Los ácidos minerales fuertes, clasificados como sustancias corrosivas, ejercen principalmente un efecto local agresivo sobre la piel y las membranas mucosas. Esta acción corrosiva se debe a su capacidad para desnaturalizar proteínas y disolver estructuras celulares, lo que produce lesiones inmediatas y a menudo extensas en los tejidos con los que entran en contacto.
Cuando estos ácidos son ingeridos o inhalados, los síntomas pueden ser intensos y amenazantes para la vida. En el caso de ingestión, se experimenta un dolor agudo en la garganta y en la porción superior del tracto gastrointestinal, acompañado frecuentemente de vómitos con sangre, lo que indica daño severo a las mucosas internas. También pueden presentarse dificultades para tragar, hablar o respirar debido a la inflamación y necrosis de los tejidos orales, faríngeos y laríngeos. La destrucción del tejido puede manifestarse externamente como decoloración, ulceración e incluso perforación de las membranas mucosas en contacto directo con el ácido. En casos graves, estas lesiones pueden inducir un estado de shock.
Además del daño local, puede producirse una acidosis metabólica sistémica severa. Esta condición ocurre tanto por la absorción sistémica del ácido como por el daño celular generalizado, lo que altera profundamente el equilibrio ácido-base del organismo y compromete la función de múltiples órganos.
Un caso particularmente grave es el de la exposición al ácido fluorhídrico. Aunque inicialmente puede parecer menos agresivo a nivel superficial, este ácido tiene la capacidad de penetrar profundamente en los tejidos debido a la acción del ion fluoruro, que es altamente tóxico. Esta penetración puede causar una destrucción tisular profunda y progresiva. Además, el ion fluoruro puede ingresar al torrente sanguíneo incluso a través de la piel, desencadenando efectos sistémicos como hipocalcemia (una disminución peligrosa de los niveles de calcio en sangre) e hiperpotasemia (un aumento de los niveles de potasio), ambas alteraciones potencialmente letales por su efecto sobre la función cardíaca y neuromuscular.
La inhalación de vapores o gases ácidos, como los derivados de compuestos volátiles que contienen cloro, flúor, bromo o yodo, puede provocar una irritación intensa del tracto respiratorio superior, especialmente de la garganta y la laringe. Esta irritación puede evolucionar rápidamente hacia una obstrucción de las vías respiratorias superiores y, en algunos casos, desencadenar un edema pulmonar no cardiogénico, es decir, una acumulación de líquido en los pulmones no relacionada con insuficiencia cardíaca, que compromete severamente la respiración y requiere atención médica urgente.
Tratamiento
Tratamiento de la ingestión de ácidos corrosivos
Cuando una persona ha ingerido un ácido corrosivo, la intervención médica debe ser inmediata y cuidadosamente dirigida a minimizar tanto el daño local como los efectos sistémicos. La primera medida terapéutica recomendada consiste en la dilución rápida del agente corrosivo, administrando de inmediato un vaso de agua (aproximadamente entre 120 y 240 mililitros). Esta acción tiene como objetivo reducir la concentración del ácido en el estómago, disminuyendo así su capacidad destructiva sobre las mucosas gastrointestinales. Sin embargo, es fundamental subrayar que no se deben emplear sustancias neutralizantes como el bicarbonato de sodio, ya que la neutralización exotérmica puede generar calor y gas, lo que podría agravar la lesión tisular o provocar perforaciones por distensión.
Asimismo, está absolutamente contraindicado inducir el vómito. La regurgitación del ácido a través del esófago puede provocar una segunda exposición corrosiva, ampliando el daño inicial, especialmente en la mucosa esofágica y orofaríngea.
En determinados casos, algunos expertos consideran apropiado realizar una intervención temprana mediante la inserción cuidadosa de una sonda gástrica flexible de pequeño calibre. Esta maniobra, si se ejecuta bajo condiciones controladas y por personal experimentado, permite la evacuación del contenido gástrico, seguida de un lavado con agua para disminuir la carga ácida restante. Esta estrategia es especialmente relevante cuando el compuesto ingerido es líquido, de rápida absorción o presenta una toxicidad sistémica significativa.
Una vez estabilizado el paciente, la evaluación del daño tisular se convierte en una prioridad. En pacientes sintomáticos, es fundamental realizar una esofagoscopia flexible mediante endoscopía digestiva alta. Esta exploración permite observar directamente la mucosa del esófago y determinar tanto la localización como la gravedad de las lesiones. Complementariamente, estudios por imagen como la tomografía computarizada o las radiografías simples del tórax y el abdomen pueden aportar información crucial sobre la extensión del daño, especialmente si se sospechan complicaciones como perforaciones, neumoperitoneo o derrame pleural.
Si se evidencian signos de perforación gastrointestinal, peritonitis o hemorragia digestiva masiva, está indicada la intervención quirúrgica inmediata. Estas complicaciones representan amenazas directas a la vida del paciente y requieren un abordaje agresivo por parte de un equipo multidisciplinario.
El uso de corticosteroides con el objetivo de prevenir la formación de estenosis esofágicas (estrechamientos fibrosos resultantes del proceso cicatricial) ha sido tema de debate en la literatura médica. Aunque no existe un consenso universal sobre su eficacia, en ciertos pacientes seleccionados —especialmente aquellos con lesiones moderadas sin perforación— los corticosteroides podrían reducir la inflamación y limitar la fibrosis subsecuente. Su uso, sin embargo, debe ser evaluado cuidadosamente, considerando los posibles efectos adversos y las características clínicas de cada caso.
Contacto con la piel
El contacto directo de ácidos corrosivos con la piel representa una emergencia médica que requiere una intervención rápida y eficaz para minimizar el daño tisular y prevenir complicaciones sistémicas. La primera y más importante medida es el lavado inmediato y continuo de la zona afectada con agua corriente a temperatura ambiente durante al menos quince minutos. Esta acción diluye y arrastra el ácido de la superficie cutánea, reduciendo su concentración y deteniendo su acción destructiva. No se deben utilizar antídotos químicos tópicos ni intentos de neutralización con bases, ya que la reacción exotérmica entre el ácido y la base podría generar calor adicional, exacerbando la lesión cutánea y favoreciendo una penetración más profunda del agente corrosivo.
Cuando el ácido involucrado es el ácido fluorhídrico, se requiere una atención especializada, ya que este compuesto posee un mecanismo de toxicidad particular. A diferencia de otros ácidos, el fluorhídrico libera iones fluoruro que penetran con rapidez en los tejidos, interfieren con los sistemas enzimáticos celulares y secuestran el calcio corporal, provocando necrosis profunda y alteraciones electrolíticas severas. En estos casos, además del lavado con agua, se debe aplicar inmediatamente un gel tópico de gluconato de calcio al 2.5 por ciento. Esta preparación puede obtenerse mezclando 3.5 gramos de gluconato de calcio con aproximadamente 150 mililitros de un lubricante quirúrgico hidrosoluble, como el gel K-Y. El objetivo del tratamiento es captar el ion fluoruro libre, formando un complejo estable que detenga la progresión del daño.
En quemaduras más extensas, o en aquellas que afectan áreas críticas como el lecho ungueal, puede ser necesario administrar gluconato de calcio por vía subcutánea. Esto se realiza mediante la inyección cuidadosa de 0.5 mililitros de una solución al 5 por ciento por cada centímetro cuadrado de piel lesionada. Es importante recalcar que no debe emplearse cloruro de calcio, ya que puede inducir necrosis tisular local y complicar aún más la lesión. En casos severos, particularmente cuando hay compromiso vascular o dolor intenso persistente, puede considerarse el uso de técnicas como el bloqueo venoso de Bier o la infusión intraarterial de calcio, procedimientos que deben ser realizados por especialistas en ambientes controlados.
Dada la gravedad potencial de estas lesiones, es esencial contactar de inmediato a un cirujano plástico o a un especialista en quemaduras para una evaluación más profunda y el seguimiento del tratamiento.
Contacto con los ojos
La exposición ocular a ácidos corrosivos constituye una urgencia oftalmológica que puede comprometer de forma irreversible la visión si no se trata de forma inmediata y adecuada. El primer paso consiste en aplicar un anestésico tópico ocular, como proparacaína, para reducir el dolor y facilitar la irrigación. Seguidamente, se debe realizar un lavado continuo de ambos ojos con agua o solución salina durante al menos quince minutos, asegurándose de mantener los párpados abiertos para que el líquido irrigue adecuadamente toda la superficie conjuntival y corneal.
Después de la irrigación inicial, es fundamental medir el pH del ojo utilizando papel indicador, idealmente en el rango de pH 6.0 a 8.0. Si el valor del pH aún se encuentra fuera del rango neutro, debe continuarse el lavado con solución salina al 0.9 por ciento hasta lograr una normalización del pH alrededor de 7.0. Una vez estabilizado el pH, se debe evaluar la integridad de la córnea mediante la aplicación de fluoresceína y el examen con lámpara de hendidura. Este procedimiento permite detectar erosiones corneales, úlceras o daño más profundo. Ante cualquier alteración visual significativa, se debe consultar de inmediato a un oftalmólogo, quien determinará la necesidad de tratamientos adicionales como colirios antibióticos, antiinflamatorios o incluso cirugía ocular reconstructiva en casos graves.
Inhalación de vapores o gases corrosivos
La inhalación de gases o vapores ácidos, como los derivados del cloro, flúor, bromo o yodo, puede provocar una lesión química en las vías respiratorias, cuya gravedad dependerá de la concentración del agente, el tiempo de exposición y la susceptibilidad individual. Ante una exposición de este tipo, la primera medida consiste en retirar al individuo inmediatamente del ambiente contaminado, garantizando una fuente adecuada de aire fresco y limpio.
Posteriormente, se debe examinar la piel y la ropa del paciente para identificar posibles residuos del agente corrosivo. La ropa contaminada debe ser retirada con precaución para evitar una nueva exposición o contaminación secundaria del personal sanitario.
Los pacientes deben ser observados cuidadosamente para detectar signos de neumonitis química o edema pulmonar, condiciones que pueden desarrollarse de forma progresiva. Los síntomas incluyen tos, dificultad respiratoria, dolor torácico, sibilancias y, en casos severos, insuficiencia respiratoria. El tratamiento puede requerir oxigenoterapia, broncodilatadores, corticosteroides sistémicos y, en situaciones críticas, ventilación mecánica.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Hoffman RS et al. Ingestion of caustic substances. N Engl J Med. 2020;382:1739. [PMID: 32348645]
- Hoffman S et al. Dermal hydrofluoric acid toxicity case review: looks can be deceiving. J Emerg Nurs. 2021;47:28. [PMID: 33183770]