El trastorno por consumo de alcohol es una condición médica compleja que se manifiesta a través de un patrón problemático de ingesta de bebidas alcohólicas, el cual conduce a un deterioro clínicamente significativo o a un malestar notable. Este trastorno se clasifica generalmente en dos fases principales: el consumo de riesgo y el consumo moderado a severo de alcohol.
La primera fase, conocida como consumo de riesgo, se refiere al uso repetitivo de alcohol en contextos que pueden no parecer inicialmente problemáticos, pero que conllevan un aumento progresivo en la probabilidad de desarrollar dependencia. Es común que las personas recurran al alcohol en esta etapa como un mecanismo para aliviar la ansiedad, la tristeza o resolver otros conflictos emocionales. Aunque en esta fase los efectos adversos pueden no ser evidentes de forma inmediata, el patrón de consumo establece las bases para la progresión hacia una dependencia más grave.
En términos cuantitativos, el Instituto Nacional sobre el Abuso del Alcohol y Alcoholismo ha definido el consumo de riesgo como la ingesta de más de cuatro bebidas alcohólicas por día o catorce por semana en los hombres, y más de tres bebidas por día o siete por semana en las mujeres. Una bebida estándar está determinada por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades como el equivalente a 12 onzas de cerveza, 8 onzas de licor de malta, 5 onzas de vino o 1.5 onzas de destilado con una graduación de 80 grados.
La segunda fase corresponde al trastorno por consumo moderado a severo de alcohol, que es comparable al cuadro clínico observado en individuos con dependencia a otros fármacos sedantes e hipnóticos. Esta etapa se caracteriza por un uso recurrente de alcohol a pesar de que ello implique un deterioro en el funcionamiento social, familiar y laboral, así como la exposición continua a situaciones peligrosas, tanto para la persona como para quienes la rodean. Asimismo, pueden presentarse problemas legales derivados del consumo, como conducir bajo los efectos del alcohol o verse involucrado en actos de violencia.
Desde el punto de vista epidemiológico, aunque históricamente los hombres han sido mayoría en los servicios de tratamiento para este trastorno (con una proporción de aproximadamente cuatro hombres por cada mujer), diversas investigaciones señalan que esta brecha de género se está reduciendo. Aun así, las mujeres tienden a buscar ayuda en etapas más avanzadas de la enfermedad y lo hacen, principalmente, en contextos médicos o de salud mental, más que en programas especializados en adicciones.
Los factores genéticos desempeñan un papel importante en la vulnerabilidad al trastorno por consumo de alcohol, como lo demuestran estudios con gemelos y personas adoptadas. Además, existen diferencias étnicas significativas en la forma en que el organismo metaboliza el alcohol. Por ejemplo, cerca del 40% de la población japonesa presenta una deficiencia en la enzima aldehído deshidrogenasa, lo que provoca una acumulación de acetaldehído durante el metabolismo del alcohol, generando reacciones fisiológicas desagradables como enrojecimiento facial, náuseas y taquicardia, que pueden actuar como factores protectores contra el consumo excesivo.
En cuanto a la comorbilidad psiquiátrica, es frecuente encontrar cuadros depresivos en individuos con este trastorno, los cuales deben ser evaluados de manera cuidadosa para determinar su relación causal o de coexistencia con el uso de alcohol. Además, el alcohol es un potente depresor del sistema nervioso central, y su consumo en grandes cantidades está estrechamente vinculado con un aumento en el riesgo de suicidio, así como con la ocurrencia de conductas violentas y episodios de agresión, especialmente en el entorno doméstico.
Tratamiento psicológico
Desde una perspectiva psicológica, el abordaje clínico del trastorno por consumo de alcohol requiere una actitud profesional caracterizada por la sospecha temprana del problema y una postura no crítica ni condenatoria, aunque esto no debe interpretarse como una actitud pasiva o indiferente por parte del profesional de la salud. El reconocimiento temprano de los signos y síntomas del consumo problemático de alcohol es fundamental, ya que el éxito terapéutico está estrechamente relacionado con la rapidez con la que se establece una intervención adecuada.
Uno de los principales desafíos que enfrenta el clínico en este contexto es el fenómeno de la negación, mecanismo psicológico de defensa mediante el cual el paciente evita reconocer la magnitud o las consecuencias de su conducta adictiva. Por esta razón, es recomendable que desde el primer encuentro se incluya a familiares cercanos o personas significativas, ya que su participación puede ser determinante tanto para romper la negación como para evidenciar la dinámica de conductas habilitadoras que suelen perpetuar el problema.
Las conductas habilitadoras, también conocidas como comportamientos de facilitación, son aquellas actitudes de familiares o allegados que, con frecuencia de manera inconsciente y bienintencionada, permiten al paciente con trastorno por consumo de alcohol evitar el enfrentamiento con las consecuencias reales de su conducta. Ejemplos de estas conductas incluyen justificar ausencias laborales, asumir responsabilidades del paciente o minimizar públicamente los efectos del consumo. Estas dinámicas deben ser identificadas y abordadas desde las primeras fases del tratamiento, ya que su mantenimiento puede obstaculizar significativamente el proceso de recuperación.
El enfoque terapéutico debe centrarse, desde el inicio, en las posibilidades de acción y cambio, lo cual transmite al paciente un mensaje de cuidado, compromiso y esperanza. Este tipo de intervención no solo fortalece la alianza terapéutica, sino que también establece una narrativa positiva que puede contrarrestar la desesperanza y la culpa que frecuentemente acompañan a este trastorno.
Es importante destacar que el tratamiento no debe enfocarse en los orígenes o motivaciones profundas del consumo desde las primeras etapas. Aunque comprender los factores psicológicos subyacentes puede ser relevante en fases posteriores, la prioridad inmediata debe ser la interrupción del consumo nocivo. En este sentido, el objetivo terapéutico ideal es la abstinencia total, sin embargo, desde una perspectiva más pragmática y centrada en el paciente, el modelo de reducción de daños plantea que avanzar gradualmente hacia la abstinencia puede ser un enfoque igualmente válido y eficaz. Este modelo reconoce que cada persona se encuentra en una etapa distinta del proceso de cambio y que la disminución progresiva del consumo también puede generar mejoras significativas en la calidad de vida.
Una herramienta particularmente útil en este contexto es la entrevista motivacional, un modelo de intervención psicológica que busca explorar y resolver la ambivalencia del paciente frente al cambio. Este enfoque parte del respeto a la autonomía del individuo y trabaja activamente en fortalecer su motivación intrínseca para modificar la conducta, sin imponer directrices ni ejercer presión externa. A través de la entrevista motivacional, el clínico acompaña al paciente en el proceso de reflexión sobre las discrepancias entre sus valores personales y su comportamiento actual, facilitando así decisiones autónomas y sostenibles en relación con el cese del consumo.
Intervención social
Desde el punto de vista social, el tratamiento del trastorno por consumo de alcohol debe contemplar la integración activa del entorno inmediato del paciente, ya que los factores sociales tienen un impacto decisivo en la motivación, adherencia y éxito del proceso terapéutico. Uno de los enfoques más eficaces consiste en fomentar la participación del paciente en grupos de apoyo como Alcohólicos Anónimos, así como incentivar la asistencia de familiares y amigos cercanos a programas como Al-Anon, diseñados específicamente para ayudar a quienes conviven con personas que padecen este trastorno.
La evidencia clínica sugiere que el éxito del tratamiento está directamente relacionado con el grado de utilización de recursos comunitarios y conductuales, tales como Alcohólicos Anónimos, la consejería individual o grupal, y otras intervenciones psicosociales. Estos espacios proporcionan no solo apoyo emocional y contención, sino también modelos positivos de sobriedad, mecanismos de rendición de cuentas y una estructura que favorece la permanencia en el proceso de recuperación.
Es recomendable que el paciente sea seguido clínicamente con frecuencia, aunque en sesiones breves, lo cual permite mantener una supervisión constante del progreso y reforzar la alianza terapéutica sin generar una sensación de carga o control excesivo. En este sentido, el contacto continuo con el profesional de salud se convierte en un factor protector clave frente a las recaídas.
Asimismo, no debe subestimarse la influencia de la espiritualidad y la religión, especialmente en pacientes que mantienen un vínculo significativo con su fe. En estos casos, el acompañamiento de un guía espiritual o consejero religioso puede ser decisivo, y en ocasiones representa el punto de inflexión que facilita una transformación personal profunda orientada hacia la sobriedad. La religión puede ofrecer no solo consuelo y sentido de propósito, sino también un marco moral y comunitario que refuerce el compromiso con el cambio.
Otro aspecto social fundamental es el ámbito laboral. El empleo y la posibilidad de perderlo constituyen una de las motivaciones más poderosas para abandonar el consumo de alcohol, ya que el trabajo suele estar vinculado al sentido de identidad, estabilidad económica y pertenencia social. La amenaza de una sanción o despido puede actuar como un catalizador para la toma de conciencia y el inicio del tratamiento. Conscientes de esta realidad, muchas empresas, en particular dentro del sector corporativo, han implementado programas de asistencia para empleados con trastornos por consumo de alcohol.
Tratamiento médico
Desde un enfoque médico integral, la hospitalización de pacientes con trastorno por consumo de alcohol no suele ser necesaria de manera rutinaria, pero puede justificarse en casos donde existan indicaciones médicas concomitantes, como complicaciones clínicas graves, comorbilidades orgánicas descompensadas o riesgo elevado de síndrome de abstinencia severo. Cuando un paciente con antecedentes de consumo crónico de alcohol es hospitalizado por cualquier otra causa, el personal de salud debe mantenerse especialmente alerta ante la posibilidad de un síndrome de abstinencia alcohólica, el cual puede presentarse incluso en las primeras 24 a 72 horas tras la interrupción brusca del consumo y representar un riesgo vital si no se identifica y trata adecuadamente.
Dado que el trastorno por consumo de alcohol está asociado con múltiples complicaciones médicas, se requiere la realización de un examen físico exhaustivo, acompañado de pruebas de laboratorio específicas que permitan evaluar el impacto sistémico del alcohol. Es fundamental prestar atención especial al estado del sistema nervioso central y del hígado, ya que el alcoholismo crónico puede conducir a neuropatías, encefalopatías, esteatosis hepática, hepatitis alcohólica y cirrosis, entre otras afecciones.
En cuanto al abordaje farmacológico, el uso de sedantes como sustituto del alcohol no es recomendable, ya que puede derivar en una nueva dependencia farmacológica y no resuelve el problema de fondo. En su lugar, se han desarrollado intervenciones farmacológicas específicas dirigidas a reducir el deseo de consumo o a generar respuestas aversivas frente al alcohol.
Uno de los medicamentos utilizados con este propósito es el disulfiram, administrado por vía oral en dosis de 250 a 500 miligramos diarios. Su mecanismo de acción consiste en inhibir la enzima aldehído deshidrogenasa, lo que provoca una acumulación de acetaldehído en el organismo si el paciente consume alcohol. Esta acumulación genera reacciones desagradables y potencialmente peligrosas, como enrojecimiento facial, náuseas, vómitos, palpitaciones y, en casos graves, hipotensión. Aunque el disulfiram ha sido empleado durante décadas como tratamiento aversivo, su eficacia es limitada y depende en gran medida del nivel de motivación y adherencia del paciente, ya que la toma diaria debe ser constante y voluntaria.
Otro fármaco con mejor perfil terapéutico es la naltrexona, un antagonista de los receptores opioides, utilizado como terapia de mantenimiento tras la interrupción del consumo de alcohol. Administrada en dosis de 50 miligramos diarios por vía oral, la naltrexona reduce las tasas de recaída al atenuar los efectos gratificantes del alcohol, lo que disminuye la sensación de euforia asociada a su consumo. Los estudios han demostrado que este medicamento también ayuda a reducir el deseo compulsivo de beber cuando se emplea dentro de un programa terapéutico integral que incluya apoyo psicológico y conductual. Su máxima efectividad se observa cuando se administra incluso durante periodos en los que el paciente aún está bebiendo, siempre que el tratamiento incluya intervenciones motivacionales que refuercen la abstinencia y acepten la posibilidad de recaídas como parte del proceso.
Por su parte, el acamprosato es un fármaco utilizado para mantener la abstinencia y reducir los episodios de deseo intenso. Se administra por vía oral en dosis de 333 a 666 miligramos tres veces al día. Su mecanismo de acción no está completamente elucidado, pero se cree que actúa modulando la neurotransmisión glutamatérgica, ayudando así a restablecer el equilibrio neuroquímico alterado por el consumo crónico de alcohol. Una de sus ventajas es que puede continuarse incluso en presencia de recaídas, lo que favorece su utilización como tratamiento de largo plazo en programas centrados en la reducción de daños.
Tanto la naltrexona como el acamprosato han demostrado ser útiles en la disminución del retorno al consumo de alcohol, especialmente cuando se integran dentro de un abordaje multifacético que combine estrategias farmacológicas, terapias conductuales, seguimiento clínico y apoyo psicosocial.
Tratamiento conductual
Desde una perspectiva conductual, los enfoques de condicionamiento han desempeñado un papel significativo en la historia del tratamiento del trastorno por consumo de alcohol. Estas estrategias se fundamentan en principios del aprendizaje asociativo, particularmente el condicionamiento clásico y operante, con el objetivo de modificar conductas relacionadas con el consumo. Uno de los métodos más representativos ha sido la terapia aversiva, que busca generar una respuesta emocional negativa frente al alcohol mediante la asociación de su consumo (o incluso su contemplación) con estímulos desagradables, como náuseas inducidas farmacológicamente, descargas eléctricas leves o imágenes repulsivas.
El principio subyacente de la terapia aversiva consiste en que, al vincular de forma repetida el estímulo placentero (el alcohol) con consecuencias negativas, el deseo de consumir disminuye progresivamente. Sin embargo, si bien estas técnicas fueron utilizadas en diversas instituciones durante décadas, su eficacia clínica ha sido cuestionada, especialmente en cuanto a la durabilidad de sus efectos y la adherencia por parte de los pacientes. Las terapias aversivas tienden a generar un alto grado de malestar y rechazo, lo que afecta negativamente la participación continua en el tratamiento y puede conducir a la deserción terapéutica. Además, no abordan los factores cognitivos, emocionales y sociales que subyacen al trastorno, por lo que su utilidad ha resultado limitada en contextos clínicos más complejos.
En la actualidad, los enfoques de condicionamiento han sido ampliamente reemplazados o complementados por modelos terapéuticos más integrales y centrados en el paciente, que han demostrado mayor eficacia y aceptación. Entre estos, destacan:
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La terapia cognitivo-conductual (TCC), que combina técnicas conductuales con la identificación y modificación de patrones de pensamiento disfuncionales relacionados con el consumo. La TCC ayuda al paciente a reconocer situaciones de riesgo, desarrollar habilidades para afrontar el deseo de beber, mejorar el control de impulsos y trabajar sobre creencias irracionales o distorsionadas. Su abordaje estructurado y basado en la evidencia la convierte en una de las intervenciones psicológicas más efectivas en el tratamiento del trastorno por consumo de alcohol.
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La entrevista motivacional, una técnica centrada en el paciente que se enfoca en resolver la ambivalencia frente al cambio. Este modelo parte del respeto por la autonomía del individuo y busca fortalecer su motivación intrínseca mediante un estilo conversacional empático, colaborativo y no confrontativo. Es particularmente útil en etapas tempranas del tratamiento, cuando el paciente aún no está completamente comprometido con la abstinencia, y puede ser empleada en combinación con otras modalidades terapéuticas.
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Los programas residenciales o de tratamiento intensivo, que ofrecen un entorno estructurado y libre de sustancias, resultan adecuados para pacientes con consumo severo, comorbilidades psiquiátricas o antecedentes de múltiples recaídas. Estos programas suelen incluir un abordaje multidisciplinario que integra atención médica, terapia individual y grupal, educación sobre adicciones, apoyo psicosocial y actividades terapéuticas complementarias.
Cada uno de estos enfoques presenta niveles variables de éxito, dependiendo de factores individuales como la gravedad del trastorno, la motivación del paciente, la presencia de apoyo social y la existencia de trastornos mentales concurrentes. No existe un único tratamiento eficaz para todos los casos; por lo tanto, la elección de la intervención debe ser personalizada y basada en una evaluación clínica integral.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Bahji A et al. Comparative efficacy and safety of pharmacotherapies for alcohol withdrawal: a systematic review and network meta-analysis. Addiction. 2022;117:2591. [PMID: 35194860]
- Bosch NA et al. Implementation of a phenobarbital-based pathway for severe alcohol withdrawal: a mixed-method study. Ann Am Thorac Soc. 2021;18:1708. [PMID: 33945771]
- Casper R et al. Which detoxification syndromes are effective for alcohol withdrawal syndrome? J Fam Pract. 2021;70:E16. [PMID: 33760908]
- Kelson M et al. Ketamine treatment for alcohol use disorder: a systematic review. Cureus. 2023;15:e38498. [PMID: 37273364]
- Malone D et al. Phenobarbital versus benzodiazepines in alcohol withdrawal syndrome. Neuropsychopharmacol Rep. 2023;43:532. [PMID: 37368937]

