Las lesiones eléctricas se producen cuando el cuerpo humano entra en contacto con una corriente eléctrica, ya sea de bajo voltaje, alto voltaje o como resultado de una descarga atmosférica, como el rayo. Estas lesiones se originan por la exposición a distintos tipos de corriente eléctrica, que puede ser corriente alterna o corriente continua, medidas en voltios. La naturaleza del daño depende de múltiples factores, incluyendo el tipo de corriente, el voltaje, la duración del contacto, la trayectoria que sigue la electricidad a través del cuerpo, la resistencia tisular, la presencia de humedad, el trauma asociado y las condiciones médicas preexistentes del individuo.
A diferencia de otras formas de quemaduras, las lesiones causadas por electricidad tienen una fisiopatología compleja que involucra daño tisular directo, tetania muscular, necrosis por coagulación, quemaduras térmicas profundas, traumatismos secundarios (por ejemplo, caídas al recibir la descarga) y secuelas que pueden manifestarse de forma diferida. Este tipo de daño puede ser extenso incluso cuando las quemaduras superficiales parezcan mínimas, ya que la electricidad puede atravesar tejidos profundos sin dejar signos externos evidentes.
La corriente alterna, que cambia de dirección periódicamente, es la forma más común de suministro eléctrico en hogares y negocios, y suele encontrarse en voltajes bajos (menos de 1000 voltios). Sin embargo, incluso a estos niveles puede provocar lesiones graves o fatales. Uno de los efectos característicos de la corriente alterna es la tetania muscular: contracciones sostenidas que pueden impedir que la persona se libere de la fuente de electricidad, prolongando así el tiempo de exposición y, por ende, la magnitud del daño.
En contextos laborales o industriales, es más frecuente la exposición a corriente alterna de alto voltaje (más de 1000 voltios), la cual tiene mayor capacidad de penetración y puede causar destrucción extensa de tejidos profundos, con una elevada tasa de morbilidad y mortalidad.
La corriente continua, por su parte, se desplaza en una sola dirección. Es característica de fuentes como baterías, sistemas eléctricos automotrices y fenómenos naturales como los rayos. Este tipo de corriente tiende a causar una contracción muscular intensa y única, que puede arrojar al individuo lejos de la fuente de energía, pero también tiene mayor propensión a inducir paro cardíaco por asistolia.
El rayo representa un caso particular de lesión eléctrica, ya que se trata de una descarga de corriente continua de millones de voltios que ocurre en una fracción de segundo. A pesar de su duración extremadamente breve, la energía liberada es tan intensa que puede provocar daño masivo, tanto externo como interno.
El principal factor determinante en la gravedad de una lesión eléctrica es la intensidad de la corriente (amperaje), que es responsable del daño térmico directo. La resistencia de los tejidos al paso de la electricidad varía significativamente: los nervios son especialmente vulnerables, mientras que el hueso ofrece mayor resistencia. La electricidad tiende a seguir la ruta de menor resistencia, lo que implica que órganos vitales como el corazón, el sistema nervioso central y los músculos pueden verse seriamente comprometidos.
Manifestaciones clínicas
Desde una perspectiva clínica, las quemaduras eléctricas se pueden clasificar en tres tipos principales según su mecanismo de producción: quemaduras por arco eléctrico o descarga sin contacto directo (denominadas quemaduras por destello), quemaduras por ignición de la vestimenta (quemaduras por llama) y lesiones térmicas provocadas directamente por el paso de corriente eléctrica a través de los tejidos corporales.
Las quemaduras por destello ocurren cuando la electricidad salta a través del aire desde una fuente hacia un objeto conductor, generando una descarga que produce una intensa liberación de calor sin necesidad de contacto físico directo. Este tipo de lesión suele afectar principalmente la superficie cutánea y puede parecer menos grave de lo que realmente es. Las quemaduras por llama, en cambio, se originan cuando la corriente eléctrica enciende la ropa del paciente, generando quemaduras térmicas convencionales que pueden afectar capas más profundas si no se extinguen de manera rápida. Finalmente, el efecto de calentamiento directo de los tejidos ocurre cuando la electricidad atraviesa el cuerpo, generando calor interno debido a la resistencia propia de cada tejido al paso de la corriente, lo que puede provocar necrosis profunda sin manifestaciones superficiales evidentes.
Un aspecto crucial a considerar en las quemaduras eléctricas es que la magnitud del daño cutáneo visible no refleja necesariamente la severidad de la lesión interna. Es decir, puede haber lesiones musculares, nerviosas y vasculares extensas a pesar de que la piel parezca mínimamente afectada. Por ello, la evaluación clínica debe extenderse más allá de la apariencia externa.
Los hallazgos clínicos pueden abarcar un amplio espectro, desde síntomas mínimos como parestesias o debilidad muscular, hasta manifestaciones graves como arritmias, paro cardíaco o muerte súbita. La presencia de puntos de entrada y salida de la corriente en el cuerpo sugiere que la electricidad ha atravesado tejidos profundos, lo cual incrementa el riesgo de daño muscular severo y del desarrollo de síndrome compartimental —una emergencia médica caracterizada por el aumento de la presión dentro de un compartimento muscular que compromete la perfusión y la viabilidad tisular.
Cuando la corriente eléctrica atraviesa el músculo esquelético, puede desencadenar contracciones musculares tan violentas que llegan a causar fracturas óseas, particularmente en huesos largos como el fémur o el húmero. Además, la necrosis muscular resultante puede liberar grandes cantidades de mioglobina en el torrente sanguíneo, lo cual representa un riesgo significativo de daño renal agudo.
En el contexto de atención inicial, es fundamental iniciar maniobras de reanimación en todos los pacientes con sospecha de lesión eléctrica, incluso en aquellos que inicialmente parecen estar sin signos vitales. Esto se debe a que las manifestaciones clínicas de muerte en estos casos pueden ser engañosas: la electrocución puede inducir parálisis respiratoria o arritmias transitorias reversibles que simulan la muerte clínica. Por lo tanto, se recomienda proceder con medidas avanzadas de soporte vital hasta confirmar de manera fehaciente la ausencia irreversible de signos de vida.
Complicaciones
Las complicaciones derivadas de una lesión eléctrica son múltiples, variadas y, en muchos casos, potencialmente letales. Estas se deben tanto al paso directo de la corriente eléctrica a través del cuerpo como a los efectos secundarios de las alteraciones fisiológicas que se desencadenan posteriormente. La severidad de estas complicaciones depende de factores como el tipo de corriente, el voltaje, la duración del contacto, la trayectoria de la corriente, y las características individuales del paciente.
En primer lugar, el sistema cardiovascular se encuentra particularmente vulnerable. La electricidad puede interferir con la conducción eléctrica del corazón, generando arritmias de diversa índole, como fibrilación ventricular, taquicardias o asistolia. En casos extremos, el paso de corriente puede provocar un paro cardíaco inmediato. Asimismo, el sistema respiratorio puede verse comprometido debido a una parálisis de los músculos respiratorios, afectación del tronco encefálico, o secundariamente por complicaciones como neumotórax, que puede surgir por trauma torácico asociado a contracciones musculares violentas o por caída posterior a la descarga.
Desde el punto de vista neurológico, la lesión eléctrica puede producir disfunción aguda o crónica del sistema nervioso central y periférico. Esto puede manifestarse como cefalea, alteraciones cognitivas, convulsiones, neuropatías sensitivo-motoras, pérdida de memoria, trastornos del equilibrio, e incluso parálisis. En muchos casos, los déficits neurológicos se presentan de forma diferida, lo que dificulta su detección y tratamiento oportuno.
Las complicaciones vasculares son también significativas. El paso de electricidad puede dañar el endotelio vascular, lo que favorece la formación de trombos y compromete la microcirculación. La destrucción de capilares y vasos de mayor calibre contribuye a la aparición de edema masivo, isquemia y necrosis tisular. Estas alteraciones pueden conducir al desarrollo de síndrome compartimental, una condición que requiere intervención quirúrgica urgente para preservar la viabilidad de los tejidos.
La destrucción muscular profunda, o rabdomiólisis, es otra complicación frecuente. La lisis de las fibras musculares libera mioglobina y otras sustancias tóxicas en el torrente sanguíneo, lo cual puede causar lesión renal aguda. Además, la pérdida de líquidos hacia el espacio intersticial, fenómeno conocido como “tercer espacio”, puede inducir hipovolemia severa y shock. Este estado de deshidratación oculta puede complicar el manejo hemodinámico del paciente.
Las quemaduras eléctricas también predisponen a infecciones locales y sistémicas. Las lesiones cutáneas extensas y profundas crean un entorno propicio para la colonización bacteriana. Si no se maneja adecuadamente, esto puede evolucionar hacia sepsis, gangrena, y eventualmente requerir amputaciones de extremidades como medida de control del foco infeccioso.
Las complicaciones otorrinolaringológicas y oftalmológicas no son infrecuentes. El trauma acústico secundario al estruendo de la descarga puede causar daño en las estructuras del oído interno, con pérdida auditiva permanente. De manera similar, las estructuras oculares pueden resultar afectadas por el calor, la presión o la electricidad, produciendo lesiones corneales, cataratas o daño retiniano.
A largo plazo, el impacto psicológico y psiquiátrico de una lesión eléctrica puede ser profundo. El dolor crónico, la discapacidad física, la pérdida de funcionalidad, la alteración de la imagen corporal y las experiencias traumáticas vividas durante y después del accidente pueden desencadenar cuadros de ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático y otros trastornos del ánimo. Por esta razón, el acompañamiento psicológico y el apoyo psiquiátrico son componentes esenciales en la rehabilitación integral del paciente sobreviviente.
En conjunto, las complicaciones de una lesión eléctrica conforman un espectro amplio y multisistémico que requiere una atención médica especializada, multidisciplinaria y prolongada. La detección temprana, el tratamiento adecuado de cada manifestación clínica y el abordaje emocional del paciente son fundamentales para mejorar el pronóstico y la calidad de vida a largo plazo.
Tratamiento
Las medidas de atención ante una lesión eléctrica deben comenzar de forma inmediata, siguiendo un enfoque sistemático y seguro, tanto en el entorno prehospitalario como en el hospital. En la fase de emergencia, la prioridad absoluta es interrumpir el contacto del paciente con la fuente eléctrica antes de iniciar cualquier maniobra de resucitación o intervención médica. Esto se debe a que el contacto continuado con la corriente pone en riesgo tanto al paciente como al personal de salud o primeros respondientes. Una vez que el paciente ha sido aislado de la fuente de electricidad, se deben valorar de inmediato los signos vitales y, en caso necesario, iniciar maniobras de resucitación cardiopulmonar. Es crucial tener en cuenta que los hallazgos clínicos que podrían sugerir muerte —como la apnea, la inconsciencia o la asistolia— pueden ser reversibles en el contexto de una descarga eléctrica, por lo que no deben tomarse como indicadores definitivos sin una evaluación exhaustiva.
A continuación, se debe llevar a cabo una valoración médica integral que contemple no solo la lesión eléctrica en sí, sino también el posible trauma asociado, ya sea por caídas, contracciones musculares intensas o golpes directos al cuerpo. En el entorno hospitalario, el manejo de las quemaduras eléctricas debe regirse por los protocolos establecidos para el trauma mayor, comenzando por la evaluación de la vía aérea, la respiración, la circulación y el estado neurológico del paciente. A esta evaluación sistemática se le debe añadir una valoración dirigida a detectar signos de quemaduras internas, alteraciones cardiovasculares y daño sistémico.
La reposición de líquidos constituye un pilar fundamental del tratamiento inicial. Debido a la destrucción tisular masiva y la pérdida de líquidos hacia el espacio intersticial, los pacientes están en riesgo elevado de hipovolemia y choque. Se debe iniciar una hidratación guiada por protocolos específicos para quemaduras, ajustada según la superficie corporal afectada y los signos de perfusión.
Los estudios complementarios iniciales incluyen un electrocardiograma para descartar arritmias, así como monitorización cardíaca continua y determinación de enzimas cardíacas para detectar daño miocárdico. Además, se deben solicitar pruebas de laboratorio que incluyan biometría hemática, electrólitos séricos, función renal, pruebas hepáticas, niveles de creatina fosfocinasa y mioglobina en orina, ya que estos parámetros permiten detectar rabdomiólisis, insuficiencia renal aguda y alteraciones metabólicas. El análisis de orina puede evidenciar hematuria o mioglobinuria, signos indirectos de destrucción muscular.
La evaluación física debe ser minuciosa y orientada a identificar lesiones por quemadura tanto visibles como profundas, además de traumatismos contusos, signos de deshidratación, hipertensión secundaria, desequilibrios ácido-base, y alteraciones neurológicas o psiquiátricas. Las quemaduras eléctricas son especialmente complejas porque la piel externa puede presentar un aspecto engañosamente benigno, a pesar de que exista necrosis extensa en los tejidos profundos. Esta discrepancia exige mantener un alto índice de sospecha para complicaciones graves como el síndrome compartimental, que puede desarrollarse rápidamente debido al edema progresivo y la presión intracompartimental elevada.
El manejo del dolor representa otro componente esencial del tratamiento inicial y debe mantenerse durante todo el proceso de recuperación. El dolor puede ser intenso y persistente, incluso en ausencia de lesiones visibles extensas, debido al daño profundo de nervios y tejidos musculares. Además, el tratamiento adecuado del dolor no solo mejora el confort del paciente, sino que también facilita los cuidados posteriores, como el desbridamiento, la fisioterapia y la rehabilitación funcional.
En conjunto, la atención médica de un paciente con quemaduras eléctricas debe ser integral, continua y multidisciplinaria, con énfasis en la estabilización temprana, la prevención de complicaciones y la recuperación funcional a largo plazo. La aparente estabilidad inicial nunca debe subestimarse, ya que las lesiones eléctricas pueden desencadenar deterioro clínico rápido y multisistémico.
Pronóstico
El pronóstico de una lesión eléctrica está determinado por una combinación de factores que reflejan tanto la gravedad inmediata del evento como la respuesta fisiológica del organismo y la evolución clínica a lo largo del tiempo. No se trata únicamente de la intensidad de la descarga, sino de un conjunto de variables interrelacionadas que influyen de manera decisiva en la recuperación o en la aparición de secuelas permanentes.
Uno de los elementos más importantes para establecer el pronóstico es la magnitud del daño tisular inicial, lo cual incluye no solo el tamaño y profundidad de las quemaduras visibles, sino también la extensión de la necrosis en tejidos profundos, como músculos, nervios y vasos sanguíneos. La piel puede no reflejar con fidelidad la magnitud real de la lesión interna, por lo que una evaluación clínica cuidadosa y una sospecha elevada son necesarias para anticipar complicaciones ocultas. La destrucción muscular, por ejemplo, puede desencadenar rabdomiólisis y daño renal agudo, mientras que la lesión de estructuras neurovasculares puede comprometer de forma irreversible la funcionalidad de una extremidad.
El sitio anatómico por donde ha ingresado y salido la corriente eléctrica es otro factor crucial. La corriente que atraviesa zonas vitales, como el tórax o la cabeza, representa un riesgo considerablemente mayor que aquella que afecta únicamente las extremidades. Cuando la electricidad atraviesa el tórax, puede involucrar el corazón, provocando arritmias, fibrilación ventricular o paro cardíaco. Si el trayecto compromete el sistema nervioso central, pueden producirse secuelas neurológicas graves, incluyendo pérdida de conciencia, trastornos del lenguaje, alteraciones motoras o incluso daño cerebral permanente.
Las lesiones asociadas, como fracturas por contracción muscular intensa, traumatismos craneoencefálicos o lesiones internas por caídas secundarias a la descarga, también inciden negativamente en el pronóstico. Estas lesiones pueden pasar desapercibidas inicialmente, pero tienen un impacto significativo en la evolución clínica, sobre todo si complican la movilidad, generan sangrado interno o aumentan el riesgo de infección.
Además, las comorbilidades preexistentes del paciente tienen un peso importante en la evolución. Condiciones como diabetes mellitus, enfermedad renal crónica, insuficiencia cardíaca o inmunosupresión reducen la capacidad del organismo para reparar el daño tisular y afrontar complicaciones como infecciones o fallas orgánicas. En estos pacientes, el pronóstico tiende a ser más reservado, incluso ante lesiones que en individuos sanos podrían ser manejadas con mayor éxito.
Por último, las complicaciones durante la fase aguda o en la evolución posterior, como el síndrome compartimental, la sepsis, el shock hipovolémico, la insuficiencia multiorgánica o los trastornos psiquiátricos, pueden transformar una lesión inicialmente controlable en una situación de alto riesgo vital. Muchas de estas complicaciones no se presentan de forma inmediata, sino que surgen horas o días después de la lesión, lo cual exige un monitoreo continuo y una intervención médica temprana.

Fuente y lecturas recomendadas:
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