Diuréticos en el tratamiento de la hipertensión arterial

Diuréticos en el tratamiento de la hipertensión arterial
Diuréticos en el tratamiento de la hipertensión arterial

Los diuréticos tiazídicos son considerados los antihipertensivos más estudiados y con mayor consistencia en su efectividad, gracias a una extensa base de evidencia que respalda su uso en el tratamiento de la hipertensión arterial. La principal acción de estos fármacos se centra en la modificación del equilibrio de fluidos en el organismo, lo que permite reducir la presión arterial de manera efectiva.

Al inicio del tratamiento con diuréticos tiazídicos, su efecto antihipertensivo se manifiesta principalmente a través de la reducción del volumen plasmático. Este efecto inicial se traduce en una disminución del retorno venoso al corazón, lo que a su vez lleva a una disminución del gasto cardíaco y, en consecuencia, de la presión arterial. Sin embargo, a medida que avanza la terapia a largo plazo, el mecanismo de acción de estos medicamentos evoluciona. La reducción del volumen plasmático se estabiliza y el efecto hemodinámico predominante se convierte en la disminución de la resistencia vascular periférica. Este cambio se debe a la capacidad de los diuréticos tiazídicos para inducir cambios en la función endotelial y promover la vasodilatación, lo que contribuye a un control sostenido de la presión arterial.

La mayor parte del efecto antihipertensivo de los diuréticos tiazídicos se logra a dosis más bajas, generalmente en el rango de 12.5 miligramos de hidroclorotiazida o su equivalente. Esto es significativo, ya que su eficacia a bajas dosis permite minimizar los efectos secundarios, lo que los hace más tolerables para los pacientes. Sin embargo, es importante destacar que los efectos bioquímicos y metabólicos de estos fármacos, como la alteración de los electrolitos y el perfil lipídico, pueden estar relacionados con el aumento de la dosis.

Se ha encontrado que la clortalidona, otro diurético tiazídico, presenta una ventaja en términos de control de la presión arterial a lo largo de 24 horas, superando a la hidroclorotiazida en ensayos clínicos. Esta característica se debe a su mayor vida media y su perfil farmacocinético, lo que permite una acción prolongada y, por lo tanto, un mejor manejo de la hipertensión durante el día.

Es relevante mencionar que, aunque los diuréticos tiazídicos son eficaces en dosis bajas, pueden administrarse en dosis más altas si se monitorea adecuadamente el potasio plasmático. En particular, si los niveles de potasio se encuentran por encima de 4.5 milimoles por litro, el uso de dosis más elevadas puede ser considerado sin un riesgo significativo de hipopotasemia.

Los diuréticos de asa, como la furosemida, son medicamentos que se utilizan en el tratamiento de diversas condiciones clínicas, incluida la hipertensión y el edema. Sin embargo, su uso puede conllevar un mayor riesgo de depleción de electrolitos y volumen en comparación con los diuréticos tiazídicos. Esta diferencia se debe a sus mecanismos de acción y a la forma en que afectan el equilibrio de fluidos y electrolitos en el organismo.

Los diuréticos de asa actúan principalmente en la porción ascendente del asa de Henle en el riñón, donde inhiben el cotransportador de sodio, potasio y cloro. Esta acción provoca una excreción significativa de estos electrolitos y del agua, lo que puede resultar en una reducción más pronunciada del volumen intravascular. Como consecuencia, los pacientes tratados con diuréticos de asa tienen una mayor predisposición a experimentar desequilibrios electrolíticos, como hipopotasemia y deshidratación, así como una reducción abrupta del volumen circulante. Además, la duración de acción de los diuréticos de asa es generalmente más corta en comparación con los diuréticos tiazídicos, lo que implica que se requiere una administración más frecuente para mantener el efecto diurético.

Debido a estos efectos adversos significativos, el uso de diuréticos de asa se reserva principalmente para aquellos pacientes con disfunción renal, caracterizada por una creatinina sérica superior a 2.5 miligramos por decilitro o una tasa de filtración glomerular estimada inferior a 30 mililitros por minuto por 1.73 metros cuadrados. En estas situaciones, los diuréticos de asa son más efectivos que los diuréticos tiazídicos para el control del exceso de volumen, ya que pueden generar una eliminación más efectiva de líquido, lo que es crucial en el manejo de la insuficiencia renal y las condiciones asociadas.

Desde un punto de vista comparativo, los diuréticos tienen un perfil de efectividad que varía según la población. En particular, se ha observado que son más potentes en ciertos subgrupos, como las personas de raza negra, los individuos mayores y aquellos con obesidad. Este efecto puede estar relacionado con un mayor volumen plasmático o con una baja actividad de renina plasmática, que son factores que favorecen la acción diurética. Asimismo, estudios han indicado que los diuréticos son relativamente más eficaces en individuos fumadores, lo que podría estar relacionado con la interacción entre el tabaquismo y la fisiología cardiovascular.

Además, la administración a largo plazo de diuréticos tiazídicos tiene un beneficio adicional en el contexto de la salud ósea. Se ha demostrado que estos fármacos pueden mitigar la pérdida de contenido mineral óseo en mujeres mayores, quienes son especialmente vulnerables a la osteoporosis. Este aspecto es crucial para el manejo integral de la hipertensión en esta población, donde los riesgos asociados a la osteoporosis deben ser considerados.

En general, los diuréticos administrados como monoterapia logran controlar la presión arterial en aproximadamente el cincuenta por ciento de los pacientes con hipertensión leve a moderada. Además, su uso se puede combinar de manera efectiva con otros agentes antihipertensivos, como los inhibidores del cotransportador de sodio-glucosa tipo 2, para lograr un mayor control de la presión arterial. Los diuréticos también son especialmente útiles en el tratamiento de la hipertensión aislada o predominantemente sistólica, que es común en pacientes ancianos y en aquellos con condiciones cardiovasculares crónicas. Esta versatilidad y efectividad hacen de los diuréticos una clase esencial de medicamentos en el arsenal terapéutico contra la hipertensión y sus complicaciones.

Efectos secundarios

Los diuréticos, aunque son ampliamente utilizados en el tratamiento de la hipertensión y otras condiciones médicas, presentan una serie de efectos secundarios que están principalmente relacionados con los cambios metabólicos que inducen en el organismo. Estos efectos adversos pueden variar en frecuencia e intensidad, pero algunos son más comunes que otros.

Uno de los efectos secundarios más preocupantes asociados con el uso de diuréticos es la hipopotasemia, que se refiere a niveles bajos de potasio en el suero. Esta condición es menos frecuente cuando se utilizan diuréticos a las dosis recomendadas, pero sigue siendo una preocupación relevante, especialmente en pacientes que pueden tener un riesgo mayor de depleción de potasio. Para mitigar este riesgo, se recomienda una dieta baja en sodio y un aumento en la ingesta de potasio. Generalmente, no es necesario el reemplazo de potasio para mantener los niveles séricos por encima de 3.5 milimoles por litro. Sin embargo, en situaciones donde los pacientes tienen un riesgo especial de depleción de potasio intracelular, como aquellos que están bajo tratamiento con digoxina o que tienen antecedentes de arritmias ventriculares, es prudente mantener niveles más altos de potasio en el suero. En tales casos, podría ser recomendable el uso de agentes que ahorren potasio para ayudar a prevenir complicaciones.

Adicionalmente, los diuréticos pueden ocasionar otros efectos adversos menos comunes, como la disfunción eréctil, erupciones cutáneas y fotosensibilidad. Aunque estos efectos pueden ser molestos para los pacientes, su incidencia es generalmente baja en comparación con los efectos metabólicos más significativos.

En cuanto a la relación entre los diuréticos y el metabolismo de la glucosa, se ha observado que la terapia diurética se asocia con una incidencia ligeramente mayor de diabetes de nuevo inicio leve, en comparación con otros antihipertensivos como los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina y los bloqueadores de los receptores de angiotensina II. Este aspecto es importante en el contexto de la hipertensión, dado que la diabetes y la hipertensión a menudo coexisten y pueden exacerbarse mutuamente. Sin embargo, los beneficios del control de la presión arterial suelen superar los riesgos asociados con el desarrollo de diabetes, y no se debe restringir el uso de diuréticos en pacientes que ya tienen diagnóstico de diabetes.

Otro efecto adverso que se debe considerar es la hiponatremia, que es una reducción de los niveles de sodio en la sangre. Aunque todos los tipos de diuréticos pueden causar hiponatremia, este efecto es más común con los diuréticos tiazídicos. La fisiopatología de la hiponatremia inducida por diuréticos es compleja y no se comprende completamente, aunque se relaciona con la alteración en la regulación del agua y los electrolitos.

Además, los diuréticos tienden a aumentar los niveles de ácido úrico en el suero, lo que puede precipitar ataques de gota en individuos predispuestos. Este efecto es importante de considerar en la práctica clínica, especialmente en pacientes con antecedentes de hiperuricemia o gota.

Por último, los diuréticos pueden inducir aumentos en la glucosa en sangre, así como en los niveles de triglicéridos y colesterol de baja densidad. Sin embargo, estos cambios suelen ser relativamente menores durante el tratamiento a largo plazo con dosis bajas. Por lo tanto, aunque existe un potencial para el empeoramiento de ciertos parámetros metabólicos, estos efectos adversos son generalmente superados por las ventajas del control de la presión arterial, lo que reafirma la relevancia de los diuréticos en el manejo de la hipertensión y otras condiciones relacionadas.

 

 

 

Homo medicus

 


 

¡Gracias por visitarnos!

 

Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
  2. Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
  3. Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2024. McGraw Hill.

Síguenos en X: @el_homomedicus  y @enarm_intensivo    

🟥     🟪     🟨     🟧     🟩     🟦

APRENDER CIRUGÍA

¿De cuánta utilidad te ha parecido este contenido?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

Ya que has encontrado útil este contenido...

¡Sígueme en los medios sociales!

Homo medicus

Conocimiento médico en evolución...

También te podría gustar...