El edema pulmonar cardiogénico agudo es una condición grave que se presenta cuando el corazón no puede bombear sangre de manera efectiva, lo que resulta en un aumento de la presión en las venas que llevan sangre al pulmón. Este aumento de presión provoca la extravasación de líquido hacia los espacios intersticiales del pulmón, lo que dificulta el intercambio gaseoso y puede llevar a una hipoxemia significativa.
Las causas típicas de este fenómeno son diversas y abarcan condiciones agudas y crónicas que afectan la función cardíaca. Entre las causas agudas más comunes se incluyen el infarto agudo de miocardio, que puede llevar a una disfunción cardíaca súbita; la isquemia severa, donde el músculo cardíaco no recibe suficiente flujo sanguíneo; y la exacerbación de la insuficiencia cardíaca crónica, donde un corazón previamente comprometido no puede manejar aumentos repentinos en la demanda hemodinámica. La hipertensión severa también puede inducir edema pulmonar, al generar un aumento en la presión sistólica y diastólica que compromete la capacidad del ventrículo izquierdo para expulsar sangre eficientemente.
Además, condiciones como la sobrecarga de volumen aguda del ventrículo izquierdo, que puede ocurrir en casos de regurgitación valvular o estenosis mitral, son igualmente responsables. Estas anomalías valvulares provocan un aumento en la presión del lado izquierdo del corazón, lo que a su vez genera una congestión venosa pulmonar y un eventual edema.
En los países desarrollados, la presentación más común del edema pulmonar cardiogénico agudo es la deterioración aguda o subaguda de la insuficiencia cardíaca crónica. Este empeoramiento a menudo se precipita por varios factores, entre los cuales destacan la interrupción de los medicamentos que el paciente estaba tomando para manejar su condición, el consumo excesivo de sal que lleva a una sobrecarga de volumen, la isquemia miocárdica que puede resultar de un aumento de la demanda o de un flujo sanguíneo inadecuado, así como la presencia de taquiarritmias, especialmente la fibrilación auricular rápida, que puede desorganizar el ritmo cardíaco y reducir la eficiencia del bombeo. Adicionalmente, las infecciones intercurrentes pueden agravar aún más la situación, exacerbando la insuficiencia cardíaca y llevando a la congestión pulmonar.
Es importante señalar que, en muchos de estos casos, el edema pulmonar puede ser precedido por una sobrecarga de volumen que se manifiesta como edema en los tejidos y dificultad progresiva para respirar. Estos síntomas iniciales suelen ofrecer una oportunidad para la intervención médica temprana, la cual puede incluir la optimización de la medicación, la restricción del sodio en la dieta y el tratamiento de la causa subyacente del empeoramiento clínico. Cuando se toman medidas adecuadas en esta fase inicial, es posible evitar la necesidad de una hospitalización, que a menudo implica un manejo más intensivo y recursos significativos para tratar las complicaciones asociadas con el edema pulmonar.
Manifestaciones clínicas del edema pulmonar cardiogénico
El edema pulmonar agudo se presenta con un cuadro clínico característico que incluye disnea severa, producción de esputo rosado y espumoso, así como síntomas de diaforesis y cianosis. La disnea, o dificultad para respirar, es uno de los síntomas más evidentes y angustiosos, resultante de la acumulación de líquido en los espacios alveolares del pulmón, lo que compromete la capacidad de intercambio gaseoso. La producción de esputo rosado y espumoso es un signo distintivo de la condición, indicando la presencia de líquido con alto contenido de proteínas que se filtra a los alvéolos. La diaforesis, que se refiere a la sudoración excesiva, y la cianosis, que es la coloración azulada de la piel debido a la falta de oxígeno, son signos de una insuficiencia respiratoria aguda.
En la auscultación pulmonar, se pueden identificar estertores o rales en todos los campos pulmonares, que son sonidos respiratorios anormales generados por la presencia de líquido en los alvéolos. Además, es común observar sibilancias y roncos, que son otros tipos de ruidos respiratorios que indican obstrucción y congestión en las vías aéreas. La presentación del edema pulmonar puede ser aguda o subaguda, especialmente en el contexto de una insuficiencia cardíaca crónica que se descompensa. Sin embargo, también puede ser la primera manifestación de una enfermedad cardíaca, comúnmente un infarto agudo de miocardio, que puede presentarse con dolor torácico o, en algunos casos, de manera asintomática.
En situaciones de descompensación menos severa, los pacientes pueden experimentar disnea en reposo, estertores y otros signos de retención de líquido, aunque sin llegar a presentar hipoxia severa. Esto puede indicar que el sistema respiratorio aún mantiene una cierta capacidad para realizar el intercambio gaseoso, aunque comprometida.
Es importante señalar que existen causas no cardiacas de edema pulmonar, que incluyen el uso de opioides intravenosos, el aumento de la presión intracerebral, la exposición a altitudes elevadas, la sepsis, ciertos medicamentos, toxinas inhaladas, reacciones a transfusiones, shock y coagulación intravascular diseminada. Estas etiologías se diferencian del edema pulmonar cardiogénico por el contexto clínico, la historia clínica del paciente y el examen físico. En la mayoría de los pacientes con edema pulmonar cardiogénico, se puede detectar clínicamente o mediante estudios complementarios, como el electrocardiograma, la radiografía de tórax o el ecocardiograma, una anormalidad cardíaca subyacente que justifica el deterioro respiratorio.
El diagnóstico correcto es crucial, ya que las diferentes etiologías del edema pulmonar requieren enfoques terapéuticos distintos. En el caso del edema pulmonar cardiogénico, el tratamiento se centra en mejorar la función cardíaca y reducir la sobrecarga de líquido, mientras que las causas no cardiacas pueden necesitar intervenciones específicas dirigidas a la condición subyacente, como el tratamiento de la sepsis o la reducción de la presión intracraneal. Por lo tanto, una evaluación exhaustiva y sistemática es esencial para abordar adecuadamente este cuadro clínico complejo.
Exámenes complementarios
La radiografía de tórax es una herramienta diagnóstica fundamental en la evaluación del edema pulmonar, ya que revela signos característicos que permiten diferenciar entre causas cardiogénicas y no cardiogénicas de la condición. En el caso del edema pulmonar cardiogénico, se observan signos de redistribución vascular pulmonar, que indican un aumento en la presión venosa pulmonar. Este fenómeno se manifiesta como un desenfoque en los contornos vasculares, donde las estructuras vasculares se vuelven menos definidas debido a la congestión. Adicionalmente, se pueden apreciar marcas intersticiales aumentadas, que son indicativas de la presencia de líquido en el espacio intersticial del pulmón, y el patrón en «mariposa», que se caracteriza por la distribución de edema alveolar. Este patrón sugiere la presencia de líquido en los alvéolos, afectando de manera predominante las áreas perihiliares de los pulmones y dando lugar a una imagen radiográfica distintiva que es casi patognomónica del edema pulmonar cardiogénico.
La evaluación del tamaño del corazón en la radiografía también es relevante. El corazón puede aparecer aumentado o de tamaño normal, dependiendo de si el paciente tiene antecedentes de insuficiencia cardíaca. En pacientes con insuficiencia cardíaca crónica, es posible que se observe un agrandamiento cardíaco debido a la adaptación a la carga de trabajo aumentada a lo largo del tiempo. Sin embargo, en casos de edema pulmonar agudo sin una historia previa de insuficiencia cardíaca, el corazón puede presentarse de tamaño normal.

La evaluación de la función cardíaca mediante ecocardiografía es crucial, ya que un porcentaje significativo de pacientes con edema pulmonar cardiogénico presenta fracciones de eyección normales, pero con presiones auriculares elevadas debido a la disfunción diastólica. Esto implica que el corazón tiene una capacidad adecuada para contraerse, pero la relajación y el llenado diastólico están comprometidos, lo que conduce a un aumento en la presión en las aurículas y, por ende, a la congestión venosa pulmonar.
Desde un punto de vista bioquímico, en el edema pulmonar cardiogénico, los niveles de péptido natriurético tipo B (BNP) están elevados. Este péptido es un marcador que se libera en respuesta al estiramiento de las paredes ventriculares y a la sobrecarga de volumen, y su elevación es indicativa de una sobrecarga de presión y un estado de insuficiencia cardíaca. Además, la presión de cuña pulmonar (PCWP), que es una medida indirecta de la presión en la aurícula izquierda, se encuentra invariablemente elevada, generalmente por encima de 25 milímetros de mercurio. Este hallazgo es fundamental para confirmar el diagnóstico de edema pulmonar cardiogénico.
En contraste, en el edema pulmonar no cardiogénico, la presión de cuña puede ser normal o incluso baja. Esto se debe a que, en estas condiciones, el edema resulta de otros mecanismos, como el aumento de la permeabilidad capilar, que no están relacionados con la presión elevada en el sistema venoso pulmonar. Por lo tanto, la diferencia en los valores de presión de cuña pulmonar se convierte en un elemento clave para distinguir entre las diferentes etiologías del edema pulmonar, lo que permite dirigir el tratamiento adecuado y abordar de manera efectiva la condición subyacente.
Tratamiento
En el edema pulmonar completo, es fundamental adoptar medidas inmediatas que mejoren la oxigenación y la respiración del paciente. Colocar al paciente en una posición sentada, con las piernas colgando del borde de la cama, es una de las intervenciones más efectivas. Esta postura facilita la expansión pulmonar y mejora la mecánica respiratoria al permitir una mayor apertura de los pulmones, lo que a su vez facilita el flujo de aire. Además, al elevar la parte superior del cuerpo, se reduce el retorno venoso al corazón, lo que disminuye la presión en las cavidades cardíacas y en los vasos pulmonares, contribuyendo así a aliviar la congestión y a mejorar la función respiratoria.
La administración de oxígeno es otra medida crítica en el manejo del edema pulmonar. Este se entrega a través de una mascarilla facial para asegurar que el paciente alcance una presión parcial de oxígeno arterial superior a 60 milímetros de mercurio. Este objetivo es esencial para prevenir la hipoxemia, una condición que puede tener consecuencias graves y que puede afectar múltiples órganos si no se trata rápidamente. Al mejorar la oxigenación, se contribuye a la estabilidad general del paciente y a la reducción de la carga sobre el sistema respiratorio.
La ventilación no invasiva con soporte de presión puede ser beneficiosa en estos pacientes, ya que puede mejorar la oxigenación y ayudar a prevenir la retención severa de dióxido de carbono. Este tipo de soporte ventilatorio proporciona un empuje adicional al aire durante la inspiración, lo que facilita la ventilación alveolar y mejora el intercambio gaseoso sin la necesidad de intubación traqueal inmediata. Esto permite a los médicos ganar tiempo para que las intervenciones farmacológicas, como los diuréticos y los vasodilatadores, comiencen a hacer efecto.
Sin embargo, si la dificultad respiratoria persiste de manera severa a pesar de estas intervenciones iniciales, puede ser necesario proceder con la intubación endotraqueal y la ventilación mecánica. Esta medida se considera una opción de último recurso, ya que implica una intervención más invasiva que puede tener riesgos asociados. Sin embargo, en situaciones en las que el paciente presenta un compromiso respiratorio significativo y no responde adecuadamente a las medidas menos invasivas, la intubación puede ser crucial para asegurar una ventilación adecuada y un intercambio gaseoso efectivo. La ventilación mecánica permite un control más riguroso de los parámetros respiratorios y garantiza que el paciente reciba suficiente oxígeno mientras se abordan las causas subyacentes del edema pulmonar.
La morfina es un analgésico opioide que ha demostrado ser altamente eficaz en el manejo del edema pulmonar, y su utilización puede ser beneficiosa incluso en descompensaciones menos severas cuando el paciente se siente incómodo o angustiado. La morfina actúa de varias maneras que ayudan a mejorar la situación clínica del paciente. La dosis inicial recomendada es de entre 2 y 8 miligramos administrados por vía intravenosa, aunque en casos más leves se puede optar por la administración subcutánea. Esta dosis puede repetirse cada dos a cuatro horas según la necesidad clínica y la respuesta del paciente.
Uno de los principales mecanismos de acción de la morfina en el contexto del edema pulmonar es su capacidad para aumentar la capacitancia venosa. Esto se traduce en una disminución de la presión en la aurícula izquierda, lo que ayuda a aliviar la congestión pulmonar. La morfina también tiene un efecto sedante que puede aliviar la ansiedad del paciente. La ansiedad y la angustia son factores que pueden comprometer la eficiencia de la ventilación, ya que pueden inducir hiperventilación y aumentar la sensación de disnea. Al reducir estos síntomas, la morfina mejora la comodidad del paciente y facilita la respiración.
Sin embargo, es crucial tener en cuenta que el uso de morfina puede llevar a una retención de dióxido de carbono al disminuir el impulso ventilatorio. Esta retención de dióxido de carbono puede ser problemática, especialmente en pacientes que ya presentan un compromiso respiratorio significativo. Por lo tanto, la morfina debe ser evitada en pacientes con edema pulmonar inducido por opioides, ya que estos pueden beneficiarse de la administración de antagonistas de opioides, que contrarrestan los efectos de los opioides. Además, en pacientes con edema pulmonar neurogénico, el uso de morfina no es recomendado debido a las complicaciones que puede acarrear.
La terapia intravenosa con diuréticos, específicamente el furosemida y el bumetanida, es una intervención que generalmente se indica en estos casos. Por ejemplo, se puede administrar furosemida a una dosis inicial de 40 miligramos o bumetanida a una dosis de 1 miligramo, pudiendo ajustarse a dosis más altas si el paciente ha estado bajo tratamiento diurético a largo plazo. Estos agentes diuréticos no solo facilitan la eliminación del exceso de líquido a través de la producción de orina, sino que también producen venodilatación antes del inicio de la diuresis. Este efecto venodilatador puede ser útil para disminuir la presión venosa y la congestión pulmonar antes de que los diuréticos comiencen a actuar plenamente.
Se ha demostrado que en pacientes con insuficiencia cardíaca aguda descompensada, las dosis de bolo de furosemida son igualmente efectivas en comparación con la infusión continua intravenosa. Además, se observó que el uso de dosis más altas de furosemida, hasta 2.5 veces la dosis diaria anterior, resultó en una eliminación más rápida de fluidos sin un aumento significativo en el riesgo de daño renal. Este hallazgo es fundamental, ya que permite a los clínicos optimizar el tratamiento diurético en pacientes con edema pulmonar, asegurando una reducción efectiva de la sobrecarga de líquidos mientras se minimizan los riesgos asociados con el tratamiento.
La terapia con nitratos es una estrategia terapéutica fundamental en el manejo del edema pulmonar y de la insuficiencia cardíaca aguda, ya que facilita una rápida mejora clínica al reducir tanto la presión arterial como las presiones de llenado del ventrículo izquierdo. Estos agentes, como la nitroglicerina sublingual o el dinitrato de isosorbida, así como la nitroglicerina tópica o los nitratos intravenosos, actúan como vasodilatadores potentes que, al dilatar los vasos sanguíneos, disminuyen la resistencia vascular periférica y facilitan el retorno venoso al corazón. Este efecto se traduce en una reducción de la presión venosa central y de la presión de llenado en el ventrículo izquierdo, lo que, a su vez, disminuye la congestión pulmonar y alivia la disnea, uno de los síntomas más angustiantes de los pacientes con edema pulmonar.
La acción rápida de los nitratos es especialmente valiosa en pacientes que presentan hipertensión asociada. Al mejorar la hemodinámica antes del inicio de la diuresis, los nitratos permiten que el paciente se sienta más cómodo y estabilizado mientras se llevan a cabo otras intervenciones, como el uso de diuréticos. Esto es crucial, ya que muchas veces los pacientes experimentan disnea aguda que requiere atención inmediata, y los nitratos proporcionan un alivio casi instantáneo de este síntoma.
Entre los nitratos disponibles, el nesiritide se destaca como una opción terapéutica adicional. Este fármaco es una forma recombinante del péptido natriurético tipo B humano, que actúa como un vasodilatador potente. El nesiritide reduce las presiones de llenado ventricular y mejora el gasto cardíaco, y sus efectos hemodinámicos son similares a los de la nitroglicerina intravenosa, pero con una curva de dosis-respuesta más predecible y una duración de acción más prolongada. En estudios clínicos, el nesiritide, administrado inicialmente en una dosis de 2 microgramos por kilogramo mediante inyección intravenosa de bolo, seguido de una infusión continua de 0.01 microgramos por kilogramo por minuto, ha mostrado producir una mejora rápida tanto en la disnea como en los parámetros hemodinámicos. Esta efectividad lo convierte en un recurso valioso, especialmente en pacientes que continúan sintiéndose mal a pesar del tratamiento inicial con diuréticos y nitratos.
No obstante, es importante considerar que uno de los efectos adversos principales del nesiritide es la hipotensión, que puede ser sintomática y prolongada. Por esta razón, su uso debe ser cuidadosamente monitorizado, especialmente en pacientes que ya presentan un compromiso hemodinámico o que han respondido de manera inadecuada a otras terapias convencionales. En general, la mayoría de los pacientes con insuficiencia cardíaca aguda responden bien a los tratamientos convencionales, como los diuréticos y los nitratos, lo que limita el papel del nesiritide a aquellos casos en los que persisten los síntomas después del tratamiento inicial.
El broncoespasmo puede surgir como una respuesta fisiológica al edema pulmonar, exacerbando así la hipoxemia y la disnea del paciente. Esta contracción involuntaria de los músculos lisos en las vías respiratorias puede contribuir a una obstrucción del flujo de aire, lo que dificulta aún más la ventilación y la oxigenación de los tejidos. La relación entre el edema pulmonar y el broncoespasmo puede ser compleja, ya que la congestión pulmonar puede estimular reflejos que conducen a la constricción bronquial, y esta constricción, a su vez, puede intensificar los síntomas respiratorios, creando un ciclo vicioso que agrava el estado del paciente.
El tratamiento del broncoespasmo en este contexto puede incluir el uso de agonistas beta-adrenérgicos inhalados, que son eficaces para inducir la dilatación de las vías respiratorias y mejorar el flujo de aire. Alternativamente, la aminofilina intravenosa, un broncodilatador que actúa como un inhibidor de la fosfodiesterasa, también puede ser utilizada. Sin embargo, es importante tener en cuenta que ambos tratamientos pueden inducir efectos adversos, como taquicardia y arritmias supraventriculares, debido a la estimulación del sistema nervioso simpático. Por lo tanto, se requiere una monitorización cuidadosa de los pacientes durante la administración de estas terapias para minimizar riesgos.
En la mayoría de los casos, el edema pulmonar responde rápidamente a las intervenciones terapéuticas, lo que permite una mejora en la función respiratoria y en la oxigenación del paciente. Una vez que se ha logrado una estabilización clínica, es fundamental identificar la causa o el factor desencadenante que contribuyó al desarrollo del edema pulmonar. En pacientes que no tienen antecedentes de insuficiencia cardíaca, la evaluación diagnóstica debe incluir un ecocardiograma, que proporciona información valiosa sobre la función y la estructura cardíaca. En muchos casos, puede ser necesaria la realización de cateterismo cardíaco y angiografía coronaria para descartar o confirmar la presencia de enfermedad coronaria subyacente, que es una causa común de edema pulmonar agudo.
Para aquellos pacientes que presentan descompensación aguda de insuficiencia cardíaca crónica, el enfoque del tratamiento debe centrarse en lograr un estado euvolémico. Esto implica la optimización del régimen médico, donde generalmente se inicia el tratamiento con un diurético oral y un inhibidor de la enzima convertidora de angiotensina. La efectividad y la tolerabilidad de estos medicamentos deben ser confirmadas antes del alta del paciente, asegurando que se hayan logrado los objetivos terapéuticos sin provocar efectos adversos significativos.
En ciertos casos seleccionados, puede ser apropiado considerar la iniciación temprana, aunque cuidadosa, de betabloqueantes en dosis bajas. Esta estrategia puede ser beneficiosa, ya que los betabloqueantes pueden mejorar la función cardíaca a largo plazo y ayudar a reducir la carga de trabajo del corazón, aunque deben ser introducidos con precaución para evitar el empeoramiento del estado clínico del paciente.

Fuente y lecturas recomendadas:
- Goldman, L., & Schafer, A. I. (Eds.). (2020). Goldman-Cecil Medicine (26th ed.). Elsevier.
- Loscalzo, J., Fauci, A. S., Kasper, D. L., Hauser, S. L., Longo, D. L., & Jameson, J. L. (Eds.). (2022). Harrison. Principios de medicina interna (21.ª ed.). McGraw-Hill Education.
- Papadakis, M. A., McPhee, S. J., Rabow, M. W., & McQuaid, K. R. (Eds.). (2024). Diagnóstico clínico y tratamiento 2024. McGraw Hill.
Originally posted on 11 de octubre de 2024 @ 9:25 AM