El Streptococcus pneumoniae, conocido comúnmente como neumococo, es el agente etiológico más frecuente de la neumonía bacteriana adquirida en la comunidad de tipo piógena. Esta bacteria grampositiva encapsulada posee una notable capacidad para colonizar las vías respiratorias superiores, desde donde puede diseminarse hacia los pulmones y desencadenar una respuesta inflamatoria intensa que conduce a la consolidación pulmonar característica de la neumonía.
La razón por la cual el neumococo ocupa esta posición predominante en la etiología de la neumonía comunitaria se debe a varios factores. En primer lugar, su cápsula polisacárida le confiere una resistencia significativa a la fagocitosis, permitiéndole evadir eficazmente el sistema inmunológico del huésped. Además, este microorganismo produce diversas toxinas y enzimas, como la neumolisina, que contribuyen a la destrucción del tejido pulmonar y a la diseminación de la infección.
Existen múltiples condiciones que predisponen al desarrollo de neumonía neumocócica, especialmente aquellas que comprometen la integridad del sistema inmunológico o alteran la función pulmonar. El trastorno por consumo de alcohol, por ejemplo, no solo afecta la respuesta inmune sistémica, sino que también altera los mecanismos locales de defensa en las vías respiratorias, como la actividad del epitelio ciliar y la función de los macrófagos alveolares. De manera similar, el asma, al inducir cambios inflamatorios crónicos en el árbol bronquial, puede facilitar la colonización e invasión por parte del neumococo.
Las personas con infección por el virus de la inmunodeficiencia humana, enfermedad de células falciformes, o que han sido sometidas a esplenectomía, presentan una vulnerabilidad especial a esta infección debido a la pérdida o disminución de la función del bazo, órgano esencial para la eliminación de bacterias encapsuladas. Del mismo modo, los trastornos hematológicos que afectan la producción o función de los leucocitos también contribuyen a una mayor susceptibilidad.
A pesar de la disponibilidad de tratamientos antibióticos eficaces, la neumonía neumocócica continúa asociándose con una elevada tasa de mortalidad en determinados grupos de pacientes. Entre los factores pronósticos negativos se incluyen la edad avanzada, la afectación de múltiples lóbulos pulmonares (enfermedad multilobar), la presencia de hipoxemia severa, la aparición de complicaciones extrapulmonares (como meningitis, pericarditis o artritis séptica), y la bacteriemia, es decir, la diseminación del neumococo al torrente sanguíneo.
Estos elementos reflejan no solo la gravedad de la infección, sino también la capacidad del neumococo para desencadenar una respuesta sistémica potencialmente letal. Por ello, el reconocimiento temprano de los factores de riesgo y la implementación de medidas preventivas, como la vacunación neumocócica, son fundamentales para reducir la carga clínica y epidemiológica de esta enfermedad.
Manifestaciones clínicas
La neumonía neumocócica, al ser una infección pulmonar aguda de origen bacteriano, se manifiesta clínicamente con un conjunto característico de signos y síntomas que reflejan tanto la respuesta inflamatoria local en el parénquima pulmonar como la reacción sistémica del organismo frente al agente infeccioso.
Uno de los síntomas cardinales es la fiebre elevada, que suele presentarse de manera súbita y puede alcanzar temperaturas superiores a los treinta y nueve grados Celsius. Esta fiebre constituye una respuesta del sistema inmunológico a la presencia del Streptococcus pneumoniae en los pulmones, y está mediada por la liberación de citocinas proinflamatorias como la interleucina-1 y el factor de necrosis tumoral. En las fases iniciales de la enfermedad, no es infrecuente la aparición de escalofríos intensos o «rigores», que representan una manifestación fisiológica del rápido aumento de la temperatura corporal. Sin embargo, estos episodios suelen desaparecer conforme progresa la infección y se estabiliza la respuesta térmica del organismo.
La tos productiva es otro hallazgo clínico predominante, y se debe a la acumulación de exudado inflamatorio en los alvéolos y las vías respiratorias, que el cuerpo intenta eliminar mediante el reflejo tusígeno. El esputo puede tener un aspecto purulento y, en ocasiones, puede contener sangre, fenómeno conocido como hemoptisis. Esta se produce cuando hay daño capilar por la intensa inflamación o por necrosis del tejido pulmonar, aunque suele ser leve y autolimitada en la mayoría de los casos.
El dolor torácico de tipo pleurítico es también una manifestación común, especialmente cuando la infección alcanza la pleura. Este dolor se caracteriza por ser agudo, localizado y exacerbado por la inspiración profunda o la tos. Se explica por la irritación de las terminaciones nerviosas de la pleura parietal, ya que la pleura visceral carece de inervación sensitiva.
En la exploración física, uno de los primeros signos auscultatorios puede ser la presencia de ruidos respiratorios bronquiales en una zona del pulmón que normalmente debería presentar murmullo vesicular. Este hallazgo es indicativo de consolidación del tejido pulmonar, ya que el parénquima inflamado y lleno de exudado transmite de manera más eficiente las vibraciones sonoras generadas en los bronquios. A medida que la enfermedad progresa, pueden aparecer otros signos clínicos, como crepitaciones, aumento de la transmisión de la voz (pectoriloquia) y matidez a la percusión en el área afectada.
Exámenes diagnósticos
Los hallazgos hematológicos pueden variar, siendo la leucocitosis —es decir, el aumento del recuento de leucocitos en sangre— un hallazgo común que refleja la respuesta inflamatoria del organismo frente a la infección bacteriana. Sin embargo, en ciertos pacientes, especialmente en aquellos inmunocomprometidos o de edad avanzada, puede observarse leucopenia, lo que representa una respuesta inadecuada del sistema inmunológico y, paradójicamente, puede asociarse con un peor pronóstico. A pesar de su utilidad como indicadores del estado inflamatorio, ni la leucocitosis ni la leucopenia deben ser consideradas como criterios determinantes para la decisión de hospitalización, ya que esta debe basarse en una evaluación integral del estado clínico, la gravedad de la enfermedad y los factores de riesgo individuales del paciente.
El diagnóstico definitivo de neumonía neumocócica requiere la identificación del Streptococcus pneumoniae mediante cultivos microbiológicos. El aislamiento del microorganismo a partir de muestras respiratorias, como el esputo, o de sangre, es la base para confirmar el diagnóstico etiológico. No obstante, la tinción de Gram del esputo puede proporcionar una pista valiosa en etapas iniciales del abordaje diagnóstico, ya que típicamente revela diplococos grampositivos en disposición lanceolada, rodeados por una cápsula prominente. Este hallazgo, aunque no específico, es altamente sugestivo de neumonía neumocócica cuando se obtiene a partir de una muestra de buena calidad.
La calidad del esputo es crucial para asegurar la validez del análisis microbiológico. Un criterio aceptado para considerar una muestra adecuada es la presencia de menos de diez células epiteliales escamosas y más de veinticinco leucocitos polimorfonucleares por campo de gran aumento. Esto indica que la muestra proviene de las vías respiratorias inferiores y no está contaminada por secreciones orofaríngeas.
En pacientes hospitalizados, es fundamental obtener cultivos de esputo y de sangre antes de iniciar la terapia antimicrobiana, ya que el uso de antibióticos puede alterar los resultados microbiológicos. Se estima que los cultivos de esputo son positivos en aproximadamente el sesenta por ciento de los casos, mientras que los hemocultivos muestran crecimiento de Streptococcus pneumoniae en cerca del veinticinco por ciento de los pacientes. Aunque estas cifras reflejan una sensibilidad limitada, su valor diagnóstico y pronóstico sigue siendo considerable.
Además, en los últimos años, se ha incorporado el uso de pruebas rápidas de detección de antígeno urinario para Streptococcus pneumoniae. Estas pruebas ofrecen una sensibilidad que oscila entre el setenta y el ochenta por ciento y una especificidad superior al noventa y cinco por ciento, lo que las convierte en una herramienta útil para el diagnóstico temprano, especialmente en casos en los que no se dispone de esputo adecuado o los cultivos son negativos.
Desde el punto de vista radiológico, la neumonía neumocócica se presenta clásicamente como una neumonía lobar, caracterizada por una consolidación homogénea de un lóbulo pulmonar. Esta imagen corresponde a la acumulación de exudado inflamatorio en los alvéolos, que reemplaza al aire y produce una opacidad uniforme en las radiografías de tórax. En algunos casos, puede observarse derrame pleural asociado, aunque generalmente es de pequeño volumen y autolimitado. Sin embargo, es importante destacar que ni las características clínicas ni los hallazgos radiológicos permiten diferenciar de manera definitiva la neumonía neumocócica de otras neumonías bacterianas, debido a la superposición significativa de síntomas y patrones radiológicos entre distintos agentes etiológicos.
Complicaciones
En el curso de la neumonía neumocócica, pueden presentarse diversas complicaciones extrapulmonares, algunas de las cuales resultan de la extensión local de la inflamación, mientras que otras derivan de la diseminación hematógena del Streptococcus pneumoniae. Entre las complicaciones pleurales, la más frecuente es el derrame parapneumónico, también conocido como derrame simpático. Este tipo de derrame se caracteriza por la acumulación de líquido estéril en la cavidad pleural como respuesta inflamatoria a la infección pulmonar adyacente, sin que exista invasión bacteriana directa del espacio pleural. Clínicamente, estos derrames pueden contribuir a la persistencia o recurrencia de la fiebre, y aunque son comunes, no requieren tratamiento específico más allá del control de la infección pulmonar subyacente. No se justifica el drenaje en estos casos, ya que suelen resolverse espontáneamente con el tratamiento antibiótico adecuado.
En contraste, el empiema representa una complicación menos frecuente, pero clínicamente más relevante, que ocurre en hasta el cinco por ciento de los casos de neumonía neumocócica. Se trata de una colección purulenta en el espacio pleural, resultado de la invasión directa por microorganismos. Su diferenciación respecto al derrame simpático es esencial, y se basa tanto en criterios clínicos como microbiológicos. En el caso del empiema, el análisis del líquido pleural revela la presencia de bacterias en la tinción de Gram o cultivos positivos para Streptococcus pneumoniae, además de características bioquímicas sugestivas como un pH bajo, niveles elevados de lactato deshidrogenasa y glucosa disminuida. A diferencia del derrame estéril, el empiema rara vez se resuelve únicamente con tratamiento antibiótico, y suele requerir drenaje mediante toracocentesis o colocación de un tubo pleural para lograr su resolución y prevenir secuelas como el engrosamiento pleural o la formación de loculaciones.
Otras complicaciones menos comunes pero potencialmente graves incluyen la pericarditis neumocócica, una inflamación del pericardio que puede conducir a la acumulación de líquido en el saco pericárdico. Cuando este líquido alcanza volúmenes significativos o se acumula rápidamente, puede comprimir el corazón y causar taponamiento cardíaco, una emergencia médica que compromete la función hemodinámica y requiere intervención inmediata, generalmente mediante pericardiocentesis.
Asimismo, la artritis séptica por Streptococcus pneumoniae es una manifestación infrecuente, pero posible, de diseminación hematógena del patógeno. Suele afectar grandes articulaciones, como la rodilla, y se manifiesta con dolor, inflamación, limitación funcional y fiebre. El tratamiento oportuno con antibióticos y, en muchos casos, el drenaje articular, es esencial para preservar la función articular y evitar secuelas.
La endocarditis neumocócica, aunque rara en la era antibiótica, sigue siendo una complicación de especial interés debido a su gravedad. Esta infección de las válvulas cardíacas afecta predominantemente la válvula aórtica y se presenta a menudo de forma concomitante con neumonía y meningitis. Esta tríada clínica —neumonía, meningitis y endocarditis por Streptococcus pneumoniae— es conocida como la tríada de Austrian o tríada de Osler, y representa una forma particularmente agresiva de la enfermedad neumocócica invasiva. En estos casos, las complicaciones son frecuentes y severas, incluyendo insuficiencia cardíaca debida a disfunción valvular, así como fenómenos embólicos sistémicos que pueden afectar diversos órganos.
Tratamiento
El tratamiento específico de la neumonía neumocócica requiere un enfoque clínico cuidadoso que inicialmente se basa en terapia antimicrobiana empírica, dado que la identificación definitiva del agente causal puede tardar en confirmarse mediante cultivos y pruebas microbiológicas. Esta terapia empírica debe ser ajustada tan pronto como se confirme que Streptococcus pneumoniae es el patógeno responsable, tomando en cuenta el contexto clínico del paciente, los patrones locales de resistencia a la penicilina y la susceptibilidad del aislamiento bacteriano específico.
En pacientes con neumonía no complicada, definida por una presión arterial de oxígeno mayor a sesenta milímetros de mercurio, ausencia de enfermedades médicas coexistentes y afectación limitada a un solo lóbulo pulmonar sin signos de infección extrapulmonar, el manejo puede realizarse en el ámbito ambulatorio. En estos casos, cuando la cepa de neumococo es susceptible a la penicilina, se recomienda amoxicilina administrada por vía oral en una dosis de setecientos cincuenta miligramos dos veces al día durante un período de siete a diez días. Otra opción terapéutica son las cefalosporinas orales, como cefpodoxima a doscientos miligramos dos veces al día, que también muestran eficacia en el tratamiento de esta infección.
Para pacientes con alergia documentada a la penicilina, existen alternativas válidas que incluyen macrólidos como azitromicina, administrada en una dosis inicial de quinientos miligramos el primer día, seguida de doscientos cincuenta miligramos durante los cuatro días restantes. Otra alternativa es la doxiciclina, con una dosis de cien miligramos dos veces al día durante siete días. También se puede considerar el uso de fluoroquinolonas, como levofloxacino, a razón de setecientos cincuenta miligramos diarios por un período de cinco a siete días.
La creciente resistencia de Streptococcus pneumoniae a la penicilina hace imperativo evaluar la susceptibilidad antimicrobiana del aislamiento en cada caso, con el fin de ajustar la terapia de manera adecuada. Durante el tratamiento, es fundamental realizar un seguimiento clínico riguroso para evaluar la respuesta al antibiótico, observando parámetros como la disminución de la tos y la resolución de la fiebre dentro de los primeros dos a tres días posteriores al inicio de la terapia.
En pacientes ambulatorios que presentan comorbilidades de alto riesgo, tales como enfermedades pulmonares crónicas, diabetes mellitus, enfermedades cardíacas o trastorno por consumo de alcohol, se recomienda considerar un tratamiento antimicrobiano más amplio y combinaciones terapéuticas. Estas combinaciones pueden incluir amoxicilina con ácido clavulánico o una cefalosporina junto con doxiciclina o un macrólido, especialmente cuando se sospecha la presencia de bacterias anaerobias u otros microorganismos mixtos asociados al neumococo. Alternativamente, se puede optar por una monoterapia con fluoroquinolonas respiratorias, como levofloxacino o moxifloxacino, las cuales ofrecen una cobertura adecuada no solo contra neumococos sino también contra anaerobios grampositivos y algunos bacilos gramnegativos.
En pacientes hospitalizados con neumonía neumocócica, se recomienda iniciar la terapia antimicrobiana por vía parenteral, generalmente intravenosa, para asegurar una adecuada concentración del medicamento en el organismo y una respuesta clínica más rápida y efectiva. Esta vía se mantiene al menos hasta que el paciente muestre una mejoría clínica evidente, lo cual puede manifestarse por la disminución de la fiebre, mejoría del estado respiratorio y reducción de los síntomas sistémicos.
Uno de los fármacos más utilizados en este contexto es la ceftriaxona, administrada a una dosis de un gramo intravenoso cada veinticuatro horas. Este antibiótico es eficaz contra las cepas de Streptococcus pneumoniae susceptibles a penicilina, definidas como aquellas con una concentración mínima inhibitoria de penicilina menor o igual a dos microgramos por mililitro en muestras no relacionadas con el sistema nervioso central. La ceftriaxona posee un amplio espectro de acción, buena penetración tisular y una farmacocinética favorable para el tratamiento de infecciones respiratorias graves.
En pacientes con alergia grave a la penicilina o en aquellos infectados con cepas de neumococo altamente resistentes a penicilina, la vancomicina constituye la alternativa terapéutica de elección. La dosis habitual es de un gramo intravenoso cada doce horas, ajustándose para alcanzar niveles séricos en el rango terapéutico de quince a veinte microgramos por mililitro en el punto más bajo (nivel de valle), con el fin de maximizar la eficacia y minimizar la toxicidad.
Dado que la neumonía adquirida en la comunidad puede ser causada también por organismos atípicos, como Mycoplasma pneumoniae y Chlamydia pneumoniae, se recomienda la adición de un agente antimicrobiano con actividad contra estos patógenos. En este sentido, se utilizan habitualmente macrólidos, como azitromicina, con una dosis inicial de quinientos miligramos por vía oral el primer día, seguida de doscientos cincuenta miligramos durante los cuatro días siguientes, o doxiciclina, a razón de cien miligramos dos veces al día. Como alternativa, puede emplearse una fluoroquinolona respiratoria, como levofloxacino a setecientos cincuenta miligramos una vez al día, que proporciona cobertura tanto para neumococo como para patógenos atípicos.
La duración total del tratamiento no está completamente establecida, aunque en casos de infecciones no complicadas y con buena respuesta clínica, un periodo de cinco a siete días suele ser suficiente para lograr la curación y evitar recurrencias. Durante este tiempo, es fundamental monitorizar la evolución clínica del paciente para ajustar la terapia en caso de falta de mejoría o complicaciones.
El uso de corticosteroides como adyuvantes en el tratamiento de la neumonía bacteriana adquirida en la comunidad sigue siendo un tema controversial. Aunque algunos estudios sugieren que pueden reducir la inflamación y mejorar ciertos parámetros clínicos, no existe un consenso firme que recomiende su administración rutinaria, debido a posibles efectos adversos y a la falta de evidencia concluyente sobre beneficios a largo plazo.
En los casos de neumonía neumocócica causados por cepas de Streptococcus pneumoniae que no son susceptibles a la penicilina, el manejo terapéutico requiere una consideración especial debido a la frecuente resistencia cruzada que presentan estas bacterias hacia las cefalosporinas, que pertenecen a la misma familia de antibióticos beta-lactámicos. Esta resistencia cruzada limita la eficacia de los tratamientos convencionales basados en beta-lactámicos y obliga a optar por antimicrobianos con mecanismos de acción diferentes.
En estas situaciones, se recomienda el uso de antimicrobianos no beta-lactámicos, entre los que destacan la vancomicina y ciertos fluoroquinolonas con actividad mejorada contra bacterias grampositivas. La vancomicina se administra generalmente en dosis de un gramo por vía intravenosa cada doce horas, asegurando niveles terapéuticos adecuados para combatir cepas resistentes. Por otro lado, las fluoroquinolonas respiratorias como el levofloxacino y el moxifloxacino constituyen alternativas viables debido a su amplio espectro y eficacia contra Streptococcus pneumoniae resistente. El levofloxacino puede administrarse a una dosis de setecientos cincuenta miligramos, ya sea por vía intravenosa o oral, una vez al día, mientras que el moxifloxacino se utiliza a una dosis de cuatrocientos miligramos con la misma frecuencia y vías de administración.
Además, es importante destacar que las cepas resistentes a penicilina pueden presentar también resistencia a otros grupos antimicrobianos comúnmente usados, como los macrólidos y la combinación de trimetoprima con sulfametoxazol. Por esta razón, resulta fundamental realizar pruebas de susceptibilidad específicas antes de iniciar el tratamiento con estos agentes, para evitar la administración de terapias ineficaces que podrían favorecer la persistencia o agravamiento de la infección.
En particular, todos los aislamientos obtenidos de sangre y líquido cefalorraquídeo deben ser rigurosamente evaluados para determinar su sensibilidad o resistencia a la penicilina, dado que estas muestras reflejan infecciones invasivas con alto riesgo y requieren una terapia adecuada y oportuna para mejorar el pronóstico.

Fuente y lecturas recomendadas:
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