Medicamentos antiarrítmicos clase II
Los agentes de Clase II, comúnmente conocidos como betabloqueadores, son fármacos que desempeñan un papel fundamental en la modulación de la actividad eléctrica del corazón. Su acción se basa en la inhibición de los receptores beta-adrenérgicos, los cuales son responsables de la respuesta del corazón a hormonas como la adrenalina y la noradrenalina. Esta inhibición tiene múltiples efectos sobre la fisiología cardíaca.
Los betabloqueadores disminuyen la automaticidad del nódulo sinoauricular, el principal marcapasos del corazón. La automaticidad se refiere a la capacidad de las células del marcapasos para generar impulsos eléctricos espontáneamente. Al bloquear los receptores beta-1 adrenérgicos, estos fármacos reducen la frecuencia de despolarización espontánea en estas células, lo que a su vez disminuye la frecuencia cardíaca. Esta propiedad es especialmente beneficiosa en condiciones como la taquicardia, donde se busca reducir la carga sobre el corazón.
Los betabloqueadores prolongan la conducción a través del nódulo auriculoventricular. Este nódulo actúa como un filtro que controla la transmisión de impulsos eléctricos desde las aurículas a los ventrículos. La acción de los betabloqueadores en este punto del sistema de conducción cardíaco es crítica, ya que una conducción más lenta puede prevenir la sobrecarga ventricular y reducir el riesgo de arritmias. Al prolongar la conducción en el nódulo auriculoventricular, estos fármacos facilitan una sincronización más adecuada entre la contracción de las aurículas y los ventrículos, mejorando así la eficiencia del bombeo cardíaco.
Los betabloqueadores también prolongan el período de refractoriedad. La refractoriedad se refiere al tiempo durante el cual una célula cardíaca no puede ser excitada nuevamente tras una despolarización. Al aumentar este período, los betabloqueadores limitan la capacidad del corazón para iniciar impulsos eléctricos adicionales de manera prematura, lo que es fundamental en el control de las arritmias. Un aumento en la refractoriedad puede prevenir la reentrada de impulsos eléctricos, un mecanismo común en diversas arritmias, y puede ser vital en la terapia de condiciones como la fibrilación auricular o el aleteo auricular.
El esmolol es un betabloqueador de acción rápida que se utiliza principalmente en situaciones clínicas que requieren un control inmediato de la frecuencia cardíaca, como en el manejo de taquicardias supraventriculares o en contextos quirúrgicos. La administración de esmolol se realiza en dos fases: una fase de carga y una fase de mantenimiento.
Durante la fase de carga, se recomienda administrar una dosis de 500 microgramos por kilogramo de peso corporal en un periodo de uno a dos minutos. Esta dosis inicial está diseñada para lograr un efecto terapéutico rápido, permitiendo que el fármaco comience a actuar casi de inmediato. Esto es particularmente crucial en situaciones de emergencia donde es necesario estabilizar la frecuencia cardíaca rápidamente.
Una vez completada la fase de carga, se procede a la fase de mantenimiento, donde la dosis se ajusta a un rango que va de 50 a 300 microgramos por kilogramo por minuto. Este ajuste permite mantener el control de la frecuencia cardíaca a lo largo del tiempo, adaptándose a las necesidades clínicas del paciente. La capacidad del esmolol para ser administrado por vía intravenosa y su corta vida media son características que facilitan su uso en entornos donde se requiere una titulación precisa y rápida de la dosis.
Es importante destacar que, aunque el esmolol puede utilizarse solo, también es posible la administración concomitante de otros betabloqueadores, lo que puede ser beneficioso en ciertos contextos clínicos. Sin embargo, se debe tener precaución, ya que el uso de múltiples betabloqueadores puede aumentar el riesgo de efectos adversos.
En cuanto a los efectos secundarios, el esmolol puede inducir disminución de la función ventricular izquierda, bradicardia y bloqueos auriculoventriculares. Estos efectos son especialmente relevantes en pacientes con condiciones cardíacas preexistentes, donde la función ventricular ya puede estar comprometida. Por lo tanto, es fundamental realizar un monitoreo cuidadoso durante el tratamiento para identificar y manejar cualquier efecto adverso de manera oportuna.
El metoprolol, otro betabloqueador comúnmente utilizado, se administra en dosis de 5 miligramos cada cinco minutos, hasta un máximo de tres dosis. La dosis de mantenimiento varía entre 25 y 200 miligramos diarios, dependiendo de la respuesta clínica del paciente. Al igual que el esmolol, el metoprolol tiene efectos secundarios similares, como la disminución de la función ventricular izquierda, bradicardia y bloqueos auriculoventriculares. Además, los pacientes pueden experimentar fatiga, un efecto secundario que puede afectar su calidad de vida.
El propranolol, otro miembro de la clase de betabloqueadores, se administra en dosis de uno a tres miligramos cada cinco minutos, hasta un total de cinco miligramos, con una dosis diaria que varía entre 40 y 320 miligramos, dependiendo de la formulación. Este fármaco puede causar efectos adversos adicionales, como broncoespasmo, lo que lo hace menos adecuado para pacientes con enfermedades pulmonares obstructivas. Al igual que otros betabloqueadores, propranolol también puede inducir bradicardia y disminución de la función ventricular izquierda.
Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2024. McGraw Hill.