Los adenovirus constituyen un grupo extenso y diverso de virus de ADN de doble cadena que infectan a humanos y a una amplia variedad de animales. Hasta la fecha, se han identificado al menos 88 serotipos distintos que afectan al ser humano, los cuales se agrupan en siete especies designadas con las letras A hasta la G, conforme a su clasificación taxonómica. Dentro de este amplio espectro, las especies A, B, C y D son las que incluyen los serotipos más patógenos, es decir, aquellos con mayor capacidad para causar enfermedad clínica significativa en humanos.
Cada serotipo de adenovirus puede asociarse con un conjunto específico de manifestaciones clínicas, lo que contribuye a la notable diversidad de síndromes que estos virus pueden provocar. Aproximadamente la mitad de los serotipos conocidos tienen relevancia clínica demostrada, ya que están implicados en enfermedades que afectan diversos sistemas orgánicos, incluidos el respiratorio, gastrointestinal, oftálmico y genitourinario. Esta versatilidad en la expresión clínica obedece en gran medida a la tropismo tisular variable que poseen los distintos serotipos, así como a la respuesta inmunológica del hospedador.
Los adenovirus están ampliamente distribuidos a nivel mundial y su circulación no se limita a una estación específica del año, a diferencia de otros virus respiratorios como el virus de la influenza. Esta distribución perenne permite su transmisión constante, lo que contribuye a su alta prevalencia, especialmente en poblaciones vulnerables. Las infecciones por adenovirus son particularmente frecuentes en lactantes, niños pequeños y reclutas militares. Estos grupos comparten características que facilitan la transmisión, como la convivencia en entornos cerrados, la inmadurez del sistema inmunológico o el estrés físico, lo cual puede favorecer la susceptibilidad a la infección.
Desde el punto de vista epidemiológico, se estima que los adenovirus son responsables de entre el 2 y el 7 por ciento de las infecciones respiratorias virales en la infancia, así como del 5 al 11 por ciento de los casos de neumonía y bronquiolitis virales, lo que evidencia su relevancia como patógenos respiratorios. Aunque en la mayoría de los casos estas infecciones son leves, autolimitadas o incluso clínicamente inaparentes, pueden evolucionar de forma grave en determinados contextos clínicos.
La morbilidad y mortalidad asociadas a la infección por adenovirus se acentúan en pacientes inmunocomprometidos. Esto incluye a personas con infección por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), enfermedades pulmonares crónicas como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), y a quienes han recibido trasplantes de órganos sólidos, trasplantes de células madre hematopoyéticas, cirugía cardíaca o tratamiento con quimioterapia citotóxica. En estos pacientes, el virus puede producir infecciones sistémicas graves, persistentes o reactivaciones virales, comprometiendo múltiples órganos y sistemas. Además, en los últimos años se han reportado casos de infección por adenovirus transmitida a través de órganos de donantes, lo que añade una dimensión adicional de riesgo en el contexto de los trasplantes.
A pesar de su papel como agentes etiológicos de enfermedad, los adenovirus también han cobrado especial interés en el ámbito de la biomedicina moderna por su utilidad como vectores virales en terapias génicas y en el desarrollo de vacunas. Gracias a su capacidad de incorporar material genético exógeno, su alta eficiencia de transducción y su capacidad para infectar células tanto en división como en reposo, han sido empleados como plataformas para transportar genes terapéuticos y antígenos vacunales. Esto los convierte en herramientas valiosas no solo para el tratamiento de enfermedades genéticas, sino también en el desarrollo de vacunas profilácticas, como se evidenció durante la pandemia por SARS-CoV-2 con vacunas vectorizadas basadas en adenovirus.
Manifestaciones clínicas
El período de incubación de la infección por adenovirus, que varía entre cuatro y nueve días, refleja el tiempo necesario para que el virus se replique de manera eficiente en las células del huésped y alcance una carga viral suficiente para desencadenar síntomas clínicos. Durante este periodo, el virus invade las células epiteliales de las mucosas respiratoria, ocular, gastrointestinal o genitourinaria, según el serotipo, sin manifestaciones visibles, pero iniciando ya un proceso inflamatorio local que sentará las bases de los distintos síndromes clínicos.
Una de las características distintivas de la infección por adenovirus es su notable capacidad para originar una amplia gama de cuadros clínicos, que a menudo se superponen, dada la distribución generalizada de sus receptores celulares en diferentes tejidos humanos. En el tracto respiratorio superior, el adenovirus puede provocar un cuadro semejante al resfriado común, caracterizado por rinitis, faringitis y malestar general leve, usualmente sin fiebre. En estos casos, la conjuntivitis es una manifestación acompañante común, debido al tropismo del virus por el epitelio conjuntival.
En otras ocasiones, el virus induce una faringitis exudativa de origen no estreptocócico, clínicamente indistinguible de una faringitis bacteriana, y que se acompaña de fiebre prolongada (hasta doce días), malestar general y mialgias. Cuando la infección progresa hacia el tracto respiratorio inferior, puede manifestarse como bronquiolitis, con síntomas como tos persistente y presencia de estertores, o evolucionar hacia neumonía. Esta presentación es más común en infecciones por especies B y C, particularmente los serotipos 1, 2, 3, 4, 7, 55 y 66, que están estrechamente relacionados con enfermedad respiratoria aguda y neumonía atípica.
Cabe destacar que se han documentado casos de coinfecciones o infecciones en serie con diferentes serotipos de adenovirus, lo que complica tanto el diagnóstico como la evolución clínica. Esta situación es particularmente grave en poblaciones vulnerables, como los niños pertenecientes a comunidades nativas americanas, en quienes se ha observado una mayor incidencia y severidad de la infección.
Un serotipo de particular relevancia clínica es el adenovirus tipo B14, reconocido como una causa de neumonía grave e incluso fatal, especialmente en personas con enfermedades pulmonares crónicas. Sin embargo, también se ha identificado en adultos jóvenes inmunocompetentes y ha sido responsable de brotes epidémicos entre reclutas militares, lo que sugiere una virulencia inherente a este subtipo viral. Las coinfecciones virales o bacterianas ocurren en hasta un 20 por ciento de los casos, aumentando la complejidad clínica y el riesgo de complicaciones.
Entre las manifestaciones clínicas típicas también se encuentra la fiebre faringoconjuntival, un síndrome caracterizado por fiebre, malestar general, conjuntivitis (frecuentemente unilateral), faringitis leve y linfadenopatía cervical. Por otro lado, la queratoconjuntivitis epidémica, altamente contagiosa y más prevalente en adultos, se transmite por contacto directo o a través de fómites contaminados. Generalmente causada por la especie C, tipos 8, 19 y 37, esta entidad se presenta con enrojecimiento conjuntival bilateral, dolor ocular, lagrimeo y aumento del tamaño del ganglio linfático preauricular. La inflamación puede progresar a queratitis, produciendo opacidades subepiteliales que afectan la agudeza visual, especialmente en infecciones por los serotipos mencionados.
A nivel del aparato genitourinario, algunos serotipos de las especies C y D (tipos 2, 8 y 37) pueden causar úlceras genitales y uretritis, transmitidas sexualmente. Asimismo, los adenovirus pueden afectar el tracto gastrointestinal, particularmente los tipos 40 y 41, que son responsables de episodios de gastroenteritis aguda, especialmente en lactantes. También se han vinculado con afecciones como adenitis mesentérica, apendicitis aguda, rabdomiólisis e incluso invaginación intestinal, lo que demuestra su capacidad para generar cuadros clínicos que simulan patologías quirúrgicas.
Aunque con menor frecuencia, los adenovirus pueden comprometer el sistema nervioso central, ocasionando encefalitis, meningitis, cerebelitis, y mielitis flácida aguda. También se han asociado con el síndrome de dificultad respiratoria aguda y con pericarditis. Es importante señalar que estos virus se han identificado de forma recurrente en el tejido endomiocárdico de pacientes con miocarditis y miocardiopatía dilatada, lo que sugiere un posible papel en la patogenia de estas enfermedades.
Determinados factores incrementan el riesgo de que la infección adenoviral evolucione con mayor severidad. Estos incluyen la edad temprana, la presencia de enfermedades crónicas subyacentes, el antecedente reciente de trasplante de órganos o tejidos, y la infección por serotipos particularmente virulentos como los tipos 5 y 21.
En individuos inmunosuprimidos, especialmente aquellos que han recibido un trasplante de órganos sólidos, las manifestaciones clínicas se relacionan con el órgano trasplantado. Por ejemplo, los receptores de trasplante hepático pueden desarrollar hepatitis, particularmente asociada al adenovirus tipo C5; los receptores de trasplante pulmonar están en riesgo de desarrollar neumonía; y los receptores de trasplante renal pueden presentar cistitis hemorrágica, en especial cuando están involucrados los serotipos 11 y 34 de la especie B.
Asimismo, los pacientes sometidos a trasplante de células madre hematopoyéticas representan un grupo de alto riesgo, en quienes el adenovirus puede producir enfermedad diseminada con múltiples manifestaciones, incluyendo hepatitis, neumonía, diarrea, cistitis hemorrágica, nefritis tubulointersticial, colitis y encefalitis. La combinación de inmunosupresión profunda y disfunción de la barrera mucosa facilita la replicación viral incontrolada, que puede derivar en complicaciones multiorgánicas severas y una elevada mortalidad.
En conjunto, estas observaciones reflejan la versatilidad patógena del adenovirus, cuya capacidad de afectar múltiples sistemas y de causar enfermedad tanto leve como grave depende de la interacción entre el serotipo viral, el tejido diana y el estado inmunológico del hospedador.
Exámenes diagnósticos
El diagnóstico de las infecciones por adenovirus requiere una combinación de métodos que permitan no solo detectar la presencia del virus, sino también interpretar adecuadamente su relevancia clínica, especialmente en contextos donde la colonización asintomática es posible. Entre las primeras herramientas diagnósticas se encuentran las pruebas de detección de antígenos, como la inmunofluorescencia directa y el inmunoensayo enzimático. Estas pruebas son de ejecución rápida y relativamente sencillas, lo que las hace útiles en contextos clínicos que requieren resultados inmediatos para la toma de decisiones, como en unidades de urgencias o cuidados intensivos. Sin embargo, su sensibilidad es limitada, oscilando entre un 40% y un 60% en comparación con el cultivo viral, que históricamente se ha considerado el estándar de oro para la identificación de adenovirus.
La limitada sensibilidad de las pruebas rápidas se explica por varios factores, entre ellos la variabilidad en la carga viral de las muestras, la fase de la infección en la que se toma la muestra y la diversidad antigénica entre los diferentes serotipos de adenovirus. Como consecuencia, un resultado negativo en una prueba de detección rápida no descarta la presencia del virus, por lo que se requiere confirmar mediante técnicas más sensibles, como la reacción en cadena de la polimerasa (PCR) o el cultivo viral.
La PCR cuantitativa en tiempo real, especialmente cuando se aplica en un formato de ciclo rápido, representa una herramienta diagnóstica de gran valor. Esta técnica permite detectar y cuantificar de manera precisa el material genético del adenovirus, incluso en muestras con baja carga viral. Su importancia es particularmente destacable en pacientes inmunocomprometidos, como aquellos sometidos a trasplante de células madre hematopoyéticas, en quienes la distinción entre una simple colonización y una infección activa es crítica. En estos pacientes, la detección cuantitativa del genoma viral permite correlacionar la carga viral con la progresión clínica, lo cual puede guiar el inicio o la intensificación del tratamiento antiviral y las medidas de soporte.
Los ensayos de amplificación de ácidos nucleicos en formato multiplex han revolucionado el diagnóstico de infecciones respiratorias, ya que permiten detectar simultáneamente múltiples patógenos virales —y en algunos casos bacterianos— a partir de una sola muestra clínica. Esta capacidad es especialmente útil en el diagnóstico diferencial de síndromes respiratorios agudos, donde múltiples virus pueden estar implicados y donde las coinfecciones no son infrecuentes, como ocurre en el caso del adenovirus.
Desde el punto de vista de la imagenología, el adenovirus también presenta características radiológicas distintivas que pueden ayudar en su identificación y diferenciación de otras causas de infección respiratoria. En estudios de tomografía computarizada (TC) de tórax, las infecciones por adenovirus se manifiestan típicamente como consolidaciones pulmonares multifocales o como áreas de opacidad en vidrio deslustrado. A diferencia de otras infecciones respiratorias virales o bacterianas, estas alteraciones se presentan sin hallazgos inflamatorios prominentes en las vías aéreas, como broncograma aéreo o engrosamiento de la pared bronquial, lo cual puede sugerir una etiología viral no convencional. Esta presentación atípica puede levantar sospechas de infección por adenovirus, particularmente en pacientes inmunocomprometidos o en casos que no responden a antibióticos de amplio espectro.
Tratamiento
El manejo terapéutico de las infecciones por adenovirus se basa fundamentalmente en el tratamiento sintomático, debido a la ausencia de antivirales específicos ampliamente efectivos y aprobados para su uso rutinario en la población general. En individuos inmunocompetentes, estas infecciones suelen ser autolimitadas, por lo que las medidas clínicas se orientan a aliviar los síntomas, mantener una adecuada hidratación y vigilar la evolución del cuadro clínico. Sin embargo, en personas inmunocomprometidas —como pacientes con trasplante de órganos o de células madre hematopoyéticas, aquellos con enfermedades hematológicas malignas o con inmunosupresión inducida por medicamentos— el adenovirus puede comportarse de forma agresiva, con una evolución clínica grave, diseminación sistémica y alta mortalidad.
En estos casos de mayor riesgo, se han utilizado antivirales como la ribavirina o el cidofovir, aunque su eficacia es limitada y variable. El cidofovir ha demostrado cierta actividad contra el adenovirus, pero su uso está restringido debido a su elevada toxicidad renal, lo que obliga a una monitorización estricta de la función renal y a la coadministración de probenecid y soluciones intravenosas para atenuar sus efectos adversos. Ante esta limitación, se ha desarrollado el brincidofovir, un profármaco lipídico conjugado del cidofovir, diseñado para mejorar la biodisponibilidad oral, reducir la nefrotoxicidad y aumentar la concentración intracelular del metabolito activo. Aunque estos atributos lo hacen teóricamente más seguro y eficaz, el brincidofovir no está aprobado para uso general y solo se encuentra disponible bajo políticas de uso compasivo. Su aprobación formal, hasta el momento, se limita a su indicación primaria para el tratamiento de infecciones por el virus del Ébola.
Otra herramienta terapéutica empleada en pacientes inmunosuprimidos es la inmunoglobulina intravenosa, que puede proporcionar inmunidad pasiva mediante la transferencia de anticuerpos específicos. Aunque su uso se ha reportado en combinación con antivirales para intentar controlar la replicación viral y limitar el daño tisular, los datos clínicos disponibles son escasos y provienen principalmente de estudios observacionales y reportes de casos. En muchos pacientes con infección adenoviral grave, se requiere además una reducción de la inmunosupresión para permitir una mejor respuesta inmunológica del huésped frente al virus, aunque esta decisión debe individualizarse cuidadosamente, dado el riesgo de rechazo del órgano trasplantado o de reactivación de otras patologías subyacentes.
Desde un punto de vista epidemiológico, la tipificación molecular de los aislados virales es fundamental. Esta permite no solo conocer el serotipo implicado, lo cual puede tener implicaciones pronósticas y terapéuticas, sino también diferenciar entre una reactivación endógena del virus (latente en el huésped) y una nueva infección por transmisión exógena, información crucial en el control de brotes hospitalarios o en contextos comunitarios cerrados.
En cuanto al compromiso ocular, la queratoconjuntivitis causada por adenovirus puede ser tratada con esteroides tópicos, como la dexametasona, o con inmunomoduladores como el tacrolimus. Estas opciones buscan reducir la inflamación y prevenir las secuelas corneales, como las opacidades subepiteliales que pueden comprometer la agudeza visual. Se ha observado también que la mifepristona, un corticosteroide sintético utilizado habitualmente en otros contextos clínicos, posee actividad in vitro contra adenovirus, aunque su aplicación clínica en esta indicación aún no está completamente establecida.
Pronóstico y prevención
En la población pediátrica, una de las complicaciones más temidas de la neumonía por adenovirus es la bronquiolitis obliterante, una enfermedad inflamatoria y obstructiva crónica de las vías aéreas pequeñas, que puede dejar secuelas respiratorias permanentes. En casos graves, especialmente en niños con predisposición genética o en entornos de atención médica limitada, se han reportado muertes atribuibles directamente a la infección adenoviral.
El control de brotes de conjuntivitis epidémica causada por adenovirus representa un reto importante en salud pública, dada la alta contagiosidad del virus y su resistencia ambiental. Las medidas de prevención deben incluir una higiene de manos meticulosa, uso de guantes desechables durante los procedimientos oftalmológicos, y una adecuada esterilización del instrumental clínico. El alcohol isopropílico no es eficaz para inactivar el virus, por lo que deben seguirse estrictamente las recomendaciones de los fabricantes sobre desinfección.
Otras estrategias incluyen el aislamiento o agrupamiento de casos confirmados y la suspensión temporal del personal infectado hasta la resolución clínica. En cuanto al tratamiento ocular, se ha comprobado que el uso combinado de gotas de povidona yodada al uno por ciento y dexametasona al 0.1%, aplicadas cuatro veces al día, puede disminuir la duración de los síntomas y acelerar la recuperación.
Se ha documentado que algunos serotipos de adenovirus, como el tipo 55, pueden eliminarse de forma prolongada por los individuos infectados, lo que aumenta el riesgo de transmisión y complica las estrategias de contención, especialmente en ambientes cerrados o institucionales.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2025. McGraw Hill.
- Rozman, C., & Cardellach López, F. (Eds.). (2024). Medicina interna (20.ª ed.). Elsevier España.
- Saha B et al. Recent advances in novel antiviral therapies against human adenovirus. Microorganisms. 2020;8:1284. [PMID: 32842697]