Factores de riesgo para cáncer de mama

Factores de riesgo para cáncer de mama
Factores de riesgo para cáncer de mama

El cáncer de mama es una de las principales causas de morbimortalidad en mujeres a nivel mundial. Cada año, aproximadamente 2.3 millones de mujeres reciben un diagnóstico de esta enfermedad, y se estima que alrededor de 685,000 mueren como consecuencia de ella. Esta estadística refleja el impacto significativo de la patología, que ha superado al cáncer de pulmón como el cáncer no cutáneo más frecuente entre las mujeres. La prevalencia y mortalidad de este tipo de cáncer varían según múltiples factores, como la genética, el entorno y los hábitos de vida, pero la tendencia general a nivel global sigue siendo alarmante, y la identificación de los factores de riesgo juega un papel crucial en la comprensión y manejo de esta enfermedad.

Uno de los factores de riesgo más relevantes para el desarrollo del cáncer de mama es la edad. En términos generales, el riesgo de que una mujer desarrolle este cáncer aumenta con la edad, especialmente a partir de los 40 años. Sin embargo, este riesgo se incrementa de manera notable a medida que la mujer alcanza la década de los 60 años, alcanzando su punto máximo en las mujeres de 70 años. Tras este período, el riesgo tiende a disminuir, aunque sigue existiendo. Este patrón puede explicarse por los cambios hormonales y biológicos que ocurren en el organismo a lo largo de la vida, especialmente la disminución de los niveles de estrógenos postmenopáusicos, lo que puede influir en la tasa de aparición de células malignas en las glándulas mamarias.

En términos de genética, un historial familiar significativo de cáncer de mama o cáncer de ovario puede ser un indicativo de un riesgo elevado. Las mutaciones en los genes supresores de tumores, particularmente en el complejo genético BRCA, son responsables de un porcentaje considerable de los diagnósticos de cáncer de mama. Se estima que entre el 5% y el 10% de los casos de cáncer de mama tienen una base genética, y estas mutaciones pueden heredarse de generación en generación. Las mutaciones en los genes BRCA1 y BRCA2 son las más estudiadas y conocidas, y están asociadas con un riesgo significativamente mayor de desarrollar cáncer de mama y de ovario. En particular, las mujeres portadoras de una mutación en el gen BRCA1, ubicado en el cromosoma 17, tienen aproximadamente un 85% de probabilidad de desarrollar cáncer de mama a lo largo de su vida. Esta tasa es notablemente alta, lo que subraya la importancia de los exámenes y monitoreos frecuentes en mujeres con antecedentes familiares de estos tipos de mutaciones.

Además de BRCA1 y BRCA2, existen otros genes implicados en el aumento del riesgo de cáncer de mama, como el gen de ataxia-telangiectasia (ATM), que juega un papel clave en la reparación del ADN; el gen BARD1, asociado a la regulación de la función de los genes BRCA1 y BRCA2; y otros genes como CHEK2, PALB2, RAD51D, y el gen supresor de tumores p53. Estas mutaciones no solo incrementan el riesgo de cáncer de mama, sino también de otros tipos de cáncer, como los cánceres de ovario, próstata y páncreas. Aunque las mutaciones en estos genes no son tan prevalentes como las de BRCA1 y BRCA2, se reconocen como factores de susceptibilidad importantes.

El conocimiento de estos factores de riesgo genéticos es esencial para la prevención y el tratamiento del cáncer de mama. En mujeres con un historial familiar significativo o con mutaciones genéticas conocidas, el monitoreo regular y las pruebas genéticas pueden ayudar a identificar la presencia de estos riesgos con antelación, permitiendo la implementación de estrategias de prevención personalizadas, como mastectomías preventivas o terapias de bloqueo hormonal, que pueden reducir significativamente las probabilidades de desarrollar la enfermedad.

El historial familiar de cáncer de ovario y peritoneal ha sido identificado como un factor significativo en el aumento del riesgo de cáncer de mama. La razón de este vínculo radica en la predisposición genética compartida, especialmente en los casos en los que hay mutaciones heredadas en los genes que supresores de tumores como BRCA1 y BRCA2. Las mujeres que tienen un familiar cercano, como una madre o hermana, que ha sido diagnosticada con cáncer de ovario o cáncer peritoneal, tienen una mayor probabilidad de compartir estas mutaciones genéticas, lo que eleva su riesgo de desarrollar cáncer de mama. A pesar de que no todas las mujeres con un historial familiar fuerte de cáncer de ovario o peritoneal presentan mutaciones genéticas identificables, el riesgo sigue siendo significativamente mayor que en aquellas que no tienen antecedentes familiares de estas enfermedades. Este aumento de riesgo no se limita únicamente a los cánceres de ovario y peritoneo, sino que también se extiende al cáncer de mama, indicando la existencia de una susceptibilidad genética común que debe ser considerada en la evaluación del riesgo.

Además, incluso en ausencia de mutaciones genéticas detectadas en las pruebas, las mujeres con un historial familiar fuerte de cáncer de mama siguen teniendo un riesgo elevado de desarrollar esta enfermedad. El riesgo varía de acuerdo con el grado de parentesco y el número de familiares afectados. Por ejemplo, una mujer que tiene un familiar de primer grado (madre, hermana o hija) diagnosticado con cáncer de mama tiene el doble de probabilidad de desarrollar la enfermedad en comparación con una mujer sin antecedentes familiares de cáncer de mama. Este riesgo se incrementa aún más si la mujer tiene dos familiares de primer grado diagnosticados con la enfermedad, en cuyo caso el riesgo de desarrollo de cáncer de mama se triplica. Este fenómeno resalta la importancia de los factores hereditarios en la predisposición a esta patología.

El riesgo aumenta aún más si el familiar afectado fue diagnosticado con cáncer de mama a una edad temprana, particularmente si el diagnóstico ocurrió antes de la menopausia. Las mujeres cuya madre o hermana fue diagnosticada con cáncer de mama antes de los 50 años tienen un riesgo significativamente más alto que aquellas con familiares diagnosticados después de esta edad. Además, si el cáncer de mama fue bilateral (es decir, si afectó ambas mamas), esto también se asocia con un mayor riesgo para los familiares de la paciente, lo que sugiere una mayor carga genética en este tipo de casos. Los cánceres bilaterales pueden indicar una mayor predisposición genética a la enfermedad, lo que incrementa las probabilidades de que las mujeres con antecedentes familiares de este tipo de cáncer desarrollen la enfermedad.

Por otro lado, los factores de estilo de vida y reproductivos también juegan un papel relevante en la predisposición al cáncer de mama. Las mujeres que nunca han tenido hijos (nulíparas) o aquellas que tuvieron su primer embarazo a término después de los 30 años presentan un riesgo elevado de desarrollar cáncer de mama. Esto se debe a los efectos prolongados de las hormonas reproductivas sobre las células mamarias, ya que el embarazo y la lactancia inducen cambios en el tejido mamario que lo hacen menos susceptible a la transformación cancerosa. Las mujeres nulíparas, por lo tanto, experimentan una exposición prolongada a los estrógenos, lo que aumenta su riesgo de desarrollar cáncer de mama.

La menarquía temprana, es decir, la llegada de la primera menstruación antes de los 12 años, también se asocia con un mayor riesgo de cáncer de mama. Esto se debe a la mayor exposición a los estrógenos y otros factores hormonales durante un período más largo de la vida reproductiva. De manera similar, la menopausia tardía, cuando ocurre después de los 55 años, también incrementa el riesgo de cáncer de mama, dado que las mujeres continúan produciendo hormonas reproductivas durante más tiempo.

Las mujeres con cáncer de mama positivo a los receptores hormonales (receptor de estrógeno positivo o receptor de progesterona positivo, o ambos) pueden tener un riesgo más elevado en presencia de ciertos factores reproductivos. El cáncer de mama con receptores hormonales positivos responde a las hormonas estrógeno y progesterona, por lo que una exposición prolongada a estas hormonas, como ocurre en las mujeres que tienen una menarquía temprana o una menopausia tardía, aumenta la probabilidad de desarrollar este tipo de cáncer.

Otro factor que ha sido objeto de estudio es el uso de píldoras anticonceptivas orales combinadas, que contienen tanto estrógenos como progestina. Los estudios sugieren que el uso prolongado de estas píldoras puede aumentar ligeramente el riesgo de cáncer de mama, especialmente cuando se utilizan por un largo período de tiempo. Aunque el riesgo parece disminuir después de dejar de tomar las píldoras, se ha observado que el riesgo persiste durante varios años después de interrumpir su uso, lo que implica que los efectos a largo plazo de estas hormonas sobre el tejido mamario pueden contribuir al desarrollo de la enfermedad.

Asimismo, el tratamiento hormonal de reemplazo para mujeres posmenopáusicas, que combina estrógeno y progesterona, también ha sido asociado con un aumento en la incidencia de cáncer de mama. Varios estudios han mostrado que las mujeres que usan esta combinación de hormonas tienen un riesgo mayor de desarrollar cáncer de mama en comparación con aquellas que usan solo estrógeno o que no reciben tratamiento hormonal. El riesgo se considera mayor cuando se administran estas hormonas por períodos prolongados, ya que los efectos acumulativos de la exposición a los estrógenos y la progesterona pueden inducir cambios en las células mamarias que favorecen el desarrollo tumoral.

Un historial previo de radiación en la pared torácica, como el tratamiento utilizado para enfermedades como el linfoma de Hodgkin, aumenta significativamente el riesgo de desarrollar cáncer de mama a largo plazo. La radioterapia dirigida al área del tórax, que a menudo incluye la exposición de los tejidos mamarios a radiación ionizante, puede inducir cambios genéticos y moleculares en las células mamarias que predisponen al cáncer. Esta forma de tratamiento puede dañar el ADN de las células mamarias, provocando mutaciones que afectan la regulación del crecimiento celular y la apoptosis (muerte celular programada), dos procesos clave en la prevención del cáncer. Además, la radiación tiene un efecto acumulativo, lo que significa que el riesgo de cáncer de mama aumenta con el tiempo, manifestándose habitualmente muchos años después de la exposición. Las mujeres que han recibido tratamiento con radioterapia en la pared torácica para linfoma de Hodgkin, por ejemplo, tienen un riesgo particularmente alto de desarrollar cáncer de mama en comparación con la población general, especialmente si la radiación fue administrada a una edad temprana. Este riesgo es particularmente elevado en mujeres que fueron tratadas con radioterapia antes de la menopausia, dado que el tejido mamario está más sensible a los efectos carcinogénicos de la radiación durante los años reproductivos.

En cuanto a los factores de estilo de vida, varios estudios han demostrado que el consumo de alcohol, la alta ingesta dietética de grasas y la falta de ejercicio pueden contribuir al aumento del riesgo de cáncer de mama. El consumo excesivo de alcohol está relacionado con un aumento de los niveles de estrógenos en el cuerpo, lo que puede estimular el crecimiento de tumores en el tejido mamario, especialmente en aquellos que son sensibles a las hormonas. Los mecanismos precisos a través de los cuales el alcohol aumenta el riesgo de cáncer de mama no están completamente entendidos, pero se cree que el alcohol podría interferir con el metabolismo de los estrógenos, alterando su equilibrio y favoreciendo su acción proliferativa sobre las células mamarias. Por otro lado, una dieta rica en grasas saturadas y animales también ha sido asociada con un riesgo elevado de cáncer de mama, aunque los resultados de los estudios son variados. Se piensa que las dietas ricas en grasas pueden afectar la regulación de las hormonas o promover la inflamación crónica, dos factores que podrían facilitar la aparición de células malignas en los tejidos mamarios. Finalmente, la falta de ejercicio físico es un factor de riesgo importante debido a que la actividad física regular está asociada con una reducción de los niveles de estrógenos circulantes, además de promover la salud general del sistema inmune y reducir la inflamación, lo que podría contribuir a la prevención de diversos tipos de cáncer, incluido el de mama.

Condiciones benignas de la mama, la presencia de fibrosis mamaria o cambios fibroquísticos ha sido un tema de interés en la investigación del cáncer de mama. La condición fibroquística de la mama se caracteriza por la presencia de quistes, tejido denso y áreas de fibrosis, lo que puede hacer que las mamas se vuelvan más densas y difíciles de examinar mediante mamografía. Sin embargo, este diagnóstico benigno, por sí solo, no se asocia con un aumento significativo en el riesgo de cáncer de mama. El riesgo de cáncer de mama aumenta en el contexto de cambios fibroquísticos cuando estos se acompañan de alteraciones proliferativas, como la papilomatosis, la hiperplasia epitelial atípica o un aumento en la densidad mamaria en las mamografías. Estos cambios indican una mayor proliferación celular en el tejido mamario, lo que aumenta las probabilidades de que las células puedan volverse malignas en el futuro. En estos casos, la vigilancia y los exámenes periódicos son esenciales para detectar cualquier cambio temprano en el tejido mamario.

Otra circunstancia que aumenta el riesgo de cáncer de mama es el haber tenido cáncer en una mama previamente. Las mujeres que han sido diagnosticadas con cáncer de mama en un seno tienen un mayor riesgo de desarrollar cáncer en el otro seno. Este riesgo contralateral se ha estimado en aproximadamente 1% por año, lo que implica que las mujeres con cáncer de mama deben ser sometidas a un seguimiento más riguroso y a estudios de imagen regulares, como mamografías o resonancias magnéticas, para detectar cualquier signo de cáncer en el otro seno. Este aumento de riesgo podría estar relacionado con factores genéticos compartidos, el tratamiento previo, o el hecho de que ciertas condiciones hormonales que favorecen el cáncer de mama también puedan estar presentes en el otro seno.

En relación con los tipos de cáncer ginecológicos, las mujeres con cáncer del cuerpo uterino, como el cáncer endometrial, tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar cáncer de mama en comparación con la población general. Esta asociación puede deberse a factores hormonales comunes, ya que el cáncer endometrial a menudo está influenciado por un exceso de estrógenos, lo que también puede promover el crecimiento de tumores mamarios. De igual manera, las mujeres que han tenido cáncer de mama tienen un riesgo comparativamente mayor de desarrollar cáncer endometrial, lo que sugiere la existencia de un patrón de susceptibilidad hormonal que aumenta la probabilidad de desarrollar tumores en ambos órganos. Este fenómeno subraya la necesidad de una vigilancia integral que considere tanto el riesgo de cáncer de mama como de otros cánceres ginecológicos en mujeres con antecedentes de uno de estos tipos de cáncer.

Por último, el cáncer de mama tiende a diagnosticarse con mayor frecuencia en mujeres de mayor nivel socioeconómico, lo que podría estar relacionado con factores como el acceso a atención médica de calidad, la realización de mamografías de detección y otros estudios preventivos. Las mujeres con mayores recursos económicos suelen tener acceso más temprano a la detección del cáncer, lo que puede resultar en una mayor tasa de diagnóstico en etapas más tempranas. Además, este grupo puede tener mayor acceso a un estilo de vida saludable y a opciones de tratamiento de vanguardia, lo que influye en la detección precoz y el manejo del cáncer. Sin embargo, esto también refleja disparidades en la salud, ya que en grupos socioeconómicos más bajos puede haber barreras para acceder a la atención médica, lo que a menudo resulta en diagnósticos tardíos.

 

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
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