Ahogamiento
Ahogamiento

Ahogamiento

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que el ahogamiento representa la tercera causa principal de muerte por lesiones no intencionales a nivel mundial. Desde un enfoque médico y científico, el ahogamiento se entiende como cualquier proceso en el cual una persona experimenta una alteración en la función respiratoria como resultado de la inmersión o sumersión en un medio líquido. Esta interrupción respiratoria puede tener consecuencias fisiopatológicas graves, entre ellas la asfixia, que puede originarse por la aspiración de líquido a las vías respiratorias o por un espasmo de la laringe que impide la entrada de aire.

El ahogamiento puede generar una cascada de eventos clínicos como hipoxemia (deficiencia de oxígeno en la sangre), hipotermia (descenso peligroso de la temperatura corporal), acidemia (acumulación de ácido en la sangre), e incluso desencadenar coagulopatías como la coagulación intravascular diseminada, que puede resultar en hemorragias. Estas complicaciones reflejan el carácter potencialmente letal de este proceso fisiopatológico.

Los desenlaces clínicos asociados al ahogamiento son muy variables. Algunas personas pueden sobrevivir sin secuelas evidentes, mientras que otras pueden presentar morbilidad significativa o fallecer. Es importante destacar que los síntomas no siempre son inmediatos. En ocasiones, un individuo puede parecer recuperado tras el incidente inicial, pero posteriormente experimentar un deterioro progresivo que culmine en una insuficiencia respiratoria aguda dentro de las 12 a 24 horas posteriores. Esta evolución clínica insidiosa subraya la importancia del monitoreo médico intensivo incluso en casos aparentemente leves.

El ahogamiento constituye una causa importante de mortalidad infantil en todo el mundo, y lo más alarmante es que se trata de una condición altamente prevenible en todas las etapas de la vida. La adopción de medidas educativas y de seguridad—como la supervisión constante de menores en entornos acuáticos, el aprendizaje de técnicas de natación y resucitación, y la implementación de barreras físicas en piscinas—puede reducir significativamente el riesgo.

Por todo lo anterior, es fundamental que los profesionales de la salud desempeñen un papel activo en la prevención, educando a los pacientes, familias y comunidades sobre los factores de riesgo, las medidas de protección y la importancia de una intervención temprana ante cualquier evento de inmersión. La prevención del ahogamiento no solo salva vidas, sino que también evita consecuencias neurológicas devastadoras derivadas de la hipoxia cerebral prolongada.

 

Manifestaciones clínicas

La presentación clínica de una persona que ha sufrido un episodio de inmersión o sumersión en un medio líquido puede ser sumamente variable, abarcando desde un estado completamente asintomático hasta un cuadro de compromiso sistémico severo con signos vitales profundamente alterados. Esta variabilidad se debe a múltiples factores fisiológicos y ambientales, tales como la duración de la inmersión, la temperatura del agua, la cantidad de líquido aspirado, y las condiciones de salud previas del individuo.

Entre los signos y síntomas más comunes se encuentra la dificultad respiratoria, resultado de la obstrucción parcial o total de las vías aéreas, ya sea por líquido, espasmo laríngeo o edema pulmonar. Algunos pacientes pueden presentar trismo, una contracción involuntaria y sostenida de los músculos de la mandíbula que puede dificultar la apertura bucal y complicar las maniobras de ventilación asistida. El dolor torácico puede deberse a esfuerzo respiratorio intenso, barotrauma o daño pulmonar directo por aspiración.

Las alteraciones del ritmo cardíaco, conocidas como disritmias, pueden aparecer como consecuencia de la hipoxemia, el desequilibrio ácido-base o la hipotermia. Esta última, además de ser una consecuencia directa de la exposición prolongada al agua fría, agrava la disfunción metabólica y cardiovascular. La hipotensión también puede presentarse, resultado de una combinación de vasodilatación periférica, disfunción miocárdica y disminución del retorno venoso.

La presencia de cianosis —coloración azulada de la piel y las mucosas— indica una oxigenación inadecuada de la sangre, reflejando un estado de hipoxia tisular grave. En algunos casos, puede observarse la expulsión de una espuma rosada por la boca y la nariz, un hallazgo clínico característico del edema pulmonar, que señala la acumulación de líquido en los alvéolos y una alteración severa en el intercambio gaseoso.

A nivel neurológico, el paciente puede manifestar cefalea, déficits motores o sensoriales, y un nivel de conciencia alterado, desde somnolencia leve hasta coma. Estas manifestaciones reflejan el grado de hipoxia cerebral sufrida durante el episodio, así como posibles complicaciones secundarias como el edema cerebral o el daño neuronal irreversible.

Exámenes diagnósticos

En el contexto de un episodio de ahogamiento, las alteraciones metabólicas y respiratorias que se producen a nivel sistémico pueden tener consecuencias clínicas significativas, incluso cuando los signos iniciales parecen leves o engañosamente benignos. Una de las alteraciones más frecuentemente observadas en estos pacientes es la acidosis metabólica, la cual refleja un desequilibrio profundo en el estado ácido-base del organismo como consecuencia de la hipoxia tisular prolongada.

Durante el proceso de inmersión con compromiso respiratorio, se interrumpe el intercambio adecuado de oxígeno y dióxido de carbono en los pulmones. Esto genera una disminución de la presión parcial de oxígeno en sangre arterial (PaO₂), lo que compromete la oxigenación de los tejidos. Al mismo tiempo, la presión parcial de dióxido de carbono (PaCO₂) puede estar aumentada debido a hipoventilación, aunque en algunos casos puede encontrarse disminuida por hiperventilación compensatoria o maniobras de resucitación. Sin embargo, el dato más constante es una reducción en el pH sanguíneo, indicativa de acidosis, producto tanto del acúmulo de dióxido de carbono como del aumento de metabolitos ácidos secundarios a la hipoperfusión y a la anaerobiosis celular.

Dado que las manifestaciones clínicas tempranas pueden no reflejar de forma precisa la magnitud de la lesión interna, el análisis de gases en sangre arterial constituye una herramienta diagnóstica esencial. Este estudio permite evaluar con objetividad el estado de oxigenación, ventilación y equilibrio ácido-base del paciente, y contribuye a establecer el pronóstico y a orientar decisiones terapéuticas inmediatas, tales como la necesidad de soporte ventilatorio avanzado o la corrección urgente de desequilibrios metabólicos.

Adicionalmente, es fundamental realizar una medición rápida de la glucosa capilar en el entorno clínico inmediato. La hipoglucemia o hiperglucemia pueden presentarse como resultado del estrés fisiológico, de alteraciones en el metabolismo o como reflejo de patologías preexistentes que influyen en la respuesta al evento de inmersión. La identificación temprana de estas alteraciones permite intervenir de manera oportuna y mejorar las probabilidades de una recuperación neurológica favorable.

Las pruebas complementarias adicionales deben seleccionarse según el contexto clínico individual. Estas pueden incluir estudios de imagen para descartar lesiones asociadas, análisis de electrolitos, función renal y hepática, biomarcadores cardíacos, entre otros.

 

Tratamiento

A. Primeros Auxilios

En el manejo de una persona que ha sufrido un episodio de ahogamiento, la atención inicial en el lugar del incidente es crítica y puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. La intervención temprana con maniobras de soporte vital básico constituye la piedra angular del rescate eficaz, ya que los primeros minutos posteriores a la extracción del agua son determinantes para el pronóstico neurológico y vital del paciente.

1. La prioridad inicial del rescate es iniciar de inmediato el soporte vital básico y la reanimación cardiopulmonar

Una vez que la persona es retirada del agua, la principal preocupación debe ser restablecer la respiración y la circulación lo antes posible. Las maniobras de soporte vital básico, especialmente la apertura de la vía aérea y la ventilación efectiva, son esenciales para revertir la hipoxemia aguda. El oxígeno debe administrarse tan pronto como sea posible, idealmente mediante ventilación asistida con bolsa-válvula-mascarilla. La reanimación cardiopulmonar (RCP) debe iniciarse inmediatamente si la víctima no presenta pulso ni respiración, priorizando siempre las ventilaciones en casos de ahogamiento, debido al componente hipóxico primario de esta emergencia. La restauración de una oxigenación adecuada es el factor pronóstico más importante para prevenir daño cerebral irreversible.

2. Evaluación del paciente: hipotermia, hipoglucemia, enfermedades subyacentes y trauma asociado

Una vez estabilizada la vía aérea y comenzadas las maniobras de reanimación, es imprescindible realizar una evaluación sistemática. La hipotermia es una complicación frecuente, especialmente si la inmersión ha ocurrido en aguas frías o ha sido prolongada. La disminución de la temperatura corporal central puede comprometer la función cardiovascular, neurológica y metabólica, por lo que debe ser identificada y tratada de forma inmediata. Asimismo, debe considerarse la posibilidad de hipoglucemia, especialmente en niños, ancianos o personas con enfermedades metabólicas preexistentes, ya que puede contribuir a la alteración del nivel de conciencia y agravar el cuadro clínico. También es fundamental investigar la presencia de enfermedades médicas concurrentes que pudieron haber precipitado el episodio de inmersión, como arritmias cardíacas, crisis epilépticas o accidentes cerebrovasculares. Además, se debe evaluar la existencia de traumatismos asociados, especialmente en casos de caídas, accidentes acuáticos o inmersiones forzadas, que puedan haber generado lesiones cervicales, torácicas o craneales.

3. No se debe intentar extraer el agua de los pulmones

Un error común y potencialmente peligroso es tratar de “drenar” el agua de los pulmones por métodos como la compresión torácica o el posicionamiento invertido del cuerpo. Estas maniobras no solo son ineficaces, sino que también pueden retrasar las intervenciones realmente útiles como la ventilación asistida y la RCP. La cantidad de agua que realmente permanece en los pulmones después de un episodio de ahogamiento es relativamente pequeña, y el problema fundamental no es su volumen, sino el daño que ha causado a la membrana alveolocapilar, lo que desencadena edema pulmonar y dificulta el intercambio gaseoso. Por tanto, todos los esfuerzos deben centrarse en restablecer la oxigenación adecuada mediante respiración artificial y oxigenoterapia, y no en intentar eliminar el agua aspirada.

4. Continuar la reanimación y el soporte vital básico hasta que la temperatura corporal central alcance al menos 32 °C

En situaciones de ahogamiento con hipotermia significativa, es fundamental mantener las maniobras de reanimación durante más tiempo del habitual. La hipotermia puede reducir el metabolismo celular y, paradójicamente, ofrecer cierta protección neurológica frente a la hipoxia, pero también puede inducir bradicardia extrema, arritmias o incluso un paro cardiorrespiratorio. Sin embargo, mientras la temperatura corporal central no haya alcanzado los 32 °C, no se debe declarar la muerte del paciente ni suspender los esfuerzos de resucitación, dado que es posible revertir el paro si se consigue una adecuada recalentación progresiva. Esta recomendación se basa en el principio de que “nadie está muerto hasta estar caliente y muerto” (“no one is dead until they are warm and dead”), que refleja la posibilidad de recuperación incluso en estados de hipotermia profunda si se brinda un soporte adecuado y continuo.

B. Manejo Posterior al Rescate

El tratamiento médico de una víctima de ahogamiento no concluye con el rescate y la estabilización inicial. El manejo posterior es igualmente crucial, ya que múltiples complicaciones pueden desarrollarse de forma progresiva, incluso en pacientes que inicialmente parecen clínicamente estables. Un abordaje sistemático y vigilante es indispensable para minimizar la morbilidad y mejorar los desenlaces a corto y largo plazo.

1. Garantizar una ventilación y oxigenación óptimas

Incluso en pacientes que están conscientes y presentan un patrón respiratorio aparentemente normal, puede existir una hipoxemia significativa y silente. Esto se debe a la alteración de la función alveolar secundaria a la aspiración de agua, la cual daña la membrana alveolocapilar, genera edema pulmonar y reduce la capacidad de intercambio gaseoso. Por ello, la administración inmediata de oxígeno suplementario a la máxima concentración disponible es esencial, con el objetivo de mantener una saturación de oxígeno igual o superior al 90 por ciento.

Es fundamental realizar evaluaciones clínicas frecuentes y repetidas, ya que el cuadro pulmonar puede evolucionar en cuestión de horas. La radiografía de tórax (CXR) debe utilizarse como herramienta de monitoreo para detectar complicaciones como la neumonitis química (inflamación pulmonar por aspiración), atelectasias (colapso parcial del tejido pulmonar) y edema pulmonar. Si el paciente presenta sibilancias, los broncodilatadores inhalados pueden ser útiles para mejorar la ventilación, particularmente en aquellos con antecedentes de asma o reactividad bronquial. Además, puede ser necesaria la colocación de una sonda nasogástrica para la descompresión del estómago, ya que la ingestión involuntaria de agua y aire durante el episodio puede distender el abdomen, elevando el diafragma y dificultando la expansión pulmonar.

2. Apoyo cardiovascular

El estado hemodinámico del paciente debe ser monitorizado de forma continua. Durante y después del ahogamiento, pueden presentarse alteraciones del volumen intravascular, ya sea por pérdida de líquidos, vasodilatación inducida por la hipotermia, o disfunción miocárdica secundaria a hipoxia. El tratamiento puede incluir la administración de líquidos intravenosos para restaurar el volumen circulante, así como el uso de agentes vasopresores si la presión arterial se mantiene baja a pesar del reemplazo hídrico. En casos donde haya sobrecarga de volumen o edema pulmonar significativo, el empleo de diuréticos puede ser necesario. Cada intervención debe ajustarse cuidadosamente a la condición clínica del paciente y a los resultados de monitoreo invasivo o no invasivo.

3. Corrección de alteraciones del pH sanguíneo y de los electrolitos

La acidosis metabólica es una hallazgo común en víctimas de ahogamiento, como consecuencia de la hipoxia tisular y el metabolismo anaerobio. Sin embargo, esta alteración suele corregirse de forma espontánea cuando se logra una oxigenación y ventilación adecuadas. En algunos casos más graves, puede ser necesaria la administración de bicarbonato, aunque esta decisión debe basarse en criterios clínicos estrictos. El monitoreo frecuente de los electrolitos séricos también es esencial, ya que pueden presentarse trastornos como hiponatremia, hiperkalemia o hipocalcemia, especialmente si el agua aspirada era dulce o salada. Asimismo, el control de la glucemia es importante, ya que tanto la hipoglucemia como la hiperglucemia pueden influir negativamente en el pronóstico neurológico. La normoglucemia debe ser mantenida mediante el monitoreo frecuente y la intervención terapéutica oportuna.

4. Lesión cerebral y medular

A pesar de una aparente estabilización inicial del estado respiratorio y circulatorio, el sistema nervioso central puede sufrir daño progresivo debido a la hipoxia sufrida durante la inmersión. La encefalopatía hipóxica puede manifestarse con alteraciones del estado de conciencia, convulsiones, déficits neurológicos focales o coma. Además, si el ahogamiento fue causado por una caída o impacto, debe considerarse la posibilidad de lesión cervical o medular, por lo que se recomienda mantener la inmovilización espinal hasta que se descarte completamente cualquier lesión traumática. La monitorización neurológica debe ser constante, y en casos de deterioro neurológico se deben solicitar estudios de imagen como tomografía computarizada o resonancia magnética cerebral.

5. Hipotermia

La medición de la temperatura corporal central es obligatoria en todos los pacientes, ya que la exposición al agua —especialmente si es fría— puede inducir hipotermia, que a su vez agrava la disfunción cardiovascular y neurológica. La hipotermia leve puede tratarse con recalentamiento pasivo (mantas, ambiente cálido), pero en casos moderados a severos se requiere recalentamiento activo externo (almohadillas térmicas, aire caliente forzado) o incluso recalentamiento interno mediante fluidos tibios intravenosos, humidificación de oxígeno caliente o lavado peritoneal o torácico con soluciones calientes. El tratamiento debe ser gradual para evitar complicaciones como la hipotensión por vasodilatación abrupta.

Prevención

El ahogamiento representa un problema de salud pública de gran magnitud a nivel mundial, con una alta carga de morbilidad y mortalidad que afecta de manera desproporcionada a poblaciones vulnerables como niños, adolescentes y personas con acceso limitado a educación en seguridad acuática. Dado que se trata de un evento en su mayoría prevenible, la implementación de estrategias efectivas de educación y prevención resulta esencial para mitigar su impacto.

Desde una perspectiva epidemiológica y clínica, el ahogamiento no ocurre de manera aleatoria, sino como resultado de una interacción compleja entre factores individuales, ambientales y conductuales que aumentan la probabilidad de exposición al riesgo. En este contexto, la prevención debe abordarse de manera integral, con intervenciones adaptadas a diferentes niveles de vulnerabilidad y entornos acuáticos.

Uno de los factores más relevantes que contribuye a las lesiones por inmersión es el consumo de alcohol, psicotrópicos y otras sustancias que alteran el estado de conciencia, la coordinación motora y el juicio. Estas sustancias pueden interferir gravemente con la capacidad de respuesta ante emergencias acuáticas, tanto en quienes nadan como en quienes supervisan. Su presencia en contextos recreativos acuáticos —como playas, piscinas o embarcaciones— incrementa exponencialmente el riesgo de accidentes.

La falta de habilidades básicas en seguridad acuática, como la incapacidad para nadar o flotar, constituye otro factor determinante en la ocurrencia de ahogamientos, especialmente entre niños y adultos que nunca han recibido instrucción formal en natación. La promoción del aprendizaje temprano de estas destrezas, junto con la educación sobre cómo actuar ante situaciones de peligro, es una medida preventiva altamente eficaz.

También debe considerarse el estado de salud general de la persona. Individuos con enfermedades crónicas, como epilepsia, trastornos cardíacos o limitaciones físicas, tienen un riesgo significativamente mayor de sufrir lesiones por inmersión, particularmente si se encuentran en entornos acuáticos sin supervisión adecuada. La hiperventilación previa a la inmersión, a menudo utilizada por nadadores para prolongar la apnea, puede inducir una disminución crítica de dióxido de carbono, lo que retrasa la sensación de urgencia respiratoria y facilita la pérdida de conciencia bajo el agua.

Asimismo, episodios de enfermedad aguda, traumatismos súbitos (como lesiones cervicales por zambullidas en aguas poco profundas), o condiciones médicas impredecibles pueden provocar una incapacidad repentina para mantenerse a flote, lo que requiere estrategias de vigilancia y asistencia inmediata.

Factores ambientales también desempeñan un papel crucial. Entre ellos destacan las condiciones peligrosas del agua, como corrientes fuertes, temperaturas extremas, oleaje elevado o visibilidad limitada, así como peligros estructurales como la ausencia de cercas o coberturas seguras en piscinas residenciales. Estos elementos pueden convertir un entorno aparentemente seguro en un espacio de alto riesgo si no se toman medidas preventivas apropiadas.

Por lo tanto, las acciones preventivas deben ser múltiples y coordinadas: educación comunitaria, regulación de entornos acuáticos, promoción de la supervisión activa por parte de adultos entrenados, implementación de barreras físicas en piscinas, enseñanza de primeros auxilios y reanimación cardiopulmonar, y campañas de concienciación sobre el riesgo del uso de sustancias en actividades acuáticas.

Pronóstico

El pronóstico de un paciente que ha sufrido un episodio de ahogamiento está estrechamente vinculado con la duración de la inmersión, siendo favorable cuando esta es menor a cinco minutos. A medida que el tiempo de submersión se prolonga, las probabilidades de un desenlace adverso aumentan significativamente. Este fenómeno se explica principalmente por la progresiva hipoxia cerebral y sistémica que se genera durante la falta de oxígeno, la cual provoca daño tisular irreversible si no se revierte en un tiempo crítico.

El daño respiratorio resultante de la inmersión suele ser intenso y puede evolucionar en las horas posteriores al evento. La lesión en el tejido pulmonar es consecuencia de la aspiración de líquido, la inflamación alveolar y el desarrollo de edema pulmonar, lo que dificulta la oxigenación adecuada. No obstante, con la implementación oportuna y adecuada de medidas de soporte respiratorio, como la ventilación mecánica y la oxigenoterapia, muchos pacientes pueden mostrar una mejoría rápida durante los primeros días posteriores al ahogamiento, reflejando la capacidad de recuperación pulmonar cuando se mantienen las condiciones adecuadas.

Sin embargo, las secuelas a largo plazo pueden ser importantes y variadas. Entre ellas destacan las alteraciones neurológicas, que pueden manifestarse como déficits cognitivos, trastornos motores o epilepsia secundaria a la lesión hipóxica cerebral. Además, es posible que se presenten daños persistentes en el sistema pulmonar o en la función cardíaca, resultado de la lesión inflamatoria y del estrés hemodinámico experimentado durante el episodio.

El pronóstico global de estos pacientes no depende únicamente del tiempo de inmersión, sino también de múltiples factores clínicos y contextuales. La edad del paciente es un elemento crucial, dado que los extremos de la vida —niños pequeños y adultos mayores— presentan mayor vulnerabilidad a las complicaciones. La rapidez con la que se inician las maniobras de resucitación antes de la llegada al hospital y el traslado oportuno a un centro médico especializado son determinantes fundamentales para minimizar el daño cerebral y sistémico. Asimismo, la evaluación clínica al ingreso, que incluye la valoración del nivel de conciencia mediante la escala de Glasgow, la reactividad pupilar y la condición general del paciente, ofrece información valiosa sobre el pronóstico inmediato y la gravedad del compromiso neurológico.

Escalas integrales como el APACHE II, que consideran múltiples parámetros fisiológicos y clínicos, permiten estimar el riesgo de mortalidad y la severidad de la enfermedad, contribuyendo a la planificación del manejo terapéutico y a la comunicación con el equipo multidisciplinario.

 

 

Homo medicus

 


 

Guías de estudio. Homo medicus.
Guías de estudio. Homo medicus.

¡Gracias por visitarnos!

Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Jerome D. Just the facts: drowning. CJEM. 2022;24:263. [PMID: 35129831]
  2. Meddings DR et al. Drowning prevention: turning the tide on a leading killer. Lancet Public Health. 2021;6:e692. [PMID: 34310906]
  3. Szpilman D et al. Management for the drowning patient. Chest. 2021;159:1473. [PMID: 33065105]
Síguenos en X: @el_homomedicus  y @enarm_intensivo  Síguenos en instagram: homomedicus  y en Treads.net como: Homomedicus  

🟥     🟪     🟨     🟧     🟩     🟦

¿De cuánta utilidad te ha parecido este contenido?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

Ya que has encontrado útil este contenido...

¡Sígueme en los medios sociales!

Si te fue útil este resumen, compártelo por favor!