Trastornos debido al calor
Trastornos debido al calor

Trastornos debido al calor

Las enfermedades relacionadas con el calor representan algunas de las emergencias ambientales más frecuentemente atendidas en los servicios de urgencias. Esta alta prevalencia se debe a la compleja interacción entre factores fisiológicos y ambientales que afectan la capacidad del organismo para regular su temperatura interna. La acumulación de calor en el cuerpo está determinada tanto por procesos metabólicos internos como por condiciones externas, como la temperatura ambiental y la humedad relativa. El organismo disipa el calor principalmente a través de la sudoración y la vasodilatación periférica, mecanismos que permiten la transferencia de calor hacia el exterior.

La hipertermia ocurre cuando el cuerpo no logra mantener su temperatura interna dentro de los límites fisiológicos normales, ya sea por una falla en los mecanismos de disipación térmica o por una producción de calor anormalmente elevada. En este contexto, el aumento del metabolismo basal representa el factor más relevante en la elevación de la temperatura corporal, dado que implica una mayor generación de calor endógeno.

La transferencia directa de calor desde la piel hacia el aire circundante, ya sea por convección o conducción, se torna progresivamente menos eficiente a medida que aumenta la temperatura ambiental. Este mecanismo se vuelve particularmente ineficaz cuando la temperatura del entorno supera los 37.2 °C, punto a partir del cual la transferencia de calor se invierte y el cuerpo comienza a absorber calor del ambiente.

A temperaturas ambientales normales, la evaporación representa aproximadamente el 20 % de la pérdida total de calor del cuerpo. Sin embargo, a medida que la temperatura aumenta, este mecanismo se convierte en la principal vía de disipación térmica. No obstante, su eficacia disminuye significativamente cuando la humedad relativa del ambiente es elevada, ya que se dificulta la evaporación del sudor desde la superficie cutánea.

El estrés térmico puede originarse tanto por el calor ambiental como por el calor metabólico generado por el organismo. El cambio climático, al incrementar la frecuencia e intensidad de las olas de calor, puede jugar un papel determinante en el aumento del riesgo de padecer condiciones relacionadas con el calor. Estas afecciones conforman un espectro clínico prevenible que va desde manifestaciones leves, como los calambres por calor, hasta formas graves y potencialmente mortales, como el golpe de calor.

Entre los factores de riesgo para desarrollar enfermedades por calor se incluyen la exposición prolongada a ambientes calurosos, la realización de esfuerzos físicos intensos, la falta de aclimatación al calor y la deshidratación. Otros factores predisponentes comprenden afecciones médicas que dificultan la sudoración o la evaporación del sudor, como ciertos trastornos dermatológicos; además, estados fisiológicos como el embarazo, condiciones como la obesidad, episodios de convulsiones prolongadas, la hipotensión, el flujo sanguíneo cutáneo disminuido, el gasto cardíaco reducido, y el uso de medicamentos que aumentan el metabolismo o la actividad muscular, o que interfieren con los mecanismos de sudoración. Asimismo, los síndromes de abstinencia y el consumo de drogas ilícitas también pueden contribuir, al incrementar la actividad muscular y, por ende, la producción interna de calor.

La enfermedad clásica relacionada con el calor, también conocida como forma no asociada al esfuerzo físico, puede desarrollarse en cualquier individuo expuesto a un ambiente caluroso y aparentemente inofensivo, como un entorno relajado y sin actividad física significativa. No obstante, su gravedad se incrementa considerablemente en personas con factores de riesgo predisponentes, como enfermedades crónicas, edad avanzada o el uso de medicamentos que afectan los mecanismos fisiológicos de regulación térmica. En estos casos, incluso una exposición pasiva al calor puede descompensar los sistemas de termorregulación corporal, llevando al desarrollo de patologías potencialmente graves, pese a la ausencia de actividad física intensa.

En el otro extremo del espectro clínico se encuentran los calambres por calor, manifestaciones musculares dolorosas e involuntarias que suelen presentarse durante o poco después de la actividad física. Estos espasmos musculares están relacionados con un desequilibrio electrolítico, particularmente una disminución en los niveles de sodio plasmático (hiponatremia dilucional), cuando las pérdidas por sudoración se compensan únicamente con agua sin reposición adecuada de sales minerales.

La fatiga por calor representa un estadio más avanzado de enfermedad térmica y se caracteriza por un estado de deshidratación asociado a una pérdida de sodio o de líquidos isotónicos, acompañado de alteraciones cardiovasculares como hipotensión y taquicardia. Esta condición es el resultado de una actividad física prolongada en un ambiente caluroso, en ausencia de una hidratación y reposición de electrolitos adecuadas.

El síncope por calor se define como una pérdida transitoria del conocimiento con recuperación espontánea del estado de alerta. Esta forma de colapso está relacionada con la depleción del volumen intravascular y una vasodilatación cutánea excesiva, que conllevan una disminución de la presión arterial sistémica y cerebral. Un tipo común de esta condición es la hipotensión postural asociada al ejercicio, la cual puede manifestarse durante o inmediatamente después de la actividad física, cuando la redistribución del flujo sanguíneo compromete la perfusión cerebral momentáneamente.

La forma más grave del espectro de enfermedades relacionadas con el calor es el golpe de calor, una emergencia médica caracterizada por disfunción cerebral (como confusión, delirio o coma) y una temperatura central superior a 40 °C. Esta entidad puede presentarse bajo dos formas clínicas diferenciadas: el golpe de calor clásico y el golpe de calor asociado al esfuerzo. El golpe de calor clásico suele afectar a individuos con mecanismos termorreguladores comprometidos o expuestos a condiciones ambientales extremas, como olas de calor prolongadas. Por otro lado, el golpe de calor por esfuerzo se observa en personas previamente sanas que realizan actividades físicas intensas en ambientes calurosos y húmedos, donde el calor metabólico generado supera la capacidad del organismo para disiparlo adecuadamente.

Los grupos de mayor vulnerabilidad ante estas patologías incluyen a los extremos de la vida (niños y adultos mayores), personas con enfermedades crónicas debilitantes, y aquellos que utilizan medicamentos que interfieren con la sudoración, la vasodilatación o el equilibrio hídrico y electrolítico. En todos estos casos, la identificación precoz y la intervención inmediata son cruciales para evitar complicaciones neurológicas, multiorgánicas y, en última instancia, la muerte.

 

Manifestaciones clínicas

En el abordaje diagnóstico y terapéutico de las enfermedades relacionadas con el calor, es fundamental la evaluación precisa de la temperatura corporal central. La temperatura cutánea, aunque fácilmente accesible, no refleja de forma fiable la temperatura interna, especialmente en estados de disfunción termorregulatoria, donde el gradiente térmico entre el núcleo y la periferia corporal puede estar alterado. Por esta razón, se requiere el uso de termómetros que midan la temperatura central mediante métodos internos, como la vía rectal, vesical (a través de sonda Foley) o esofágica. Estas técnicas permiten una evaluación exacta del grado de hipertermia, información crítica para establecer el diagnóstico correcto y guiar las intervenciones clínicas apropiadas.

Dentro del espectro clínico de las patologías por calor, los calambres por calor representan una forma leve pero dolorosa. Se caracterizan por contracciones musculares esqueléticas involuntarias y espasmos severos que se inician durante o poco después de la actividad física intensa. En el examen físico, los signos vitales suelen encontrarse dentro de parámetros normales o levemente alterados; la temperatura central está en el rango normal o discretamente elevada. La piel suele estar húmeda y fresca al tacto. Los músculos afectados se presentan duros, sensibles, a menudo dolorosos y con posible fasciculación o temblores. El diagnóstico es clínico, basado en el contexto de esfuerzo físico, sudoración excesiva y síntomas musculares localizados.

La fatiga por calor constituye un trastorno más avanzado y se diagnostica clínicamente por la presencia de una temperatura central levemente elevada, pero inferior a 40 °C, acompañada de taquicardia y piel húmeda. Clínicamente, comparte varios síntomas con los calambres por calor y el síncope por calor, pero suele presentar además náuseas, vómitos, debilidad generalizada, mialgias, hiperventilación, sed intensa y sensación de malestar general. A nivel neurológico, puede haber cefalea, vértigo, ansiedad, parestesias, fatiga mental, alteraciones en el juicio y, en casos más graves, episodios psicóticos. Si la sudoración disminuye o cesa y se observa deterioro del estado mental, existe un alto riesgo de progresión hacia un golpe de calor, lo que convierte esta condición en una situación de urgencia.

El síncope por calor suele producirse en el contexto de actividad física prolongada o de permanecer de pie durante mucho tiempo en ambientes cálidos y húmedos. El colapso súbito es el signo distintivo. Al examinar al paciente, pueden encontrarse signos como piel húmeda y fría, pulso débil y presión arterial sistólica disminuida. El síncope ocurre por una combinación de depleción de volumen intravascular y vasodilatación periférica extrema, que comprometen la perfusión cerebral de manera transitoria.

El golpe de calor representa la manifestación más severa de las enfermedades inducidas por calor y constituye una emergencia médica con riesgo vital. Su rasgo característico es la disfunción cerebral en presencia de una temperatura corporal central superior a 40 °C. Los síntomas iniciales pueden coincidir con los de la fatiga por calor, pero se suman manifestaciones neurológicas más intensas y diversas, como inestabilidad emocional, confusión, delirio, visión borrosa, convulsiones, colapso con pérdida de la conciencia, e incluso coma. La sudoración puede estar presente o ausente, por lo que no es un criterio confiable de diferenciación.

En casos de golpe de calor por esfuerzo, el inicio puede ser abrupto, con colapso repentino seguido de comportamiento irracional o agitación psicomotora. Dado que los hallazgos físicos son variables y pueden no correlacionarse con la gravedad del cuadro, es necesario que el personal clínico mantenga una alta sospecha diagnóstica. Además, deben vigilarse posibles complicaciones sistémicas, como daño renal agudo, insuficiencia hepática, alteraciones metabólicas, dificultad respiratoria, trastornos de la coagulación e isquemia tisular. Las pruebas de laboratorio iniciales pueden ser inespecíficas, por lo que el monitoreo continuo y la valoración integral son esenciales para el manejo adecuado y oportuno de estos pacientes.

 

Tratamiento

El tratamiento de las enfermedades relacionadas con el calor se basa en tres principios fundamentales: la interrupción de la exposición al calor, la restauración del equilibrio hídrico y electrolítico, y, en los casos indicados, la aplicación de medidas activas de enfriamiento.

A. Calambres por calor
El manejo de los calambres inducidos por calor consiste, en primer lugar, en trasladar al paciente a un entorno fresco y sombreado, con el fin de detener la exposición al calor ambiental y favorecer la recuperación de los mecanismos termorreguladores. Es fundamental proporcionar soluciones de rehidratación oral que contengan sales y agua, ya sea en forma isotónica o ligeramente hipertónica, para reponer tanto los líquidos como los electrolitos perdidos a través del sudor. El uso de tabletas de sal no se recomienda, ya que su absorción es menos eficiente y puede causar irritación gastrointestinal. Tras la resolución del episodio agudo, se aconseja reposo durante al menos 48 horas y el mantenimiento de una dieta adecuada en sodio antes de retomar el trabajo o actividades físicas intensas en ambientes calurosos.

B. Fatiga por calor (agotamiento por calor)
El tratamiento de la fatiga por calor también requiere la remoción inmediata del paciente del ambiente caluroso, idealmente a una zona fresca y bien ventilada. La reposición de líquidos y electrolitos es esencial y puede realizarse por vía oral si el estado del paciente lo permite. En casos de intolerancia digestiva, náuseas intensas o signos de deshidratación más severa, se debe recurrir a la administración intravenosa de solución salina fisiológica o solución isotónica de glucosa. Si existe evidencia de un aumento sostenido de la temperatura corporal o deterioro del estado general, se deben implementar medidas activas de enfriamiento, como la aplicación de compresas frías o el uso de ventiladores. Se recomienda un período mínimo de 48 horas de reposo, junto con una adecuada rehidratación, antes de reincorporarse a actividades físicas o laborales.

C. Síncope por calor
El abordaje terapéutico del síncope por calor es, en esencia, similar al de la fatiga por calor. Se debe colocar al paciente en decúbito, en un lugar sombreado y fresco, para favorecer la perfusión cerebral y disminuir la pérdida adicional de líquidos. La reposición de líquidos y electrolitos puede hacerse por vía oral, si el paciente está consciente y tolera la ingesta, o por vía intravenosa en casos de hipotensión significativa o vómitos. Una vez estabilizado, se recomienda vigilancia clínica y reposo, evitando la reincorporación inmediata a ambientes calurosos o actividades físicas extenuantes.

D. Golpe de calor

El tratamiento del golpe de calor constituye una verdadera emergencia médica, en la cual la prioridad inmediata es la estabilización del paciente y la reducción urgente de la temperatura corporal central. Dado que el golpe de calor se asocia con un fallo termorregulatorio severo, acompañado de disfunción neurológica y riesgo multiorgánico, el primer paso en su manejo es la evaluación y estabilización de las funciones vitales básicas: vía aérea, respiración y circulación (conocidas como las «ABC» por sus siglas en inglés).

Una vez asegurada la estabilidad inicial, el objetivo terapéutico fundamental es disminuir la temperatura corporal central por debajo de los 39 °C en el plazo máximo de una hora. Esta intervención temprana es crítica para limitar el daño tisular y prevenir complicaciones sistémicas potencialmente letales. Para ello, deben emplearse métodos de enfriamiento activo, que incluyen la inmersión en agua fría, la aplicación de compresas frías en zonas de alta vascularización (como cuello, axilas e ingles), o el uso de sistemas de enfriamiento evaporativo mediante nebulización y ventilación forzada. Mientras se lleva a cabo esta intervención, es imprescindible mantener una monitorización continua del paciente.

El monitoreo debe incluir la vigilancia de la saturación de oxígeno mediante oximetría de pulso, así como el registro electrocardiográfico continuo para detectar arritmias. Además, se debe medir de manera constante la temperatura corporal central mediante métodos internos (rectal, esofágico o vesical), y controlar de forma precisa el balance hídrico, tanto en lo que respecta al aporte de líquidos como a la diuresis, con el fin de evaluar la perfusión renal y la respuesta hemodinámica al tratamiento.

Durante todo el proceso, el personal médico debe estar alerta a la aparición de complicaciones graves. Estas incluyen el shock hipovolémico o cardiogénico, desequilibrios metabólicos como acidosis o hipoglucemia, alteraciones del ritmo cardíaco, trastornos de la coagulación, síndrome de dificultad respiratoria aguda, rabdomiólisis con potencial daño renal agudo, convulsiones, edema cerebral o periférico con riesgo de síndrome compartimental, disfunción hepática o renal, infecciones sistémicas, y otras formas de insuficiencia orgánica múltiple.

El fallo circulatorio en el contexto del golpe de calor suele deberse a una combinación de hipovolemia relativa —por redistribución del volumen sanguíneo hacia la periferia por vasodilatación— y absoluta, debido a la pérdida masiva de líquidos y electrolitos a través de la sudoración intensa. Por tanto, la reposición hídrica, ya sea oral o, en la mayoría de los casos, intravenosa, es una medida terapéutica esencial. El objetivo es mantener una perfusión adecuada, evidenciada por una diuresis conservada, signos de buena perfusión periférica y estabilidad hemodinámica.

Además de tratar el golpe de calor como entidad primaria, los clínicos deben realizar una evaluación minuciosa de otras posibles condiciones subyacentes o concurrentes que puedan haber contribuido al cuadro clínico o agravar su evolución. Esto incluye infecciones sistémicas, traumatismos, interacciones farmacológicas o efectos adversos de medicamentos que alteren la termorregulación o el estado neurológico.

La elección del método de enfriamiento en el tratamiento del golpe de calor debe guiarse por el principio de inmediatez y eficacia clínica, priorizando aquel procedimiento que pueda implementarse con mayor rapidez y sin interferir negativamente con otras intervenciones esenciales para la estabilización del paciente. La rapidez con la que se logra reducir la temperatura central es un determinante clave del pronóstico, por lo que el método ideal será aquel que se adapte mejor al entorno clínico disponible y al tipo específico de golpe de calor —ya sea clásico (no asociado al esfuerzo) o por esfuerzo físico intenso.

En los casos de golpe de calor no relacionado con el ejercicio, la técnica preferida es el enfriamiento por evaporación. Este método es no invasivo, seguro y relativamente fácil de aplicar, y se basa en principios fisiológicos de pérdida de calor por evaporación de agua desde la superficie cutánea. Consiste en colocar al paciente sin ropa en una posición que exponga la mayor área corporal posible al aire —usualmente en decúbito lateral o en posición de cuadrupedia asistida— y rociar toda la superficie corporal con agua templada (alrededor de 20 °C), mientras se utilizan ventiladores de gran potencia para generar una corriente de aire que favorezca la evaporación y, con ello, la pérdida térmica. En algunos casos, la administración de aire o de oxígeno frío por vía inhalatoria puede potenciar este efecto, aunque no debe usarse como única estrategia de enfriamiento debido a su limitada eficacia.

En contraste, para el golpe de calor relacionado con el esfuerzo físico —una forma clínica que se presenta principalmente en individuos jóvenes y sanos durante actividades extenuantes en ambientes calurosos—, el método de elección es el enfriamiento por conducción. Este enfoque busca el intercambio directo de calor entre el cuerpo y un medio frío, ya sea líquido o sólido. Las estrategias incluyen la infusión intravenosa de soluciones frías, lavados gástricos o vesicales con líquidos refrigerados, la aplicación generalizada de bolsas de hielo, o la inmersión total en agua fría o con hielo. Entre estas opciones, la inmersión en agua helada se considera la intervención más eficaz en el ámbito extrahospitalario, siempre que esté disponible y se pueda implementar sin comprometer otras medidas de soporte vital. A diferencia del uso limitado de compresas en axilas e ingles, la cobertura amplia del cuerpo con hielo mejora sustancialmente la eficiencia del enfriamiento.

Métodos más avanzados, como los catéteres de intercambio térmico intravascular o la hemodiálisis con dializados fríos (a temperaturas entre 30 y 35 °C), también han demostrado efectividad en entornos hospitalarios, especialmente en pacientes críticos donde se requiere un control más preciso y sostenido de la temperatura central.

Un aspecto fisiológico importante a considerar es la aparición de escalofríos, una respuesta termogénica que contrarresta el enfriamiento externo al aumentar la producción interna de calor. La aparición de temblores puede reducir significativamente la eficacia del tratamiento, por lo que debe prevenirse activamente. Para su supresión se pueden emplear fármacos como el magnesio, benzodiacepinas, opioides de acción rápida o agentes anestésicos de corta duración, según la situación clínica del paciente.

Además, se recomienda realizar masajes cutáneos durante el enfriamiento para evitar la vasoconstricción periférica inducida por el frío, ya que esta limita la transferencia de calor desde el núcleo corporal hacia la superficie, dificultando la eficacia del tratamiento.

Es importante destacar que los antipiréticos convencionales, como el ácido acetilsalicílico o el paracetamol, no tienen ningún efecto sobre la hipertermia inducida por calor ambiental. Esta forma de elevación térmica no se debe a un reajuste del punto de referencia hipotalámico, como ocurre en la fiebre por infección, sino a una falla en los mecanismos de disipación térmica. Por lo tanto, estos medicamentos no solo son ineficaces, sino que están contraindicados, ya que pueden generar efectos adversos sin beneficio terapéutico alguno.

El tratamiento de enfriamiento debe mantenerse hasta que la temperatura central del cuerpo descienda hasta los 39 °C, umbral que se considera seguro para minimizar el riesgo de daño celular sin inducir hipotermia. A partir de ese punto, la atención debe enfocarse en el monitoreo intensivo, la corrección de alteraciones sistémicas y la prevención de complicaciones tardías.

 

Prevención

La educación en salud desempeña un papel fundamental en la prevención y el reconocimiento temprano de los trastornos relacionados con el calor. Dado que muchas de estas condiciones son prevenibles y su evolución clínica puede mitigarse con intervenciones oportunas, es indispensable que tanto la población general como los grupos en riesgo reciban información clara, precisa y basada en evidencia sobre cómo protegerse del estrés térmico. La comprensión de los factores de riesgo individuales y ambientales, junto con el conocimiento de las manifestaciones clínicas iniciales, permite adoptar medidas preventivas eficaces y buscar atención médica en forma precoz, lo que puede evitar complicaciones graves.

La prevención eficaz implica, en primer lugar, que las personas adopten comportamientos proactivos para reducir su vulnerabilidad ante ambientes calurosos. Esto incluye un proceso progresivo de aclimatación fisiológica, mediante una exposición gradual al calor que permita al organismo adaptar sus mecanismos de termorregulación, mejorar la eficiencia de la sudoración y conservar electrolitos. Este proceso es especialmente importante en personas que comienzan nuevas actividades físicas o laborales en ambientes cálidos, y en aquellas que retoman dichas actividades tras un período de inactividad.

En el ámbito ocupacional, la prevención de enfermedades inducidas por calor requiere la implementación de programas integrales que contemplen tanto los riesgos individuales como las condiciones laborales. Estos programas deben evaluar factores como la duración e intensidad de la exposición solar directa, la carga física del trabajo, el grado de aclimatación del trabajador, y la capacidad para identificar síntomas tempranos de disfunción térmica. Además, deben establecer protocolos de acción ante señales de alarma y disponer de recursos adecuados para la intervención inmediata.

En el entorno deportivo y recreativo, la educación debe estar dirigida a entrenadores, preparadores físicos, deportistas y, en el caso de menores, a padres y tutores. Es crucial que estos grupos comprendan no solo los riesgos asociados al esfuerzo físico en ambientes calurosos, sino también los signos clínicos precoces, las estrategias de prevención, y las pautas básicas de actuación en caso de enfermedad térmica. Este conocimiento contribuye a generar una cultura de seguridad que prioriza el bienestar por encima del rendimiento.

La evaluación médica periódica es igualmente necesaria para identificar individuos con condiciones predisponentes, como enfermedades crónicas, consumo de medicamentos que afectan la termorregulación o antecedentes de intolerancia al calor. También se debe realizar una vigilancia activa de las condiciones meteorológicas, ya que factores como la temperatura ambiental, la humedad relativa y la radiación solar directa influyen de forma significativa en el riesgo de desarrollar patologías por calor.

Para quienes realizan actividades físicas o laborales en ambientes calurosos, la hidratación adecuada constituye una de las estrategias preventivas más importantes. La ingesta de líquidos debe comenzar antes de iniciar la actividad, mantenerse durante su realización y continuar en el período de recuperación. Es fundamental que el reemplazo hídrico no se base exclusivamente en agua, ya que una reposición inadecuada de electrolitos, particularmente de sodio, puede provocar desequilibrios como la hiponatremia dilucional, que conlleva riesgos neurológicos importantes. Por esta razón, se recomienda consumir soluciones que contengan un equilibrio adecuado de agua y electrolitos.

El uso de tabletas de sal no está indicado, ya que su administración puede inducir hipernatremia hipertónica, especialmente si no se controla adecuadamente la cantidad de sodio ingerido ni el estado de hidratación general del individuo. En su lugar, deben preferirse soluciones comerciales de rehidratación o bebidas deportivas diseñadas para mantener el equilibrio electrolítico durante el esfuerzo.

En contextos donde la actividad física o el trabajo bajo calor es inevitable, se recomienda una vigilancia estrecha del estado de hidratación y del balance electrolítico, junto con la intervención precoz ante cualquier signo de descompensación. Solo mediante un enfoque educativo, preventivo y clínicamente riguroso será posible reducir la carga de enfermedad asociada al estrés térmico y mejorar la seguridad de las personas expuestas a ambientes hostiles por razones laborales, deportivas o recreativas.

 

Pronóstico

El pronóstico del golpe de calor es reservado, y su mortalidad continúa siendo elevada, especialmente cuando el diagnóstico se retrasa o el tratamiento no se instaura con la rapidez e intensidad necesarias. Esta elevada letalidad no se debe únicamente a la hipertermia en sí misma, sino a las consecuencias fisiopatológicas sistémicas que esta desencadena, principalmente el fallo multiorgánico progresivo.

La hipertermia extrema provoca una disrupción severa en la homeostasis celular, desencadenando una cascada de eventos inflamatorios, citotóxicos y trombogénicos que afectan múltiples sistemas del organismo. Entre las complicaciones más graves se encuentran la disfunción hepática, el daño renal agudo, la coagulopatía intravascular diseminada, el compromiso neurológico permanente y el síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA), una condición inflamatoria pulmonar que compromete severamente el intercambio gaseoso y requiere ventilación mecánica en muchos casos.

Uno de los riesgos más importantes posteriores al golpe de calor es la rabdomiólisis, una condición caracterizada por la destrucción masiva del tejido muscular esquelético, que libera grandes cantidades de mioglobina al torrente sanguíneo. Esta proteína, al filtrarse por los riñones, puede inducir una nefropatía obstructiva que compromete rápidamente la función renal. Aun cuando la temperatura corporal se haya reducido y normalizado, la rabdomiólisis puede continuar progresando, lo que subraya la necesidad de un monitoreo prolongado y vigilancia metabólica estrecha.

Asimismo, tras la normalización de la temperatura central, muchos pacientes pueden seguir presentando un estado inflamatorio sistémico persistente. Este estado es análogo al observado en síndromes de respuesta inflamatoria sistémica, y se asocia con alteraciones en la microcirculación, permeabilidad capilar aumentada, edema tisular y disfunción orgánica subaguda, que pueden prolongarse durante días e incluso semanas, requiriendo manejo en unidades de cuidados intensivos.

Dado este panorama, es imperativo evitar la reexposición del paciente a ambientes calurosos inmediatamente después de un episodio de golpe de calor. El sistema termorregulador, habiendo sufrido un colapso funcional, puede tardar un tiempo en recuperar su capacidad adaptativa. Reintroducir al individuo en condiciones ambientales adversas antes de completar un proceso adecuado de recuperación y re-aclimatación puede precipitar una recaída o exacerbar las secuelas orgánicas ya existentes.

Por lo tanto, el pronóstico del golpe de calor está estrechamente ligado tanto a la rapidez en el diagnóstico y tratamiento inicial como al seguimiento cuidadoso de las complicaciones posteriores, incluso tras la aparente resolución clínica. El golpe de calor no debe considerarse un evento aislado, sino una agresión sistémica con efectos potencialmente duraderos, cuya atención debe continuar más allá del control térmico inmediato para garantizar la recuperación integral del paciente.

 

 

 

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Degroot DW et al. Exertional heat stroke: an evidence based approach to clinical assessment and management. Exp Physiol. 2022;107:1172. [PMID: 35771080]
  2. Garcia CK et al. Exertional heat stroke: pathophysiology and risk factors. BMJ Med. 2022;1:e000239. [PMID: 36936589] Sorensen C et al. Heat illnesses in clinical practice. BMJ. 2022;378:e070762. [PMID: 35944909]
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