones también presentan factores de riesgo cardiovascular significativos, como hipertensión, diabetes o antecedentes de enfermedades cardíacas. La incidencia de mortalidad también está asociada con estos procedimientos, alcanzando cifras del 1 al 4 por ciento, especialmente en pacientes de mayor edad o aquellos con comorbilidades importantes que aumentan la vulnerabilidad general al estrés quirúrgico.
En contraste, las técnicas endovasculares, como la angioplastia y la colocación de stents, presentan una tasa de complicaciones considerablemente menor, que oscila entre el 1 y el 5 por ciento. Este perfil de complicaciones más bajo hace que las intervenciones endovasculares sean una opción terapéutica atractiva para muchos pacientes, particularmente aquellos que no son buenos candidatos para cirugía abierta debido a su edad avanzada, comorbilidades graves o un estado físico comprometido. Las técnicas endovasculares tienen la ventaja de ser mínimamente invasivas, lo que reduce los riesgos de infección, sangrado y daño a los tejidos circundantes, además de permitir una recuperación más rápida y una menor necesidad de hospitalización.
Sin embargo, a pesar de las ventajas de las técnicas endovasculares, estas tienen una durabilidad inferior en comparación con la cirugía abierta. Las tasas de recidiva de la estenosis y la necesidad de nuevas intervenciones son más altas con los procedimientos endovasculares, lo que puede requerir tratamientos adicionales en el futuro. Por lo tanto, si bien las complicaciones inmediatas son menores en las técnicas endovasculares, la cuestión de la eficacia a largo plazo y la durabilidad de los resultados sigue siendo un factor clave en la decisión del tratamiento.
Pronóstico
El pronóstico para los pacientes motivados con enfermedad aislada de la arteria femoral superficial es generalmente excelente, especialmente cuando se adoptan enfoques de manejo conservador, y en estos casos la cirugía no suele ser recomendada si los síntomas se limitan a una claudicación leve o moderada. La claudicación intermitente, que es el síntoma clásico de la enfermedad arterial periférica, se caracteriza por dolor muscular en las extremidades, generalmente en la pantorrilla, que se desencadena por el ejercicio físico debido a la falta de suministro sanguíneo adecuado. En muchos pacientes con enfermedad de la arteria femoral superficial que presentan síntomas leves o moderados de claudicación, los tratamientos conservadores, como la modificación de los factores de riesgo (incluyendo el control de la hipertensión, la diabetes, la dislipidemia, y el cese del hábito de fumar), junto con un programa de ejercicio supervisado, pueden ser eficaces para mejorar la capacidad funcional y la calidad de vida sin necesidad de intervención quirúrgica. Estos pacientes, cuando son seguidos adecuadamente y gestionados de forma integral, suelen tener un buen pronóstico a largo plazo.
Sin embargo, cuando la claudicación intermitente se vuelve severa y limita de manera significativa las actividades diarias, afectando la calidad de vida y la capacidad para realizar tareas cotidianas, o cuando hay signos de compromiso cardiovascular, como el dolor en reposo debido a la isquemia, la intervención quirúrgica puede ser indicada. En estos casos, el tratamiento se orienta a restaurar la circulación sanguínea adecuada para evitar la progresión hacia complicaciones más graves, como la úlcera isquémica o la gangrena. Las intervenciones quirúrgicas o endovasculares pueden mejorar significativamente los síntomas y la funcionalidad de los pacientes, pero deben ser seguidas de cerca mediante monitoreo postoperatorio, que incluye la realización de ultrasonidos de control para detectar de manera temprana cualquier estrechamiento recurrente de las arterias tratadas. Si se detecta una nueva estenosis o una recurrencia del bloqueo, pueden ser necesarias nuevas intervenciones, como la angioplastia o el bypass, para prevenir la oclusión completa de la arteria.
En cuanto a los resultados a largo plazo de las intervenciones, las tasas de permeabilidad (la probabilidad de que el injerto o la arteria tratada permanezcan abiertos y funcionales) son notablemente mejores en los bypasses quirúrgicos que en los tratamientos endovasculares. La tasa de permeabilidad a los tres años para los injertos de bypass de la arteria femoral, la arteria femoral superficial y la arteria poplítea se encuentra en el rango del 65 al 70 por ciento, lo que indica que la mayoría de los bypasses realizados en estos casos seguirán funcionando adecuadamente durante un período de tres años. En comparación, la permeabilidad a largo plazo de la angioplastia es considerablemente más baja, con menos del 50 por ciento de los pacientes que logran mantener la permeabilidad de la arteria tratada después de tres años. Esto refleja la durabilidad limitada de los procedimientos endovasculares, que pueden ser efectivos a corto plazo pero con mayores tasas de recurrencia de la estenosis en comparación con los bypasses quirúrgicos.
Es importante destacar que la enfermedad arterial periférica de las extremidades inferiores está fuertemente asociada con comorbilidades cardiovasculares, especialmente la enfermedad coronaria, lo que influye en el pronóstico general de los pacientes. En este sentido, la supervivencia a cinco años en pacientes con enfermedad arterial periférica en las extremidades inferiores se estima en aproximadamente un 70 por ciento, una cifra que disminuye a un 50 por ciento cuando hay involucramiento de las arterias tibiales. Esto subraya la importancia de una evaluación cardiovascular integral en estos pacientes, ya que el compromiso de las arterias tibiales indica una forma más grave de la enfermedad arterial periférica, lo que conlleva un peor pronóstico a largo plazo.
A pesar de estas cifras, los avances en la modificación de los factores de riesgo, como el tratamiento farmacológico intensivo (incluyendo el uso de estatinas, antiplaquetarios y antihipertensivos) y los cambios en el estilo de vida, han demostrado tener un impacto significativo en la longevidad de los pacientes con enfermedad arterial periférica. Los estudios han mostrado que la implementación de un enfoque agresivo para controlar los factores de riesgo puede mejorar sustancialmente la esperanza de vida de los pacientes, incluso cuando la enfermedad arterial periférica está presente en su forma más grave. Este enfoque integral de manejo no solo mejora la calidad de vida de los pacientes, sino que también reduce el riesgo de eventos cardiovasculares adversos, como infartos de miocardio o accidentes cerebrovasculares, que son comunes en este grupo de pacientes debido a la naturaleza sistémica de la aterosclerosis.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Bauersachs RM et al. Total ischemic event reduction with rivaroxaban after peripheral arterial revascularization in the VOYAGER PAD Trial. J Am Coll Cardiol. 2021;78:317. [PMID: 34010631]
- Nordanstig J et al. Mortality with paclitaxel-coated devices in peripheral artery disease. N Engl J Med. 2020;383:2538. [PMID: 33296560]
Originally posted on 10 de noviembre de 2024 @ 6:44 AM