Anticoagulantes orales para enfermedad tromboembólica venosa

Anticoagulantes orales para enfermedad tromboembólica venosa
Anticoagulantes orales para enfermedad tromboembólica venosa

Anticoagulantes orales de acción directa

Los anticoagulantes orales de acción directa, conocidos como anticoagulantes orales directos, han ganado amplia aceptación en el tratamiento de la trombosis venosa profunda aguda y la embolia pulmonar debido a varias ventajas clave sobre los anticoagulantes tradicionales, como la warfarina. Estos medicamentos incluyen dabigatrán, rivaroxabán, apixabán y edoxabán, los cuales se caracterizan por tener un efecto de dosis predecible, una menor cantidad de interacciones medicamentosas, un inicio rápido de acción y la ventaja de no requerir monitoreo laboratorial rutinario. Estas propiedades hacen que los anticoagulantes orales directos sean más convenientes y fáciles de manejar en comparación con los anticoagulantes tradicionales, lo que contribuye a su creciente preferencia en la práctica clínica.

En términos de eficacia, dabigatrán, rivaroxabán, apixabán y edoxabán están aprobados para el tratamiento de la trombosis venosa profunda y la embolia pulmonar aguda. Rivaroxabán y apixabán pueden utilizarse como monoterapia, es decir, pueden ser administrados de forma independiente sin la necesidad de un anticoagulante parenteral inicial. En cambio, dabigatrán y edoxabán requieren que el paciente reciba un período de anticoagulación parenteral (generalmente con heparina de bajo peso molecular o heparina no fraccionada) durante 5 a 10 días antes de ser iniciado el tratamiento con el anticoagulante oral. Esta fase de anticoagulación parenteral es necesaria porque dabigatrán y edoxabán no poseen un inicio de acción inmediato como rivaroxabán y apixabán, por lo que se debe asegurar una anticoagulación adecuada durante los primeros días de tratamiento.

A diferencia de la warfarina, que requiere un control constante de los niveles de coagulación mediante la monitorización del índice internacional normalizado (INR) y a menudo necesita un periodo de solapamiento con heparinas para alcanzar niveles terapéuticos, los anticoagulantes orales directos no requieren este tipo de monitoreo. Esto se debe a que los DOACs tienen un inicio de acción rápido y un efecto anticoagulante predecible, lo que elimina la necesidad de ajustar la dosis basándose en pruebas de laboratorio. Este aspecto simplifica significativamente el manejo del tratamiento y mejora la adherencia de los pacientes.

En cuanto a la seguridad, los anticoagulantes orales directos han demostrado ser no inferiores a la warfarina y a las heparinas de bajo peso molecular en la prevención de la trombosis venosa profunda recurrente y la embolia pulmonar recurrente. De hecho, tanto rivaroxabán como apixabán han mostrado un menor riesgo de hemorragia en comparación con el tratamiento convencional con warfarina y un puente con heparina de bajo peso molecular. Esto es particularmente relevante, ya que la hemorragia es una de las principales complicaciones asociadas con la anticoagulación. En general, los DOACs presentan un perfil de seguridad favorable, con menos interacciones farmacológicas y un riesgo de hemorragia más bajo en comparación con los anticoagulantes tradicionales.

A pesar de sus ventajas, la selección del anticoagulante oral directo adecuado debe ser individualizada y basada en una evaluación clínica completa. Factores como la función renal del paciente, el uso concomitante de otros medicamentos, las indicaciones clínicas específicas, el costo del tratamiento y la adherencia del paciente al régimen de medicación deben ser considerados al elegir el agente más adecuado. La función renal es especialmente importante porque algunos de los DOACs, como el dabigatrán y el rivaroxabán, se eliminan en gran parte a través de los riñones, por lo que la insuficiencia renal puede requerir ajustes en la dosis o incluso la elección de un tratamiento alternativo.

En pacientes hospitalizados con inestabilidad clínica o fluctuaciones en la función renal o hepática, los anticoagulantes parenterales como las heparinas de bajo peso molecular o la heparina no fraccionada pueden ser preferibles como terapia inicial. Esto se debe a que estos anticoagulantes parenterales permiten un control más cercano y flexible en situaciones de cambio rápido en el estado clínico del paciente, como en casos de insuficiencia renal aguda, alto riesgo de sangrado o cuando se anticipa la necesidad de trombólisis. En estos casos, el uso de heparinas parenterales permite una reversibilidad más inmediata y un ajuste más fino del tratamiento en función de las condiciones del paciente.

 

Warfarina

El uso de warfarina como anticoagulante oral en el tratamiento de la trombosis venosa profunda o la embolia pulmonar requiere un enfoque cuidadosamente controlado, dado el riesgo inherente de sangrado asociado con su administración. Cuando se elige la warfarina, debe iniciarse junto con un anticoagulante parenteral (como heparina de bajo peso molecular o heparina no fraccionada), que se continuará hasta que el índice internacional normalizado (INR, por sus siglas en inglés) alcance el rango terapéutico adecuado, lo cual generalmente ocurre después de un período de 5 a 7 días. Esta combinación de anticoagulantes tiene como objetivo garantizar que el paciente esté adecuadamente anticoagulado desde el principio, dado que la warfarina no tiene un efecto inmediato y se necesita tiempo para alcanzar un equilibrio estable en su acción.

La dosificación inicial de warfarina es generalmente de 5 miligramos diarios, aunque se deben considerar dosis más bajas en ciertos grupos de pacientes. En individuos mayores, pacientes con hipertiroidismo, insuficiencia cardíaca, enfermedad hepática, antecedentes de cirugía mayor reciente, malnutrición, o aquellos con polimorfismos genéticos en los genes CYP2C9 o VKORC1 (que influyen en la metabolización de la warfarina), se debe reducir la dosis inicial a 2.5 miligramos diarios. Estos factores aumentan la sensibilidad del paciente a la warfarina, lo que incrementa el riesgo de efectos adversos, particularmente el sangrado. Por otro lado, los pacientes con un índice de masa corporal (IMC) elevado, hipotiroidismo o aquellos que están tomando medicamentos que inducen el metabolismo de la warfarina, como el rifampicina, pueden requerir dosis iniciales más altas, típicamente de 7.5 miligramos diarios, debido a que estos factores disminuyen la efectividad de la warfarina.

Durante el tratamiento inicial, el seguimiento cercano del INR es crucial. En pacientes hospitalizados, los ajustes en la dosis deben basarse en los resultados diarios del INR, mientras que en pacientes ambulatorios, es recomendable realizar mediciones al menos cada dos semanas durante los primeros días del tratamiento. Con el objetivo de mejorar la precisión en la dosificación inicial, existen calculadoras en línea de dosificación de warfarina que incorporan tanto factores clínicos como genéticos, lo que puede ayudar a los clínicos a determinar la dosis adecuada para cada paciente.

La razón detrás de este seguimiento intensivo es que la warfarina actúa inhibiendo la vitamina K, que es esencial para la síntesis de ciertos factores de coagulación dependientes de vitamina K, como los factores II (protrombina), VII, IX y X. El efecto completo de la warfarina en la coagulación no es inmediato, ya que toma un promedio de cinco días para lograr una reducción sostenida en la actividad de estos factores de coagulación. Por lo tanto, durante este período de ajuste, es esencial continuar con la anticoagulación parenteral hasta que el INR alcance valores terapéuticos estables, generalmente superiores a 2.0, lo cual indica que la warfarina ha alcanzado su efecto anticoagulante adecuado.

Una vez que el paciente ha sido estabilizado y se ha alcanzado un INR dentro del rango terapéutico, el monitoreo de INR debe realizarse al menos cada seis semanas para asegurar que los niveles de anticoagulación se mantengan dentro de los límites adecuados. Los ajustes en la dosis de warfarina deben realizarse de acuerdo con las guías clínicas y, en general, se debe procurar que los pacientes pasen una mayor proporción de su tiempo dentro del rango terapéutico. Esto es importante porque mantener el INR dentro de este rango se ha asociado con mejores resultados clínicos y una menor incidencia de complicaciones, como las hemorragias.

En cuanto a la gestión de los niveles supraterapéuticos de INR, cuando el INR supera el rango terapéutico recomendado (generalmente más de 3.0), se deben seguir las guías basadas en evidencia para minimizar el riesgo de hemorragias graves. Estas estrategias incluyen la reducción de la dosis de warfarina, la suspensión temporal del tratamiento o el uso de vitamina K en dosis controladas, dependiendo de la magnitud del aumento del INR y del riesgo de sangrado del paciente.

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
  2. Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
  3. Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.

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