El envejecimiento ejerce un impacto profundo y multifactorial sobre el sistema cardiovascular, manifestándose a nivel estructural, funcional y eléctrico del corazón y de los grandes vasos. Aunque la función sistólica del ventrículo izquierdo tiende a mantenerse relativamente estable entre los veinte y los ochenta años, se observa un engrosamiento progresivo de la pared ventricular. Este fenómeno, conocido como hipertrofia ventricular concéntrica, tiene repercusiones significativas en la mecánica diastólica del corazón: el llenado inicial del ventrículo durante la diástole disminuye aproximadamente un cincuenta por ciento, volviendo el proceso de llenado mucho más dependiente de la contracción auricular. En términos fisiológicos, esto significa que el ventrículo pierde parte de su capacidad de relajación y de acomodación pasiva, lo que puede predisponer a congestión venosa y síntomas de insuficiencia cardíaca, incluso cuando la función contráctil se mantiene normal.
Paralelamente, los vasos sanguíneos sufren cambios estructurales importantes con la edad. La rigidez de la aorta y de las arterias periféricas aumenta de manera progresiva debido a la pérdida de elasticidad de la pared arterial, la deposición de colágeno y la reducción de fibras elásticas. Este endurecimiento vascular eleva la presión sistólica y contribuye al desarrollo de insuficiencia cardíaca con fracción de eyección preservada, fenómeno cada vez más prevalente en adultos mayores. Si bien la aterosclerosis sigue siendo la principal causa de cardiopatía sintomática en esta población, el envejecimiento por sí mismo genera una carga hemodinámica que sobrecarga al ventrículo izquierdo, aun en ausencia de enfermedad coronaria significativa.
El sistema de conducción cardíaco también se ve afectado de manera notable. La pérdida progresiva de células marcapaso del nodo sinusal, que puede alcanzar hasta un noventa por ciento a los ochenta años, se traduce en una reducción de la frecuencia cardíaca en reposo y en la capacidad de aumentar la frecuencia durante el ejercicio. Además, la degeneración del sistema de conducción facilita la aparición de arritmias, particularmente fibrilación auricular, cuya prevalencia en ancianos se aproxima al cuatro por ciento y puede afectar hasta un tercio de los pacientes después de intervenciones quirúrgicas.
Las válvulas cardíacas experimentan cambios degenerativos que incluyen engrosamiento, fibrosis y calcificación. Estas alteraciones aumentan la rigidez valvular y predisponen al desarrollo de estenosis aórtica y calcificación del anillo mitral, condiciones que con frecuencia se acompañan de soplos audibles al examen clínico. Estos fenómenos reflejan no solo la pérdida de funcionalidad mecánica de las válvulas, sino también su contribución al incremento de la poscarga ventricular y a la complejidad hemodinámica característica del corazón envejecido.
Con el envejecimiento, la aorta y las arterias principales experimentan un endurecimiento progresivo de sus paredes, debido a la pérdida de elasticidad de las fibras elásticas, al incremento de colágeno y a la calcificación parcial de la media arterial. Esta rigidez vascular tiene efectos hemodinámicos claros: durante la sístole, cuando el ventrículo izquierdo expulsa sangre hacia la aorta, la arteria rígida se expande menos, generando un aumento de la presión arterial sistólica. Por el contrario, en diástole, la menor elasticidad impide que la aorta mantenga presión de manera eficiente, lo que puede provocar que la presión diastólica se mantenga estable o incluso disminuya. El resultado es un aumento característico del pulso arterial y un riesgo elevado de sobrecarga ventricular en ancianos, aun en ausencia de enfermedad coronaria evidente.
En pacientes hipertensos de ochenta años o más que son funcionalmente independientes y no presentan comorbilidades significativas, la evidencia respalda tratar la presión arterial siguiendo las pautas actuales para mayores de sesenta y cinco años, buscando un objetivo de presión sistólica menor de ciento cuarenta milímetros de mercurio. Este enfoque se asocia a una disminución de la mortalidad cardiovascular y de todas las causas. Sin embargo, en ancianos frágiles o con enfermedades concomitantes, el tratamiento antihipertensivo debe individualizarse, evaluando cuidadosamente los riesgos y beneficios. De manera importante, en personas con déficit cognitivo, la suspensión de la terapia antihipertensiva no mejora la función cognitiva, el bienestar psicológico ni la capacidad funcional general.
El envejecimiento también afecta la respuesta cardiovascular ante estrés o cambios posturales. La combinación de un llenado ventricular limitado, debido a la rigidez diastólica, y la incapacidad de incrementar adecuadamente la frecuencia cardíaca provoca hipotensión postural en aproximadamente una quinta parte de los adultos mayores. Este fenómeno explica la alta incidencia de caídas y síncopes en ancianos, incluso frente a cargas que serían bien toleradas por individuos más jóvenes. Cuando se superpone enfermedad arterial coronaria, la reserva cardíaca se reduce, aumentando el riesgo de isquemia miocárdica inducida por hipotensión.
En cuanto a la prevención cardiovascular, la hiperlipidemia es frecuente en la población anciana, y las estatinas continúan siendo eficaces para disminuir los episodios de enfermedad coronaria. No obstante, en la prevención primaria en personas mayores de setenta y cinco años, el balance entre beneficio y riesgo puede ser menos favorable debido a efectos adversos específicos del envejecimiento, y su suspensión puede considerarse segura en contextos de enfermedad avanzada o expectativa de vida limitada. De manera similar, el uso de ácido acetilsalicílico en dosis bajas no ofrece ventajas claras en ancianos sanos, ya que los efectos adversos superan los beneficios potenciales.
Las alteraciones cardíacas asociadas a la edad, incluyendo la rigidez ventricular y la disminución de la reserva funcional, son más frecuentes a medida que avanza la edad. El ejercicio físico regular ha demostrado mejorar la resistencia cardiovascular y disminuir la rigidez cardíaca relacionada con el envejecimiento, destacando la importancia de la intervención no farmacológica.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.
