Invención de fármacos

Invención de fármacos
Invención de fármacos

Los fármacos pueden ser definidos, en términos generales, como cualquier agente químico que, al interactuar con organismos vivos, ejerza un efecto sobre el protoplasma de las células. Esta definición, aunque amplia, es de gran utilidad en el campo de la farmacología, ya que engloba una vasta variedad de sustancias que pueden modificar la actividad biológica de un organismo. El protoplasma, que constituye el contenido celular esencial, es el medio en el que se realizan todas las funciones vitales de la célula, desde la síntesis de proteínas hasta la replicación del material genético. Por tanto, cualquier sustancia que interfiera con estos procesos podría clasificarse como un fármaco bajo esta definición.

La razón por la que pocas sustancias escaparían de esta inclusión se debe a la omnipresencia de la química en los sistemas biológicos. Casi todas las interacciones biológicas que ocurren en los organismos vivos están mediadas por procesos químicos. Esto abarca desde la simple disolución de una sustancia en el organismo, hasta su capacidad para modificar estructuras y procesos celulares específicos, como la transducción de señales, la modulación enzimática, la alteración de la expresión genética o la modificación de la función de los receptores celulares. Desde una perspectiva amplia, casi cualquier sustancia química que entre en contacto con el organismo tiene el potencial de modificar algún aspecto del protoplasma, y por lo tanto, del funcionamiento celular.

Para comprender mejor esta afirmación, es necesario considerar que las células están formadas por una variedad de estructuras y compuestos biológicos, como proteínas, ácidos nucleicos, lípidos y carbohidratos, que interactúan entre sí en una compleja red de procesos metabólicos. Los fármacos, al ser agentes químicos, pueden actuar en diversas partes de este sistema. Por ejemplo, algunas moléculas pueden interactuar con receptores específicos en la membrana celular, desencadenando una cascada de reacciones bioquímicas que alteran las funciones de la célula. Otras sustancias pueden afectar la actividad enzimática, inhibiendo o activando vías metabólicas esenciales. Incluso compuestos que no se dirigen directamente a una diana biológica específica pueden modificar el equilibrio iónico en las células o alterar la estructura y función de las membranas celulares.

Este enfoque amplio también explica por qué una gran variedad de sustancias químicas pueden ser consideradas fármacos, ya sea que se utilicen con fines terapéuticos, como los antibióticos, los analgésicos o los agentes quimioterapéuticos, o en contextos menos convencionales, como en el caso de sustancias psicoactivas que alteran el sistema nervioso central. Sin embargo, no todas las sustancias que afectan al protoplasma tienen necesariamente un uso terapéutico o beneficioso; algunas pueden ser tóxicas o tener efectos adversos en el organismo. A pesar de esto, la inclusión de casi todas las sustancias químicas en la definición de fármaco resalta la amplitud del impacto que los agentes químicos pueden tener sobre los sistemas biológicos.

Además, en la práctica médica y farmacológica, esta definición general permite clasificar de manera inclusiva cualquier sustancia que, en determinado contexto, sea capaz de modificar las funciones celulares de manera intencionada, ya sea para tratar una enfermedad, aliviar un síntoma o influir en algún proceso biológico en el organismo. En este sentido, los fármacos no se limitan a sustancias sintéticas o farmacéuticas, sino que también pueden incluir compuestos naturales, como las hierbas medicinales o los metabolitos endógenos que modulan la biología celular, como las hormonas y neurotransmisores.

Una característica adicional de esta definición es su capacidad para abarcar no solo sustancias que interactúan de manera específica con una diana biológica, sino también aquellas que inducen efectos a través de mecanismos más complejos o no completamente comprendidos. Por ejemplo, ciertos fármacos pueden tener efectos pleiotrópicos, es decir, afectar múltiples procesos biológicos a través de varias vías simultáneamente, lo que hace que sus efectos sean a menudo difíciles de predecir o controlar. Este tipo de interacción puede ser tanto beneficiosa como peligrosa, dependiendo de la naturaleza de la sustancia y el contexto de su uso.

El uso del término «invención» en lugar de «descubrimiento» para describir el proceso mediante el cual un nuevo fármaco es identificado y llevado a la práctica médica responde a una intención precisa de reflejar de manera más fiel y adecuada la complejidad y la intencionalidad inherentes en la creación de medicamentos. Esta distinción no solo tiene implicaciones lingüísticas, sino también epistemológicas y metodológicas, pues subraya un cambio significativo en cómo entendemos la relación entre la ciencia y la medicina en la actualidad.

En primer lugar, el término «descubrimiento» evoca una imagen de hallazgos fortuitos o de fenómenos naturales que existían independientemente de la intervención humana, esperando ser desvelados por la curiosidad científica. Este concepto está históricamente asociado a la ciencia de siglos pasados, donde, por ejemplo, algunos remedios naturales fueron «descubiertos» por accidente, como el caso de la penicilina, que surgió por la observación accidental de una moldadura que destruía bacterias. Sin embargo, en el contexto de la farmacología moderna, la realidad es muy diferente: los fármacos actuales son productos de un proceso profundamente dirigido, meticuloso y sistemático, basado en una serie de técnicas de investigación avanzada, modelado molecular, y pruebas rigurosas que buscan una eficacia terapéutica óptima.

La palabra «invención», en cambio, refleja este proceso de creación activa. En lugar de un «hallazgo fortuito», implica un acto de construcción que involucra diseño, optimización y síntesis de nuevas moléculas que no existen en la naturaleza o que se modifican y mejoran de forma deliberada. Esto se manifiesta claramente en el desarrollo de los fármacos, donde los investigadores no simplemente «encuentran» sustancias terapéuticas, sino que las desarrollan, transforman y refinan de acuerdo con necesidades específicas. Estos medicamentos no nacen en un entorno natural esperando ser descubiertos, sino que son el resultado de un proceso laborioso de diseño racional basado en el conocimiento de la biología molecular, la genética, la química medicinal y otras disciplinas interdisciplinarias.

Hoy en día, la investigación farmacológica está guiada por metodologías avanzadas como el diseño asistido por computadora, la química combinatoria, las bases de datos moleculares y la biotecnología. Estas herramientas permiten a los científicos modificar propiedades moleculares específicas, como la afinidad por ciertos receptores biológicos o la capacidad de atravesar barreras celulares, con el objetivo de optimizar la eficacia terapéutica y reducir efectos secundarios. Este proceso de «escultura» molecular es altamente intencional, meticuloso y dirigido por hipótesis bien fundamentadas, lo que implica que los fármacos rara vez son el resultado de hallazgos accidentales. Más bien, son creaciones científicas complejas que surgen del trabajo sistemático y deliberado.

Además, un medicamento que eventualmente llega al mercado es sometido a múltiples fases de pruebas clínicas rigurosas, que incluyen la evaluación de su seguridad, eficacia y dosificación. Estas etapas de desarrollo van acompañadas de iteraciones continuas donde los investigadores ajustan las fórmulas, la formulación, y la administración del fármaco según los resultados obtenidos. El proceso de invención no se limita a una «idea» inicial, sino que implica una serie de modificaciones y mejoras sucesivas, lo que lleva a una versión final del medicamento que se ajusta a criterios muy específicos de seguridad y eficacia.

El término «invención» también refleja la relevancia del contexto social, económico y ético en el desarrollo de fármacos. La creación de nuevos medicamentos no ocurre en un vacío, sino que está influenciada por las necesidades de salud pública, la disponibilidad de recursos, la investigación financiada por diversas instituciones y la regulación ética. Por lo tanto, el proceso de invención de un medicamento no solo tiene en cuenta aspectos científicos, sino también el desarrollo tecnológico, las políticas de salud y las implicaciones sociales y económicas del acceso a estos fármacos.

Por otro lado, la noción de invención también enfatiza que los avances farmacológicos son el resultado de un esfuerzo colectivo, que involucra no solo a los químicos y biólogos que diseñan las moléculas, sino también a médicos, farmacólogos, ingenieros y otros profesionales que trabajan en la investigación aplicada. A diferencia de la imagen romántica de un científico solitario que «descubre» un fármaco, la invención de un medicamento es un proceso colaborativo y multidisciplinario que involucra la interacción de diversos expertos en diferentes etapas del desarrollo.

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Brunton, L. L., Hilal-Dandan, R., & Knollmann, B. C. (Eds.). (2018). Goodman & Gilman’s: The pharmacological basis of therapeutics (13.ª ed.). McGraw-Hill Global Education Holdings, LLC.

  2. Katzung, B. G., Kruidering-Hall, M., Tuan, R., Vanderah, T. W., & Trevor, A. J. (Eds.). (2022). Katzung & Trevor, Farmacología. Examen & revisión (13.ª ed.). McGraw-Hill Education.

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